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lunes, 20 de octubre de 2014

LA DIOSA DORADA, SEGUNDO ADELANTO.


                   

De pronto siento que deja de jugar con las pinzas, que me deja puestas provocándome esa excitante presión, mientras descubro que toda mi piel se ha transformado en ultra sensible al contacto de sus posesivas manos… Doy un respingo al sentirlas apoderarse de mi pecho y se me corta el aliento cuando comienzan a recorrer muy lentamente todo mi cuerpo desnudo e inmovilizado a su completa merced… Me acaricia con intensidad arrolladora… mi pecho, mi espalda, mis brazos, mis abdominales, mis caderas y muslos… sus manos me hacen todo suyo mientras mi cuerpo arde consumido en las llamas del más desesperante deseo…  ¡Estoy a punto de estallar! Pero Aurelia continúa recorriendo mi piel milímetro a milímetro… qué dulce y cruel tortura… ¡muero por hacerle el amor! Pero en cambio debo conformarme con percibir la textura del látex de su rojo traje, rozando mi piel desnuda y en llamas… ¡Cuánto desearía estar libre para poder acariciar también apasionadamente todo su cuerpo!
Cuando mi corazón ya no da más martillando mi pecho y mi respiración es un acelerado jadeo, de pronto las manos de Aurelia se detienen y necesito hacer un gran esfuerzo para entender sus indicaciones:
- Ahora voy a castigarte duro, ¡muy duro! aunque no has hecho nada malo, es sólo para mi placer… porque tu dolor es mi placer… ¿Quieres complacerme dándome tu cuerpo para azotarlo a mi antojo?
- Sí, mi diosa, soy todo tuyo, haz lo que desees conmigo –musito todavía embriagado por sus devastadoras caricias.
Si me hubiese dicho que me iba a arrancar los ojos y las orejas le habría contestado exactamente lo mismo, ¡no estaba pensando racionalmente!
- Muy bien, pero recuerda que puedes usar las palabras de alerta para detenerme si te sientes en problemas; dime cuáles son.
- Dorado y Salomé.
- Perfecto, no dudes en usarlas, ¿entendido?
- Sí, mi Diosa.
Lo siguiente que oí fue el sonido de unos acolchados audífonos muy grandes, ajustándose sobre mis orejas. De inmediato comenzó a cantar una aguda voz femenina que vocalizaba hermosamente una letra “a” como una ancestral y estremecedora letanía… conocía ese tema, era la introducción de “Destiny”, de Stratovarius.
De pronto tras la voz arremete la batería y al mismo tiempo el azote restalla sobre mi pecho en perfecta sincronía con la poderosa guitarra eléctrica. Doy un brinco más por la sorpresa del golpe que llega sin el aviso previo del sonido, que por el dolor adivino se trata de las múltiples correas del “nueve colas”.
Es muy extraña esta sensación del dolor que estalla en mi cuerpo al ritmo de la música que  retumba fuerte en mis oídos, en medio de la oscuridad total que me  impone la venda sobre los ojos… me siento sumido en un ciego universo rojo, flotando entre la electrizante música de esa prodigiosa guitarra que junto con la intensa batería marcan los acelerados azotes sobre mi pecho y espalda…
                                                                                                                                                                       



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