Capítulo 21
Aurelia. La melodía de tu alma
Febrero 21, 2014.
Desperté sintiéndome fatal pero al
escuchar el bello y alegre cantar de las aves allá afuera de mi ventana, me
sentí mucho peor, ¿por qué mierda están tan felices?
Estoy de un humor de los mil demonios
desde que perdí de nuevo el control con Víctor en la mazmorra. Pero él tuvo
toda la culpa, primero por esa tonta idea de celebrarme el cumpleaños y luego
por no detenerme, ¡cuando le di la opción de hacerlo!
Lo he estado evitando estos días,
mandándole las comidas a su habitación o dejándolo a solas en el comedor,
mientras yo salgo a comer afuera para no verlo. Debe pensar que es una especie
de castigo pero la verdad es que me avergüenza mirarlo a los ojos, y eso me
abruma porque nunca antes me arrepentí de nada que hiciera en mi vida... ¿Qué
me está pasando?
La primera noche no podía dormir después
de dejarlo tan maltratado en su dormitorio… Me daba vueltas en la cama muy
confundida porque jamás me importó una mierda maltratar a los tipos… ¿Por qué
ahora me afecta tanto con Víctor? No sé si estaba más molesta conmigo misma por
perder el control, o porque eso me importara tanto.
Estaba muy tensa, inquieta, sin esperanzas
de conciliar el sueño, hasta que oí ese sonido lejano, suave y sedoso; Víctor
tocaba el rebab en su habitación.
Era una melodía desgarrada pero hermosa…
queda y dulce como un cantar profundo en el viento… Al oír esa música que
flotaba suavemente hasta mí, me dio la impresión de que Víctor intentaba
transmitirme que no estaba molesto conmigo… Esas vibrantes notas fueron
calmándome como si tejiesen una mágica red de paz en torno a mí… poco a poco fui
relajándome, hasta que el sueño cerró mis párpados y al fin pude dormirme.
Al día siguiente lo evité también por
culpa de esos raros remordimientos que no me dejaban en paz. Pasé un día fatal
pero por la noche, su melodía llegó de nuevo hasta mí, apaciguadora como un
bálsamo calmante para mis sentimientos de culpa… La oí deslizándose suave y
dulcemente a través de la casa ya dormida y la recibí en mi cama con los ojos
cerrados… imaginé su cuerpo desnudo, sentado con el rebab entre las piernas,
sus brazos arqueados, moviéndose sobre las cuerdas… y me sucedió algo muy
extraño; sentí que podía ver más allá de tan sólo su cuerpo, sentí que estaba
viendo su alma a través de esa melodía, y abrí los ojos sobresaltada… ¿Un
hombre que es capaz de dejar ver su alma a través de la música? ¡Eso es muy
raro para mí!
Teniendo en cuenta que siempre he visto
a los hombres como simples objetos, Víctor sería algo así como un fenómeno, ¡un
objeto con alma!
Cerré de nuevo los ojos y me dejé llevar
por esa estremecedora y dulce melodía, que como por arte de magia inundaba de
paz mi alma… Ya estaba a punto de quedarme dormida cuando un singular
pensamiento cruzó por mi mente, eludiendo mis duros prejuicios racionales: Es
la melodía de tu alma, Víctor…
La idea fue casi parte del profundo sueño
en el que me sumí, acunada por el sensual y melancólico cantar del rebab.
Pero al despertarme hoy, de nuevo me
asaltan los molestos remordimientos… Me
bajo de la cama como una sonámbula, abro la ventana y miro con rencor el bello
día de verano.
- ¡Cállense de una puta vez! –le gruño a
los alegres pájaros de mierda que no dejan de trinar entre los árboles.
La verdad es que aún estoy muy enfurada[1]
conmigo misma… ¡Me bailó tan increíblemente sensual! Y yo la muy estúpida, en
vez de disfrutar de ese cuerpo de gloriosos movimientos, ¡lo molí a azotes!
Mucho más allá de cualquier límite razonable, incluso dentro del mundo del
sadomasoquismo, y lo peor es que esta vez fue con su total consentimiento.
- ¡Ay, Víctor! ¿Por qué no me
detuviste?–suspiré con la vista perdida en mi exótico jardín-. ¿Qué estoy
haciendo contigo?
Después de todo, tú quizás no sabías que
me disgusta celebrar mi cumpleaños y te esmeraste en prepararme algo especial…
eso es mucho más de lo que jamás nadie ha hecho por mí desde que cumplí los
cinco años… Y yo la muy mierda, ¡en agradecimiento te doy una feroz paliza!
Pero no fue tanto por lo del cumpleaños…
ya estaba más calmada, quería jugar con él… Todo iba bien hasta que de pronto
esa oscura ferocidad en mi interior tomó el mando… creo que fue por la máscara
que le puse… cuando dejé de ver su rostro, cuando perdí de vista esa sonrisa suya,
tan apaciguadora, Víctor se convirtió para mí tan sólo en un cuerpo más, justo
en el peor día, en la hora más negra, cuando el pasado se me vino encima como
ácido que me corroyó por dentro hasta hacerme explotar irracionalmente.
Sigo creyendo que deberías irte, Víctor,
pero parece que tú esperas algún milagro… que yo cambie y ya no disfrute
provocándote dolor pero eso no va a pasar. La compasión no tiene cabida en mí
porque se necesitaría un corazón para cobijarla y el mío ya no existe, fue
destruido hace muchos años atrás.
Exhalo un hondo suspiro que huele a
parque recién regado y decido dejarme de cobardeces[2];
hoy voy a hablar con él porque ya no me siento capaz de seguir lejos de su cuerpo,
quiero volver a poseerlo y para eso necesito dejar atrás mis tontas confusiones.
Doy un rápido giro y camino decidida a
la ducha. Tengo un asunto pendiente con alguien del servicio.
∞∞∞
A A ∞∞∞
Cuando entré a la cocina ya estaban
todos allí reunidos. Sus caras compungidas ni siquiera se atrevían a mirarme;
ya saben que jamás los cito a reunión para felicitarlos, así que fui directo al
punto:
- Quiero saber quién le habló a Víctor, acerca
del día de mi cumpleaños.
Silencio rotundo, cabezas bajas…
- Muy bien, si nadie habla, entonces se
van todos despedidos hoy mismo. No quiero gente que hable de más, a mi
servicio.
Gallo se adelantó, en medio del temor
general.
- Fui yo, señora Aurelia, discúlpeme por
favor, fue sin querer, se me salió el comentario en una conversación, ¡discúlpeme!
- Arregla tus cosas, tienes media hora
para salir de mi casa.
- No, por favor, no me despida…, mi
padre enfermo depende de mí, y… -me rogó Gallo, pero lo interrumpí.
- Eso debiste pensarlo antes de ponerte
a hablar de más –corté implacable.
Después de todo, un despido no es nada,
comparado con el feroz castigo que se llevó Víctor, por su culpa.
Gallo agachó la cabeza, resignado.
- Salgan todos, menos tú –ordené,
señalando al culpable.
Los demás se desvanecieron como por arte
de magia. Ya a solas, interpelé a Gallo:
- Ya que te pusiste a hablar de más,
también debiste advertirle a Víctor, que no me saludara; todos ustedes saben de
sobra que eso me desagrada mucho.
- Pero sí lo hice, señora Aurelia –se
apuró en afirmar Gallo-. Cuando se lo dije, le advertí que ni se lo mencionase
siquiera.
- ¿Estás seguro?
- Sí, señora. Discúlpeme por favor, no
debí decir nada.
Me quedé pensando en eso. Si Gallo le
advirtió a Víctor, ¿por qué él quiso arriesgarse a saludarme de todas
maneras? Por lo visto aún no toma en
serio mi carácter violento. Espero que de ahora en adelante tenga más cuidado,
y acepte el hecho irrefutable de que yo no soy la “buena persona”, que él cree
y afirma que soy.
Gallo carraspeó discretamente, ante mi
pensativo silencio.
- Ya puedes retirarte –le dije-. Antes
de irte, pasa por mi estudio a buscar tu finiquito.
- Sí, señora. Con su permiso –se retiró
Gallo, cabizbajo.
Rott entró a la cocina y le pregunté:
- ¿Víctor ya desayunó?
- Sí, señora Aurelia, en su habitación a
las ocho, como todos los días.
- Bien. Contrata otro chef, lo quiero
aquí de inmediato, para que no se retrase el almuerzo, y explícale las reglas
de la casa; no quiero más empleados que se crean con derecho a inmiscuirse en
mi vida.
- Sí, señora. ¿Usted ya desayunó, quiere
que le suba una bandeja a su estudio?
- No, no tengo apetito -me marché y subí
a mi estudio.
Me senté frente a mi ordenador y abrí mi
archivo de investigación, ¡vaya que me salió complicado este proyecto!
Lo empecé con tantas expectativas, y
todo me ha salido increíblemente distinto a como lo había planeado; quería
contratar a un sumiso para experimentar el mundo de la Dominación/sumisión, y resulté
conociendo a un atractivo y apasionado potro árabe, que por desgracia es
demasiado tierno y sensible para sobrevivir a mi lado, porque según él mismo me
confesó, cree en el romanticismo, y más aún, osó afirmar la existencia de ese
mítico sentimiento llamado “amor”.
- ¡Uag! –sacudo la cabeza para quitarme
esa palabra de encima.
Desvío mi atención a la pantalla del ordenador
y leo mi más reciente anotación:
“La reunión en España será del 7 al 9 de
marzo”.
Charlotte me llamó ayer, para que le
confirmara mi asistencia. La fecha me complica si quiero ir con Víctor, porque
su contrato conmigo termina el 7 de marzo. Quizás podríamos agregar unos días,
para compensar los que estuvo en la clínica…
Charlotte me explicó que el dueño de la
finca y anfitrión, es un amo conocido como “Zeus”, ¡me sonó a nombre de perro
doberman! Tendré que esforzarme para no reírme en su cara cuando me lo presenten,
si es que decido ir.
Según Charlotte, Zeus es un amo temible
con sus sumisas, pero que aun así, ellas mueren porque les permita ser suyas,
¡debe ser un tipo insoportablemente engreído! Muy “majo”, joven, guapo, rico
heredero y seductor empedernido, así lo describió mi amiga. Tiene su finca
arreglada como un palacio privado, con habitaciones con cepos y cadenas, y
hasta cuenta con unas verdaderas catacumbas del siglo dieciocho, con todo el
acondicionamiento de mazmorras que permite la modernidad.
Tengo que tomar la decisión de asistir,
o no, a esa reunión de aquí a mañana. Me interesa adentrarme en ese mundo para documentar
mi nueva novela, pero ya comprobé que yo definitivamente no encajo en el mundo
BDSM. Porque para ser una buena ama, hay que tener un mínimo de sentido común y
dominio propio, ambas cosas de las que yo carezco. Las heridas que cubren el
cuerpo de Víctor pueden dar fe de eso y temo que si lo llevo a esa reunión, el
ambiente general me vuelva todavía más inestable y descontrolada.
Después de mi solitario almuerzo en el
desértico comedor, otro día más privado de la presencia de Aurelia, me fui con
el alma triste a ver a Mine. Pero el verla tan bien siempre me devuelve la
sonrisa, y su burbujeante alegría me subió muy pronto el ánimo.
Mine me contó muy entusiasmada que Inés
la llevará mañana otra vez de paseo a la playa. Es feliz y nunca había pasado
tanto tiempo sin sufrir una crisis; sólo de verla así, ya no me duelen las lastimaduras
de la espalda.
La dejé en su hermoso cuento privado y
partí de regreso a la casa. Avancé a paso muy lento por el camino que se aleja
de la cabaña, para tomar un poco de aire, e intentar adivinar qué pasará por la
mente de Aurelia… ¿Por qué no ha querido verme en estos tres días? ¿Seguirá
molesta conmigo por lo de su cumpleaños? Yo no sabía que su padre murió ese mismo
día, con razón no quiere saber nada de celebraciones, debió ser un trauma
terrible para ella, ver morir así a un ser tan querido…
Lo que me extraña es que cuando llegamos
a la mazmorra ya no parecía molesta, sólo estaba jugando conmigo, hasta que
comenzó a usar el látigo largo…
Ya casi estaba inconsciente por el
escaso aire que podía respirar con esa máscara, cuando al fin percibí
lejanamente que el látigo dejó de caerme encima. Luego las cadenas se aflojaron
y caí de rodillas.
Aurelia me quitó la máscara y sin decir
una palabra me llevó de regreso a mi habitación. Yo tampoco tenía mucho aliento
para hablar.
Me metió en la ducha y entró vestida
conmigo bajo la tibia lluvia que se llevó la sangre de mi espalda, mientras
ella me limpiaba las heridas con una suave esponja, en completo silencio… Al
terminar me envolvió en una bata con esmerado cuidado y me llevó hasta la cama;
allí me descubrió la espalda y comenzó a aplicarme una pomada muy fresca e
indolora, que de inmediato me calmó el ardor. Yo me dejé hacer, me sentía
exhausto, dolido en cuerpo y alma, sin embargo, al mirar su rostro tan serio,
al sentir sus manos procurando darme alivio, reparar el daño que ellas mismas
habían provocado, me di cuenta de que no estaba molesto con ella.
Porque esta vez Aurelia me dio la opción
de detenerla, pero yo no quise hacerlo y asumo las consecuencias; no me
arrepiento. Haría exactamente lo mismo de nuevo si fuese necesario.
Aunque no lo dijo, sus cuidados parecían
gritar que lamentaba lo sucedido. Terminó rápido de aplicarme el ungüento, se levantó
y se marchó con el cabello y el vestido empapados por la ducha. Desde ese
momento no he vuelto a verla.
La extraño tan desgarradoramente como si
me faltara la mitad del alma; estas dos últimas noches las he pasado en el más
árido desierto sufriendo la insaciable sed de su ausencia, sin lograr conciliar
el sueño porque al cerrar los ojos me asaltaban las remembranzas… Podía
sentirla haciendo suyo todo mi cuerpo hasta el último centímetro, provocando que
el resto del mundo se desvaneciera, para transformarse por completo en ella; en
su embriagador aroma, en la brisa cálida de sus labios de ambrosía, en el ardor
apasionado de su suavísima piel de durazno, en la posesividad imparable de sus
manos recorriendo mi ser hasta el fondo de mi alma, en donde yo la declaro mi
soberana absoluta, emperatriz de mi corazón, tirana de mis besos, ama y señora
de este esclavo suyo, mucho más allá de lo que dicta ese simple trozo de papel
con mi firma…
Soy esclavo de Aurelia ya no sólo por
ese contrato, sino porque ya jamás podré vivir lejos de ella; no puedo respirar
sin sus besos, mis ojos son ciegos sin ver su dorada belleza, mi corazón no
late si ella no está recostada sobre mi pecho para oírlo… Estoy muerto en vida
apartado de ella…
Respiro hondo pero el aire se niega a
entrar a mi apretado pecho, y le hablo a la distancia enviándole mi silencioso
mensaje en las alas del viento:
Tu
lejanía me tortura sin piedad, Aurelia, y estas noches sin ti mi cuerpo sometido
a tu dolorosa abstinencia gime desesperado por tu contacto… Como un espíritu errante
entre las arenas, me he sentado en el suelo de mi habitación a desahogar mi
soledad entre las cuerdas del rebab… Al cerrar los ojos, mis manos se movían meciendo
el arco para arrancar melancólicas notas, y la melodía escapaba de mi alma dejando al descubierto el profundo
amor que siento por ti…
Ya deben ser más de las cinco de la
tarde, el abatimiento pone muy lentos mis pasos de regreso a la casa, pero ¿qué
importa si me demoro? De todas formas no quieres saber nada de mí; hoy tampoco
me has mandado llamar, ya es el tercer día lleno de vacío sin ti. El susurro
del viento en el parque me pone nostálgico… Te extraño tanto que no sé si
sobreviviré otra noche sin ti… preferiría mil veces el ardor de tu látigo sobre
mi piel que el frío de tu ausencia... ¿Yo pensé eso? ¡Esa súbita idea me
sobresalta! ¿Me estaré volviendo masoquista? No… se llama amor, aunque muchos
coincidirán conmigo en que el amor contiene un toque bastante intenso de
masoquismo, cuando se trata del devastador amor no correspondido, justo como
este que yo estoy padeciendo.
Iba caminando tan distraído que no me di
cuenta hasta llegaron frente a mí; Toro y Lobo se me vinieron encima como
energúmenos cortándome el paso.
- ¡Contigo queríamos hablar! –me espeta
violentamente Toro.
- ¿Qué pasa? –me pongo en alerta ante
sus caras de pocos amigos.
- ¡Pasa, que despidieron a Gallo por tu
culpa! –me grita Lobo.
- ¿Aurelia lo despidió? ¿Pero por qué?
- ¡Ah, así que Aurelia a secas! –exclama
furioso Toro y dirigiéndose a Lobo, agrega-. ¡Te dije que este cabrón tiene
algo con la jefa!
- Sí, y es tan maricón que corrió a
contarle que Gallo le dijo de su cumpleaños –responde Lobo.
En medio de sus insultos descifro lo que
ha pasado. Pero antes de alcanzar a decir nada, Lobo agrega:
- La jefa nunca se mete con sus
empleados, pero parece que contigo hizo una excepción por ser un ejemplar exótico,
¿qué tal es ella en la cama, eh, es tan ardiente como describe en sus novelas
erót…?
No alcanza a terminar la frase porque le
cierro la boca de un puñetazo.
- ¡Respétala, infeliz! –le grito junto
con el golpe.
Lobo cae de espaldas entre unos arbustos
y Toro se me viene encima de un salto, lanzándome puñetazos que zumban en el
aire… los esquivo veloz a un lado y otro, le desvío uno, le bloqueo otro… De
pronto veo un espacio abierto en su guardia y le asesto el derechazo en plena
mandíbula. El golpe suena seco y Toro trastrabilla hacia atrás, en eso Lobo se
pone de pie y se me vienen ambos encima, alzo la guardia listo a batirme con
los dos al mismo tiempo…
- ¡¿Qué pasa aquí?! –el grito de Rott
para en seco a mis atacantes que se vuelven a mirarlo.
- ¡Nada! –ladra Lobo, secándose la
sangre del labio partido, que ya se le está hinchado.
- Sólo le estábamos dando las gracias
por lo del despido de Gallo –agrega Toro y ambos se marchan rápidamente de
regreso a la casa.
Rott se queda conmigo.
- ¿Está bien, señor Garib? ¿Lo golpearon?
–me mira el rostro muy preocupado.
- Lo intentaron pero no les resultó tan
fácil, gracias Rott. Por favor no le diga nada a la señora Aurelia o quizás los
despida igual que a Gallo. Lo siento mucho, no lo sabía, creo que fue mi culpa.
Hablaré con ella, tal vez lo recontrate.
Rott niega rotundamente con la cabeza.
- No pierda su tiempo, cuando la patrona
toma una decisión no hay quien la haga cambiar de opinión. Además, Gallo está
feliz con el generoso cheque que le dio por sus años de servicio y por el
despido sin previo aviso. Hasta dijo que podría abrir su propio restorán con
eso, ¡imagínese!
- Ya veo… -Aurelia es implacable pero no
injusta. Allí está de nuevo su generosidad altruista. Estoy seguro de que le
dio bastante más de lo que le correspondía, para no dejarlo en problemas sin el
trabajo.
¿Cómo puede decir de sí misma que es una
mala persona? Si yo, que ya he sufrido los embates de su lado más oscuro, no la
considero así. Sólo necesita a alguien que la comprenda y ame tal cual es… me
digo a mí mismo mientras camino junto a Rott de regreso a la casa.
أنا أحبك
Subí al gimnasio para hacer algo de
máquinas antes de la cena. Ubiqué el mini equipo de música (el que compré para
la danza en su cumpleaños), junto a las máquinas y puse un disco en volumen discreto
para no molestar los sensibles oídos de Aurelia.
El fuerte sol de la tarde entra a
raudales por el ventanal panorámico y el aire está cálido aquí dentro, así que
me quito la camiseta y me dejo sólo la ajustada calza azul deportiva a medio
muslo. Escojo para empezar una máquina para trabajar los abdominales.
Apoyo las rodillas en los sillines,
aferro la barra y al tirarla hacia mí remonto mi propio peso haciéndome hacer
subir y bajar. Siento endurecerse los músculos de mis brazos y abdomen cada vez
que lo hago. Mi mente se desentiende del mecánico ejercicio y se dedica a traducir
el suave canto en inglés de Peter Murphy:
“Extraña clase
de amor…,
extraña clase de
sentimientos…
¿…él debería
quedarse, o debería irse?”
- Creo que él debería irse.
Su voz me sobresalta y me volteo de un
brinco.
- ¡Aurelia! –la sonrisa invade toda mi
cara-. Te he extrañado mucho –confieso sin alcanzar a callarlo.
Ella me mira frunciendo el ceño con
incredulidad y replica:
- ¿Extrañabas que te siguiera moliendo a
azotes?
¡Alá!, creo que todavía está molesta
conmigo.
- Lo lamento, no debí entrometerme en tu
vida privada –intento disculparme sin mencionar siquiera la palabra tabú
“cumpleaños”.
- No te entiendo, Víctor. Yo casi te
mato y tú eres quien se disculpa.
- Me disculpo porque todo hombre que se
precie de tal, jamás debe provocar la tristeza de una mujer –le aclaro mi forma
de pensar, sin embargo, ella se repliega al instante hacia su atalaya y me
lanza flechas con sus ojos.
- ¿Qué quieres decir? Tú no provocaste
mis lágrimas, si a eso te refieres, ¡todavía no nace el hombre que me haga llorar!
–resopla ofuscada.
- No quise decir eso, sólo…
- Está bien, olvida el tema –me
interrumpe bruscamente-. Te oí tocar el rebab por las noches… -su tono se
suaviza.
El comentario me sorprende, de un
segundo al otro baja de la atalaya y ya no está en pie de guerra.
Mi alma sonríe enredada entre los rayos
de sol de su cabello.
- Pensé que lo tocaba muy suave –le
contesto-, no creí que se oiría desde tu habitación, lamento si perturbé tu sueño.
Me mira muy fijo por un instante, como
si quisiera entrar hasta el fondo de mi mente. Le dejo abierta las puertas de
mis ojos, en cambio los suyos son muros intraspasables. Daría mi vida por saber
en qué piensa cuando me observa de esa manera. Al fin me dice:
- Si me hubiera molestado oírte tocar
habría enviado a Rott a callarte. Me gustaron esas melodías, me ayudaron a
dormir… debe ser por eso de que la música calma a las fieras –la miro abrumado
pero antes de poder replicar a eso, de nuevo cambia bruscamente el rumbo, cual
capitán de navío en feroz tormenta-. ¿Cómo está tu espalda? –me pregunta y avanza
unos pasos para ubicarse detrás de mí.
Su cercanía me provoca un
estremecimiento eléctrico, como si su piel creara estática sobre la mía
alzándome los pelillos. Respiro muy hondo su perfume que supera al más fino
nardo y permanezco quieto mientras me examina.
- Estoy bien, Aurelia –le digo
quedamente-. Desde el día siguiente que ya casi no me duelen. Esa pomada que me
dejaste es excelente, no creo que me vayan a quedar marcas, pero aunque así fuera
no me importaría… -me vuelvo despacio a mirarla-. ¿Todavía estás molesta
conmigo? ¿Por qué dices que debería irme? –le pregunto mientras Peter Murphy
sigue insistiendo en que es una extraña clase de amor.
- No estoy molesta contigo –me contesta al
fin sentándose frente a mí en una banqueta para hacer pesas-, es sólo que odio
perder el control. Te quería para experimentar el mundo del bondage, ¡y hasta
ahora no he podido terminar bien ni una puta sesión contigo!
- Si quieres podemos intentarlo de nuevo
esta noche –le propongo porque no me gusta verla tan frustrada.
Aurelia me mira atravesado, sospechosa.
- ¿Te estás volviendo un verdadero
masoquista, Víctor? –me pregunta muy seria-. No me digas que ya le agarraste el
gusto al dolor…
- No, no es eso, todavía preferiría
evitarlo pero me gustaría poder ayudarte en tu proyecto.
- Lo de la otra noche no fue por mi
proyecto y lo sabes. ¿Por qué no me detuviste si yo te di la opción de hacerlo?
Me traspasa con su intensa mirada de oro
fundido que quema mis ojos con su flamígero contacto.
- No lo hice porque sentí que
necesitabas desahogar una rabia profunda que llevabas dentro –le respondo
sinceramente y la veo parpadear algo abrumada.
“¡Amar… u
odiar…!”
Canta Murphy y el oboe llena el silencio
mientras nuestras miradas intentan comunicarse todo aquello que no logran decir
las palabras. Yo no puedo decirle que la amo, porque ya sé que no quiere
escuchar nada al respecto; y ella no quiso decirme cuál es el verdadero origen
de esa ira que la hace maltratarme sin control.
La música calla y empieza otro tema.
- Apaga eso, me molesta –cambia Aurelia
radicalmente el tema poniéndose de pie-. ¿Quién te dio permiso de oír música?
- Lo siento… -bajo rápidamente de la
máquina y apago el equipo.
Su mirada se clava severa en mí. No estamos
en la mazmorra pero igual me siento en presencia de la autoritaria ama.
- Parece que tantos días de libertad te
han hecho olvidar tu lugar –me espeta y la dureza en su fría voz me hace
recordar mi condición de esclavitud.
- Perdón, mi dueña –entro en mi papel.
- Desvístete y sube a la máquina, quiero
verte ejercitar desnudo –me ordena y se acomoda en la banqueta cruzando provocativamente
las piernas.
Su escasa mini falda cubre apenas lo
justo; su ajustado peto casi deja al descubierto la gloria de sus senos…
Me desvisto rápidamente y subo a la
máquina. Puedo sentir sus ojos como fuego sobre mi piel, recorriendo mi cuerpo
al subir y bajar, fijos en mis músculos que se tensan sobresalientes con el esfuerzo.
Su mirada se clava sin pudores en mi sexo que se mueve balanceándose en
libertad.
El calor de la estancia no es nada comparado
con el que va en aumento dentro de mí, ¡el aire es fuego a mi alrededor! Inspiro
profundo y me llega su perfume ahora mezclado con su exquisito pH[3]
que me habla a gritos de deseo…
Jamás pensé que hacer ejercicio podía
resultar tan erótico, ¡la intensa mirada de Aurelia enciende mi excitación!
De pronto se pone de pie y se me acerca despacio
por detrás… Mi piel se eriza y tiembla a la espera de su contacto… percibo el
roce de su mini falda sobre mis glúteos desnudos que la postura de la máquina me
deja alzados hacia atrás, sus manos rodean mi espalda lastimada sin tocarla,
para ir a apoderarse de mi pecho… me paralizo por un segundo…
- Sigue con el ejercicio –me ordena
Aurelia.
Lo hago y cada vez que subo y bajo sus suaves
manos rozan mis pezones… luego de un par de veces, tras dejarlos endurecidos
sigue hacia abajo y atrapa mi sexo… no mueve la mano, ¡yo hago todo el trabajo
al subir y bajar en la máquina para abdominales!
- ¡Ah! –suelto un gemido contenido tras
mis largos tres días sin su contacto, en los que respeté cabalmente su orden de
no tocarme.
Los brazos me empiezan a temblar al
izarme en la máquina, no es falta de fuerza, ¡es que me está volviendo loco de
excitación!
- Extrañé este cuerpo –me susurra
Aurelia al oído como en una confesión muy íntima, un pensamiento apenas expresado
en voz alta, y luego regresa a su tono autoritario-. Baja de esa máquina, ahora
quiero verte haciendo pesas.
Bajo y me tiendo de espaldas en la
banqueta con las rodillas dobladas apoyando los pies en el suelo a ambos lados.
Desnudo y excitado apuntando al techo con mi firme erección, tomo la barra de
las pesas y comienzo a alzarlas.
Aurelia pasa una pierna sobre la
banqueta y queda de pie con sus estilizadas piernas abiertas como un exquisito puente
justo sobre mí. Avanza unos pasos mirándome con quemante fijeza, con una
sonrisa perversa bailando en sus labios, hasta que se detiene sobre mi erección.
Contengo el aliento mirándola hacia
arriba, fascinado por el breve encaje amarillo que diviso de su colaless… Por
un segundo me olvido de la pesa y se me viene encima.
- ¡Hey, concéntrate! –me reprende
Aurelia.
Sigo con un gran esfuerzo mientras el
calor me sube como caldera adentro al verla doblar las rodillas para descender
lentamente sobre mi sexo, hasta que se me posa encima doblándomelo hacia arriba…
¡me electriza el roce de su encaje aplastándose contra mi pelvis! Se inclina
adelante sonriendo dueña de la situación, dueña absoluta de mí, apoya las manos
en mi pecho y comienza a mover sus fabulosas caderas, tan sueltas, tan
sensuales imitando el ritmo con que yo subo las pesas… Cada vez que las subo
ella arrastra su sexo adelante muy lentamente, y cuando bajo la pesa va hacia
atrás…
Comienzo a jadear a punto de estallar en
llamas. Otra vez los brazos me tiemblan y le siguen mis piernas… Dos alzadas
más de las pesas ¡y voy a acabar! Cuando siento que ya no puedo más y que la
pesa me va a caer al cuello, Aurelia se levanta y se desmonta de la banqueta.
- Basta de pesas –me dice como si nada-,
ven a esta otra máquina.
Resoplando y respirando hondo llego a la
estructura con asiento y respaldo en la que se ejercitan los brazos hacia los
lados. Me siento, tomo las barras y hago fuerza para llevarlas desde los lados
hacia el frente.
Aurelia avanza despacio y se sienta
sobre mis muslos.
- No te detengas ni un segundo –me
ordena mientras se desliza sobre mis muslos hacia adelante hasta llegar a mi
erección.
De inmediato comienza a moverse, a
rozarme cada vez más fuerte, más rápido… se me acelera el pulso, el pecho se me
mueve muy rápido y la respiración se me vuelve un desesperado jadeo, al mismo
tiempo que acelero sin querer el ejercicio abriendo y cerrando los brazos como
un robot descompuesto…
Aurelia me rodea el cuello con los
brazos, me agarra del pelo y me echa atrás la cabeza, me acerca su rostro
sonriente, posesivo y me clava sus ojos de fuego al preguntarme con sus labios
casi rozando los míos:
- ¿A quién le perteneces?
- A ti, mi dueña –jadeo sin vacilación
mientras ella se da placer con mi sexo pero sin permitirle entrar.
- Dilo, ¿de quién eres?
- Soy tuyo, Aurelia, ¡todo tuyo! –un fuerte
tirón en el cabello me hace corregirme rápidamente-, ¡perdón, soy todo tuyo, mi
dueña!
Sonríe satisfecha de tenerme esclavizado
en esa máquina, concentrándome en hacer fuerza para juntar adelante las barras,
mientras ella se divierte libremente… Me besa. Mis labios reciben abiertos los
suyos y su lengua entra adueñándose de todo… Me falta el aire, ¡necesito
practicar más aeróbicos! Sus jadeos aumentan dentro de mi boca, el calor de su
cuerpo quema mi piel y de pronto se encabrita llegando al clímax, ¡es tan
rápida, tan intensa! Acaba sobre mí, gimiendo sobre mis labios, sin dejar de
besarme ni un instante, hasta que deja de moverse y se levanta rápidamente.
Siento un hielo polar cuando se aparta
de mí…
- Creo que ya es suficiente gimnasio por
hoy –me dice con una sonrisa satisfecha-. Ya puedes vestirte.
Resoplo y me visto la ajustada calza bajo
la que sobresale llamativamente mi compungida erección. Aurelia se acerca y me la
acaricia sin reservas… tiemblo conteniendo el deseo mientras me visto la camiseta
y hago equilibrio calzándome las zapatillas.
- Me fascina la dureza que alcanzas
–comenta metiendo su mano aún más atrás entre mis piernas, hasta llegar a rozar
mis nalgas. Se me corta el aliento al recordar la presión de sus dedos en
aquella zona.
Pero esta vez no lo hace. Retira su mano
y retrocede dándome espacio para atarme las zapatillas. Me arrodillo para
hacerlo.
- ¿Tú sabes algo sobre lo que les pasó a
Toro y a Lobo? –me lanza de golpe la pregunta.
Finjo inocencia atándome los largos
cordones.
- ¿Qué les pasó? –sondeo el terreno preguntándome
cuál sería la versión que dieron ellos.
- Según me dijeron, los golpeó una
escalera cuando ayudaban al jardinero a subir a una palmera –me dice Aurelia
pero por su tono es obvio que no les creyó-. ¿Qué pasó, Víctor? Dime la verdad,
ya sabes que no me gustan las mentiras –me insiste y ya la conozco lo
suficiente como para saber que su paciencia se agota.
- Bueno, yo…
- Dame tus manos –me exige tendiéndome
las suyas y al dárselas examina mis enrojecidos nudillos. Me mira con reproche-.
No me mientas, Víctor.
- Es que fue algo sin importancia…
Vinieron a reclamarme, estaban molestos por el despido de Gallo.
- Me imaginé algo así. Ahora van a estar
más molestos cuando los despida a ellos también.
- ¿Vas a despedirlos?
- Por supuesto, no me gustan los matones
poco hombres que atacan en manada. ¿Te golpearon?
- No… de hecho yo di el primer golpe y
el segundo, ellos no me acertaron ninguno.
- ¿Diste el primer golpe? ¿Tengo que
despedirte a ti, entonces?
La miro sobresaltado, parece hablar en
serio.
- No me importaron sus insultos, pero…
-me interrumpo sin ganas de repetir las ofensas en su contra.
Pero Aurelia termina la frase como si
pudiese leer mi mente:
- Pero hablaron mal de mí y por eso los
golpeaste. Vamos, dímelo, no quiero seguir como estúpida pagándole a alguien
que me trata de puta a mis espaldas. ¿Fueron ambos?
- Sólo Lobo.
- Bien, hace rato que me parecía
demasiado insolente, Mandaré a Rott con su cheque de despido, yo tengo cosas
mejores que hacer. Ve a cambiarte ropa, te espero en la sala, vamos a salir.
¿Tienes licencia de conducir?
- Sí.
- Bien, tú serás mi chófer hoy. Vístete
deportivo informal, pero no te pongas demasiada ropa… quiero demorarme lo menos
posible en desnudarte…
¡Oh, Aurelia! ¿Cómo puedes desatar tanta
pasión en mí con tan sólo unas palabras?
[1]
Hace una mezcla de las palabras
“enfurecida” y “enrabiada”.
[2]
Como sinónimo de cobardías.
[3] Nivel de
alcalinidad de la piel.
Víctor parece un niño con juguete nuevo conduciendo el Dorado.
- ¿En serio puedo conducirlo? –me miró
abismado cuando puse en sus manos las llaves de mi Lamborghini.
- Claro, te dije que hoy serías mi chófer,
vamos apúrate.
Me abrió gentilmente la puerta del
copiloto, luego corrió al otro lado y percibí su emocionado estremecimiento al
ponerse tras el volante, ¡los hombres y su amor por las ruedas!
El Dorado rugió potente bajo su mando,
¡diablos, Víctor se ve tan sexy tras el volante! Hombre y máquina ambos potentes,
rápidos, rugidores, parecen hechos el uno para el otro… considero la idea de
regalarle un Lamborghini, pero me distrae el considerable bulto que resalta bajo
su ajustado bermudas, ¿el conducir este auto lo excita? ¡Vaya, vaya!
Me senté más cerca de él y le rodeé los
hombros con el brazo izquierdo, mientras mi mano derecha se instaló sobre su
pecho… la delgada camiseta de algodón me deja sentir sus latidos que se
aceleran bajo mi contacto… Víctor me mira y me regala una de sus frescas
sonrisas, yo en cambio esbozo una bastante perversa al deslizar mi mano
lentamente hacia abajo…
Él mi mira un poco más serio, algo
inquieto, precavido.
- Mantén los ojos en el camino, sigue
conduciendo –le indico como si nada deslizando mi mano suavemente, cada vez más
y más abajo; justo cuando llegamos al portón de salida de la casa y mientras esperamos
que termine de abrirse yo llego a la sobresaliente protuberancia de sus bermudas-.
¿Qué significa esto? –le pregunto severa mientras mi mano se deleita abarcando
toda la dureza de su erección y le doy un ligero apretón muy posesivo.
Víctor da un respingo, el portón ya está
abierto entero.
- Avanza –le ordeno y se pone en marcha.
- Lo siento –esboza una sonrisa excitada
con los ojos brillantes como estrellas-, es que tu sola cercanía es el más poderoso
afrodisiaco para mí, tu perfume es el elixir que…
- ¡Ya, ya, basta, detén tus palabritas
cursis! –le digo riendo-. No es por mí, Víctor, no seas mentiroso. La verdad es
que te excita conducir este auto.
Suelta unas carcajadas y me doy cuenta
de que extrañé mucho ese sonido estos días, es como un sol brillante que
desvanece mis más oscuras nubes. Me agrada esta sensación que por unos segundos
parece llevarse todo lo malo de mi interior… pero no fue más que un instante y
de inmediato regresan las antiguas sombras.
- ¿Así que te ríes, eh? –le digo
amenazante, aunque creo que él se da cuenta de que sólo estoy jugando-. Voy a
tener que castigarte y será aquí y ahora mismo –decreto y comienzo a bajarle la
cremallera del bermudas.
Me mira con los ojos como plato.
- ¿Aquí…? –inquiere tragando saliva, con
expresión de viva incredulidad.
Vamos por las tranquilas calles que
bajan del cerro, así que no hay peligro de chocar.
- Por supuesto, voy a hacerte pagar por
esta erección no autorizada –le digo sonriendo maliciosa, mientras mis dedos
hacen saltar el botón dejándome libre paso a su sexo y lo atrapo
impetuosamente.
Víctor respinga y respira hondo
mirándome con ojos de fuego.
- La mirada al frente, concéntrate en el
camino –le repito.
Mira adelante y yo saco afuera su dotada
erección que apunta arriba como un obelisco, mientras sus testis[1]
sobresalen muy redonditos por la abertura del cierre.
- Hace tanto tiempo que conduzco
automáticos –le digo deslizando mi mano muy lento por su sexo desde la punta
hacia abajo-, que ya no me acuerdo cómo se hacen los cambios, así que voy a
repasarlos un poco… Me gusta la parte de arriba de esta palanca de cambios… -le
acaricio el frenillo con el pulgar muy intensamente. Este el segundo punto “G”
de los hombres.
Víctor se queda sin aliento, sus brazos
se tensan en el volante y sus caderas se remueven ansiosamente justo cuando llegamos
abajo, al centro de Reñaca y nos detenemos en un semáforo. Él mira nerviosamente
al vehículo del lado.
- Se van a dar cuenta –me dice
preocupado.
- ¡No me interesa! –me río de sus
aprehensiones disfrutando del poder de tenerlo en mis manos, sometido a mis juegos
en público, rodeados del concurrido tránsito de la Avenida San Martín, lo que
le da un toque extra de excitación, ¡ya me imagino explicándole a algún policía
que se de cuenta y nos detenga por faltas a la moral en la vía pública!-. Vamos
con la primera –le digo feliz y muevo su sexo como si fuese una verdadera
palanca de cambios.
Víctor comienza a respirar muy agitado,
baja la mirada, se pone rojo, ¡me fascina excitarlo mientras lo obligo a seguir
conduciendo!
- Por favor, Aurelia –musita nervioso-, van
a darse cuenta…
- ¡Al diablo con ellos ni siquiera los
conozco! –me río muy descarada-. ¡Segunda! –aprieto mi sexy palanca de cambios
y se la muevo como si pasara el nuevo cambio.
Justo dan la luz verde pero Víctor ni se
da por enterado sumido en la excitación, hasta que lo despiertan a punta de
bocinazos. Se pone en marcha y yo paso a la tercera… su excitación va en veloz
aumento, le pongo la cuarta y jadea removiéndose en el asiento, ya está como
acero en mi mano, ¡mierda el calor me está subiendo también! Mis motores rugen
a mil…
- ¡Víctor, tienes quinta qué bien! –me
río feliz jugando con su palanca, mientras él clava las manos en el volante
intentando desesperadamente concentrarse en el camino. ¡Diablos, cómo me
enciende torturando de esta manera!
- Aurelia, por favor ¡qué estoy a punto
de explotar! –me ruega tan afligido, tan tierno, mi bello potro.
Justo en ese momento nos detenemos en
otro semáforo.
- ¡Pues explota! –le digo muy fresca,
arreciando con mi pulgar en su frenillo.
Y disfruto perversamente viendo cómo Víctor
se agita más y más a cada segundo, su pecho sube y baja a todo dar, está rojo
como un tomate, y las personas del auto del lado detenido en el semáforo lo miran
con curiosidad. Les agito mi mano libre en un alegre saludo y dejan de mirarnos
con insistencia para cuchichear entre ellos.
Víctor ni siquiera los mira, el pobre
está muy avergonzado, deseando ser invisible me imagino divertida y en cuanto
dan la luz verde pisa el acelerador y sale disparado, encabritando al
Lamborghini.
- ¡Iujuu…! –exclamo al mismo tiempo que
el movimiento hace que mi mano le de un tirón a su sexo arrancándole un gutural
gruñido muy sexy-. ¡Hey! Despacio con el acelerador –le advierto-, mira que ahora
te voy a meter la reversa… y siempre me
cuesta un poco… -lo jalo ligeramente hacia arriba, luego hacia mí y para atrás.
Abre mucho los ojos y los labios, ¡se le
corta el aliento! su pelvis comienza a convulsionar y su respiración es ya un excitadísimo
jadeo, ¡luce jodidamente sensual así, tan desesperado por el deseo y
conduciendo al mismo tiempo!
- Por favor –gime muy abrumado-, estos
días sin ti me tienen al borde de la locura…
- ¿Quieres decir que te has mantenido en
abstinencia, aunque no te puse la jaula? –eso me sorprende.
- Sí, por supuesto… mi cuerpo no existe
si no está a tu lado…
- Ah, muy bien. Eso merece un premio;
vamos a jugar al acelerador de motocicleta –se me ocurre una nueva tortura y me
pongo a usar su ardiente miembro como si en realidad fuese el acelerador manual
de una moto-. ¡Rooom, rooommm! –onomatopeyeo[2]
con ganas, mientras revuelvo mi mano con intensos movimientos de muñeca
alrededor de su duro y a la vez esponjoso acelerador.
Víctor se estremece de la cabeza a los
pies, ¡y yo también ya estoy a punto de
ebullición! Mi sexo cosquillea muy inquieto gritando para entrar al juego,
mientras él tiembla a punto de alcanzar el clímax. Puedo sentir la tensión de
sus piernas que se endurecen bajo el bermudas, sus manos se agarrotan en el
volante.
- ¿Te das cuenta de que estás a punto de
acabar, mientras vas conduciendo por la costanera, rodeado de otros automovilistas?
¡Qué irresponsabilidad, Víctor! ¿No te da vergüenza? –lo critico aguantándome
la risa, sin dejar de jugar al acelerador cada vez más y más rápido.
Mi mira tan agobiado que me da más risa
todavía; el pobre hace un gran esfuerzo por concentrarse en conducir, y
disimular al máximo para que los demás automovilistas que nos rodean no noten
las fuertes oleadas de placer que lo estremecen. Estoy gozando a fondo el ser
dueña absoluta de su cuerpo, de su sexo que no puede ni quiere escapar de mi
exigente mano que juega despiadada a excitarlo, hasta dejarlo sin aliento para
contestarme.
Paramos de nuevo en un semáforo y
arrecio en la estimulación…
Víctor cierra los ojos, tiembla de
ansiedad, está muy nervioso y se contiene no sé cómo diablos, está como un
volcán reprimiendo su erupción a duras penas, hasta que me ruega con voz
entrecortada:
- Ya no me puedo contener más, por favor…
- ¡Contrae los músculos, respira hondo!
–le ordeno al mismo tiempo que lo suelto, pero como sigue convulsionando utilizo
el bloqueo dactilar para que no arme un desastre en la consola del Lamborghini.
- ¡Ah…! –gime con un gruñido ahogado
cuando le detengo en seco la eyaculación, presionando su conducto seminal.
- ¡Verde! –le muestro el semáforo como
si nada-. Vamos conduce.
Avanza respirando en agitados jadeos.
Una cuadra más allá su obelisco cae derrotado por mis expertos dedos y guardo
mi juguete de regreso dentro del bermudas.
- ¡Eso estuvo genial! –exclamo
satisfecha-. Me gustó mucho verte a punto de acabar en plena vía pública, ¡y
conduciendo!
- Sin duda fue la experiencia de mi vida
–resopla Víctor sonriendo bastante azorado, todavía con el calor del momento
enrojeciéndole las mejillas.
- No te avergüences, ¡a nadie le importa
lo que se me antoje hacer dentro de mi auto! Si vieras la de cosas que ha visto
el interior de este Lamborghini…
Víctor me mira asombrado, por poco se
pasa de largo una luz roja. Luego del frenazo, yo continúo:
- Puedo hacértelo de nuevo, hasta que te
acostumbres… -le pongo la mano entre las piernas y comienzo a acariciarlo lentamente.
- ¿Otra vez…? –me mira abismado y se
apura en mostrarme un letrero del camino-. Pero es que ya casi entramos a la
carretera…
En efecto, íbamos a tomar la autopista
rápida Troncal Sur, hacia el interior, así que mejor lo dejo en paz y me
acomodo bien en mi asiento.
- Te salvó la campana –le sonrío abrochándome
el cinturón de seguridad.
Entramos a la autopista y allí alcanzó
los ciento cincuenta kilómetros por hora sin darse ni cuenta. El acelerado viento
que entra por la ventanilla, alborota su hermoso cabello azabache, lo respira
muy hondo terminando de serenarse, sus tentadores labios esbozan una sonrisa
que es todo un misterio para mí, ¡mierda!, ¿cómo lo hace para no frustrarse ni
molestarse con mis abusivos juegos? Ya ni siquiera parece recordar que le
impedí acabar hace un momento. Ahora luce muy relajado, hasta feliz… sus
fuertes brazos se extienden con seguridad hacia el volante…
Su buena disposición me saca chispas de
envidia y prefiero no seguir analizándolo, ¡lo declaro un fenómeno masculino y
punto! No me interesa tratar de entenderlo, me quedo sólo con su exquisito
exterior… hum, se me antoja volver a apoderarme de su sexo, seguir jugando a
excitarlo, pero a esta velocidad podríamos irnos al más allá en un pestañazo;
sería el primer accidente de tránsito “por exceso de excitación”. Sonreí ante
esa idea, y Víctor me miró hacia el lado.
- Tu sonrisa brilla más que el mismo sol
–me dice fijando en mí sus seductores ojos verdes.
Le frunzo el ceño.
- No seas cursi y mantén los ojos en el
camino. Veo que te gusta mucho conducir mi auto -cambio el tema.
- ¡Es magnífico! Cuando era niño tenía autitos
de colección, y el Lamborghini era mi favorito. Soñaba con conducirlo algún día
y ya ves, ¡los sueños se hacen realidad!
- Ja… -hago una mueca no muy convencida.
Aunque en realidad yo no tengo ningún sueño que quisiera ver cumplido. De
pronto me asombro… ¿qué espero de la vida? Al parecer nada… Eso me deja una
sensación desagradable; mi vida suena bastante vacía.
- ¿Por qué preferiste esta marca, antes
que otras? –continúa Víctor muy entusiasmado-. ¿Tiene más caballos de fuerza
que los otros que viste para comprar?
- No tengo idea de los caballos, sólo sé
que este tiene un toro en el escudo, y lo escogí porque era el único de mi
color favorito cuando lo compré.
- ¡Vaya…! –no lo dice pero me mira por un
segundo sospechando la cantidad de millones que me ha costado-. Es tan suave
que parece volar, apenas se siente la velocidad.
- De cero a cien en 3,9 segundos. El
vendedor ponderaba mucho eso, aunque a mí sólo me interesaba que fuese de color
dorado.
- ¡Uau, 3.9 segundos! –se fascina Víctor,
¡los hombres y sus cifras!
- Sí, es muy potente así que cálmate un
poco con el acelerador o nos vamos a pasar de largo hasta Limache, ¡ahí viene
nuestra salida! –le alcanzo a avisar antes de que se pase de largo.
Poco después llegamos al Jardín Botánico,
a las seis y media de la tarde. En esta época cierran a las siete así que el
hombre de la boletería nos advierte que sólo tendremos media hora para estar
dentro.
- Sí, claro –sonrío ocultando mis planes.
Guío a Víctor por los senderos hasta
llegar a la laguna y le indico que se estacione tras unos espesos matorrales de
helechos, que dejaron al Dorado oculto a las miradas desde el camino.
- Ven, vamos a caminar… -le tiendo la
mano y él la envuelve suavemente con la suya, grande y fuerte, capaz de
defender mi indefendible honor a puñetazos, recuerdo el incidente con Lobo y
Toro.
- Este lugar es maravilloso, parece un
paraíso escondido –comenta Víctor tendiendo la mirada por entre la exuberante
naturaleza que nos rodeaba.
- Sí, me fascina. Mi parque pretende
parecerse a esto, ¿ves allá el puente japonés? Aunque el mío es en miniatura
–caminamos por un sendero bordeado de especies nativas que se abovedan sobre
nosotros dándonos su fresca sombra, hasta que salimos a un prado. Más allá está
la laguna Linneo, hacia donde me dirijo sin prisa.
- Tu parque es muy especial –comenta
Víctor quedamente, como si no quisiera romper el encanto que nos hace parecer
una pareja normal, igual a las otras que se ven paseando de la mano por los
senderos-, pienso que se puede conocer el alma de una persona, a través de su
jardín…
Lo miro sorprendida por semejante idea.
- ¿De dónde sacaste eso, te lo enseñaron
en tus dos semestres de paisajismo?
Suelta una sonrisa fresca, que lo hace
verse mucho más joven, más bello aún, si es que eso es posible.
- No, es sólo un pensamiento personal
–me contesta.
- Pues me parece que estás equivocado,
si así fuera, tendría que plantar sólo cardos, espinos y plantas carnívoras en
mi jardín.
Me mira preocupado y permanece pensativo.
Salimos al prado que bordeaba la laguna,
el canto de la naturaleza llena nuestro silencio; unos grandes nenúfares se
mecen serenos en la superficie, más allá nadan unos blancos gansos, cerca de la
pequeña glorieta que se alza como un muelle al interior de las verdes aguas.
- ¿Por qué dices eso, Aurelia? –replica
Víctor-. No creo que en tu alma haya cardos y espinos…
- Tú, más que nadie debería creerlo; ya
casi te he matado a golpes varias veces.
Respira hondo como ante una verdad
irrefutable, y luego insiste en ser gentil hasta el último extremo:
- No ha sido tan grave. La vida de un
esclavo es así y yo me considero afortunado con el ama que me tocó; viendo el
tema en internet, hay amas que humillan y tratan como perros a sus esclavos las
veinticuatro horas del día. Tú, en cambio, me has hecho sentir más hombre que
perro, me has hecho experimentar más placer que dolor…
Me detengo en seco y suelto su mano para
mirarlo muy fijo. Víctor parpadea preocupado, temiendo haberme ofendido.
- Debe ser porque no soy una verdadera
ama –le contesto molesta-. Te dije desde un principio que no sigo esas normas
del BDSM… sólo me dejo llevar por mis instintos.
- Lo siento, no quise molestarte…
- No me molesta, ¡me frustra! Si ni mi
esclavo me considera una ama como debería ser, ¡jamás me crearán los del
ambiente bondage! Creo que le diré a Charlotte que no voy a ir a España con
ella.
- España, ¡es verdad! me hablaste de ese
viaje –recuerda Víctor.
Llegamos al puente de arco japonés,
hecho de piedra, y lo remontamos en silencio hasta que yo continúo:
- Charlotte es una ama de verdad que
conocí por internet. Tiene un sumiso llamado Javier, al que le dice Javo.
Cuando le conté que yo era un ama novata y mi sumiso también, me ofreció llevarte
a su casa un par de semanas para darte el entrenamiento básico pero no quise. Pensé
que sería demasiado extremo para ti… -traducción: No quiero que ninguna mujer
te ponga las manos encima, mientras seas mío-. Ella me invitó a una reunión
privada de BDSM, del 7 al 9 de marzo en una finca en España, a la que jamás
llegaría sin invitación de un miembro del grupo. Me entusiasmaba la idea de ir
para obtener información de primera mano para mi novela, pero creo que será
imposible; ni yo soy una buena ama ni tú pasarías nunca por un verdadero
sumiso. Ya lo decidí, mañana le diré que no voy con ella.
Llegamos al otro lado del puente. De las
parejas que se veían antes paseando a lo lejos, ya no queda ninguna. Tras unos
segundos, Víctor me dice con entusiasmo:
- Podemos intentarlo, si es el 7 de
marzo todavía nos queda tiempo para practicar, yo podría…
- No, Víctor –lo corto en seco-. Ya lo
decidí, no voy a ir. Dentro de dos semanas tu contrato conmigo termina y podrás
volver a tu vida normal y olvidarte de toda esta pesadilla.
- No ha sido una pesadilla para mí, al
contrario yo…
- ¡No quiero hablar más del tema! –alzo
la voz con imperiosa firmeza.
Víctor me mira abrumado y al mismo
tiempo algo llama su atención tras de mí, me volteo y veo una camioneta del
parque que recorre los senderos revisando que todos los visitantes hayan salido,
antes de cerrar. Está lejos y por el ángulo del camino todavía no puede vernos.
- ¡Ven, vamos! –lo tomo de la mano y
corro por el largo y estrecho puente que se interna en la laguna flotando sobre
sus aguas hasta una pequeña glorieta de abiertas columnas.
Entramos corriendo a la glorieta y me
tiendo a lo comando en el suelo para esconderme tras el bajo muro de pequeños
pilares. Víctor me imita lanzándose cuerpo a tierra cual feroz comando.
Desde allí atisbo por entre los pilares
hasta que veo alejarse la camioneta, sin descubrirnos.
Víctor me alza las cejas con divertida
curiosidad.
- ¿Qué estamos haciendo? –me pregunta
riendo.
Lo miro ofuscada; su alma siempre alegre
y optimista me da una feroz envidia. Me acomodo mirándolo tendida de costado,
él hace lo mismo y yo atrapo con brusca posesividad su cabello entre mis dedos.
- No estés tan divertido, Víctor, acabo
de secuestrarte –me abre grandes los ojos sin perder la sonrisa, y yo continúo-.
El Jardín Botánico cierra a las siete así que ya nos quedamos encerrados aquí,
sin que nadie nos moleste hasta mañana-. Te voy a disfrutar a mi antojo en
medio de la naturaleza, durante toda esta noche –le anuncio amenazante dándole
un tirón más fuerte.
Víctor aprieta los ojos por el tirón y
al abrirlos brilla en ellos el fuego del apasionado amante que bulle en su interior.
- Soy tuyo sin necesidad de que tengas
que secuestrarme –me dice con voz cargada de deseo.
- ¡Silencio, yo hago lo que quiero! –le
doy un nuevo tirón de cabello y entreabre los labios pero no vuelve a hablar.
En sus ojos relampaguea una silenciosa y apasionada expectación.
El húmedo aroma de la laguna excita mis
sentidos, me hace sentir selvática, una amazona en llamas en medio del chapoteo
de los gansos y el concierto de las aves, las ranas y los grillos, que arman su
escándalo de siempre al caer la tarde.
Me incorporo sobre las rodillas, Víctor
me imita… algunos mosquitos vuelan amenazantes a nuestro alrededor, preparándose
a picarnos… ¡Al diablo, que nos piquen! Le quito en un segundo la camiseta y me
voy salvaje directo a morder sus pezones… él echa atrás la cabeza conteniendo
un gemido y sólo me doy cuenta de que lo hice demasiado fuerte cuando siento algo
tibio en mis labios, lo he hecho sangrar… pero lejos de detenerme, eso me
desboca como a una fiera en plena cacería. Lo empujo hasta hacerlo quedar tendido sobre el suelo y
mis manos desabrochan hábilmente sus bermudas… se los bajo de un tirón y su
sexo aparece al desnudo de inmediato, ya está erecto.
- ¡Me gusta que no uses ropa interior!
–exclamo excitada ante esa magnífica visión.
- Me dijiste que no usara demasiada ropa
–me responde con sus ojos echando fuego y las pupilas muy dilatadas.
Termino de quitarle los bermudas y hago
volar lejos sus zapatillas sin calcetines… Me siento como una niña pelando su
dulce favorito, hasta que allí está, tal como me gusta tenerlo, ¡completamente
desnudo para disfrutar a mi antojo de todo su exquisito cuerpo!
Saco el cinturón de su bermudas y
descubro una sombra de inquietud en su mirada al verlo en mis manos, quizás
cree que voy a darle de correazos con la hebilla como la otra vez…
- Las manos sobre la cabeza, voy a atarte
–lo saco de dudas.
Víctor sube las manos obediente y uso el
cinturón para atárselas juntas por entre los pequeños pilares que forman la
baja pared la glorieta. Luego me quito el peto y lo dejo deleitar su mirada en
mi sexy sujetador de encaje sólo por unos segundos, porque de inmediato saco
una venda negra que traigo en un bolsillo de mi mini short. Me mira desolado
cuando comprende que no le permitiré seguir contemplándome, pero no protesta
cuando le cubro los ojos.
Me remuevo ubicándome entre sus piernas
y se las separo con las mías, abriéndoselas muy forzadas. Como no tengo una
barra se las sujeto con mis palabras:
- Mantén las piernas así, ¡muy abiertas
para mí! –le ordeno muy déspota.
Al ver ese magnífico cuerpo así desnudo,
atado, cegado, sometido por completo a mi voluntad, una excitación animal me
hierve en las venas… Me quito el sujetador y me lanzo sobre él… su pecho se
estremece al contacto del mío, ¡qué exquisita sensación su ardiente piel
desnuda fusionándose con la mía! Hasta puedo sentir la vida palpitando en los intensos
latidos de su corazón… el mío también se acelera locamente, ¡entre los dos
tocan una rápida y estrepitosa batucada![3] Una
electrizante sensación de placer me recorre entera hasta fluir en la humedad de
mi sexo… y caigo sobre sus labios para besarlo desenfrenadamente, al mismo
tiempo que comienzo a moverme para frotar mi mini short contra su dura erección…
Su boca se abre para recibir con ansias mi lengua, y la suya responde con
pasión mis avasalladores embates, hasta que la someto sujetándola con mis dientes
y empiezo a succionarla como si fuese su sexo…
Víctor gime desesperado por la
excitación, derramando su aliento jadeante cada vez más de prisa sobre mi boca…
Su viril miembro ya arde como acero al rojo vivo entre mis piernas…
Cuando al fin dejo de besarlo él inspira
hondo para recobrar el aliento y de pronto deja escapar las peores palabras que
se le pudo ocurrir decirme:
- ¡Te amo, Aurelia, te amo!
Me echo atrás engrifada, ¿por qué mierda
tenía que decir justo esas malditas palabras que tanto aborrezco?
- ¡Cállate! –le grito rabiosa-. ¡Esto no
tiene nada que ver con el puto amor!
- ¡Sé que te molesta el tema! –replica
con urgente vehemencia-, por eso no había querido decírtelo, ¡pero ya no puedo
contener más los sentimientos que rebosan en mi corazón!
Lo miro abismada… ¿Sentimientos? Para mí
el sexo es poseer, dominar, obtener todo el placer que quiera y luego desechar.
Intento hacerlo entender:
- Esto no tiene nada que ver con los
sentimientos, es sólo sexo; algo real, físico, ¡verdadero! En cambio el maldito
amor ese del que hablas no es más que un puto mito sobrevalorado.
- Pero lo que yo siento por ti es
verdadero y…
- ¡Silencio! –lo hago callar violentamente
con el pasado desgarrándome las entrañas y el feroz monstruo emergiendo de mis
abismos, desatado, ya sin control-. Lo que sea que sientas por mí, ¡olvídalo!
Yo no quiero tu amor ni tus sentimientos ni nada, ¡yo no necesito que me llenes
los oídos con esas mentiras, como estas acostumbrado a hacerlo con las mujeres
para follártelas!
- No, yo no soy así…
- ¡No me interesa cómo seas! Ya es hora
de que te des cuenta de cómo soy yo realmente; no soy una mujer para amar,
Víctor, ¡así que no vuelvas a mencionarme esa mierda! Harías mucho mejor odiándome
¡y para ayudarte ahora mismo voy a darte motivos! –le grito a la cara y tomando
mi peto lo amuño con fuerza-. ¡Abre la boca, ábrela bien y no te lo quites! –le
ordeno y se lo meto muy bruscamente.
Sufre algunas arcadas pero no me importa;
la boca le queda tan llena con mi despiadada mordaza que comienza a respirar
forzadamente sólo por la nariz, pero no hace amago de quitársela.
De inmediato me desnudo para apoderarme
de su sexo con el mío, ansioso y ardiente… lo hago con iracunda violencia, de tal
manera que mi embate golpea sus testículos, mis nalgas rebotan en sus caderas y
lo veo retorcerse de dolor bajo mi cuerpo, al mismo tiempo que lo siento entrar
muy profundo en mí, en toda su dotada extensión… Sé que le causé dolor y lo
hice a propósito, ya no soy yo, el antiguo rencor me gobierna, soy un monstruo sin
control ni compasión, ¡ávido de venganza! Y comienzo a moverme encima de él, apretando
con mis fuertes músculos internos su sexo, mientras subo y bajo, cada vez más a
prisa, exigiéndole complacerme con imperiosa brusquedad, mis senos desnudos
brincan frente a mis ojos que tengo clavados con rabia en ese rostro amordazado
y vendado, contra el que desato una ácida
lluvia de palabras:
- ¡Esta soy yo, cardo y espinos, no te
equivoques conmigo! –lo cabalgo amazónica, con un ritmo cada vez más salvaje,
que hace que el placer vaya en feroz aumento
por todo mi ser-. ¡No te hagas falsas ideas, no soy una princesita encantada
que con un beso volverá a ser buena y pura! ¡Soy mala, cruel y despiadada,
entiéndelo de una maldita vez, Víctor!
Le grito mientras él se esfuerza en
respirar sólo por la nariz, ahogado por la mordaza y la excitación que ya lo
hace encabritarse debajo de mí; sus caderas se mueven a mi ritmo, yo subo y
bajo sintiendo penetrar hasta lo más hondo de mí su endurecido miembro que crece
más y más, agigantándose llenándome de placer, mi corazón se desboca a mil por
hora, tocando redobles de guerra, gimo, jadeo, hasta que se me corta el
aliento, la vibrante oleada de placer me estalla como un geiser desde lo más
íntimo y toda la ira, el pasado, la sed de venganza, ¡todo se desvanece en
aquel vacío sublime, que deja mi mente en blanco!
Me quedo suspendida entre la vida y la
muerte, en esa nada exquisita en donde se disuelven la rabia y el odio, y ya no
existe nada ni nadie más fuera de esa adictiva satisfacción, esa plenitud sin
pensamientos que es precisamente la que me hace buscar una y otra vez esta
deliciosa paz post orgásmica… Justo por esto, me hice adicta al sexo desde los
dieciséis años.
Esto es lo único que yo busco en el
sexo; olvidar, dejar de sentir, dejar de pensar, dejar de existir por un
instante... Si tan sólo este efímero momento pudiese durar eternamente…
El efecto se desvanece demasiado rápidamente
para mi gusto y fuerzo a mi lánguido cuerpo para lanzarme de nuevo tras aquel
vacío liberador; utilizo a Víctor como un simple objeto para conseguir
embriagarme de mi droga favorita...
Lejanamente apenas me doy cuenta de que
él se está conteniendo… yo alcanzo casi de inmediato mi segundo orgasmo y él
aún no acaba ni una sola vez… No me importa, ¡mejor para mí! No me preocupa en lo más mínimo su ahogada
respiración por la mordaza, ¡lo castigo una y otra vez con mi deseo salvaje,
déspota! Lo obligo a complacerme sin darle ni un segundo de tregua… me muevo
sobre él arriba y abajo, ruda, desbocada, hambrienta, aprieto su sexo con mis expertos
músculos y tiro de él hacia atrás hasta hacerlo gemir, ¡jadea ahogadamente, tiembla
y se arquea de placer debajo de mí! Cuando ya voy en mi cuarto intenso orgasmo,
él no se aguanta más y acaba como una erupción volcánica, se encabrita como un
potro salvaje en plena doma, me hace subir y bajar sobre su pelvis, resoplando
ruidosamente por la nariz al no poder respirar por la boca…
Por fin se desploma pero no le permito
descansar, me giro sentada sobre él, retorciendo levemente su miembro que no
dejo escapar de mi interior, eso lo hace sacudirse espasmódico y gemir, sé lo
sensible que está su sexo tras el orgasmo, pero deseo ser cruel y lo aprieto con
fuertes contracciones musculares que le arrancan guturales gruñidos… todo su
cuerpo ya está empapado… lo absorbo posesiva hasta el fondo de mi intimidad y
muevo en círculos mis caderas, perdiéndome en la intensa sensación de placer,
apenas oigo lejanos sus desesperados gemidos bajo la mordaza, no me importa, le
estoy dando la espalda a su cara y humedezco mi dedo índice en la boca, le abro
más las piernas con las mías enganchándole mis pies bajo las rodillas y voy en
busca de su botón disparador más erógeno…
Víctor se paraliza por un segundo al
sentir mi dedo allí en su muy personal entrada, se lo introduzco unos
centímetros y su pecho se agita balanceándome arriba y abajo como una alfombra
mágica… muevo mi intruso dedo hasta tantear su almendra detonadora, y bastan
unos cuantos segundos de mi experta estimulación para revivir su sexo
prisionero en mi interior, ¡lo siento crecer en llamas, vibrante, poderoso, gigantesco!
En esta postura llega más profundo… retiro mi dedo, apoyo las manos en sus
rodillas que le tomo y flexiono hacia arriba muy separadas y comienzo a
cabalgarlo así de espaldas, muy lentamente… le hago círculos con las caderas,
¡me fascina arrancarle angustiados gemidos al hacerlo! Mis orgasmos no tardan
en regresar mientras me lleno de placer muy despacio primero… luego acreciento
el ritmo con frenesí y disfruto mis éxtasis que se suceden unos tras otros, sin
parar, como fuertes aleadas huracanadas.
Soy multiorgásmica, ¡puedo durar horas
en mi hobby favorito! Mientras estoy en eso el tiempo deja de existir para mí.
No sé cuánto rato ha pasado, pero sus estúpidas palabras todavía me resuenan
como veneno dentro del alma… “Te amo…” ¡Maldita sea, cómo odio esas dos
palabras! Le exijo sin importarme que ya esté casi inconsciente por la mordaza
que lo asfixia y me fuerzo a mí misma enrabiada, mi cuerpo arde pero mi alma es
un témpano de hielo, tan congelada que mis lágrimas se han cristalizado y desde
hace muchísimos años que ya no brotan… me siento tan vacía por dentro… no lo
estoy disfrutando… ¿Cómo osan llamar a esto hacer el amor? ¡Yo sólo siento
rabia, odio y rencor al hacerlo! Jamás desde que empecé mi vida sexual he
sentido nada más que eso; siempre he usado el sexo únicamente para dejar de pensar,
dejar de recordar… Sin sentimientos, sin emociones, ¡tan sólo follo
desenfrenadamente hasta dejar de respirar!
Cuando tengo sexo como una salvaje mi
mente se anula y mi cuerpo disfruta libremente el frenesí de las sensaciones
carnales, justo como ahora… Las oleadas de placer son cada vez más intensas,
más arrasadoras dentro de mí, estoy empapada entera, tiemblo estremecida, ¡mi
cuerpo ya no da más! Mi mente está embotada, ahogada en mi más deliciosa droga
de cócteles químicos y hormonales… Como en otra dimensión percibo que él se
corre de nuevo, ¡vaya aguante de mi potro! Yo exploto al mismo tiempo y sé que
eso es todo, ya no doy más, libero al fin su sexo me volteo y caigo desplomada
sobre su agitadísimo pecho.
Me quedo allí reposando, oyendo el fuerte
tambor tribal bajo su pecho mientras floto muy lánguida en mi exquisito vacío
con los ojos cerrados… De pronto una ligera brisa me enfría el empapado cuerpo
y abro apenas los ojos, extenuada… Las estrellas brillan en todo su esplendor sobre
nosotros. ¿A qué hora anocheció? Miro a Víctor y no sé si está dormido o
desmayado.
Como si volviera de una pesadilla o un
trance, me doy cuenta de lo brutal que fui con él y eso es raro en mí porque no
suelo auto criticarme. Justo en este momento con cualquier otro tipo yo estaría
saliendo de la ducha, vistiéndome y marchándome tras dejarle su paga en el
velador, sin importarme un comino el estado en que lo hubiese dejado. ¿Por qué
Víctor me hace sentir diferente?
Me incorporo sentada a su lado y lo miro
en silencio, buscando la respuesta en mi interior… Debe ser porque es el
primero con el que estoy más de una vez. Es la cercanía, como cuando era niña y
después de mirar de cerca a una hormiga ya no pude matar a ninguna más… Creo
que eso me pasa ahora, he mirado demasiado de cerca a este bello ejemplar
masculino.
Le quito rápidamente la mordaza y Víctor
respira muy profundo por la boca mientras le saco la venda. Sus ojos parpadean
y me miran muy fijo, aunque evidencian su agotamiento un intenso fuego brilla
en ellos, sosteniendo una expresión que me parece al borde de la adoración… ¡Mierda,
creo que no he logrado que me odie! Me siento frustrada pero más que nada
confundida. Él es muy extraño y me está contagiando sus rarezas. Le suelto las
manos y le exijo:
- Ponte de pie y recoge toda la ropa.
Salgo rápido de la glorieta caminando
desnuda. Quiero dejar de pensar en Víctor y me centro en la naturaleza… luce
mágica a la plateada luz de la luna menguante que baña exquisita mi piel y me
hace sentir como un espíritu del bosque.
Víctor me alcanza en el puente que une
la orilla con la glorieta y caminamos juntos, bordeando la laguna.
La luna dibuja un ondeante camino blanco
a lo largo de sus quietas aguas, mi mirada se pierde hacia allá, pero de pronto
atisbo de soslayo que Víctor no admira el paisaje sino tan sólo a mí. Al llegar
al puente de arco ya me siento dueña de mí misma otra vez, el monstruo regresó
agotado a su abismo y ya puedo hablar más calmada, más cercana a un ser humano
ligeramente racional:
- No debiste mencionar esa estupidez del
amor –le reclamo como si él fuese el perverso y yo la víctima-, no me interesa
y sobretodo odio que me digan esa mierda de “te amo”, realmente me molesta, me
saca de mis casillas y si pierdo el control no respondo de mis actos –si pretende
ser una explicación de mi explosivo arrebato de ira es bastante pobre, pero
Víctor no parece molesto ni menos esperar una explicación.
- Lo siento, Aurelia, no fue mi intensión
molestarte.
¿Otra vez es él quien se disculpa
conmigo? ¡Diablos!, insisto en que es demasiado gentil y tierno para estar
cerca de mí. Aunque tampoco deseo perder su escultural cuerpo, ¡es el mejor
amante que he tenido! Ningún otro ha soportado jamás mi maratónico ritmo
ninfomaníaco, como acaba de hacerlo Víctor.
Bajamos del puente y me desvío del
camino hacia la hierba que siento hundirse exquisita y fresca bajo mis pies desnudos.
La sensación de caminar ambos al natural bajo el manto de estrellas es muy
excitante, primitiva, como Adán y Eva en un nuevo paraíso… Eso sería genial,
empezar de cero sin pasado, sin memoria…
- Deja la ropa por ahí –le indico el
suelo al pie de un robusto árbol que mira hacia la laguna.
Lo hace y luego me mira preocupado:
- ¿No vas a vestirte?, hace frío –me
dice como si fuese un caballero andante atento a proteger y cuidar a su débil
dama-. Debimos traer unas mantas…
Puede que él sea un caballero pero yo no
soy una frágil damisela. Aunque tal parece que todavía no logro hacer que él se
de cuenta.
- Las mantas están en la cajuela del Dorado
–le respondo fastidiada por su actitud protectora-, junto con una nevera con
comida. Vamos a buscarla, me muero de hambre.
- Si quieres, yo voy a buscarlas y
vuelvo corriendo.
¡Ahí está de nuevo el caballero andante!
- No, vamos juntos.
Cortamos camino a través del parque,
esquivando los senderos. Víctor parece una deidad de los bosques en su magnífica
desnudez que me atrae como un imán. Lo abrazo para contrarrestar la brisa fría
y camino apegada a él.
- Abrázame –le ordeno imperiosa sólo
para quitarme el frío.
De inmediato Víctor me rodea con sus
brazos, tan fuertes y tan sutiles a la vez y me envuelve en el cálido abrigo de
su cuerpo que al instante me quita el frío, porque su piel desnuda emana una calidez
profunda que parece brotar de lo más hondo de su ser… Nunca antes experimenté algo
así con ningún hombre… me estremecí.
- Aurelia, ¿estás bien? –se preocupa
él-. Debes estar cansada, necesitas comer algo, permíteme por favor… -habla rápidamente
y como si no le costase nada me alza en sus recios brazos, y camina más rápidamente
hacia el auto.
Me parece que floto en el aire. En
verdad estoy muy cansada así que le permito llevarme en sus brazos. Rodeo su
cuello con los míos y me acurruco en su ancho pecho, inspirando hondo su
exquisito aroma. No es el caro perfume que le compré, es su piel la que exuda por
cada poro esa perturbadora fragancia a hombre que me recuerda a la madera
fresca recién cortada… Cierro los ojos y me adormezco volando en sus brazos.
- Llegamos al auto –me avisa Víctor
despacio, creyendo que me he dormido.
Abro los ojos y cuando me incorporo
sobre su pecho, me deposita suavemente en la hierba. Allí de pie, desnuda, de
pronto me da un ataque de risa.
- ¿Qué pasa? –me pregunta Víctor
sonriendo encantado.
El simple hecho de verme reír parece
hacerlo el hombre más feliz del planeta.
- Es que las llaves están en el bolsillo
de mi short –le contesto riendo y él se larga a reír también.
Su risa fresca y juvenil me parece música
de los espíritus del bosque.
- Vuelvo enseguida –me dice y echa a
correr como un bellísimo elfo desnudo, perdiéndose entre la espesura del oscuro
follaje.
No tardó en regresar con nuestra ropa y
sacamos las cosas del auto. Rápido y atento, armó el picnic en un pequeño claro
escondido de la vista de los senderos entre altos macizos de helechos. Prendió
una discreta lamparita de camping, tendió una manta sobre la hierba y me
ofreció la otra para cubrirme. Yo todavía no quería vestirme; me parecía exquisita
mi desnudez a la luz de la luna y más todavía contemplar la suya.
Víctor abrió la nevera, desplegó su
contenido sobre la manta-mantel y yo comí con avidez; más educado, él intentó
disimular su apetito.
Miré al cielo adivinando la hora en las
estrellas; debían ser las diez de la noche. Todavía me quedaban muchas horas
para disfrutar a mi fina sangre árabe…
- Eso es, come para que repongas tus
fuerzas –se me escapa en voz alta y Víctor me mira parpadeando rápido, con el
emparedado suspendido en el aire frente a sus labios-. Quiero disfrutarte sobre
la hierba hasta el amanecer –le revelo mis fogosas intenciones y traga fuerte,
sus ojos arden apasionados e intenta decirme algo pero no lo dejo-. ¡Ah, ah! Silencio,
sigue comiendo, calladito te ves más bonito. No quiero oír más esas palabras
que me hacen enfadar, y espero que ya te haya quedado claro que no soy una tierna
princesita y que lo único que me interesa de ti es tu cuerpo.
Una extraña sombra opaca su mirada, lo
noto a pesar de la semi oscuridad que nos envuelve pero no me importa, sólo le
dije la verdad y luego seguí comiendo mi emparedado sin el menor remordimiento.
Como plaga de langostas, no dejamos ni
una migaja.
Víctor guardó la nevera en el Dorado y
regresó a sentarse a mi lado. Yo estaba envuelta entera en la manta, él se abrazó
las rodillas aguantando el creciente frío con espartana entereza. Nunca se
queja, nunca protesta, ¡vaya jodido domino propio que posee!
Abro la manta hacia su lado.
- Ven aquí –lo llamo y gatea rápidamente
hacia mí. Se acurruca a mi lado y yo nos envuelvo a ambos muy apretados con la
manta.
¡Ah, qué maravilla el electrizante
contacto de su cuerpo desnudo! Creo que empiezo a hacerme adicta a él.
- Estás fría –se inquieta otra vez por
mí, Víctor-, quizás deberías vestirte antes de que pesques una gripe.
Lo miro hacia el lado, nuestros rostros
están a la distancia justa de un beso pero me distrae un pensamiento aguijoneante:
- ¿Qué tengo que hacerte para que me
odies, Víctor? –le pregunto mirándolo muy fijo a los ojos.
Esos oasis verdes brillan sorprendidos
al responderme:
- ¿Por qué quieres que te odie?
- Porque sé manejar mejor al directo y
sincero odio, que a su rebuscado e hipócrita antagonista que no quiero ni mencionar,
ya sabes cuál.
Víctor sonríe al replicar:
- Jamás te odiaré Aurelia, por más que
te esfuerces.
- Entonces, ¿ni siquiera estás un poco
molesto por todo lo que te hice en la glorieta?
Sus ojos danzan traviesos e intensos a
la luz de la lámpara de camping, hasta me parece escucharlos reír.
- ¿Es broma? –me pregunta-. Eso fue
increíble, ¡me elevaste al paraíso de paraísos del éxtasis!
- ¡Mierda, Víctor, si casi te asfixié
con esa mordaza y por poco te exprimo hasta el cerebro!
Se encoge de hombros, sonriendo
sensualmente:
- Gajes del oficio de esclavo, si a mi
dueña le agrada el sexo rudo y ultra exigente, ¡pues yo me adapto sin problemas
a sus deseos!
Niego rotundamente con la cabeza.
- No puedes ser tan jodidamente positivo,
Víctor, ¡algo debe hacerte enfadar! A alguien debes odiar en el mundo al menos
un poquito, vamos confiésalo, ¡nadie es tan bueno!
- Intento no odiar a nadie; el odio es
un veneno muy corrosivo para el alma.
- No te creo. ¿Ni siquiera estás molesto
por la súbita muerte de tus padres? Me dijiste que fue en un accidente de
tránsito…
- Sí, un camión con acoplado se vino de
frente contra su auto… el chófer se escapó, nunca lo encontraron.
- ¿Y me vas a decir que no odias a ese
hijo de puta que mató a tus padres y se largó sin tratar de ayudarlos?
La bella sonrisa de Víctor escapa a perderse
tras mis palabras. Admito que fue un golpe bajo, pero es que me molesta que
alguien sea tan noble y de buenos sentimientos. Es como una luz demasiado potente
que me muestra a gritos mi mísera oscuridad.
Él baja la mirada y tras unos segundos
me responde con voz queda, casi en un susurro:
- No… no odio a ese hombre, Aurelia. Mis
padres no descansarían en paz si así fuera, porque estaría faltando a los
principios que me inculcaron. Mi odio no haría que ellos regresaran, tampoco el
que yo juzgue a ese hombre, porque el juicio es de Alá y algún día tendrá que
rendirle cuenta de sus actos.
- Alá… -musito pensativa-. ¿Tampoco
estás molesto con tu dios, por no haber impedido ese accidente?
Víctor me mira con una profundidad que
me hace estremecer; sus intensos ojos ribeteados de negro dicen mucho más de lo
que pronuncian sus labios:
- Alá es sabiduría… La sabiduría no
puede equivocarse...
Sacudo la cabeza con violencia.
- ¡Esas son sólo estúpidas palabras de
conformidad! –mi protesta es fuerte e intensa-. Eres imposible, Víctor, el jodido
tipo perfecto –ironizo ofuscada alzando los ojos al cielo-. No se puede
conversar contigo si ocultas tus verdaderos pensamientos tras bonitas frases
hechas, ¡buf!
- Pero yo no oculto mis… -replica Víctor
pero no lo dejo seguir.
- ¡Ya no quiero seguir hablando del
tema!
Asiente en silencio y respira profundo.
La conversación lo deja pensativo y algo triste… ¡y me sorprende mucho descubrir
que no me gusta verlo así! Es el primer hombre al que no quiero ver triste ni
abatido; al contrario deseo ahora mismo de regreso su hechizante sonrisa.
- Sujeta la manta –le ordeno y al
hacerlo sus manos quedan ocupadas al frente cerrando nuestra íntima carpa.
Sólo nuestras cabezas están fuera y
Víctor me mira sorprendido cuando mis manos comienzan a recorrer su cuerpo. De
inmediato sus ojos su vuelven de fuego… hablan muy claro y me dejan ver hasta
el fondo de su alma, pero yo no quiero oír lo que me gritan en su vehemente silencio…
Esto no se trata de amor; es sólo carne, piel, deseo puro y sincero, ardiente
excitación corriendo a raudales por las venas…
- No me mires, ¡mira las estrellas! –le
ordeno imperiosamente para desviar de mí esos ojos inquietantes-. Dime todos
los nombres que sepas de ellas –le exijo caprichosa, mientras me muevo bajo la
manta hasta sentarse sobre sus muslos para quedar frente a frente, muy apegados
nuestros cuerpos, casi como uno sólo.
Abrazo su cintura con mis piernas,
engancho los tobillos tras su espalda y se la acaricio despacio con mis
talones, mientras mis manos hacen lo mismo con sus esculpidos brazos… En pocos
segundos nuestra piel ya no está fría, nos encendemos rápidamente formando un
vaho cálido bajo la manta...
- No te oigo nombrar las estrellas –le
exijo concentrarse en la tarea que le di.
- Sirio… Betelgeuse… Aldebarán… -trastrabillan
las palabras de Víctor que se esfuerza en enfocarse en su observación astronómica,
mientras yo lo acoso con mis caricias cada vez más ardientes.
- Rigel… el Cinturón de… de… -se
interrumpe y su respiración se agita, porque de un veloz movimiento conecto mi
húmedo puerto USB a su ya muy erecto penedrive[4].
La portentosa conexión me llena toda, ¡el
hardware está instalado y listo para ser usado! Me sube el calor y ya no lo dejo
seguir hablando; me apodero a dos manos de su cara y lo beso como si fuese a
acabarse el mundo… Sus manos siguen ocupadas cerrando la manta detrás de mi espalda,
mientras las mías se escapan libremente a recorrer todo su cuerpo… Revolotean
por su pecho jugando con sus pezones, lo hago respingar con un par de malignos pellizcos
y me río dentro de su boca sin dejar de besarlo… jadea muy excitado, ¡tan receptivo!
Mis manos bajan quemantes hasta su firme trasero y se apoderan de él,
masajeándolo en redondo… Mordisqueo con ansiedad sus exquisitos labios, tan húmedos,
cálidos y carnosos... los saboreo con mi lengua, los exprimo con mis labios…
Siento agigantarse dentro de mí su
ardiente acero, la placentera sensación me quita el aliento y suelto su boca
para ordenarle:
- Abrázame con tus piernas a la cintura,
y balancéate adelante y atrás, ¡sígueme el ritmo!
Me mira asombrado y apasionado, y al
seguir mis instrucciones formamos un erótico balancín que me propicia una
alucinante penetración ¡ultra profunda! Tanto cuando yo voy adelante, como
cuando él se inclina sobre mí… El hueso de su pelvis estimula el mío justo
sobre el clítoris a un nivel tan intenso que me quita el aliento, y me hace
retorcer por dentro en fuertes espirales de creciente placer… Gimo, jadeo y
gimo más fuerte… ¡Ah, es demasiado placer! Sus sueltas caderas, su pelvis, todo
él se mueve a la perfección y encaja de maravilla con mi cuerpo… No tardo en
sentir las salvajes ráfagas de excitación corriendo por mi sangre, quemantes,
estremecedoras, mi sexo palpitante y húmedo… tiemblo de la cabeza a los pies y
acelero el ritmo, instintiva, animal, ¡quiero más y más! Lo devoro ávidamente
en cada alucinante balanceo... ¡ya ardo en llamas! Abro mucho la boca tratando
de atrapar más aire, mientras gimo, me retuerzo y gruño como una leona salvaje…
al mismo tiempo Víctor jadea y suelta roncos bramidos mientras seguimos meciéndonos
como en el Barco Pirata de los juegos mecánicos, tú hacia mí, yo hacia ti… la
estimulación es tan intensa y profunda que nuestros sexos arman una hoguera en
la que ardemos ¡a punto de quemar la manta que nos envuelve!
De pronto siento venir mi orgasmo como
una avalancha, ¡es apoteósico! y acabo gritando tanto que dejo sordos a los
grillos del prado… asciendo hasta las nubes y floto feliz en el máximo vacío
post orgasmírrico[5],
mientras mi estupendo semental hace un esfuerzo sobrehumano por contenerse para
poder seguir complaciéndome… Ya sabe que no me satisfago con poco.
Lo siento estremecerse contrayendo sus
músculos íntimos mientras intenta respirar hondo entre sus fuertes jadeos. Le
cuesta tanto detenerse antes de acabar utilizando el sistema tántrico que le he
enseñado, que de seguro su orgasmo se fue a la mierda. Sin embargo, cuando abre
los ojos esas magníficas joyas verdes me miran con un inquietante brillo de
adoración.
- Aurelia, eres una diosa –me dice con
voz profunda, tan estremecedoramente sensual-, ¡mi cuerpo no existía antes de
ti! Eres la verdadera pasión, eres el fuego vivo del placer quemándome hasta el
alma, ¡no imaginas cuánto te…! –se interrumpe de golpe ante mi mirada asesina,
pero continúa enseguida-, ¡…te deseo, no sabes cuánto te deseo! –termina la
frase y me queda la duda de que tal vez iba a decir ese estúpido “te amo”, otra
vez, pero alcanzó a corregirse a último momento.
- ¿Es cierto eso, Víctor, sólo me
deseas? –lo increpo mirándolo fijo a los ojos-. ¿Y qué hay de esa ridícula
declaración de amor en la glorieta? Porque te recuerdo que entre nosotros sólo
existe un contrato de trabajo y si lo estás mezclando con tus sentimientos que
entre paréntesis no me interesan, vamos por mal camino con este asunto y quizás
deba buscar a alguien más profesional.
Se tarda en responder y cuando al fin lo
hace su mirada se pierde hacia la laguna:
- Discúlpame… fue al calor del momento,
siempre digo lo mismo… a la mayoría de las mujeres les gusta oírlo en esos
instantes íntimos, ya sabes… No te preocupes, no hay sentimientos de por medio.
- Excelente, entonces ya te enteraste de
que yo no soy como todas las mujeres, así que no me interesa escuchar tus
cursis discursos climáxticos[6], y
ahora guarda silencio o voy a amordazarte. Te permito gemir, jadear, ¡hasta
aullar como un lobo en celo!, pero nada de hablarme, ¿entendido?
Víctor me mira desolado al responderme:
- Entiendo, no volveré a hablar –el
deseo contenido aún brilla en sus intensos ojos verdes y siento que me dicen
más que mil palabras.
¡Mierda,
esa fascinante mirada habla a gritos de aquello que me niego a oír! Pero él
mismo acaba de afirmar que no se trata de amor, sino tan sólo de deseo, así que
me olvido del asunto.
- ¡No sueltes la manta! –le ordeno
tiránica-. ¡Voy a hacerte mío hasta el amanecer! –exclamo como un rugido de tigresa
y me lanzo de nuevo a disfrutarlo, a recorrer a mi antojo cada rincón de su
exquisito cuerpo desnudo, que el calor de nuestra pasión bajo la manta ya le
tiene sensualmente empapado.
Con las estrellas como únicas testigos y
tal como le advertí, lo hice mío de nuevo cuantas veces quise, sin permitirle
soltar las manos de la manta, aunque lo tumbé en el piso y nos hice rodar por
la hierba y lo monté y utilicé de mil formas inimaginables…
La creatividad de mis exigentes posturas
lo dejaba sin aliento… ¡le hice mis preferidas del kamasutra! El molino de
viento, la nota “X”, la mil hojas, el encadenado, el barco y por supuesto mis
favoritas cabalgatas de frente y de espaldas, siempre con mis toques muy
personales de dominantes restricciones para él; no mirarme, no usar sus manos,
no tomar ni la menor iniciativa, ¡sólo le permitía moverse siguiendo mis
órdenes!
Me fascina poseerlo así; yo hago lo que
quiera con su cuerpo, yo mando, yo guío toda la acción, yo marco el ritmo y
como él todavía no logra controlar sus eyaculaciones, ¡también lo controlo en
eso!
Así Víctor me dura infinitamente,
angustiado y sin lograr correrse, perdiendo el disfrute de la mayoría de sus
orgasmos, ¡pero no me interesa! Yo me vuelvo loca de placer y eso es lo único
que me importa. Lo gozo al máximo, disfruto su cuerpo, me embriago en su
seductor aroma a macho, saboreo la exquisita dulzura de su boca experimentando
la intensa excitación en cada átomo de mi ser, en cada milímetro de mi piel que
vibra y arde, se empapa y se libera…
La
exuberante naturaleza que nos rodea exacerba mis sentidos con su aroma a
tierra húmeda, a hierba fresca y a flores nocturnas... me fascina la fuerza
liberadora del sexo, el fuego que quema los pensamientos, la pasión desenfrenada
que nubla mi mente, mientras la noche avanza hora tras hora y las estrellas
recorren el cielo, tan lejanas y serenas siguiendo su eterno camino sin dejarse
distraer por este par de mortales, que intentan embriagarse con la ambrosía de
los dioses...
Me diluyo en el tiempo que deja de
existir para mí… Sin prisa, a mi ritmo a veces salvaje, a veces en cámara
lenta, obtengo tanto placer de Víctor como jamás antes de nadie… ¡es un
semental inagotable!, y extraigo de él a raudales mi exquisita droga que me
hace olvidar, hasta que por fin logro aturdirme tanto que caigo rendida, exhausta,
sumida en un profundo sueño.
∞∞∞ AlA∞∞∞
“La niña era muy
valiente; con apenas sus cuatro años de edad, le hacía frente el hombre que se erguía como un ogro gigante ante ella,
mirándola muy severo.
- ¡Le voy a
decir a mi mamá que cada vez que ella sale de viaje, tú traes a esas mujeres
tontas que se ríen y gritan mucho en tu dormitorio!
- ¿Cómo te
atreves, mocosa insolente? –bramó furioso el hombre-. Eres mala, muy mala, ¡te
mereces un fuerte castigo por faltarme al respeto de esa forma, y te irá mucho
peor si le dices una sola palabra a tu madre, cuando vuelva!
La niña tembló
ante esas palabras. No era la primera vez que su padre aprovechaba la ausencia
de su mamá para castigarla brutalmente, aunque la mayoría de las veces ella ni
siquiera sabía cuál había sido su falta… Por eso mismo, su corazón indómito se
volvió aún más rebelde y desafiante, a pesar de saber a lo que se exponía.
El hombre alto
se quitó el cinturón de cuero que ostentaba una gruesa hebilla metálica.
- Vamos, qué
esperas, ya sabes qué hacer, ¡fuera ese vestidito! Y no quiero nada de gritos.
La niña se quitó
el vestido, lloraba de rabia en silencio, mientras el hombre ponía música a todo
volumen, para ocultar los fuertes chasquidos del cinturón, y los ahogados y
reprimidos gritos de la niña.
La pequeña
quería escapar corriendo, pero sabía que la puerta del estudio estaba cerrada
con llave, y que el castigo sería mucho más doloroso si lo intentaba siquiera…
quería gritar, ¡pedir auxilio a gritos!, pero también sabía que nadie la
escucharía por esa música ensordecedora, ¡nadie vendría a salvarla! Mientras el
dolor crecía y crecía, ¡dándole feroces dentelladas en la espalda una y otra
vez!”
∞∞∞
AlA∞∞∞
- ¡No… no, ya basta…! –me despierto
gritando a todo dar.
- Tranquila, todo está bien, sólo fue
una pesadilla –esa serena voz es como un bálsamo, un ancla que me trae de regreso
a la realidad.
A la semi penumbra del cercano amanecer,
descubro que estoy recostada sobre el pecho de Víctor, cubierta con la manta.
Él me envuelve abrigadoramente con sus brazos… apenas me doy cuenta de eso me incorporo
escapando de ellos.
Tomo mi ropa que está ahí cerca y me
visto rápidamente. Víctor se incorpora y hace lo mismo. Ya vestida me siento de
nuevo sobre la hierba y él se acomoda a mi lado. Su silencio me parece buena
compañía mientras intento serenarme y olvidar esas malditas pesadillas que me
persiguen sin piedad, sin importar lo que intente para dejarlas atrás, para
escapar de ellas de una vez por todas.
Siempre es lo mismo, nunca pasa una
noche sin que aparezcan, durante tantos años ya, que estoy segura de que jamás
podré quitármelas de encima, hasta el día en que me muera.
- Ya está amaneciendo –murmuro viendo
desvanecerse al brillante lucero de la aurora-, pronto abrirán y podremos irnos.
El alegre canto de las aves llena el
silencio que flota entre nosotros.
Víctor luce tan hermoso, tan sexy, con
el cabello alborotado y salpicado de hierba… Sus ojos me miran con una mezcla
de pasión y ternura al hablarme:
- Aurelia… ¿puedo preguntarte algo?
- Si se trata de esa pesadilla, por la
que desperté gritando… -auguro un no rotundo.
- No, no se trata de eso sino del viaje
a España –dice rápidamente y lo miro sorprendida; él continúa-. Estuve pensando
que si es importante para tu proyecto, podríamos intentarlo. Me refiero a que
yo podría aprender a comportarme como un verdadero sumiso para que pudieras
asistir a esa reunión.
Niego con la cabeza.
- Seguro que tú podrías pero yo jamás seré
una buena ama, Víctor. En todo el material que he leído sobre el BDSM,
recomiendan que jamás se debe aplicar un castigo estando molesta, porque es muy
fácil abusar de la indefensión del sumiso y podría ser peligroso para su salud
física y mental. El dominante debe tener control sobre sí mismo primero, para
poder controlar a su esclavo, ¡y ya sabes que yo pierdo muy fácilmente el
control! Olvida eso de la reunión e intenta sólo no provocarme, para mantenerte
vivo hasta el final de nuestro contrato.
- Puedo hacer eso ya he aprendido un par
de cosas; nada de bailes sorpresa ni oír música sin permiso ni pronunciar
ciertas palabras, ¡sobreviviré no te preocupes por mí por favor! Estoy seguro
de que tú podrías ser una excelente ama, ¡podemos aprender juntos! Ir de a poco
practicando eso del control, por favor, ¡permíteme ayudarte!
Esa petición me suena sospechosa, parece
referirse a algo más allá que tan sólo mi proyecto literario… ¿En qué más quiere
ayudarme? ¡Víctor es todo un enigma para mí! No entiendo su forma de ser, de
pensar, ¡ni mucho menos de sentir!
- ¿Por qué te importa tanto? –le
pregunto mirándolo fijo.
- La verdad es que me gustaría ser parte
de ese proyecto literario. Me parece una experiencia muy interesante.
- ¿Ya no le temes al dolor? –sonrío con
ironía.
- No me agrada, pero confío en ti.
Lo miro con el ceño fruncido.
- ¿Y cómo mierda puedes confiar en mí,
después de todo lo que te he hecho?
- Porque siento que nunca has querido
hacerme daño a propósito. El problema es sólo cuando pierdes el control… -lo miro
ofuscada y se da prisa en pedirme-, ¡por favor, no te enojes! sólo quiero
ayudarte, Aurelia. Si aprendieras a mantener el control serías la mejor ama del
mundo y yo el esclavo más feliz a tus pies… Vamos acepta el desafío, ¡danos la
oportunidad de intentarlo! Así no tendrías que archivar tu proyecto como algo
frustrado. Tú te mereces lograr todo lo que te propones, eres una persona muy
buena, muy especial y generosa…
- ¡Allá vas de nuevo! –lo interrumpo-.
¿Estás seguro de que estás hablando de mí? ¡Yo no soy ni un ápice de todo eso!
Víctor me sonríe; es la sonrisa más plena
que jamás he visto en un hombre a pesar de que su rostro luce cansado por la
agotadora noche que le hice pasar.
- Estoy seguro, mi dueña. Por favor,
dame la oportunidad de poder servirte como tu verdadero esclavo, ¡me esforzaré
en no provocar tu enfado en lo más mínimo!
- ¡Ay, Víctor…! -lo miro con
reconvención-, estuve a punto de hacerte morir asfixiado con esa mordaza que te
puse… Insisto en que no deberías confiar en mí.
Él baja la mirada y pienso que se ha
dado por vencido, pero al parecer no conoce esas palabras. Vuelve a mirarme con
resolución.
- Si quieres, puedes enviarme unos días
con esa ama, Charlotte, para que me enseñe…
Doy un respingo de enfadada indignación.
- ¡Eso jamás, eres mío! Al menos hasta
que termine el contrato.
Sonríe y comprendo que él tampoco quería
irse con otra mujer, sólo me estaba haciendo aceptar el desafío y no hay guante
que yo no recoja.
- Muy bien intentémoslo. Empezaremos de
cero y esta vez lo haremos en serio; seguiremos todas las normas del bondage.
Si vamos a jugar este juego, lo haremos bien de una puta vez por todas… -pienso
un momento y agrego-. Pero en la casa no podremos estar tranquilos, fingiendo
siempre ante los demás… -encuentro rápidamente una solución-. Nos iremos unos
días a la cabaña del Cajón del Maipo.
Me pongo de pie y Víctor me imita, feliz
de haberme convencido.
- En cuanto lleguemos a casa
prepararemos el viaje, nos vamos después de almuerzo.