Seni Seviyorum

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miércoles, 27 de agosto de 2014

Capítulos 21 al 23



Capítulo 21

Aurelia. La melodía de tu alma

Febrero 21, 2014.
Desperté sintiéndome fatal pero al escuchar el bello y alegre cantar de las aves allá afuera de mi ventana, me sentí mucho peor, ¿por qué mierda están tan felices?
Estoy de un humor de los mil demonios desde que perdí de nuevo el control con Víctor en la mazmorra. Pero él tuvo toda la culpa, primero por esa tonta idea de celebrarme el cumpleaños y luego por no detenerme, ¡cuando le di la opción de hacerlo!
Lo he estado evitando estos días, mandándole las comidas a su habitación o dejándolo a solas en el comedor, mientras yo salgo a comer afuera para no verlo. Debe pensar que es una especie de castigo pero la verdad es que me avergüenza mirarlo a los ojos, y eso me abruma porque nunca antes me arrepentí de nada que hiciera en mi vida... ¿Qué me está pasando?
La primera noche no podía dormir después de dejarlo tan maltratado en su dormitorio… Me daba vueltas en la cama muy confundida porque jamás me importó una mierda maltratar a los tipos… ¿Por qué ahora me afecta tanto con Víctor? No sé si estaba más molesta conmigo misma por perder el control, o porque eso me importara tanto.
Estaba muy tensa, inquieta, sin esperanzas de conciliar el sueño, hasta que oí ese sonido lejano, suave y sedoso; Víctor tocaba el rebab en su habitación.
Era una melodía desgarrada pero hermosa… queda y dulce como un cantar profundo en el viento… Al oír esa música que flotaba suavemente hasta mí, me dio la impresión de que Víctor intentaba transmitirme que no estaba molesto conmigo… Esas vibrantes notas fueron calmándome como si tejiesen una mágica red de paz en torno a mí… poco a poco fui relajándome, hasta que el sueño cerró mis párpados y al fin pude dormirme. 
Al día siguiente lo evité también por culpa de esos raros remordimientos que no me dejaban en paz. Pasé un día fatal pero por la noche, su melodía llegó de nuevo hasta mí, apaciguadora como un bálsamo calmante para mis sentimientos de culpa… La oí deslizándose suave y dulcemente a través de la casa ya dormida y la recibí en mi cama con los ojos cerrados… imaginé su cuerpo desnudo, sentado con el rebab entre las piernas, sus brazos arqueados, moviéndose sobre las cuerdas… y me sucedió algo muy extraño; sentí que podía ver más allá de tan sólo su cuerpo, sentí que estaba viendo su alma a través de esa melodía, y abrí los ojos sobresaltada… ¿Un hombre que es capaz de dejar ver su alma a través de la música? ¡Eso es muy raro para mí!
Teniendo en cuenta que siempre he visto a los hombres como simples objetos, Víctor sería algo así como un fenómeno, ¡un objeto con alma!
Cerré de nuevo los ojos y me dejé llevar por esa estremecedora y dulce melodía, que como por arte de magia inundaba de paz mi alma… Ya estaba a punto de quedarme dormida cuando un singular pensamiento cruzó por mi mente, eludiendo mis duros prejuicios racionales: Es la melodía de tu alma, Víctor…
La idea fue casi parte del profundo sueño en el que me sumí, acunada por el sensual y melancólico cantar del rebab.
Pero al despertarme hoy, de nuevo me asaltan los molestos remordimientos…  Me bajo de la cama como una sonámbula, abro la ventana y miro con rencor el bello día de verano.
- ¡Cállense de una puta vez! –le gruño a los alegres pájaros de mierda que no dejan de trinar entre los árboles.
La verdad es que aún estoy muy enfurada[1] conmigo misma… ¡Me bailó tan increíblemente sensual! Y yo la muy estúpida, en vez de disfrutar de ese cuerpo de gloriosos movimientos, ¡lo molí a azotes! Mucho más allá de cualquier límite razonable, incluso dentro del mundo del sadomasoquismo, y lo peor es que esta vez fue con su total  consentimiento.
- ¡Ay, Víctor! ¿Por qué no me detuviste?–suspiré con la vista perdida en mi exótico jardín-. ¿Qué estoy haciendo contigo?
Después de todo, tú quizás no sabías que me disgusta celebrar mi cumpleaños y te esmeraste en prepararme algo especial… eso es mucho más de lo que jamás nadie ha hecho por mí desde que cumplí los cinco años… Y yo la muy mierda, ¡en agradecimiento te doy una feroz paliza!
Pero no fue tanto por lo del cumpleaños… ya estaba más calmada, quería jugar con él… Todo iba bien hasta que de pronto esa oscura ferocidad en mi interior tomó el mando… creo que fue por la máscara que le puse… cuando dejé de ver su rostro, cuando perdí de vista esa sonrisa suya, tan apaciguadora, Víctor se convirtió para mí tan sólo en un cuerpo más, justo en el peor día, en la hora más negra, cuando el pasado se me vino encima como ácido que me corroyó por dentro hasta hacerme explotar irracionalmente.
Sigo creyendo que deberías irte, Víctor, pero parece que tú esperas algún milagro… que yo cambie y ya no disfrute provocándote dolor pero eso no va a pasar. La compasión no tiene cabida en mí porque se necesitaría un corazón para cobijarla y el mío ya no existe, fue destruido hace muchos años atrás.
Exhalo un hondo suspiro que huele a parque recién regado y decido dejarme de cobardeces[2]; hoy voy a hablar con él porque ya no me siento capaz de seguir lejos de su cuerpo, quiero volver a poseerlo y para eso necesito dejar atrás mis tontas confusiones.
Doy un rápido giro y camino decidida a la ducha. Tengo un asunto pendiente con alguien del servicio.

∞∞∞ A A ∞∞∞

Cuando entré a la cocina ya estaban todos allí reunidos. Sus caras compungidas ni siquiera se atrevían a mirarme; ya saben que jamás los cito a reunión para felicitarlos, así que fui directo al punto:
- Quiero saber quién le habló a Víctor, acerca del día de mi cumpleaños.
Silencio rotundo, cabezas bajas…
- Muy bien, si nadie habla, entonces se van todos despedidos hoy mismo. No quiero gente que hable de más, a mi servicio.
Gallo se adelantó, en medio del temor general.
- Fui yo, señora Aurelia, discúlpeme por favor, fue sin querer, se me salió el comentario en una conversación, ¡discúlpeme!
- Arregla tus cosas, tienes media hora para salir de mi casa.
- No, por favor, no me despida…, mi padre enfermo depende de mí, y… -me rogó Gallo, pero lo interrumpí.
- Eso debiste pensarlo antes de ponerte a hablar de más –corté implacable.
Después de todo, un despido no es nada, comparado con el feroz castigo que se llevó Víctor, por su culpa.
Gallo agachó la cabeza, resignado.
- Salgan todos, menos tú –ordené, señalando al culpable.
Los demás se desvanecieron como por arte de magia. Ya a solas, interpelé a Gallo:
- Ya que te pusiste a hablar de más, también debiste advertirle a Víctor, que no me saludara; todos ustedes saben de sobra que eso me desagrada mucho.
- Pero sí lo hice, señora Aurelia –se apuró en afirmar Gallo-. Cuando se lo dije, le advertí que ni se lo mencionase siquiera.
- ¿Estás seguro?
- Sí, señora. Discúlpeme por favor, no debí decir nada.
Me quedé pensando en eso. Si Gallo le advirtió a Víctor, ¿por qué él quiso arriesgarse a saludarme de todas maneras?  Por lo visto aún no toma en serio mi carácter violento. Espero que de ahora en adelante tenga más cuidado, y acepte el hecho irrefutable de que yo no soy la “buena persona”, que él cree y afirma que soy.
Gallo carraspeó discretamente, ante mi pensativo silencio.
- Ya puedes retirarte –le dije-. Antes de irte, pasa por mi estudio a buscar tu finiquito.
- Sí, señora. Con su permiso –se retiró Gallo, cabizbajo.
Rott entró a la cocina y le pregunté:
- ¿Víctor ya desayunó?
- Sí, señora Aurelia, en su habitación a las ocho, como todos los días.
- Bien. Contrata otro chef, lo quiero aquí de inmediato, para que no se retrase el almuerzo, y explícale las reglas de la casa; no quiero más empleados que se crean con derecho a inmiscuirse en mi vida.
- Sí, señora. ¿Usted ya desayunó, quiere que le suba una bandeja a su estudio?
- No, no tengo apetito -me marché y subí a mi estudio.
Me senté frente a mi ordenador y abrí mi archivo de investigación, ¡vaya que me salió complicado este proyecto!
Lo empecé con tantas expectativas, y todo me ha salido increíblemente distinto a como lo había planeado; quería contratar a un sumiso para experimentar el mundo de la Dominación/sumisión, y resulté conociendo a un atractivo y apasionado potro árabe, que por desgracia es demasiado tierno y sensible para sobrevivir a mi lado, porque según él mismo me confesó, cree en el romanticismo, y más aún, osó afirmar la existencia de ese mítico sentimiento llamado “amor”.
- ¡Uag! –sacudo la cabeza para quitarme esa palabra de encima.
Desvío mi atención a la pantalla del ordenador y leo mi más  reciente anotación:
“La reunión en España será del 7 al 9 de marzo”.
Charlotte me llamó ayer, para que le confirmara mi asistencia. La fecha me complica si quiero ir con Víctor, porque su contrato conmigo termina el 7 de marzo. Quizás podríamos agregar unos días, para compensar los que estuvo en la clínica…
Charlotte me explicó que el dueño de la finca y anfitrión, es un amo conocido como “Zeus”, ¡me sonó a nombre de perro doberman! Tendré que esforzarme para no reírme en su cara cuando me lo presenten, si es que decido ir.
Según Charlotte, Zeus es un amo temible con sus sumisas, pero que aun así, ellas mueren porque les permita ser suyas, ¡debe ser un tipo insoportablemente engreído! Muy “majo”, joven, guapo, rico heredero y seductor empedernido, así lo describió mi amiga. Tiene su finca arreglada como un palacio privado, con habitaciones con cepos y cadenas, y hasta cuenta con unas verdaderas catacumbas del siglo dieciocho, con todo el acondicionamiento de mazmorras que permite la modernidad.
Tengo que tomar la decisión de asistir, o no, a esa reunión de aquí a mañana. Me interesa adentrarme en ese mundo para documentar mi nueva novela, pero ya comprobé que yo definitivamente no encajo en el mundo BDSM. Porque para ser una buena ama, hay que tener un mínimo de sentido común y dominio propio, ambas cosas de las que yo carezco. Las heridas que cubren el cuerpo de Víctor pueden dar fe de eso y temo que si lo llevo a esa reunión, el ambiente general me vuelva todavía más inestable y descontrolada.

Capítulo 22 

Víctor. Extraña clase de amor

Después de mi solitario almuerzo en el desértico comedor, otro día más privado de la presencia de Aurelia, me fui con el alma triste a ver a Mine. Pero el verla tan bien siempre me devuelve la sonrisa, y su burbujeante alegría me subió muy pronto el ánimo.
Mine me contó muy entusiasmada que Inés la llevará mañana otra vez de paseo a la playa. Es feliz y nunca había pasado tanto tiempo sin sufrir una crisis; sólo de verla así, ya no me duelen las lastimaduras de la espalda.
La dejé en su hermoso cuento privado y partí de regreso a la casa. Avancé a paso muy lento por el camino que se aleja de la cabaña, para tomar un poco de aire, e intentar adivinar qué pasará por la mente de Aurelia… ¿Por qué no ha querido verme en estos tres días? ¿Seguirá molesta conmigo por lo de su cumpleaños? Yo no sabía que su padre murió ese mismo día, con razón no quiere saber nada de celebraciones, debió ser un trauma terrible para ella, ver morir así a un ser tan querido…
Lo que me extraña es que cuando llegamos a la mazmorra ya no parecía molesta, sólo estaba jugando conmigo, hasta que comenzó a usar el látigo largo…
Ya casi estaba inconsciente por el escaso aire que podía respirar con esa máscara, cuando al fin percibí lejanamente que el látigo dejó de caerme encima. Luego las cadenas se aflojaron y caí de rodillas.
Aurelia me quitó la máscara y sin decir una palabra me llevó de regreso a mi habitación. Yo tampoco tenía mucho aliento para hablar.
Me metió en la ducha y entró vestida conmigo bajo la tibia lluvia que se llevó la sangre de mi espalda, mientras ella me limpiaba las heridas con una suave esponja, en completo silencio… Al terminar me envolvió en una bata con esmerado cuidado y me llevó hasta la cama; allí me descubrió la espalda y comenzó a aplicarme una pomada muy fresca e indolora, que de inmediato me calmó el ardor. Yo me dejé hacer, me sentía exhausto, dolido en cuerpo y alma, sin embargo, al mirar su rostro tan serio, al sentir sus manos procurando darme alivio, reparar el daño que ellas mismas habían provocado, me di cuenta de que no estaba molesto con ella.
Porque esta vez Aurelia me dio la opción de detenerla, pero yo no quise hacerlo y asumo las consecuencias; no me arrepiento. Haría exactamente lo mismo de nuevo si fuese necesario.
Aunque no lo dijo, sus cuidados parecían gritar que lamentaba lo sucedido. Terminó rápido de aplicarme el ungüento, se levantó y se marchó con el cabello y el vestido empapados por la ducha. Desde ese momento no he vuelto a verla.
La extraño tan desgarradoramente como si me faltara la mitad del alma; estas dos últimas noches las he pasado en el más árido desierto sufriendo la insaciable sed de su ausencia, sin lograr conciliar el sueño porque al cerrar los ojos me asaltaban las remembranzas… Podía sentirla haciendo suyo todo mi cuerpo hasta el último centímetro, provocando que el resto del mundo se desvaneciera, para transformarse por completo en ella; en su embriagador aroma, en la brisa cálida de sus labios de ambrosía, en el ardor apasionado de su suavísima piel de durazno, en la posesividad imparable de sus manos recorriendo mi ser hasta el fondo de mi alma, en donde yo la declaro mi soberana absoluta, emperatriz de mi corazón, tirana de mis besos, ama y señora de este esclavo suyo, mucho más allá de lo que dicta ese simple trozo de papel con mi firma…
Soy esclavo de Aurelia ya no sólo por ese contrato, sino porque ya jamás podré vivir lejos de ella; no puedo respirar sin sus besos, mis ojos son ciegos sin ver su dorada belleza, mi corazón no late si ella no está recostada sobre mi pecho para oírlo… Estoy muerto en vida apartado de ella…
Respiro hondo pero el aire se niega a entrar a mi apretado pecho, y le hablo a la distancia enviándole mi silencioso mensaje en las alas del viento:
 Tu lejanía me tortura sin piedad, Aurelia, y estas noches sin ti mi cuerpo sometido a tu dolorosa abstinencia gime desesperado por tu contacto… Como un espíritu errante entre las arenas, me he sentado en el suelo de mi habitación a desahogar mi soledad entre las cuerdas del rebab… Al cerrar los ojos, mis manos se movían meciendo el arco para arrancar melancólicas notas, y la melodía escapaba  de mi alma dejando al descubierto el profundo amor que siento por ti…
Ya deben ser más de las cinco de la tarde, el abatimiento pone muy lentos mis pasos de regreso a la casa, pero ¿qué importa si me demoro? De todas formas no quieres saber nada de mí; hoy tampoco me has mandado llamar, ya es el tercer día lleno de vacío sin ti. El susurro del viento en el parque me pone nostálgico… Te extraño tanto que no sé si sobreviviré otra noche sin ti… preferiría mil veces el ardor de tu látigo sobre mi piel que el frío de tu ausencia... ¿Yo pensé eso? ¡Esa súbita idea me sobresalta! ¿Me estaré volviendo masoquista? No… se llama amor, aunque muchos coincidirán conmigo en que el amor contiene un toque bastante intenso de masoquismo, cuando se trata del devastador amor no correspondido, justo como este que yo estoy padeciendo.
Iba caminando tan distraído que no me di cuenta hasta llegaron frente a mí; Toro y Lobo se me vinieron encima como energúmenos cortándome el paso.
- ¡Contigo queríamos hablar! –me espeta violentamente Toro.
- ¿Qué pasa? –me pongo en alerta ante sus caras de pocos amigos.
- ¡Pasa, que despidieron a Gallo por tu culpa! –me grita Lobo.
- ¿Aurelia lo despidió? ¿Pero por qué?
- ¡Ah, así que Aurelia a secas! –exclama furioso Toro y dirigiéndose a Lobo, agrega-. ¡Te dije que este cabrón tiene algo con la jefa!
- Sí, y es tan maricón que corrió a contarle que Gallo le dijo de su cumpleaños –responde Lobo.
En medio de sus insultos descifro lo que ha pasado. Pero antes de alcanzar a decir nada, Lobo agrega:
- La jefa nunca se mete con sus empleados, pero parece que contigo hizo una excepción por ser un ejemplar exótico, ¿qué tal es ella en la cama, eh, es tan ardiente como describe en sus novelas erót…?
No alcanza a terminar la frase porque le cierro la boca de un puñetazo.
- ¡Respétala, infeliz! –le grito junto con el golpe.
Lobo cae de espaldas entre unos arbustos y Toro se me viene encima de un salto, lanzándome puñetazos que zumban en el aire… los esquivo veloz a un lado y otro, le desvío uno, le bloqueo otro… De pronto veo un espacio abierto en su guardia y le asesto el derechazo en plena mandíbula. El golpe suena seco y Toro trastrabilla hacia atrás, en eso Lobo se pone de pie y se me vienen ambos encima, alzo la guardia listo a batirme con los dos al mismo tiempo…
- ¡¿Qué pasa aquí?! –el grito de Rott para en seco a mis atacantes que se vuelven a mirarlo.
- ¡Nada! –ladra Lobo, secándose la sangre del labio partido, que ya se le está hinchado.
- Sólo le estábamos dando las gracias por lo del despido de Gallo –agrega Toro y ambos se marchan rápidamente de regreso a la casa.
Rott se queda conmigo.
- ¿Está bien, señor Garib? ¿Lo golpearon? –me mira el rostro muy preocupado.
- Lo intentaron pero no les resultó tan fácil, gracias Rott. Por favor no le diga nada a la señora Aurelia o quizás los despida igual que a Gallo. Lo siento mucho, no lo sabía, creo que fue mi culpa. Hablaré con ella, tal vez lo recontrate.
Rott niega rotundamente con la cabeza.
- No pierda su tiempo, cuando la patrona toma una decisión no hay quien la haga cambiar de opinión. Además, Gallo está feliz con el generoso cheque que le dio por sus años de servicio y por el despido sin previo aviso. Hasta dijo que podría abrir su propio restorán con eso, ¡imagínese!
- Ya veo… -Aurelia es implacable pero no injusta. Allí está de nuevo su generosidad altruista. Estoy seguro de que le dio bastante más de lo que le correspondía, para no dejarlo en problemas sin el trabajo.
¿Cómo puede decir de sí misma que es una mala persona? Si yo, que ya he sufrido los embates de su lado más oscuro, no la considero así. Sólo necesita a alguien que la comprenda y ame tal cual es… me digo a mí mismo mientras camino junto a Rott de regreso a la casa.

أنا أحبك

Subí al gimnasio para hacer algo de máquinas antes de la cena. Ubiqué el mini equipo de música (el que compré para la danza en su cumpleaños), junto a las máquinas y puse un disco en volumen discreto para no molestar los sensibles oídos de Aurelia.
El fuerte sol de la tarde entra a raudales por el ventanal panorámico y el aire está cálido aquí dentro, así que me quito la camiseta y me dejo sólo la ajustada calza azul deportiva a medio muslo. Escojo para empezar una máquina para trabajar los abdominales.
Apoyo las rodillas en los sillines, aferro la barra y al tirarla hacia mí remonto mi propio peso haciéndome hacer subir y bajar. Siento endurecerse los músculos de mis brazos y abdomen cada vez que lo hago. Mi mente se desentiende del mecánico ejercicio y se dedica a traducir el suave canto en inglés de Peter Murphy:

“Extraña clase de amor…,
extraña clase de sentimientos…
¿…él debería quedarse, o debería irse?”

- Creo que él debería irse.
Su voz me sobresalta y me volteo de un brinco.
- ¡Aurelia! –la sonrisa invade toda mi cara-. Te he extrañado mucho –confieso sin alcanzar a callarlo.
Ella me mira frunciendo el ceño con incredulidad y replica:
- ¿Extrañabas que te siguiera moliendo a azotes?
¡Alá!, creo que todavía está molesta conmigo.
- Lo lamento, no debí entrometerme en tu vida privada –intento disculparme sin mencionar siquiera la palabra tabú “cumpleaños”.
- No te entiendo, Víctor. Yo casi te mato y tú eres quien se disculpa.
- Me disculpo porque todo hombre que se precie de tal, jamás debe provocar la tristeza de una mujer –le aclaro mi forma de pensar, sin embargo, ella se repliega al instante hacia su atalaya y me lanza flechas con sus ojos.
- ¿Qué quieres decir? Tú no provocaste mis lágrimas, si a eso te refieres, ¡todavía no nace el hombre que me haga llorar! –resopla ofuscada.
- No quise decir eso, sólo…  
- Está bien, olvida el tema –me interrumpe bruscamente-. Te oí tocar el rebab por las noches… -su tono se suaviza.
El comentario me sorprende, de un segundo al otro baja de la atalaya y ya no está en pie de guerra.
Mi alma sonríe enredada entre los rayos de sol de su cabello.
- Pensé que lo tocaba muy suave –le contesto-, no creí que se oiría desde tu habitación, lamento si perturbé tu sueño.
Me mira muy fijo por un instante, como si quisiera entrar hasta el fondo de mi mente. Le dejo abierta las puertas de mis ojos, en cambio los suyos son muros intraspasables. Daría mi vida por saber en qué piensa cuando me observa de esa manera. Al fin me dice:
- Si me hubiera molestado oírte tocar habría enviado a Rott a callarte. Me gustaron esas melodías, me ayudaron a dormir… debe ser por eso de que la música calma a las fieras –la miro abrumado pero antes de poder replicar a eso, de nuevo cambia bruscamente el rumbo, cual capitán de navío en feroz tormenta-. ¿Cómo está tu espalda? –me pregunta y avanza unos pasos para ubicarse detrás de mí.
Su cercanía me provoca un estremecimiento eléctrico, como si su piel creara estática sobre la mía alzándome los pelillos. Respiro muy hondo su perfume que supera al más fino nardo y permanezco quieto mientras me examina.
- Estoy bien, Aurelia –le digo quedamente-. Desde el día siguiente que ya casi no me duelen. Esa pomada que me dejaste es excelente, no creo que me vayan a quedar marcas, pero aunque así fuera no me importaría… -me vuelvo despacio a mirarla-. ¿Todavía estás molesta conmigo? ¿Por qué dices que debería irme? –le pregunto mientras Peter Murphy sigue insistiendo en que es una extraña clase de amor.
- No estoy molesta contigo –me contesta al fin sentándose frente a mí en una banqueta para hacer pesas-, es sólo que odio perder el control. Te quería para experimentar el mundo del bondage, ¡y hasta ahora no he podido terminar bien ni una puta sesión contigo!
- Si quieres podemos intentarlo de nuevo esta noche –le propongo porque no me gusta verla tan frustrada.
Aurelia me mira atravesado, sospechosa.
- ¿Te estás volviendo un verdadero masoquista, Víctor? –me pregunta muy seria-. No me digas que ya le agarraste el gusto al dolor…
- No, no es eso, todavía preferiría evitarlo pero me gustaría poder ayudarte en tu proyecto.
- Lo de la otra noche no fue por mi proyecto y lo sabes. ¿Por qué no me detuviste si yo te di la opción de hacerlo?
Me traspasa con su intensa mirada de oro fundido que quema mis ojos con su flamígero contacto.
- No lo hice porque sentí que necesitabas desahogar una rabia profunda que llevabas dentro –le respondo sinceramente y la veo parpadear algo abrumada.

“¡Amar… u odiar…!”

Canta Murphy y el oboe llena el silencio mientras nuestras miradas intentan comunicarse todo aquello que no logran decir las palabras. Yo no puedo decirle que la amo, porque ya sé que no quiere escuchar nada al respecto; y ella no quiso decirme cuál es el verdadero origen de esa ira que la hace maltratarme sin control.
La música calla y empieza otro tema.
- Apaga eso, me molesta –cambia Aurelia radicalmente el tema poniéndose de pie-. ¿Quién te dio permiso de oír música?
- Lo siento… -bajo rápidamente de la máquina y apago el equipo.
Su mirada se clava severa en mí. No estamos en la mazmorra pero igual me siento en presencia de la autoritaria ama.
- Parece que tantos días de libertad te han hecho olvidar tu lugar –me espeta y la dureza en su fría voz me hace recordar mi condición de esclavitud.
- Perdón, mi dueña –entro en mi papel.
- Desvístete y sube a la máquina, quiero verte ejercitar desnudo –me ordena y se acomoda en la banqueta cruzando provocativamente las piernas.
Su escasa mini falda cubre apenas lo justo; su ajustado peto casi deja al descubierto la gloria de sus senos…
Me desvisto rápidamente y subo a la máquina. Puedo sentir sus ojos como fuego sobre mi piel, recorriendo mi cuerpo al subir y bajar, fijos en mis músculos que se tensan sobresalientes con el esfuerzo. Su mirada se clava sin pudores en mi sexo que se mueve balanceándose en libertad.
El calor de la estancia no es nada comparado con el que va en aumento dentro de mí, ¡el aire es fuego a mi alrededor! Inspiro profundo y me llega su perfume ahora mezclado con su exquisito pH[3] que me habla a gritos de deseo…
Jamás pensé que hacer ejercicio podía resultar tan erótico, ¡la intensa mirada de Aurelia enciende mi excitación!
De pronto se pone de pie y se me acerca despacio por detrás… Mi piel se eriza y tiembla a la espera de su contacto… percibo el roce de su mini falda sobre mis glúteos desnudos que la postura de la máquina me deja alzados hacia atrás, sus manos rodean mi espalda lastimada sin tocarla, para ir a apoderarse de mi pecho… me paralizo por un segundo…
- Sigue con el ejercicio –me ordena Aurelia.
Lo hago y cada vez que subo y bajo sus suaves manos rozan mis pezones… luego de un par de veces, tras dejarlos endurecidos sigue hacia abajo y atrapa mi sexo… no mueve la mano, ¡yo hago todo el trabajo al subir y bajar en la máquina para abdominales!
- ¡Ah! –suelto un gemido contenido tras mis largos tres días sin su contacto, en los que respeté cabalmente su orden de no tocarme.
Los brazos me empiezan a temblar al izarme en la máquina, no es falta de fuerza, ¡es que me está volviendo loco de excitación!
- Extrañé este cuerpo –me susurra Aurelia al oído como en una confesión muy íntima, un pensamiento apenas expresado en voz alta, y luego regresa a su tono autoritario-. Baja de esa máquina, ahora quiero verte haciendo pesas.
Bajo y me tiendo de espaldas en la banqueta con las rodillas dobladas apoyando los pies en el suelo a ambos lados. Desnudo y excitado apuntando al techo con mi firme erección, tomo la barra de las pesas y comienzo a alzarlas.
Aurelia pasa una pierna sobre la banqueta y queda de pie con sus estilizadas piernas abiertas como un exquisito puente justo sobre mí. Avanza unos pasos mirándome con quemante fijeza, con una sonrisa perversa bailando en sus labios, hasta que se detiene sobre mi erección.
Contengo el aliento mirándola hacia arriba, fascinado por el breve encaje amarillo que diviso de su colaless… Por un segundo me olvido de la pesa y se me viene encima.
- ¡Hey, concéntrate! –me reprende Aurelia.
Sigo con un gran esfuerzo mientras el calor me sube como caldera adentro al verla doblar las rodillas para descender lentamente sobre mi sexo, hasta que se me posa encima doblándomelo hacia arriba… ¡me electriza el roce de su encaje aplastándose contra mi pelvis! Se inclina adelante sonriendo dueña de la situación, dueña absoluta de mí, apoya las manos en mi pecho y comienza a mover sus fabulosas caderas, tan sueltas, tan sensuales imitando el ritmo con que yo subo las pesas… Cada vez que las subo ella arrastra su sexo adelante muy lentamente, y cuando bajo la pesa va hacia atrás…
Comienzo a jadear a punto de estallar en llamas. Otra vez los brazos me tiemblan y le siguen mis piernas… Dos alzadas más de las pesas ¡y voy a acabar! Cuando siento que ya no puedo más y que la pesa me va a caer al cuello, Aurelia se levanta y se desmonta de la banqueta.
- Basta de pesas –me dice como si nada-, ven a esta otra máquina.
Resoplando y respirando hondo llego a la estructura con asiento y respaldo en la que se ejercitan los brazos hacia los lados. Me siento, tomo las barras y hago fuerza para llevarlas desde los lados hacia el frente.
Aurelia avanza despacio y se sienta sobre mis muslos.
- No te detengas ni un segundo –me ordena mientras se desliza sobre mis muslos hacia adelante hasta llegar a mi erección.
De inmediato comienza a moverse, a rozarme cada vez más fuerte, más rápido… se me acelera el pulso, el pecho se me mueve muy rápido y la respiración se me vuelve un desesperado jadeo, al mismo tiempo que acelero sin querer el ejercicio abriendo y cerrando los brazos como un robot descompuesto…
Aurelia me rodea el cuello con los brazos, me agarra del pelo y me echa atrás la cabeza, me acerca su rostro sonriente, posesivo y me clava sus ojos de fuego al preguntarme con sus labios casi rozando los míos:
- ¿A quién le perteneces?
- A ti, mi dueña –jadeo sin vacilación mientras ella se da placer con mi sexo pero sin permitirle entrar.
- Dilo, ¿de quién eres?
- Soy tuyo, Aurelia, ¡todo tuyo! –un fuerte tirón en el cabello me hace corregirme rápidamente-, ¡perdón, soy todo tuyo, mi dueña!
Sonríe satisfecha de tenerme esclavizado en esa máquina, concentrándome en hacer fuerza para juntar adelante las barras, mientras ella se divierte libremente… Me besa. Mis labios reciben abiertos los suyos y su lengua entra adueñándose de todo… Me falta el aire, ¡necesito practicar más aeróbicos! Sus jadeos aumentan dentro de mi boca, el calor de su cuerpo quema mi piel y de pronto se encabrita llegando al clímax, ¡es tan rápida, tan intensa! Acaba sobre mí, gimiendo sobre mis labios, sin dejar de besarme ni un instante, hasta que deja de moverse y se levanta rápidamente.
Siento un hielo polar cuando se aparta de mí…
- Creo que ya es suficiente gimnasio por hoy –me dice con una sonrisa satisfecha-. Ya puedes vestirte.
Resoplo y me visto la ajustada calza bajo la que sobresale llamativamente mi compungida erección. Aurelia se acerca y me la acaricia sin reservas… tiemblo conteniendo el deseo mientras me visto la camiseta y hago equilibrio calzándome las zapatillas.
- Me fascina la dureza que alcanzas –comenta metiendo su mano aún más atrás entre mis piernas, hasta llegar a rozar mis nalgas. Se me corta el aliento al recordar la presión de sus dedos en aquella zona.
Pero esta vez no lo hace. Retira su mano y retrocede dándome espacio para atarme las zapatillas. Me arrodillo para hacerlo. 
- ¿Tú sabes algo sobre lo que les pasó a Toro y a Lobo? –me lanza de golpe la pregunta.
Finjo inocencia atándome los largos cordones.
- ¿Qué les pasó? –sondeo el terreno preguntándome cuál sería la versión que dieron ellos.
- Según me dijeron, los golpeó una escalera cuando ayudaban al jardinero a subir a una palmera –me dice Aurelia pero por su tono es obvio que no les creyó-. ¿Qué pasó, Víctor? Dime la verdad, ya sabes que no me gustan las mentiras –me insiste y ya la conozco lo suficiente como para saber que su paciencia se agota.
- Bueno, yo…
- Dame tus manos –me exige tendiéndome las suyas y al dárselas examina mis enrojecidos nudillos. Me mira con reproche-. No me mientas, Víctor.
- Es que fue algo sin importancia… Vinieron a reclamarme, estaban molestos por el despido de Gallo.
- Me imaginé algo así. Ahora van a estar más molestos cuando los despida a ellos también.
- ¿Vas a despedirlos?
- Por supuesto, no me gustan los matones poco hombres que atacan en manada. ¿Te golpearon?
- No… de hecho yo di el primer golpe y el segundo, ellos no me acertaron ninguno.
- ¿Diste el primer golpe? ¿Tengo que despedirte a ti, entonces?
La miro sobresaltado, parece hablar en serio.
- No me importaron sus insultos, pero… -me interrumpo sin ganas de repetir las ofensas en su contra.
Pero Aurelia termina la frase como si pudiese leer mi mente:
- Pero hablaron mal de mí y por eso los golpeaste. Vamos, dímelo, no quiero seguir como estúpida pagándole a alguien que me trata de puta a mis espaldas. ¿Fueron ambos?
- Sólo Lobo.
- Bien, hace rato que me parecía demasiado insolente, Mandaré a Rott con su cheque de despido, yo tengo cosas mejores que hacer. Ve a cambiarte ropa, te espero en la sala, vamos a salir. ¿Tienes licencia de conducir?
- Sí.
- Bien, tú serás mi chófer hoy. Vístete deportivo informal, pero no te pongas demasiada ropa… quiero demorarme lo menos posible en desnudarte…
¡Oh, Aurelia! ¿Cómo puedes desatar tanta pasión en mí con tan sólo unas palabras?




[1] Hace una mezcla de las palabras “enfurecida” y “enrabiada”.
[2] Como sinónimo de cobardías.
[3] Nivel de alcalinidad de la piel.


Capítulo 23

Aurelia.  El Jardín Botánico


 Víctor parece un niño con juguete nuevo conduciendo el Dorado.

- ¿En serio puedo conducirlo? –me miró abismado cuando puse en sus manos las llaves de mi Lamborghini.
- Claro, te dije que hoy serías mi chófer, vamos apúrate.
Me abrió gentilmente la puerta del copiloto, luego corrió al otro lado y percibí su emocionado estremecimiento al ponerse tras el volante, ¡los hombres y su amor por las ruedas!
El Dorado rugió potente bajo su mando, ¡diablos, Víctor se ve tan sexy tras el volante! Hombre y máquina ambos potentes, rápidos, rugidores, parecen hechos el uno para el otro… considero la idea de regalarle un Lamborghini, pero me distrae el considerable bulto que resalta bajo su ajustado bermudas, ¿el conducir este auto lo excita? ¡Vaya, vaya!
Me senté más cerca de él y le rodeé los hombros con el brazo izquierdo, mientras mi mano derecha se instaló sobre su pecho… la delgada camiseta de algodón me deja sentir sus latidos que se aceleran bajo mi contacto… Víctor me mira y me regala una de sus frescas sonrisas, yo en cambio esbozo una bastante perversa al deslizar mi mano lentamente hacia abajo…
Él mi mira un poco más serio, algo inquieto, precavido.
- Mantén los ojos en el camino, sigue conduciendo –le indico como si nada deslizando mi mano suavemente, cada vez más y más abajo; justo cuando llegamos al portón de salida de la casa y mientras esperamos que termine de abrirse yo llego a la sobresaliente protuberancia de sus bermudas-. ¿Qué significa esto? –le pregunto severa mientras mi mano se deleita abarcando toda la dureza de su erección y le doy un ligero apretón muy posesivo.
Víctor da un respingo, el portón ya está abierto entero.
- Avanza –le ordeno y se pone en marcha.
- Lo siento –esboza una sonrisa excitada con los ojos brillantes como estrellas-, es que tu sola cercanía es el más poderoso afrodisiaco para mí, tu perfume es el elixir que…
- ¡Ya, ya, basta, detén tus palabritas cursis! –le digo riendo-. No es por mí, Víctor, no seas mentiroso. La verdad es que te excita conducir este auto.
Suelta unas carcajadas y me doy cuenta de que extrañé mucho ese sonido estos días, es como un sol brillante que desvanece mis más oscuras nubes. Me agrada esta sensación que por unos segundos parece llevarse todo lo malo de mi interior… pero no fue más que un instante y de inmediato regresan las antiguas sombras.
- ¿Así que te ríes, eh? –le digo amenazante, aunque creo que él se da cuenta de que sólo estoy jugando-. Voy a tener que castigarte y será aquí y ahora mismo –decreto y comienzo a bajarle la cremallera del bermudas.
Me mira con los ojos como plato.
- ¿Aquí…? –inquiere tragando saliva, con expresión de viva incredulidad.
Vamos por las tranquilas calles que bajan del cerro, así que no hay peligro de chocar.
- Por supuesto, voy a hacerte pagar por esta erección no autorizada –le digo sonriendo maliciosa, mientras mis dedos hacen saltar el botón dejándome libre paso a su sexo y lo atrapo impetuosamente.
Víctor respinga y respira hondo mirándome con ojos de fuego.
- La mirada al frente, concéntrate en el camino –le repito.
Mira adelante y yo saco afuera su dotada erección que apunta arriba como un obelisco, mientras sus testis[1] sobresalen muy redonditos por la abertura del cierre.
- Hace tanto tiempo que conduzco automáticos –le digo deslizando mi mano muy lento por su sexo desde la punta hacia abajo-, que ya no me acuerdo cómo se hacen los cambios, así que voy a repasarlos un poco… Me gusta la parte de arriba de esta palanca de cambios… -le acaricio el frenillo con el pulgar muy intensamente. Este el segundo punto “G” de los hombres.
Víctor se queda sin aliento, sus brazos se tensan en el volante y sus caderas se remueven ansiosamente justo cuando llegamos abajo, al centro de Reñaca y nos detenemos en un semáforo. Él mira nerviosamente al vehículo del lado.
- Se van a dar cuenta –me dice preocupado.
- ¡No me interesa! –me río de sus aprehensiones disfrutando del poder de tenerlo en mis manos, sometido a mis juegos en público, rodeados del concurrido tránsito de la Avenida San Martín, lo que le da un toque extra de excitación, ¡ya me imagino explicándole a algún policía que se de cuenta y nos detenga por faltas a la moral en la vía pública!-. Vamos con la primera –le digo feliz y muevo su sexo como si fuese una verdadera palanca de cambios.
Víctor comienza a respirar muy agitado, baja la mirada, se pone rojo, ¡me fascina excitarlo mientras lo obligo a seguir conduciendo!
- Por favor, Aurelia –musita nervioso-, van a darse cuenta…
- ¡Al diablo con ellos ni siquiera los conozco! –me río muy descarada-. ¡Segunda! –aprieto mi sexy palanca de cambios y se la muevo como si pasara el nuevo cambio.
Justo dan la luz verde pero Víctor ni se da por enterado sumido en la excitación, hasta que lo despiertan a punta de bocinazos. Se pone en marcha y yo paso a la tercera… su excitación va en veloz aumento, le pongo la cuarta y jadea removiéndose en el asiento, ya está como acero en mi mano, ¡mierda el calor me está subiendo también! Mis motores rugen a mil…
- ¡Víctor, tienes quinta qué bien! –me río feliz jugando con su palanca, mientras él clava las manos en el volante intentando desesperadamente concentrarse en el camino. ¡Diablos, cómo me enciende torturando de esta manera!
- Aurelia, por favor ¡qué estoy a punto de explotar! –me ruega tan afligido, tan tierno, mi bello potro.
Justo en ese momento nos detenemos en otro semáforo.
- ¡Pues explota! –le digo muy fresca, arreciando con mi pulgar en su frenillo.
Y disfruto perversamente viendo cómo Víctor se agita más y más a cada segundo, su pecho sube y baja a todo dar, está rojo como un tomate, y las personas del auto del lado detenido en el semáforo lo miran con curiosidad. Les agito mi mano libre en un alegre saludo y dejan de mirarnos con insistencia para cuchichear entre ellos.
Víctor ni siquiera los mira, el pobre está muy avergonzado, deseando ser invisible me imagino divertida y en cuanto dan la luz verde pisa el acelerador y sale disparado, encabritando al Lamborghini.
- ¡Iujuu…! –exclamo al mismo tiempo que el movimiento hace que mi mano le de un tirón a su sexo arrancándole un gutural gruñido muy sexy-. ¡Hey! Despacio con el acelerador –le advierto-, mira que ahora te voy a meter la reversa… y  siempre me cuesta un poco… -lo jalo ligeramente hacia arriba, luego hacia mí y para atrás.
Abre mucho los ojos y los labios, ¡se le corta el aliento! su pelvis comienza a convulsionar y su respiración es ya un excitadísimo jadeo, ¡luce jodidamente sensual así, tan desesperado por el deseo y conduciendo al mismo tiempo!
- Por favor –gime muy abrumado-, estos días sin ti me tienen al borde de la locura…
- ¿Quieres decir que te has mantenido en abstinencia, aunque no te puse la jaula? –eso me sorprende.
- Sí, por supuesto… mi cuerpo no existe si no está a tu lado…
- Ah, muy bien. Eso merece un premio; vamos a jugar al acelerador de motocicleta –se me ocurre una nueva tortura y me pongo a usar su ardiente miembro como si en realidad fuese el acelerador manual de una moto-. ¡Rooom, rooommm! –onomatopeyeo[2] con ganas, mientras revuelvo mi mano con intensos movimientos de muñeca alrededor de su duro y a la vez esponjoso acelerador.
Víctor se estremece de la cabeza a los pies, ¡y yo también ya estoy  a punto de ebullición! Mi sexo cosquillea muy inquieto gritando para entrar al juego, mientras él tiembla a punto de alcanzar el clímax. Puedo sentir la tensión de sus piernas que se endurecen bajo el bermudas, sus manos se agarrotan en el volante.
- ¿Te das cuenta de que estás a punto de acabar, mientras vas conduciendo por la costanera, rodeado de otros automovilistas? ¡Qué irresponsabilidad, Víctor! ¿No te da vergüenza? –lo critico aguantándome la risa, sin dejar de jugar al acelerador cada vez más y más rápido.
Mi mira tan agobiado que me da más risa todavía; el pobre hace un gran esfuerzo por concentrarse en conducir, y disimular al máximo para que los demás automovilistas que nos rodean no noten las fuertes oleadas de placer que lo estremecen. Estoy gozando a fondo el ser dueña absoluta de su cuerpo, de su sexo que no puede ni quiere escapar de mi exigente mano que juega despiadada a excitarlo, hasta dejarlo sin aliento para contestarme.
Paramos de nuevo en un semáforo y arrecio en la estimulación…
Víctor cierra los ojos, tiembla de ansiedad, está muy nervioso y se contiene no sé cómo diablos, está como un volcán reprimiendo su erupción a duras penas, hasta que me ruega con voz entrecortada:
- Ya no me puedo contener más, por favor…
- ¡Contrae los músculos, respira hondo! –le ordeno al mismo tiempo que lo suelto, pero como sigue convulsionando utilizo el bloqueo dactilar para que no arme un desastre en la consola del Lamborghini.
- ¡Ah…! –gime con un gruñido ahogado cuando le detengo en seco la eyaculación, presionando su conducto seminal.
- ¡Verde! –le muestro el semáforo como si nada-. Vamos conduce.
Avanza respirando en agitados jadeos. Una cuadra más allá su obelisco cae derrotado por mis expertos dedos y guardo mi juguete de regreso dentro del bermudas.
- ¡Eso estuvo genial! –exclamo satisfecha-. Me gustó mucho verte a punto de acabar en plena vía pública, ¡y conduciendo!
- Sin duda fue la experiencia de mi vida –resopla Víctor sonriendo bastante azorado, todavía con el calor del momento enrojeciéndole las mejillas.
- No te avergüences, ¡a nadie le importa lo que se me antoje hacer dentro de mi auto! Si vieras la de cosas que ha visto el interior de este Lamborghini…
Víctor me mira asombrado, por poco se pasa de largo una luz roja. Luego del frenazo, yo continúo:
- Puedo hacértelo de nuevo, hasta que te acostumbres… -le pongo la mano entre las piernas y comienzo a acariciarlo lentamente.
- ¿Otra vez…? –me mira abismado y se apura en mostrarme un letrero del camino-. Pero es que ya casi entramos a la carretera…
En efecto, íbamos a tomar la autopista rápida Troncal Sur, hacia el interior, así que mejor lo dejo en paz y me acomodo bien en mi asiento.
- Te salvó la campana –le sonrío abrochándome el cinturón de seguridad.
Entramos a la autopista y allí alcanzó los ciento cincuenta kilómetros por hora sin darse ni cuenta. El acelerado viento que entra por la ventanilla, alborota su hermoso cabello azabache, lo respira muy hondo terminando de serenarse, sus tentadores labios esbozan una sonrisa que es todo un misterio para mí, ¡mierda!, ¿cómo lo hace para no frustrarse ni molestarse con mis abusivos juegos? Ya ni siquiera parece recordar que le impedí acabar hace un momento. Ahora luce muy relajado, hasta feliz… sus fuertes brazos se extienden con seguridad hacia el volante…
Su buena disposición me saca chispas de envidia y prefiero no seguir analizándolo, ¡lo declaro un fenómeno masculino y punto! No me interesa tratar de entenderlo, me quedo sólo con su exquisito exterior… hum, se me antoja volver a apoderarme de su sexo, seguir jugando a excitarlo, pero a esta velocidad podríamos irnos al más allá en un pestañazo; sería el primer accidente de tránsito “por exceso de excitación”. Sonreí ante esa idea, y Víctor me miró hacia el lado.
- Tu sonrisa brilla más que el mismo sol –me dice fijando en mí sus seductores ojos verdes.
Le frunzo el ceño.
- No seas cursi y mantén los ojos en el camino. Veo que te gusta mucho conducir mi auto  -cambio el tema.
- ¡Es magnífico! Cuando era niño tenía autitos de colección, y el Lamborghini era mi favorito. Soñaba con conducirlo algún día y ya ves, ¡los sueños se hacen realidad!
- Ja… -hago una mueca no muy convencida. Aunque en realidad yo no tengo ningún sueño que quisiera ver cumplido. De pronto me asombro… ¿qué espero de la vida? Al parecer nada… Eso me deja una sensación desagradable; mi vida suena bastante vacía.
- ¿Por qué preferiste esta marca, antes que otras? –continúa Víctor muy entusiasmado-. ¿Tiene más caballos de fuerza que los otros que viste para comprar?
- No tengo idea de los caballos, sólo sé que este tiene un toro en el escudo, y lo escogí porque era el único de mi color favorito cuando lo compré.
- ¡Vaya…! –no lo dice pero me mira por un segundo sospechando la cantidad de millones que me ha costado-. Es tan suave que parece volar, apenas se siente la velocidad.
- De cero a cien en 3,9 segundos. El vendedor ponderaba mucho eso, aunque a mí sólo me interesaba que fuese de color dorado.
- ¡Uau, 3.9 segundos! –se fascina Víctor, ¡los hombres y sus cifras!
- Sí, es muy potente así que cálmate un poco con el acelerador o nos vamos a pasar de largo hasta Limache, ¡ahí viene nuestra salida! –le alcanzo a avisar antes de que se pase de largo.
Poco después llegamos al Jardín Botánico, a las seis y media de la tarde. En esta época cierran a las siete así que el hombre de la boletería nos advierte que sólo tendremos media hora para estar dentro.
- Sí, claro –sonrío ocultando mis planes.
Guío a Víctor por los senderos hasta llegar a la laguna y le indico que se estacione tras unos espesos matorrales de helechos, que dejaron al Dorado oculto a las miradas desde el camino.
- Ven, vamos a caminar… -le tiendo la mano y él la envuelve suavemente con la suya, grande y fuerte, capaz de defender mi indefendible honor a puñetazos, recuerdo el incidente con Lobo y Toro.
- Este lugar es maravilloso, parece un paraíso escondido –comenta Víctor tendiendo la mirada por entre la exuberante naturaleza que nos rodeaba.
- Sí, me fascina. Mi parque pretende parecerse a esto, ¿ves allá el puente japonés? Aunque el mío es en miniatura –caminamos por un sendero bordeado de especies nativas que se abovedan sobre nosotros dándonos su fresca sombra, hasta que salimos a un prado. Más allá está la laguna Linneo, hacia donde me dirijo sin prisa.
- Tu parque es muy especial –comenta Víctor quedamente, como si no quisiera romper el encanto que nos hace parecer una pareja normal, igual a las otras que se ven paseando de la mano por los senderos-, pienso que se puede conocer el alma de una persona, a través de su jardín…
Lo miro sorprendida por semejante idea.
- ¿De dónde sacaste eso, te lo enseñaron en tus dos semestres de paisajismo?
Suelta una sonrisa fresca, que lo hace verse mucho más joven, más bello aún, si es que eso es posible.
- No, es sólo un pensamiento personal –me contesta.
- Pues me parece que estás equivocado, si así fuera, tendría que plantar sólo cardos, espinos y plantas carnívoras en mi jardín.
Me mira preocupado y permanece pensativo.
Salimos al prado que bordeaba la laguna, el canto de la naturaleza llena nuestro silencio; unos grandes nenúfares se mecen serenos en la superficie, más allá nadan unos blancos gansos, cerca de la pequeña glorieta que se alza como un muelle al interior de las verdes aguas.
- ¿Por qué dices eso, Aurelia? –replica Víctor-. No creo que en tu alma haya cardos y espinos…
- Tú, más que nadie debería creerlo; ya casi te he matado a golpes varias veces.
Respira hondo como ante una verdad irrefutable, y luego insiste en ser gentil hasta el último extremo:
- No ha sido tan grave. La vida de un esclavo es así y yo me considero afortunado con el ama que me tocó; viendo el tema en internet, hay amas que humillan y tratan como perros a sus esclavos las veinticuatro horas del día. Tú, en cambio, me has hecho sentir más hombre que perro, me has hecho experimentar más placer que dolor…
Me detengo en seco y suelto su mano para mirarlo muy fijo. Víctor parpadea preocupado, temiendo haberme ofendido.
- Debe ser porque no soy una verdadera ama –le contesto molesta-. Te dije desde un principio que no sigo esas normas del BDSM… sólo me dejo llevar por mis instintos.
- Lo siento, no quise molestarte…
- No me molesta, ¡me frustra! Si ni mi esclavo me considera una ama como debería ser, ¡jamás me crearán los del ambiente bondage! Creo que le diré a Charlotte que no voy a ir a España con ella.
- España, ¡es verdad! me hablaste de ese viaje –recuerda Víctor.
Llegamos al puente de arco japonés, hecho de piedra, y lo remontamos en silencio hasta que yo continúo:
- Charlotte es una ama de verdad que conocí por internet. Tiene un sumiso llamado Javier, al que le dice Javo. Cuando le conté que yo era un ama novata y mi sumiso también, me ofreció llevarte a su casa un par de semanas para darte el entrenamiento básico pero no quise. Pensé que sería demasiado extremo para ti… -traducción: No quiero que ninguna mujer te ponga las manos encima, mientras seas mío-. Ella me invitó a una reunión privada de BDSM, del 7 al 9 de marzo en una finca en España, a la que jamás llegaría sin invitación de un miembro del grupo. Me entusiasmaba la idea de ir para obtener información de primera mano para mi novela, pero creo que será imposible; ni yo soy una buena ama ni tú pasarías nunca por un verdadero sumiso. Ya lo decidí, mañana le diré que no voy con ella. 
Llegamos al otro lado del puente. De las parejas que se veían antes paseando a lo lejos, ya no queda ninguna. Tras unos segundos, Víctor me dice con entusiasmo:
- Podemos intentarlo, si es el 7 de marzo todavía nos queda tiempo para practicar, yo podría…
- No, Víctor –lo corto en seco-. Ya lo decidí, no voy a ir. Dentro de dos semanas tu contrato conmigo termina y podrás volver a tu vida normal y olvidarte de toda esta pesadilla.
- No ha sido una pesadilla para mí, al contrario yo…
- ¡No quiero hablar más del tema! –alzo la voz con imperiosa firmeza.
Víctor me mira abrumado y al mismo tiempo algo llama su atención tras de mí, me volteo y veo una camioneta del parque que recorre los senderos revisando que todos los visitantes hayan salido, antes de cerrar. Está lejos y por el ángulo del camino todavía no puede vernos.
- ¡Ven, vamos! –lo tomo de la mano y corro por el largo y estrecho puente que se interna en la laguna flotando sobre sus aguas hasta una pequeña glorieta de abiertas columnas.
Entramos corriendo a la glorieta y me tiendo a lo comando en el suelo para esconderme tras el bajo muro de pequeños pilares. Víctor me imita lanzándose cuerpo a tierra cual feroz comando.
Desde allí atisbo por entre los pilares hasta que veo alejarse la camioneta, sin descubrirnos.
Víctor me alza las cejas con divertida curiosidad.
- ¿Qué estamos haciendo? –me pregunta riendo.
Lo miro ofuscada; su alma siempre alegre y optimista me da una feroz envidia. Me acomodo mirándolo tendida de costado, él hace lo mismo y yo atrapo con brusca posesividad su cabello entre mis dedos.
- No estés tan divertido, Víctor, acabo de secuestrarte –me abre grandes los ojos sin perder la sonrisa, y yo continúo-. El Jardín Botánico cierra a las siete así que ya nos quedamos encerrados aquí, sin que nadie nos moleste hasta mañana-. Te voy a disfrutar a mi antojo en medio de la naturaleza, durante toda esta noche –le anuncio amenazante dándole un tirón más fuerte.
Víctor aprieta los ojos por el tirón y al abrirlos brilla en ellos el fuego del apasionado amante que bulle en su interior.
- Soy tuyo sin necesidad de que tengas que secuestrarme –me dice con voz cargada de deseo.
- ¡Silencio, yo hago lo que quiero! –le doy un nuevo tirón de cabello y entreabre los labios pero no vuelve a hablar. En sus ojos relampaguea una silenciosa y apasionada expectación.
El húmedo aroma de la laguna excita mis sentidos, me hace sentir selvática, una amazona en llamas en medio del chapoteo de los gansos y el concierto de las aves, las ranas y los grillos, que arman su escándalo de siempre al caer la tarde.
Me incorporo sobre las rodillas, Víctor me imita… algunos mosquitos vuelan amenazantes a nuestro alrededor, preparándose a picarnos… ¡Al diablo, que nos piquen! Le quito en un segundo la camiseta y me voy salvaje directo a morder sus pezones… él echa atrás la cabeza conteniendo un gemido y sólo me doy cuenta de que lo hice demasiado fuerte cuando siento algo tibio en mis labios, lo he hecho sangrar… pero lejos de detenerme, eso me desboca como a una fiera en plena cacería. Lo empujo  hasta hacerlo quedar tendido sobre el suelo y mis manos desabrochan hábilmente sus bermudas… se los bajo de un tirón y su sexo aparece al desnudo de inmediato, ya está erecto.
- ¡Me gusta que no uses ropa interior! –exclamo excitada ante esa magnífica visión.
- Me dijiste que no usara demasiada ropa –me responde con sus ojos echando fuego y las pupilas muy dilatadas.
Termino de quitarle los bermudas y hago volar lejos sus zapatillas sin calcetines… Me siento como una niña pelando su dulce favorito, hasta que allí está, tal como me gusta tenerlo, ¡completamente desnudo para disfrutar a mi antojo de todo su exquisito cuerpo!
Saco el cinturón de su bermudas y descubro una sombra de inquietud en su mirada al verlo en mis manos, quizás cree que voy a darle de correazos con la hebilla como la otra vez…
- Las manos sobre la cabeza, voy a atarte –lo saco de dudas.
Víctor sube las manos obediente y uso el cinturón para atárselas juntas por entre los pequeños pilares que forman la baja pared la glorieta. Luego me quito el peto y lo dejo deleitar su mirada en mi sexy sujetador de encaje sólo por unos segundos, porque de inmediato saco una venda negra que traigo en un bolsillo de mi mini short. Me mira desolado cuando comprende que no le permitiré seguir contemplándome, pero no protesta cuando le cubro los ojos.
Me remuevo ubicándome entre sus piernas y se las separo con las mías, abriéndoselas muy forzadas. Como no tengo una barra se las sujeto con mis palabras:
- Mantén las piernas así, ¡muy abiertas para mí! –le ordeno muy déspota.
Al ver ese magnífico cuerpo así desnudo, atado, cegado, sometido por completo a mi voluntad, una excitación animal me hierve en las venas… Me quito el sujetador y me lanzo sobre él… su pecho se estremece al contacto del mío, ¡qué exquisita sensación su ardiente piel desnuda fusionándose con la mía! Hasta puedo sentir la vida palpitando en los intensos latidos de su corazón… el mío también se acelera locamente, ¡entre los dos tocan una rápida y estrepitosa batucada![3] Una electrizante sensación de placer me recorre entera hasta fluir en la humedad de mi sexo… y caigo sobre sus labios para besarlo desenfrenadamente, al mismo tiempo que comienzo a moverme para frotar mi mini short contra su dura erección… Su boca se abre para recibir con ansias mi lengua, y la suya responde con pasión mis avasalladores embates, hasta que la someto sujetándola con mis dientes y empiezo a succionarla como si fuese su sexo…
Víctor gime desesperado por la excitación, derramando su aliento jadeante cada vez más de prisa sobre mi boca… Su viril miembro ya arde como acero al rojo vivo entre mis piernas…
Cuando al fin dejo de besarlo él inspira hondo para recobrar el aliento y de pronto deja escapar las peores palabras que se le pudo ocurrir decirme:
- ¡Te amo, Aurelia, te amo!
Me echo atrás engrifada, ¿por qué mierda tenía que decir justo esas malditas palabras que tanto aborrezco?
- ¡Cállate! –le grito rabiosa-. ¡Esto no tiene nada que ver con el puto amor!
- ¡Sé que te molesta el tema! –replica con urgente vehemencia-, por eso no había querido decírtelo, ¡pero ya no puedo contener más los sentimientos que rebosan en mi corazón!
Lo miro abismada… ¿Sentimientos? Para mí el sexo es poseer, dominar, obtener todo el placer que quiera y luego desechar. Intento hacerlo entender:
- Esto no tiene nada que ver con los sentimientos, es sólo sexo; algo real, físico, ¡verdadero! En cambio el maldito amor ese del que hablas no es más que un puto mito sobrevalorado.
- Pero lo que yo siento por ti es verdadero y…  
- ¡Silencio! –lo hago callar violentamente con el pasado desgarrándome las entrañas y el feroz monstruo emergiendo de mis abismos, desatado, ya sin control-. Lo que sea que sientas por mí, ¡olvídalo! Yo no quiero tu amor ni tus sentimientos ni nada, ¡yo no necesito que me llenes los oídos con esas mentiras, como estas acostumbrado a hacerlo con las mujeres para follártelas!
- No, yo no soy así…
- ¡No me interesa cómo seas! Ya es hora de que te des cuenta de cómo soy yo realmente; no soy una mujer para amar, Víctor, ¡así que no vuelvas a mencionarme esa mierda! Harías mucho mejor odiándome ¡y para ayudarte ahora mismo voy a darte motivos! –le grito a la cara y tomando mi peto lo amuño con fuerza-. ¡Abre la boca, ábrela bien y no te lo quites! –le ordeno y se lo meto muy bruscamente.
Sufre algunas arcadas pero no me importa; la boca le queda tan llena con mi despiadada mordaza que comienza a respirar forzadamente sólo por la nariz, pero no hace amago de quitársela.
De inmediato me desnudo para apoderarme de su sexo con el mío, ansioso y ardiente… lo hago con iracunda violencia, de tal manera que mi embate golpea sus testículos, mis nalgas rebotan en sus caderas y lo veo retorcerse de dolor bajo mi cuerpo, al mismo tiempo que lo siento entrar muy profundo en mí, en toda su dotada extensión… Sé que le causé dolor y lo hice a propósito, ya no soy yo, el antiguo rencor me gobierna, soy un monstruo sin control ni compasión, ¡ávido de venganza! Y comienzo a moverme encima de él, apretando con mis fuertes músculos internos su sexo, mientras subo y bajo, cada vez más a prisa, exigiéndole complacerme con imperiosa brusquedad, mis senos desnudos brincan frente a mis ojos que tengo clavados con rabia en ese rostro amordazado y vendado, contra el que  desato una ácida lluvia de palabras:
- ¡Esta soy yo, cardo y espinos, no te equivoques conmigo! –lo cabalgo amazónica, con un ritmo cada vez más salvaje, que hace que  el placer vaya en feroz aumento por todo mi ser-. ¡No te hagas falsas ideas, no soy una princesita encantada que con un beso volverá a ser buena y pura! ¡Soy mala, cruel y despiadada, entiéndelo de una maldita vez, Víctor!
Le grito mientras él se esfuerza en respirar sólo por la nariz, ahogado por la mordaza y la excitación que ya lo hace encabritarse debajo de mí; sus caderas se mueven a mi ritmo, yo subo y bajo sintiendo penetrar hasta lo más hondo de mí su endurecido miembro que crece más y más, agigantándose llenándome de placer, mi corazón se desboca a mil por hora, tocando redobles de guerra, gimo, jadeo, hasta que se me corta el aliento, la vibrante oleada de placer me estalla como un geiser desde lo más íntimo y toda la ira, el pasado, la sed de venganza, ¡todo se desvanece en aquel vacío sublime, que deja mi mente en blanco!
Me quedo suspendida entre la vida y la muerte, en esa nada exquisita en donde se disuelven la rabia y el odio, y ya no existe nada ni nadie más fuera de esa adictiva satisfacción, esa plenitud sin pensamientos que es precisamente la que me hace buscar una y otra vez esta deliciosa paz post orgásmica… Justo por esto, me hice adicta al sexo desde los dieciséis años.
Esto es lo único que yo busco en el sexo; olvidar, dejar de sentir, dejar de pensar, dejar de existir por un instante... Si tan sólo este efímero momento pudiese durar eternamente…
El efecto se desvanece demasiado rápidamente para mi gusto y fuerzo a mi lánguido cuerpo para lanzarme de nuevo tras aquel vacío liberador; utilizo a Víctor como un simple objeto para conseguir embriagarme de mi droga favorita...
Lejanamente apenas me doy cuenta de que él se está conteniendo… yo alcanzo casi de inmediato mi segundo orgasmo y él aún no acaba ni una sola vez… No me importa, ¡mejor para mí! No me  preocupa en lo más mínimo su ahogada respiración por la mordaza, ¡lo castigo una y otra vez con mi deseo salvaje, déspota! Lo obligo a complacerme sin darle ni un segundo de tregua… me muevo sobre él arriba y abajo, ruda, desbocada, hambrienta, aprieto su sexo con mis expertos músculos y tiro de él hacia atrás hasta hacerlo gemir, ¡jadea ahogadamente, tiembla y se arquea de placer debajo de mí! Cuando ya voy en mi cuarto intenso orgasmo, él no se aguanta más y acaba como una erupción volcánica, se encabrita como un potro salvaje en plena doma, me hace subir y bajar sobre su pelvis, resoplando ruidosamente por la nariz al no poder respirar por la boca…
Por fin se desploma pero no le permito descansar, me giro sentada sobre él, retorciendo levemente su miembro que no dejo escapar de mi interior, eso lo hace sacudirse espasmódico y gemir, sé lo sensible que está su sexo tras el orgasmo, pero deseo ser cruel y lo aprieto con fuertes contracciones musculares que le arrancan guturales gruñidos… todo su cuerpo ya está empapado… lo absorbo posesiva hasta el fondo de mi intimidad y muevo en círculos mis caderas, perdiéndome en la intensa sensación de placer, apenas oigo lejanos sus desesperados gemidos bajo la mordaza, no me importa, le estoy dando la espalda a su cara y humedezco mi dedo índice en la boca, le abro más las piernas con las mías enganchándole mis pies bajo las rodillas y voy en busca de su botón disparador más erógeno…
Víctor se paraliza por un segundo al sentir mi dedo allí en su muy personal entrada, se lo introduzco unos centímetros y su pecho se agita balanceándome arriba y abajo como una alfombra mágica… muevo mi intruso dedo hasta tantear su almendra detonadora, y bastan unos cuantos segundos de mi experta estimulación para revivir su sexo prisionero en mi interior, ¡lo siento crecer en llamas, vibrante, poderoso, gigantesco! En esta postura llega más profundo… retiro mi dedo, apoyo las manos en sus rodillas que le tomo y flexiono hacia arriba muy separadas y comienzo a cabalgarlo así de espaldas, muy lentamente… le hago círculos con las caderas, ¡me fascina arrancarle angustiados gemidos al hacerlo! Mis orgasmos no tardan en regresar mientras me lleno de placer muy despacio primero… luego acreciento el ritmo con frenesí y disfruto mis éxtasis que se suceden unos tras otros, sin parar, como fuertes aleadas huracanadas.
Soy multiorgásmica, ¡puedo durar horas en mi hobby favorito! Mientras estoy en eso el tiempo deja de existir para mí. No sé cuánto rato ha pasado, pero sus estúpidas palabras todavía me resuenan como veneno dentro del alma… “Te amo…” ¡Maldita sea, cómo odio esas dos palabras! Le exijo sin importarme que ya esté casi inconsciente por la mordaza que lo asfixia y me fuerzo a mí misma enrabiada, mi cuerpo arde pero mi alma es un témpano de hielo, tan congelada que mis lágrimas se han cristalizado y desde hace muchísimos años que ya no brotan… me siento tan vacía por dentro… no lo estoy disfrutando… ¿Cómo osan llamar a esto hacer el amor? ¡Yo sólo siento rabia, odio y rencor al hacerlo! Jamás desde que empecé mi vida sexual he sentido nada más que eso; siempre he usado el sexo únicamente para dejar de pensar, dejar de recordar… Sin sentimientos, sin emociones, ¡tan sólo follo desenfrenadamente hasta dejar de respirar! 
Cuando tengo sexo como una salvaje mi mente se anula y mi cuerpo disfruta libremente el frenesí de las sensaciones carnales, justo como ahora… Las oleadas de placer son cada vez más intensas, más arrasadoras dentro de mí, estoy empapada entera, tiemblo estremecida, ¡mi cuerpo ya no da más! Mi mente está embotada, ahogada en mi más deliciosa droga de cócteles químicos y hormonales… Como en otra dimensión percibo que él se corre de nuevo, ¡vaya aguante de mi potro! Yo exploto al mismo tiempo y sé que eso es todo, ya no doy más, libero al fin su sexo me volteo y caigo desplomada sobre su agitadísimo pecho.
Me quedo allí reposando, oyendo el fuerte tambor tribal bajo su pecho mientras floto muy lánguida en mi exquisito vacío con los ojos cerrados… De pronto una ligera brisa me enfría el empapado cuerpo y abro apenas los ojos, extenuada… Las estrellas brillan en todo su esplendor sobre nosotros. ¿A qué hora anocheció? Miro a Víctor y no sé si está dormido o desmayado.
Como si volviera de una pesadilla o un trance, me doy cuenta de lo brutal que fui con él y eso es raro en mí porque no suelo auto criticarme. Justo en este momento con cualquier otro tipo yo estaría saliendo de la ducha, vistiéndome y marchándome tras dejarle su paga en el velador, sin importarme un comino el estado en que lo hubiese dejado. ¿Por qué Víctor me hace sentir diferente?
Me incorporo sentada a su lado y lo miro en silencio, buscando la respuesta en mi interior… Debe ser porque es el primero con el que estoy más de una vez. Es la cercanía, como cuando era niña y después de mirar de cerca a una hormiga ya no pude matar a ninguna más… Creo que eso me pasa ahora, he mirado demasiado de cerca a este bello ejemplar masculino.
Le quito rápidamente la mordaza y Víctor respira muy profundo por la boca mientras le saco la venda. Sus ojos parpadean y me miran muy fijo, aunque evidencian su agotamiento un intenso fuego brilla en ellos, sosteniendo una expresión que me parece al borde de la adoración… ¡Mierda, creo que no he logrado que me odie! Me siento frustrada pero más que nada confundida. Él es muy extraño y me está contagiando sus rarezas. Le suelto las manos y le exijo:
- Ponte de pie y recoge toda la ropa.
Salgo rápido de la glorieta caminando desnuda. Quiero dejar de pensar en Víctor y me centro en la naturaleza… luce mágica a la plateada luz de la luna menguante que baña exquisita mi piel y me hace sentir como un espíritu del bosque.
Víctor me alcanza en el puente que une la orilla con la glorieta y caminamos juntos, bordeando la laguna.
La luna dibuja un ondeante camino blanco a lo largo de sus quietas aguas, mi mirada se pierde hacia allá, pero de pronto atisbo de soslayo que Víctor no admira el paisaje sino tan sólo a mí. Al llegar al puente de arco ya me siento dueña de mí misma otra vez, el monstruo regresó agotado a su abismo y ya puedo hablar más calmada, más cercana a un ser humano ligeramente racional:
- No debiste mencionar esa estupidez del amor –le reclamo como si él fuese el perverso y yo la víctima-, no me interesa y sobretodo odio que me digan esa mierda de “te amo”, realmente me molesta, me saca de mis casillas y si pierdo el control no respondo de mis actos –si pretende ser una explicación de mi explosivo arrebato de ira es bastante pobre, pero Víctor no parece molesto ni menos esperar una explicación.
- Lo siento, Aurelia, no fue mi intensión molestarte.
¿Otra vez es él quien se disculpa conmigo? ¡Diablos!, insisto en que es demasiado gentil y tierno para estar cerca de mí. Aunque tampoco deseo perder su escultural cuerpo, ¡es el mejor amante que he tenido! Ningún otro ha soportado jamás mi maratónico ritmo ninfomaníaco, como acaba de hacerlo Víctor.
Bajamos del puente y me desvío del camino hacia la hierba que siento hundirse exquisita y fresca bajo mis pies desnudos. La sensación de caminar ambos al natural bajo el manto de estrellas es muy excitante, primitiva, como Adán y Eva en un nuevo paraíso… Eso sería genial, empezar de cero sin pasado, sin memoria…
- Deja la ropa por ahí –le indico el suelo al pie de un robusto árbol que mira hacia la laguna.
Lo hace y luego me mira preocupado:
- ¿No vas a vestirte?, hace frío –me dice como si fuese un caballero andante atento a proteger y cuidar a su débil dama-. Debimos traer unas mantas…
Puede que él sea un caballero pero yo no soy una frágil damisela. Aunque tal parece que todavía no logro hacer que él se de cuenta.
- Las mantas están en la cajuela del Dorado –le respondo fastidiada por su actitud protectora-, junto con una nevera con comida. Vamos a buscarla, me muero de hambre.
- Si quieres, yo voy a buscarlas y vuelvo corriendo.
¡Ahí está de nuevo el caballero andante!
- No, vamos juntos.
Cortamos camino a través del parque, esquivando los senderos. Víctor parece una deidad de los bosques en su magnífica desnudez que me atrae como un imán. Lo abrazo para contrarrestar la brisa fría y camino apegada a él.
- Abrázame –le ordeno imperiosa sólo para quitarme el frío.
De inmediato Víctor me rodea con sus brazos, tan fuertes y tan sutiles a la vez y me envuelve en el cálido abrigo de su cuerpo que al instante me quita el frío, porque su piel desnuda emana una calidez profunda que parece brotar de lo más hondo de su ser… Nunca antes experimenté algo así con ningún hombre… me estremecí.
- Aurelia, ¿estás bien? –se preocupa él-. Debes estar cansada, necesitas comer algo, permíteme por favor… -habla rápidamente y como si no le costase nada me alza en sus recios brazos, y camina más rápidamente hacia el auto.
Me parece que floto en el aire. En verdad estoy muy cansada así que le permito llevarme en sus brazos. Rodeo su cuello con los míos y me acurruco en su ancho pecho, inspirando hondo su exquisito aroma. No es el caro perfume que le compré, es su piel la que exuda por cada poro esa perturbadora fragancia a hombre que me recuerda a la madera fresca recién cortada… Cierro los ojos y me adormezco volando en sus brazos.
- Llegamos al auto –me avisa Víctor despacio, creyendo que me he dormido.
Abro los ojos y cuando me incorporo sobre su pecho, me deposita suavemente en la hierba. Allí de pie, desnuda, de pronto me da un ataque de risa.
- ¿Qué pasa? –me pregunta Víctor sonriendo encantado.
El simple hecho de verme reír parece hacerlo el hombre más feliz del planeta.
- Es que las llaves están en el bolsillo de mi short –le contesto riendo y él se larga a reír también.
Su risa fresca y juvenil me parece música de los espíritus del bosque.
- Vuelvo enseguida –me dice y echa a correr como un bellísimo elfo desnudo, perdiéndose entre la espesura del oscuro follaje.
No tardó en regresar con nuestra ropa y sacamos las cosas del auto. Rápido y atento, armó el picnic en un pequeño claro escondido de la vista de los senderos entre altos macizos de helechos. Prendió una discreta lamparita de camping, tendió una manta sobre la hierba y me ofreció la otra para cubrirme. Yo todavía no quería vestirme; me parecía exquisita mi desnudez a la luz de la luna y más todavía contemplar la suya.
Víctor abrió la nevera, desplegó su contenido sobre la manta-mantel y yo comí con avidez; más educado, él intentó disimular su apetito.
Miré al cielo adivinando la hora en las estrellas; debían ser las diez de la noche. Todavía me quedaban muchas horas para disfrutar a mi fina sangre árabe…
- Eso es, come para que repongas tus fuerzas –se me escapa en voz alta y Víctor me mira parpadeando rápido, con el emparedado suspendido en el aire frente a sus labios-. Quiero disfrutarte sobre la hierba hasta el amanecer –le revelo mis fogosas intenciones y traga fuerte, sus ojos arden apasionados e intenta decirme algo pero no lo dejo-. ¡Ah, ah! Silencio, sigue comiendo, calladito te ves más bonito. No quiero oír más esas palabras que me hacen enfadar, y espero que ya te haya quedado claro que no soy una tierna princesita y que lo único que me interesa de ti es tu cuerpo.
Una extraña sombra opaca su mirada, lo noto a pesar de la semi oscuridad que nos envuelve pero no me importa, sólo le dije la verdad y luego seguí comiendo mi emparedado sin el menor remordimiento.
Como plaga de langostas, no dejamos ni una migaja.
Víctor guardó la nevera en el Dorado y regresó a sentarse a mi lado. Yo estaba envuelta entera en la manta, él se abrazó las rodillas aguantando el creciente frío con espartana entereza. Nunca se queja, nunca protesta, ¡vaya jodido domino propio que posee!
Abro la manta hacia su lado.
- Ven aquí –lo llamo y gatea rápidamente hacia mí. Se acurruca a mi lado y yo nos envuelvo a ambos muy apretados con la manta.
¡Ah, qué maravilla el electrizante contacto de su cuerpo desnudo! Creo que empiezo a hacerme adicta a él.
- Estás fría –se inquieta otra vez por mí, Víctor-, quizás deberías vestirte antes de que pesques una gripe.
Lo miro hacia el lado, nuestros rostros están a la distancia justa de un beso pero me distrae un pensamiento aguijoneante:
- ¿Qué tengo que hacerte para que me odies, Víctor? –le pregunto mirándolo muy fijo a los ojos.
Esos oasis verdes brillan sorprendidos al responderme:
- ¿Por qué quieres que te odie?
- Porque sé manejar mejor al directo y sincero odio, que a su rebuscado e hipócrita antagonista que no quiero ni mencionar, ya sabes cuál.
Víctor sonríe al replicar:
- Jamás te odiaré Aurelia, por más que te esfuerces.
- Entonces, ¿ni siquiera estás un poco molesto por todo lo que te hice en la glorieta?
Sus ojos danzan traviesos e intensos a la luz de la lámpara de camping, hasta me parece escucharlos reír.
- ¿Es broma? –me pregunta-. Eso fue increíble, ¡me elevaste al paraíso de paraísos del éxtasis!
- ¡Mierda, Víctor, si casi te asfixié con esa mordaza y por poco te exprimo hasta el cerebro!
Se encoge de hombros, sonriendo sensualmente:
- Gajes del oficio de esclavo, si a mi dueña le agrada el sexo rudo y ultra exigente, ¡pues yo me adapto sin problemas a sus deseos!
Niego rotundamente con la cabeza.
- No puedes ser tan jodidamente positivo, Víctor, ¡algo debe hacerte enfadar! A alguien debes odiar en el mundo al menos un poquito, vamos confiésalo, ¡nadie es tan bueno!
- Intento no odiar a nadie; el odio es un veneno muy corrosivo para el alma.
- No te creo. ¿Ni siquiera estás molesto por la súbita muerte de tus padres? Me dijiste que fue en un accidente de tránsito…
- Sí, un camión con acoplado se vino de frente contra su auto… el chófer se escapó, nunca lo encontraron.
- ¿Y me vas a decir que no odias a ese hijo de puta que mató a tus padres y se largó sin tratar de ayudarlos?
 La bella sonrisa de Víctor escapa a perderse tras mis palabras. Admito que fue un golpe bajo, pero es que me molesta que alguien sea tan noble y de buenos sentimientos. Es como una luz demasiado potente que me muestra a gritos mi mísera oscuridad.
Él baja la mirada y tras unos segundos me responde con voz queda, casi en un susurro:
- No… no odio a ese hombre, Aurelia. Mis padres no descansarían en paz si así fuera, porque estaría faltando a los principios que me inculcaron. Mi odio no haría que ellos regresaran, tampoco el que yo juzgue a ese hombre, porque el juicio es de Alá y algún día tendrá que rendirle cuenta de sus actos.
- Alá… -musito pensativa-. ¿Tampoco estás molesto con tu dios, por no haber impedido ese accidente?
Víctor me mira con una profundidad que me hace estremecer; sus intensos ojos ribeteados de negro dicen mucho más de lo que pronuncian sus labios:
- Alá es sabiduría… La sabiduría no puede equivocarse...  
Sacudo la cabeza con violencia.
- ¡Esas son sólo estúpidas palabras de conformidad! –mi protesta es fuerte e intensa-. Eres imposible, Víctor, el jodido tipo perfecto –ironizo ofuscada alzando los ojos al cielo-. No se puede conversar contigo si ocultas tus verdaderos pensamientos tras bonitas frases hechas, ¡buf!
- Pero yo no oculto mis… -replica Víctor pero no lo dejo seguir.
- ¡Ya no quiero seguir hablando del tema!
Asiente en silencio y respira profundo. La conversación lo deja pensativo y algo triste… ¡y me sorprende mucho descubrir que no me gusta verlo así! Es el primer hombre al que no quiero ver triste ni abatido; al contrario deseo ahora mismo de regreso su hechizante sonrisa.
- Sujeta la manta –le ordeno y al hacerlo sus manos quedan ocupadas al frente cerrando nuestra íntima carpa.
Sólo nuestras cabezas están fuera y Víctor me mira sorprendido cuando mis manos comienzan a recorrer su cuerpo. De inmediato sus ojos su vuelven de fuego… hablan muy claro y me dejan ver hasta el fondo de su alma, pero yo no quiero oír lo que me gritan en su vehemente silencio… Esto no se trata de amor; es sólo carne, piel, deseo puro y sincero, ardiente excitación corriendo a raudales por las venas…
- No me mires, ¡mira las estrellas! –le ordeno imperiosamente para desviar de mí esos ojos inquietantes-. Dime todos los nombres que sepas de ellas –le exijo caprichosa, mientras me muevo bajo la manta hasta sentarse sobre sus muslos para quedar frente a frente, muy apegados nuestros cuerpos, casi como uno sólo.
Abrazo su cintura con mis piernas, engancho los tobillos tras su espalda y se la acaricio despacio con mis talones, mientras mis manos hacen lo mismo con sus esculpidos brazos… En pocos segundos nuestra piel ya no está fría, nos encendemos rápidamente formando un vaho cálido bajo la manta...
- No te oigo nombrar las estrellas –le exijo concentrarse en la tarea que le di.
- Sirio… Betelgeuse… Aldebarán… -trastrabillan las palabras de Víctor que se esfuerza en enfocarse en su observación astronómica, mientras yo lo acoso con mis caricias cada vez más ardientes.
- Rigel… el Cinturón de… de… -se interrumpe y su respiración se agita, porque de un veloz movimiento conecto mi húmedo puerto USB a su ya muy erecto penedrive[4].
La portentosa conexión me llena toda, ¡el hardware está instalado y listo para ser usado! Me sube el calor y ya no lo dejo seguir hablando; me apodero a dos manos de su cara y lo beso como si fuese a acabarse el mundo… Sus manos siguen ocupadas cerrando la manta detrás de mi espalda, mientras las mías se escapan libremente a recorrer todo su cuerpo… Revolotean por su pecho jugando con sus pezones, lo hago respingar con un par de malignos pellizcos y me río dentro de su boca sin dejar de besarlo… jadea muy excitado, ¡tan receptivo! Mis manos bajan quemantes hasta su firme trasero y se apoderan de él, masajeándolo en redondo… Mordisqueo con ansiedad sus exquisitos labios, tan húmedos, cálidos y carnosos... los saboreo con mi lengua, los exprimo con mis labios…
Siento agigantarse dentro de mí su ardiente acero, la placentera sensación me quita el aliento y suelto su boca para ordenarle:
- Abrázame con tus piernas a la cintura, y balancéate adelante y atrás, ¡sígueme el ritmo!
Me mira asombrado y apasionado, y al seguir mis instrucciones formamos un erótico balancín que me propicia una alucinante penetración ¡ultra profunda! Tanto cuando yo voy adelante, como cuando él se inclina sobre mí… El hueso de su pelvis estimula el mío justo sobre el clítoris a un nivel tan intenso que me quita el aliento, y me hace retorcer por dentro en fuertes espirales de creciente placer… Gimo, jadeo y gimo más fuerte… ¡Ah, es demasiado placer! Sus sueltas caderas, su pelvis, todo él se mueve a la perfección y encaja de maravilla con mi cuerpo… No tardo en sentir las salvajes ráfagas de excitación corriendo por mi sangre, quemantes, estremecedoras, mi sexo palpitante y húmedo… tiemblo de la cabeza a los pies y acelero el ritmo, instintiva, animal, ¡quiero más y más! Lo devoro ávidamente en cada alucinante balanceo... ¡ya ardo en llamas! Abro mucho la boca tratando de atrapar más aire, mientras gimo, me retuerzo y gruño como una leona salvaje… al mismo tiempo Víctor jadea y suelta roncos bramidos mientras seguimos meciéndonos como en el Barco Pirata de los juegos mecánicos, tú hacia mí, yo hacia ti… la estimulación es tan intensa y profunda que nuestros sexos arman una hoguera en la que ardemos ¡a punto de quemar la manta que nos envuelve!
De pronto siento venir mi orgasmo como una avalancha, ¡es apoteósico! y acabo gritando tanto que dejo sordos a los grillos del prado… asciendo hasta las nubes y floto feliz en el máximo vacío post orgasmírrico[5], mientras mi estupendo semental hace un esfuerzo sobrehumano por contenerse para poder seguir complaciéndome… Ya sabe que no me satisfago con poco.
Lo siento estremecerse contrayendo sus músculos íntimos mientras intenta respirar hondo entre sus fuertes jadeos. Le cuesta tanto detenerse antes de acabar utilizando el sistema tántrico que le he enseñado, que de seguro su orgasmo se fue a la mierda. Sin embargo, cuando abre los ojos esas magníficas joyas verdes me miran con un inquietante brillo de adoración.
- Aurelia, eres una diosa –me dice con voz profunda, tan estremecedoramente sensual-, ¡mi cuerpo no existía antes de ti! Eres la verdadera pasión, eres el fuego vivo del placer quemándome hasta el alma, ¡no imaginas cuánto te…! –se interrumpe de golpe ante mi mirada asesina, pero continúa enseguida-, ¡…te deseo, no sabes cuánto te deseo! –termina la frase y me queda la duda de que tal vez iba a decir ese estúpido “te amo”, otra vez, pero alcanzó a corregirse a último momento.
- ¿Es cierto eso, Víctor, sólo me deseas? –lo increpo mirándolo fijo a los ojos-. ¿Y qué hay de esa ridícula declaración de amor en la glorieta? Porque te recuerdo que entre nosotros sólo existe un contrato de trabajo y si lo estás mezclando con tus sentimientos que entre paréntesis no me interesan, vamos por mal camino con este asunto y quizás deba buscar a alguien más profesional.
Se tarda en responder y cuando al fin lo hace su mirada se pierde hacia la laguna:
- Discúlpame… fue al calor del momento, siempre digo lo mismo… a la mayoría de las mujeres les gusta oírlo en esos instantes íntimos, ya sabes… No te preocupes, no hay sentimientos de por medio.
- Excelente, entonces ya te enteraste de que yo no soy como todas las mujeres, así que no me interesa escuchar tus cursis discursos climáxticos[6], y ahora guarda silencio o voy a amordazarte. Te permito gemir, jadear, ¡hasta aullar como un lobo en celo!, pero nada de hablarme, ¿entendido?
Víctor me mira desolado al responderme:
- Entiendo, no volveré a hablar –el deseo contenido aún brilla en sus intensos ojos verdes y siento que me dicen más que mil palabras.
 ¡Mierda, esa fascinante mirada habla a gritos de aquello que me niego a oír! Pero él mismo acaba de afirmar que no se trata de amor, sino tan sólo de deseo, así que me olvido del asunto.
- ¡No sueltes la manta! –le ordeno tiránica-. ¡Voy a hacerte mío hasta el amanecer! –exclamo como un rugido de tigresa y me lanzo de nuevo a disfrutarlo, a recorrer a mi antojo cada rincón de su exquisito cuerpo desnudo, que el calor de nuestra pasión bajo la manta ya le tiene sensualmente empapado.
Con las estrellas como únicas testigos y tal como le advertí, lo hice mío de nuevo cuantas veces quise, sin permitirle soltar las manos de la manta, aunque lo tumbé en el piso y nos hice rodar por la hierba y lo monté y utilicé de mil formas inimaginables…
La creatividad de mis exigentes posturas lo dejaba sin aliento… ¡le hice mis preferidas del kamasutra! El molino de viento, la nota “X”, la mil hojas, el encadenado, el barco y por supuesto mis favoritas cabalgatas de frente y de espaldas, siempre con mis toques muy personales de dominantes restricciones para él; no mirarme, no usar sus manos, no tomar ni la menor iniciativa, ¡sólo le permitía moverse siguiendo mis órdenes!
Me fascina poseerlo así; yo hago lo que quiera con su cuerpo, yo mando, yo guío toda la acción, yo marco el ritmo y como él todavía no logra controlar sus eyaculaciones, ¡también lo controlo en eso!
Así Víctor me dura infinitamente, angustiado y sin lograr correrse, perdiendo el disfrute de la mayoría de sus orgasmos, ¡pero no me interesa! Yo me vuelvo loca de placer y eso es lo único que me importa. Lo gozo al máximo, disfruto su cuerpo, me embriago en su seductor aroma a macho, saboreo la exquisita dulzura de su boca experimentando la intensa excitación en cada átomo de mi ser, en cada milímetro de mi piel que vibra y arde, se empapa y se libera…
La  exuberante naturaleza que nos rodea exacerba mis sentidos con su aroma a tierra húmeda, a hierba fresca y a flores nocturnas... me fascina la fuerza liberadora del sexo, el fuego que quema los pensamientos, la pasión desenfrenada que nubla mi mente, mientras la noche avanza hora tras hora y las estrellas recorren el cielo, tan lejanas y serenas siguiendo su eterno camino sin dejarse distraer por este par de mortales, que intentan embriagarse con la ambrosía de los dioses...
Me diluyo en el tiempo que deja de existir para mí… Sin prisa, a mi ritmo a veces salvaje, a veces en cámara lenta, obtengo tanto placer de Víctor como jamás antes de nadie… ¡es un semental inagotable!, y extraigo de él a raudales mi exquisita droga que me hace olvidar, hasta que por fin logro aturdirme tanto que caigo rendida, exhausta, sumida en un profundo sueño.

∞∞∞ AlA∞∞∞

“La niña era muy valiente; con apenas sus cuatro años de edad, le hacía frente el hombre  que se erguía como un ogro gigante ante ella, mirándola muy severo.
- ¡Le voy a decir a mi mamá que cada vez que ella sale de viaje, tú traes a esas mujeres tontas que se ríen y gritan mucho en tu dormitorio!
- ¿Cómo te atreves, mocosa insolente? –bramó furioso el hombre-. Eres mala, muy mala, ¡te mereces un fuerte castigo por faltarme al respeto de esa forma, y te irá mucho peor si le dices una sola palabra a tu madre, cuando vuelva!
La niña tembló ante esas palabras. No era la primera vez que su padre aprovechaba la ausencia de su mamá para castigarla brutalmente, aunque la mayoría de las veces ella ni siquiera sabía cuál había sido su falta… Por eso mismo, su corazón indómito se volvió aún más rebelde y desafiante, a pesar de saber a lo que se exponía.
El hombre alto se quitó el cinturón de cuero que ostentaba una gruesa hebilla metálica.
- Vamos, qué esperas, ya sabes qué hacer, ¡fuera ese vestidito! Y no quiero nada de gritos.
La niña se quitó el vestido, lloraba de rabia en silencio, mientras el hombre ponía música a todo volumen, para ocultar los fuertes chasquidos del cinturón, y los ahogados y reprimidos gritos de la niña.
La pequeña quería escapar corriendo, pero sabía que la puerta del estudio estaba cerrada con llave, y que el castigo sería mucho más doloroso si lo intentaba siquiera… quería gritar, ¡pedir auxilio a gritos!, pero también sabía que nadie la escucharía por esa música ensordecedora, ¡nadie vendría a salvarla! Mientras el dolor crecía y crecía, ¡dándole feroces dentelladas en la espalda una y otra vez!”

∞∞∞ AlA∞∞∞
- ¡No… no, ya basta…! –me despierto gritando a todo dar.
- Tranquila, todo está bien, sólo fue una pesadilla –esa serena voz es como un bálsamo, un ancla que me trae de regreso a la realidad.
A la semi penumbra del cercano amanecer, descubro que estoy recostada sobre el pecho de Víctor, cubierta con la manta. Él me envuelve abrigadoramente con sus brazos… apenas me doy cuenta de eso me incorporo escapando de ellos.
Tomo mi ropa que está ahí cerca y me visto rápidamente. Víctor se incorpora y hace lo mismo. Ya vestida me siento de nuevo sobre la hierba y él se acomoda a mi lado. Su silencio me parece buena compañía mientras intento serenarme y olvidar esas malditas pesadillas que me persiguen sin piedad, sin importar lo que intente para dejarlas atrás, para escapar de ellas de una vez por todas.
Siempre es lo mismo, nunca pasa una noche sin que aparezcan, durante tantos años ya, que estoy segura de que jamás podré quitármelas de encima, hasta el día en que me muera.
- Ya está amaneciendo –murmuro viendo desvanecerse al brillante lucero de la aurora-, pronto abrirán y podremos irnos.
El alegre canto de las aves llena el silencio que flota entre nosotros.
Víctor luce tan hermoso, tan sexy, con el cabello alborotado y salpicado de hierba… Sus ojos me miran con una mezcla de pasión y ternura al hablarme:
- Aurelia… ¿puedo preguntarte algo?
- Si se trata de esa pesadilla, por la que desperté gritando… -auguro un no rotundo.
- No, no se trata de eso sino del viaje a España –dice rápidamente y lo miro sorprendida; él continúa-. Estuve pensando que si es importante para tu proyecto, podríamos intentarlo. Me refiero a que yo podría aprender a comportarme como un verdadero sumiso para que pudieras asistir a esa reunión.
Niego con la cabeza.
- Seguro que tú podrías pero yo jamás seré una buena ama, Víctor. En todo el material que he leído sobre el BDSM, recomiendan que jamás se debe aplicar un castigo estando molesta, porque es muy fácil abusar de la indefensión del sumiso y podría ser peligroso para su salud física y mental. El dominante debe tener control sobre sí mismo primero, para poder controlar a su esclavo, ¡y ya sabes que yo pierdo muy fácilmente el control! Olvida eso de la reunión e intenta sólo no provocarme, para mantenerte vivo hasta el final de nuestro contrato.
- Puedo hacer eso ya he aprendido un par de cosas; nada de bailes sorpresa ni oír música sin permiso ni pronunciar ciertas palabras, ¡sobreviviré no te preocupes por mí por favor! Estoy seguro de que tú podrías ser una excelente ama, ¡podemos aprender juntos! Ir de a poco practicando eso del control, por favor, ¡permíteme ayudarte!
Esa petición me suena sospechosa, parece referirse a algo más allá que tan sólo mi proyecto literario… ¿En qué más quiere ayudarme? ¡Víctor es todo un enigma para mí! No entiendo su forma de ser, de pensar, ¡ni mucho menos de sentir!
- ¿Por qué te importa tanto? –le pregunto mirándolo fijo.
- La verdad es que me gustaría ser parte de ese proyecto literario. Me parece una experiencia muy interesante.
- ¿Ya no le temes al dolor? –sonrío con ironía.
- No me agrada, pero confío en ti.
Lo miro con el ceño fruncido.
- ¿Y cómo mierda puedes confiar en mí, después de todo lo que te he hecho?
- Porque siento que nunca has querido hacerme daño a propósito. El problema es sólo cuando pierdes el control… -lo miro ofuscada y se da prisa en pedirme-, ¡por favor, no te enojes! sólo quiero ayudarte, Aurelia. Si aprendieras a mantener el control serías la mejor ama del mundo y yo el esclavo más feliz a tus pies… Vamos acepta el desafío, ¡danos la oportunidad de intentarlo! Así no tendrías que archivar tu proyecto como algo frustrado. Tú te mereces lograr todo lo que te propones, eres una persona muy buena, muy especial y generosa…
- ¡Allá vas de nuevo! –lo interrumpo-. ¿Estás seguro de que estás hablando de mí? ¡Yo no soy ni un ápice de todo eso!
Víctor me sonríe; es la sonrisa más plena que jamás he visto en un hombre a pesar de que su rostro luce cansado por la agotadora noche que le hice pasar.
- Estoy seguro, mi dueña. Por favor, dame la oportunidad de poder servirte como tu verdadero esclavo, ¡me esforzaré en no provocar tu enfado en lo más mínimo!
- ¡Ay, Víctor…! -lo miro con reconvención-, estuve a punto de hacerte morir asfixiado con esa mordaza que te puse… Insisto en que no deberías confiar en mí.
Él baja la mirada y pienso que se ha dado por vencido, pero al parecer no conoce esas palabras. Vuelve a mirarme con resolución.
- Si quieres, puedes enviarme unos días con esa ama, Charlotte, para que me enseñe…
Doy un respingo de enfadada indignación.
- ¡Eso jamás, eres mío! Al menos hasta que termine el contrato.
Sonríe y comprendo que él tampoco quería irse con otra mujer, sólo me estaba haciendo aceptar el desafío y no hay guante que yo no recoja.
- Muy bien intentémoslo. Empezaremos de cero y esta vez lo haremos en serio; seguiremos todas las normas del bondage. Si vamos a jugar este juego, lo haremos bien de una puta vez por todas… -pienso un momento y agrego-. Pero en la casa no podremos estar tranquilos, fingiendo siempre ante los demás… -encuentro rápidamente una solución-. Nos iremos unos días a la cabaña del Cajón del Maipo.
Me pongo de pie y Víctor me imita, feliz de haberme convencido.
- En cuanto lleguemos a casa prepararemos el viaje, nos vamos después de almuerzo.