Capítulo 5
Aurelia. Expectativas
Esta tarde mientras pensaba que
me gustaría tener un esclavo para hacer más real mi experiencia en el mundo del
BDSM, de pronto llegó ese bellísimo ejemplar como caído del cielo… ¡Todo un
potro árabe! Sus marcados pectorales saltaron
a mi vista en cuanto se quitó esa anticuada chaqueta. Su torso forma esa recia
“V” entre sus hombros y sus caderas que tanto me gusta en los hombres y cuando
se quitó la camisa, sus abdominales lucieron como esculpidos a mano por los
mismísimos dioses.
¡Es sumamente atractivo de la
cabeza a los pies! Lástima que se pusiera tan remilgado cuando le ordené
desvestirse, me hubiese gustado ver sin restricciones su escultural desnudez. De
momento, me fascinó todo lo que vi.
Su cabello negro azabache se
ondula ligeramente, muy fino y sedoso, contrastando con sus ojos de increíble color
verde claro, tan penetrantes que al principio pensé que traía pintados con delineador
negro por arriba y abajo. Pero al verlo más de cerca cuando se sentó, me di
cuenta de que eran sus negrísimas pestañas, muy tupidas y onduladas las que
hacían ese hipnótico efecto, otorgando a su mirada una profunda intensidad que
enciende el deseo al primer contacto. Me remuevo en el asiento y sonrío al
recordar que hasta me provocó un ligero calor orgásmico.
Lo único que no me gustó fue esa
naciente barba de candado, enturbiando su determinado mentón. Pero el resto de
él es perfecto, tanto lo que vi al desnudo, como lo que quedó a mi imaginación.
Mil ideas me asaltan de lo que podría hacer con ese exquisito cuerpo… lo
degustaría poco a poco, saboreándolo como a un selecto dulce árabe… ¡Alto, detente!
Me estoy haciendo demasiadas
expectativas y lo más probable es que él ni siquiera acepte mi loca
proposición. Alguien en perfecto uso de sus facultades mentales me habría
contestado de inmediato con un rotundo “no”. Pero confío en su precaria
situación económica, todo el mundo tiene un precio y el de Víctor no es el
dinero, sino la seguridad y el bienestar que podría brindarle a su hermana con
él. Lo sé porque puedo leer a las personas
como si fuesen libros abiertos y en sus intensos ojos leí que estaba dispuesto
a pensarlo, al menos.
Si acepta, Mine será mi
garantía de que soportará todo lo que quiera hacer con él. Mientras la vea
atendida y cuidada como una princesa, se esforzará en ser el mejor esclavo del
mundo, ¡mi esclavo!
La sola idea me excita mucho,
la imaginación se me escapa al galope; quizás lo disfrace con un traje típico
árabe, el color blanco resaltará el precioso tono de su piel ligeramente
aceitunada. La combinación de su cabello
tan oscuro y sus ojos tan claros, resulta fascinantemente seductora… y sus
labios tan bien dibujados, tan carnosos que incitan a morderlos como a una roja
guinda.
Mientras hablábamos me costaba
concentrarme en lo que me estaba diciendo, porque sólo pensaba en tomarlo de
las mejillas y hacerlo callar con un beso profundo que le quitara hasta el
aliento…
¡Paciencia! Quizás mañana sea
todo mío de la cabeza a los pies y entonces disfrutaré del placer de acariciar
su musculoso abdomen, y gozaré aún más azotando muy duro su ancha espalda…
La diversión que he tenido con
los insulsos tipos anteriores me parece aburrida, en comparación a lo que
podría obtener de este bello ejemplar durante las veinticuatro horas al día,
los siete días de la semana, por todo un largo mes. La expectativa de
adiestrarlo, para que satisfaga plenamente mis más ardientes deseos, provoca un
excitante cosquilleo en mis zonas más íntimas... Puedo enseñarle a hacer maravillas
con su cuerpo en el mío, a darle placer a una mujer hasta límites extremos que
jamás ha imaginado siquiera…
Desde que empecé este proyecto
hace un mes, mandé acondicionar mi salón privado del tercer piso como la mejor mazmorra
para sesiones sadomasoquistas, incluso mandé aislar las paredes para que los
gritos no se oigan en el resto de la casa.
Ya quisiera inaugurar mi
mazmorra, llenándola con los excitantes gemidos de dolor y placer de Víctor…
Ya está amaneciendo y no dormí
nada en toda la noche, pegado a la pantalla del ordenador descubriendo el estremecedor
mundo de las amas y sus esclavos sumisos.
Antes, cuando volví a la
pensión, Mine (“la adorada” la llamaron mis padres y mi corazón está de acuerdo),
saltaba de alegría al ver la pizza y las bebidas, y luego disfrutó feliz el ordenador
chateando con sus amigas toda la tarde.
Viéndola así tan contenta,
pensé en todo lo que podría hacer con esos veinte millones de pesos. Los
negocios se me dan muy bien, es de familia, podría multiplicarlos rápidamente
en acciones de la Bolsa. Pronto estaríamos bien económicamente, viviendo en
nuestro departamento propio pero… ¿qué tendría que hacer para conseguirlo?
Viendo los videos, leyendo los
relatos siento escalofríos y no sé si sería capaz de entrar en ese mundo, tan
desconocido para mí hasta hace unas horas… Leí los reglamentos del BDSM y ya sé
perfectamente a lo que se refería Aurelia: Sin límites aceptables, significa
que si me convierto en su esclavo no tendré derecho a poner condiciones
respecto a lo que quiero o no quiero que haga conmigo. Algunos sumisos estipulan
en su contrato que no aceptan toques eléctricos o quemaduras, u otras cosas peores
pero yo tendría que soportar sin protestas todo lo que Aurelia quisiera
imponerme.
En cuanto a la palabra de
seguridad, se establece antes de la sesión, para que si el sumiso siente que
tiene problemas o ya no soporta los castigos, la pronuncie y así la ama detiene
todo de inmediato. Pero yo tampoco tendré esa opción con Aurelia. Me pide que
me entregue por completo en sus manos, sin opción de detenerla.
De sólo pensarlo me duele el
alma; no por mí, si no por ella, porque estoy seguro de que su corazón es noble
y bueno, y por eso no me explico por qué querrá actuar de esa manera. ¿Por qué
quiere tener un esclavo, junto con el poder de castigarlo sin restricciones? No
me lo dijo pero quiero pensar que tiene un motivo ulterior, más importante que sólo
disfrutar provocando dolor a alguien indefenso en sus manos.
Si le gustan las prácticas del
bondage, ¿por qué no contrata a alguien del ambiente? Así ambos estarían de
acuerdo; la ama disfruta azotando al esclavo y él también disfruta recibiendo
los golpes.
En mi caso no es así,
¡rotundamente no! Jamás me ha gustado el dolor porque desde que le comenzó la
enfermedad a Mine la he visto sufrir muchísimo dolor. Desde ese día doy gracias
por mi cuerpo saludable y hago todo lo posible por conservarlo así.
Soy todo lo opuesto a un
masoquista, por lo que no tengo ni la más remota idea de cuál será mi límite en
los umbrales del dolor. La palabra “torturas” me choca, aunque venga disfrazada
bajo el eufemismo de “castigos eróticos”.
Yo creo mucho más en el amor. Mi
mundo es el de las suaves caricias, las dulces palabras, los cortejos largos
llenos de poesía y detalles románticos, el sexo tierno y delicado o apasionado
y ardiente, pero siempre con sumo respeto y entrega mutua. Soy de la rara especie
en extinción de los hombres románticos, de esos que no tienen sexo casual en
cuánta oportunidad se les presente. Para hacer el amor con una mujer, mi
corazón debe estar por completo involucrado, al igual que mis emociones y mis
sentimientos. Nunca he hecho el amor sin
estar enamorado de la mujer que me concede el honor de entrar en sus preciosos aposentos
más íntimos…
Por esa razón, aunque despierto
muy a menudo el interés femenino, no he tenido muchas experiencias sexuales. Es
irónico, yo terminé mis dos relaciones anteriores porque sentí que se había enfriado
el romance, y ahora tendré que entregarme sin condiciones en una fría relación no
sólo sin romanticismos, ¡sino que sin sentimientos! Al menos por parte de
Aurelia, porque por mi parte sí los hay y muy intensos.
Evoco su hermosa imagen en mi
mente y le hablo como si estuviese sentada aquí en mi cama: Si supieras que al
verte hoy de nuevo, bellísima gacela dorada, comprendí que ya jamás podré estar
lejos de ti… Deseé tanto poder hablarte de mi amor, entregarme por entero a
conquistar tu corazón, pero en cambio tú me hablaste de un contrato de trabajo,
un frío e impersonal negocio; tú compras y pagas, yo vendo y cobro, sin
sentimiento alguno de por medio.
Mi alma se vuelve un iceberg al
pensarlo, pero si es la única forma de poder estar a tu lado, entonces me
someteré a jugar tu extraño juego. Estoy dispuesto a hacer lo que sea por
conquistar tu amor.
Respiro hondo y dejo de ver
esas páginas sobre bondage en la red. No necesito investigar ni saber nada más,
ya me decidí. Si para ser parte de tu vida debo ser tu esclavo, lo seré porque
te amo, Aurelia, ¡te amo!
أنا امرأة الخاص بك
El portón se abre y el Lamborghini
se desliza como una brisa suave por el
camino empedrado.
Mine me abrazó feliz cuando le
di la noticia de que ya tenía trabajo. Ahora viene sentada a mi lado, admirando
el enorme parque que nos rodea y que será su jardín de juegos durante todo un
mes.
Cuando llamé a las cuatro me
contestó Lobo; Aurelia aún no regresaba de Santiago pero le dejó el encargo de
recibir mi llamada, y en cuanto le confirmé que aceptaba el trabajo, me dijo
que un vehículo nos vendría a buscar a las siete de la tarde.
El Dorado, como llamó ayer
Aurelia al Lamborghini, se detuvo frente a la imponente residencia y Toro se
apuró en bajar para abrirle la puerta a Mine, a mí me ignoró por completo. Otro
hombre nos esperaba en el recibidor; tendría unos cincuenta años y me dio la
impresión de que provenía de un antiguo linaje de mayordomos ingleses. Parecía
ultra profesional hasta el más mínimo detalle.
Nos dio una formal bienvenida,
nos indicó que dejáramos allí nuestro equipaje y nos pidió que lo siguiéramos a
la sala. Allí estaba Aurelia radiante como siempre, altiva, preciosa como una
reina rodeada de su séquito. Era la única que estaba sentada, todos los demás
permanecían de pie alrededor de su sofá. Toro se unió a los demás, que nos
clavaron sus serias miradas al vernos llegar.
- Hola –nos saluda Aurelia y se
levanta para venir al encuentro de Mine-. Tú debes ser Mine, es un placer
conocerte –le habla con una cordialidad que calma un poco mis nervios.
Mine le devuelve el saludo con
su personalidad desenvuelta, de niña que siempre fue amada y Aurelia la invita
a sentarse a su lado, a mí me deja de pie frente al sofá.
- Muy bien –continúa la bella
diosa, tan segura y dueña de la situación como siempre-, les presento a Víctor,
mi nuevo asistente personal. Se quedará a vivir aquí y cualquier orden que él
les transmita en mi nombre será como si yo misma la hubiese dado. Ella es su
hermana, Mine, vivirá en la cabaña Roble –la mira y le habla como si fuese un
personaje muy importante-. Mine, mientras estés aquí serás una verdadera
Princesa así que como tal, tendrás a tu hada madrina que se llama Inés –señala
a una mujer joven que debía ser la enfermera profesional que me ofreció; me
emociona ver el rostro radiante de Mine al oír todo aquello-. Inés te cuidará y
lo que sea que necesites, recuerda que eres una Princesa así que sólo tienes
que pedírselo a tu hada madrina y lo tendrás. Ellas son Lulú y Vivi, tus
doncellas que te atenderán, jugarán contigo y te acompañarán –las muchachas del
servicio son apenas mayores de dieciocho años-. Por favor ve a ver si te gusta tu
habitación.
- Está bien voy, ¡muchas gracias!
–Mine se levanta del sofá de un alegre salto y viene hacia mí-. ¡Nos vemos
luego! –me susurra rápidamente al oído, me estampa un beso de despedida en la
mejilla y se marcha encantada, rodeada de sus nuevas amigas.
Me alegro de que Aurelia haya
escogido sólo mujeres para acompañarla y cuidarla, me hubiese preocupado que Mine
estuviera con hombres desconocidos.
- Bien ya pueden volver todos a
sus asuntos –declara Aurelia-. Vamos a mi estudio, Víctor.
La sigo mientras los demás se
desperdigan, rápidamente, por toda la casa. Subimos en silencio la ancha y larga
escalera hasta su estudio. A cada paso el corazón se me acelera más y más. Ella
entra primero, se sienta tras su escritorio y me indica las sillas.
- Toma asiento. Bien, ya viste
que oficialmente para el resto de los empleados eres mi asistente personal y
ese cargo te hace el único en esta casa con el privilegio de tutearme y
llamarme sólo Aurelia, desde ahora. Aquí
está el contrato –me extiende una carpeta con aspecto notarial.
La abro pero el nerviosismo
hace que las letras bailen revueltas ante mis ojos sin que logre leerlas.
- ¿Puedo leerlo antes de
firmar? –le pregunto para ganar tiempo mientras me calmo un poco. No todos los
días uno vende su vida sin condiciones; al menos no tan radicalmente como yo estoy
a punto de hacerlo.
- Por supuesto –esboza una confiada
sonrisa Aurelia ahora que ya tiene a mi hermana de rehén-, jamás debes firmar
nada sin antes leerlo detenidamente –agrega echándose atrás cómodamente en su
sillón, jugando con una fina pluma dorada entre sus elegantes dedos.
Mientras yo, sentado en el
borde de la silla, intento leer el contrato. No es muy extenso, sólo dos
páginas… nuestros nombres, mi número de cédula de identidad[1],
¿de dónde lo sacó? yo no se lo di. En
fin, le voy a dar todo mi cuerpo, qué más daba un simple número de identidad.
¡Las cláusulas!
Toda mi atención se concentra
en esa parte, aunque de inmediato me doy cuenta de que no dice mucho: “El trabajador
se compromete a ser esclavo de Aurelia Ardent con todo lo que el término
implica, desde el 5 de febrero hasta el 7 de marzo del año en curso”.
Justo treinta días, tomando en
cuenta que febrero sólo tiene 28. Hoy es cuatro de febrero así que todavía me
quedan unas horas de libertad.
De ahí en adelante todas las
cláusulas se refieren a las causales de
término de contrato. En resumen, si no me comporto como el más perfecto y
sumiso esclavo, si fallo en algo aunque sea en el último día del contrato, tal
como me advirtió ayer Aurelia, tendré que irme sin nada en los bolsillos.
También hay una cláusula
especial respecto a la confidencialidad del contrato durante su vigencia y
después, incluso. El “después” está protegido por el departamento que me dará
en pago; si el asunto se hace público por cualquier medio, lo perderé. Y no
puedo venderlo ni traspasarlo a otro nombre. ¡Vaya! Aurelia no deja cabos
sueltos.
Mis ojos corren por las líneas
en busca de alguna cláusula que ponga restricciones a Aurelia, pero no hay
ninguna. Vuelo de una hoja a la otra hasta que aterrizo en la escalofriante
línea que exige mi firma, y me quedo mirándola paralizado por la batalla que
hay en mi interior; mi mente racional grita que salga corriendo mientras pueda,
pero mi deber de hermano me sujeta en la silla. Al mismo tiempo que mi corazón
porfía que sin importar lo que tenga que hacer, quiere estar cerca de Aurelia.
- ¿Terminaste de leer? –me pregunta ella con paciencia-. Si te queda
alguna duda podemos aclararla, no hay ninguna prisa.
Levanto la vista hacia sus ojos
dorados y las palabras brotan de mis labios, tan extrañas e irreales como si
las estuviese diciendo otra persona:
- ¿Me golpearás… me atarás y
azotarás de verdad como vi en esos videos de internet?
La mirada de Aurelia se vuelve
muy dura, fría como el hielo al responderme:
- Por supuesto que sí; te
azotaré y bastante. Lo suficiente como para que te acostumbres pronto y aprendas
a comportarte como yo quiera que lo hagas. Básicamente, disfruto mucho viendo a
los hombres retorcerse de dolor.
Trago saliva con un cosquilleo
doloroso recorriéndome todo el cuerpo. Esperaba alguna mentira piadosa que me
ayudara a firmar, pero Aurelia fue descarnadamente sincera. La miro a los ojos
y me parece un bello pero gélido ángel de insondables pensamientos e
inexistentes sentimientos.
- ¿Haces esto con frecuencia?
–le pregunto.
- De esta forma, no. He contratado
tipos antes pero sólo por unas cuantas horas y nunca he traído a ninguno a
casa, tú eres el primero -sonrió ironizando-. ¿Qué me dices de ti? ¿Yo soy la
primera?
- He tenido dos relaciones en
mi vida…
- ¡¿Sólo dos relaciones
sexuales?! –Aurelia chilla entre incrédula y escandalizada, echándose adelante
en la silla para mirarme con los ojos muy grandes.
- Me refería a dos mujeres –le
aclaro.
- ¡Uf, vaya me asustaste! Pero
de todas maneras eso es muy poco para mi gusto, creí que tendrías más
experiencia. Yo he tenido a tantos como he querido, cada uno más insignificante
que el otro, tanto así que ni siquiera me ha interesado llevar la cuenta ¡y ni
me preguntes sus nombres! –suelta una fresca risa, mirando al cielo.
Me duele oírla hablar así, como
si su corazón fuese una roca petrificada. ¿Yo seré tan insignificante también
para ella? ¿Se olvidará para siempre de mí, al terminar el mes de contrato?
Sus penetrantes ojos parecen
leer mis pensamientos:
- Al menos a ti te recordaré
por la elevada suma que te estoy pagando. Pero es el precio justo, sé valorar
el tiempo de trabajo de las personas y un trabajo de veinticuatro horas los
siete días de la semana, merece una buena paga.
Parpadeo pensando en eso; 24/7 por
todo un mes siendo el esclavo de Aurelia, la bella diosa que tiene al mundo en
sus manos y puede concederse todos sus caprichos. ¿Qué estoy haciendo? Respiro
hondo disimuladamente y bajo la mirada hacia el contrato.
- ¿Seré el mismo después de
este mes? –pronuncio muy bajo, casi como una pregunta íntima. Sin embargo,
Aurelia me oye.
- Físicamente te aseguro que
sí, emocionalmente depende de ti, de la forma en que enfrentes las situaciones
nuevas. Pero como sea si no puedes manejarlo eres libre de renunciar y
marcharte en cualquier momento; ya lo leíste en el contrato –concluye y me
tiende la pluma.
Se la recibo, sintiendo que mi
corazón marca los segundos con fuertes martillazos…
- ¿Podré ver a Mine? –pregunto,
imaginando que en cuanto firme me lanzará encadenado al fondo de un lúgubre calabozo.
- La verás todos los días, dos
veces al día.
- Gracias –respiro aliviado, eso
me tranquiliza y ya no lo dudo más; firmo con determinación el contrato.
Listo, está hecho. Le he
vendido mi vida por un mes.
¡Oh, Aurelia!, si supieras que
me tendrías gratuitamente por el resto de mi vida si tan sólo me lo
permitieras…
Sin escuchar a mi corazón, ella
toma la carpeta y la guarda en un cajón. Luego me despliega una triunfal
sonrisa que vuelve todavía más irreal su sobrecogedora hermosura.
- Pensé que por tu ancestro
árabe serías mejor en los negocios, Víctor –me dice con una risa burlona-, pero
ni siquiera intentaste regatearme tu precio y fíjate que yo estaba dispuesta a pagarte
hasta diez millones más. Te habría pagado sin problemas hasta treinta millones
de pesos.
La miro perplejo intentando
asimilar la idea de que acabo de perder olímpicamente diez millones de pesos[2]. ¡Me
doy un cabezazo imaginario contra el escritorio! ¿Por qué me lo dijo? No era necesario,
pero quiso restregarme en la cara mi torpeza para negociar el precio de mi
propia vida. Atisbo un destello de placer en sus ojos… Creo que empiezo a vislumbrar su lado cruel.
Aurelia se ríe de mi cara de
desaliento y me habla con amigable superioridad:
- Tranquilo, no dejes que diez
millones te afecten tanto, ya los perdiste así son los negocios, supéralo y
sigamos adelante. Inés es enfermera profesional –me indica-, y ya está al tanto
de la enfermedad que sufre Mine. ¿Trajiste su hoja clínica con el tratamiento
indicado por su médico?
- Sí, aquí está –me apuro en
sacar el abultado sobre de mi bolsillo.
- Bien, en una hora estará todo
dispuesto en la cabaña para su tratamiento diario y en caso de crisis. Lobo… -lo
llama por el comunicador y él entra enseguida, debía estar a la espera de este
encargo. Aurelia le da el sobre junto con la orden-. Entrégale esto a Inés.
- Sí, señora.
Qué fácil parece todo salido de
los rojos labios de Aurelia. Ese tratamiento que encargó en un segundo, dejó a
mi familia en la ruina a lo largo de seis años de dura lucha. Me quedo pensativo,
mirando por el ventanal y recién me doy cuenta de la increíble vista; el Océano
Pacífico se extiende sereno hasta el despejado horizonte y al pie del cerro, perezosos,
como puntos multicolores, se mecen los yates del exclusivo club de Reñaca. No
dudo que uno de ellos es propiedad de Aurelia.
Ella saca de un cajón varias
hojas en blanco y me las da.
- Ahora quiero que me anotes
aquí todo lo que le gusta o no comer a Mine. Así Inés se encargará de balancear
sanamente su dieta de acuerdo a sus preferencias. También anota sus pasatiempos
favoritos y todo lo que creas que le gustaría tener para estar feliz y no
aburrirse.
Parpadeo abrumado y anoto velozmente
todos los anhelos de mi hermanita; regalos de cumpleaños y navidad que nunca
llegaron por falta de recursos y que ahora de pronto se convertirían en un
sueño hecho realidad para ella. Lleno toda una plana con mis nerviosas letras y
se la doy.
Aurelia le da una rápida hojeada.
- ¿Eso es todo? –me pregunta yo
diría que algo decepcionada de mi labor-. De seguro omitiste bastante, los
hombres nunca se enteran de nada -la crítica fluye punzante desde su alma y
luego decide-. Le diré a Inés que la lleve de compras mañana, para que escoja
todo lo que desee.
¡De compras sin preocuparse por
los precios! Mine estará encantada; la felicidad elevará al cielo sus defensas,
disminuyendo al máximo la posibilidad de nuevas crisis. Respiro hondo
sintiéndome tranquilo, como no lo hacía desde hace muchísimo tiempo.
- Ahora –continúa Aurelia-,
quiero que me anotes todas tus virtudes y tus aptitudes. Luego haz una lista
también de tus defectos, fobias y aspectos negativos de tu carácter. No mientas
ni omitas nada, es muy importante que seas completamente sincero. No tengo tiempo
suficiente para conocer a fondo tu personalidad de otra manera, así que “sé
sincero” –me recalca con una mirada autoritaria.
Asiento con la cabeza y me
pongo a escribir deprisa:
Virtudes: Serio, confiable,
responsable, leal, tenaz, sociable, optimista. Aptitudes: Bailo y toco el rebab,
me llevo bien con los animales… ¿Qué más, qué más? Escribo nerviosamente, en
especial al llegar a mis fobias y defectos. Fobias: Sólo a la altura. Defectos:
…no es que no tenga, es que a nadie le resulta fácil admitirlos.
Aurelia comienza a tamborilear
los dedos sobre el escritorio. Evito mirarla mientras escribo rápidamente.
Defectos: Perseverante.
Fue lo único que se me ocurrió.
- ¿Terminaste? –se impacienta
al fin Aurelia.
- Sí, aquí está.
Lo lee en un segundo, debe
saber algún sistema de lectura veloz.
- ¿Sólo un defecto? –me mira
alzando las cejas con incredulidad.
- Lo siento tengo muchos pero
justo ahora no puedo pensar en nada más, estoy un poco nervioso, discúlpame.
- Perseverante es una virtud –me
rebate Aurelia-, cuya arista negativa sería la porfía y la testarudez. Quizás
eso quisiste decir y después de la forma en que insististe ayer para verme, yo
estaría de acuerdo contigo; eres muy porfiado y testarudo. Pero descuida ya te
corregiré y descubriré también el resto de tus defectos -pronuncia amenazante y
la sonrisa pérfida que asoma a sus labios me electriza por dentro-. ¿Qué es un
rebab? –me pregunta de pronto.
- Es un instrumento de cuerda típico
de Medio Oriente, que se toca con un arco como el violín.
- Interesante, ¿lo trajiste?
- Ya no lo tengo, tuve que
venderlo.
- Mandaré comprar uno. Quiero
oírte tocar.
Allí está de nuevo el mágico
poder de Aurelia, materializando en un segundo todos sus deseos. Daba la
sensación de que jamás en su vida se había visto privada de algo; siempre tuvo todo
lo que se le antojó y ahora ya tiene incluso al esclavo que quería. La
expectación me cosquillea fuerte en el estómago, al menos hasta el momento todo
va bastante normal, nada de cadenas ni azotes aunque mi esclavitud todavía no
comienza, técnicamente.
- Muy bien –Aurelia guarda en
un cajón la hoja con mi informe-, ahora vamos a lo nuestro. Como ya te dije
puedes tutearme, pero en privado me llamarás “mi dueña”.
Me extraña que no me exija el
“ama” o “señora” que vi en internet, pero es cierto que esta no es una relación
sado-masoquista normal. Aurelia dejó en claro desde un principio que no seguiría
al pie de la letra las reglas del bondage.
- Comerás conmigo en el comedor
principal, no quiero que compartas con el resto del personal así que no hagas
amistades ni les cuentes de tu vida, no deseo que cometas alguna indiscreción
sin querer. Cuando yo no esté, comerás solo en tu habitación. Después del
almuerzo tendrás libre hasta las cinco para visitar a Mine. Más tarde tendrás
una hora después de la cena para ir a darle las buenas noches. Aparte de eso,
tienes prohibido poner un pie fuera de esta casa sin mi permiso. Desde este
momento, todo el contacto que tengas con el exterior será únicamente el que yo
te permita. ¿Tienes amigos o familiares a quienes avisarles que no estarás
disponible durante un mes? –me señala su teléfono del escritorio.
- No tengo a nadie más que a
Mine –confieso con pesar mi falta de más familia. Con el nerviosismo olvido a
mi amigo Jamil.
- Mejor así. De todas maneras,
quiero que luego me entregues tu móvil, tu iPhone, tu tablet, tu iPad o
cualquier cosa con lo que puedas llamar o conectarte a la red.
Al oír aquello se me escapa una
risa nerviosa que hace que Aurelia me mire ladeando la cabeza con ojos severos.
- Discúlpame –le explico
deprisa-, es que ya quisiera tener todo eso, pero mi móvil era de esos con
linterna y radio FM, y su batería dejó de funcionar hace más de un año…
- ¿Y no te has comprado otro?
–se escandaliza Aurelia y yo bajo la mirada muy avergonzado.
- No podía permitirme ese gasto,
cada peso que ganaba podía hacer la diferencia en la lucha de mi familia, por
costear el tratamiento para Mine.
- Entiendo –pronuncia con
frialdad Aurelia, indiferente al mundo de privaciones que encierra mi
explicación-. Entonces no tienes ningún medio de comunicación con el exterior. El
resto lo iremos viendo en el camino, todavía te quedan unas horas de libertad
hasta la medianoche así que aprovéchalas –un brillo travieso cruza por sus ojos
al decir eso y me hace saltar el corazón-. Relájate, ambiéntate en la casa,
instálate en tu habitación y no vayas muy tarde a despedirte de Mine, debe
dormir a sus horas. A las doce de esta noche entra en vigencia tu contrato así
que te quiero a esa hora en tu habitación. Si te retrasas me darás un excelente
motivo para comenzar a divertirme con tu adiestramiento en obediencia.
- No me retrasaré –le respondo imaginando
de lo que se tratará aquel adiestramiento.
Aurelia esboza una sonrisa nada
tranquilizadora y llama por el intercomunicador:
- Rott…
Pocos segundos después el
hombre mayor que nos recibió estaba frente al escritorio. ¡Alá! Voy a tener que
esmerarme en eso de acudir rápido a su llamada, porque si exige esa velocidad a
sus empleados, ¡cuánto más le exigirá a su esclavo!
- Víctor, este es Rott mi
mayordomo –me lo presenta Aurelia y continúa enseguida-. Rott, muéstrale su
habitación al señor Garib, dale un recorrido por toda la casa para que se
familiarice con ella y preséntale al servicio.
- Sí, señora –asiente Rott y me invita a
seguirlo.
En cuanto salimos en el corredor,
Rott comienza su misión:
- Su habitación está aquí al
fondo, señor Garib…
- Llámame sólo Ghálib, ese es
mi nombre –le digo pero de inmediato recuerdo la indicación de Aurelia de no
confraternizar con el servicio. Tendré que refrenar mi natural sociabilidad.
Rott sólo sonríe y sigue igual
de formal:
- El servicio tiene sus
dormitorios en el primer piso; las habitaciones de la señora Aurelia y su
familia están aquí en el segundo piso. Me indica la puerta por donde vamos pasando;
esta es la habitación de la madre de la señora Aurelia…
- ¿Está casada? –lo interrumpo
bruscamente.
Me mira intrigado.
- ¿Quién, su madre?
- No, Aurelia. Como todos la
llaman señora…
- Ah no, es soltera y sin hijos,
pero prefiere hacerse llamar así. Descubrirá que la patrona tiene gustos
peculiares, señor Garib.
¿Gustos peculiares? ¡Oh sí, eso
ya lo sé! Soy el ejemplo viviente, un esclavo en pleno siglo veintiuno. Rott
continúa:
- Como por ejemplo, prohibir
que el servicio tutee a su asistente personal.
- Lo siento no lo sabía –sonrío
apenado.
- Está bien no se preocupe. Este es el
dormitorio del hermano de la patrona –me señala una puerta del otro lado del
corredor-. Ambos están de viaje, no pasan mucho tiempo en casa. El joven está
en Japón estudiando Artes Marciales y la señora madre, está en Miami por
asuntos de negocios, tiene una cadena de tiendas de diseños de alta costura. Es
una persona encantadora si uno sabe ubicarse en su lugar. Esta es su
habitación, señor Garib –llegamos a la última puerta del pasillo, a la izquierda-.
Esa grande del fondo, es la habitación de la señora Aurelia.
Nuestras habitaciones están muy
cerca...
Rott abre mi puerta y pasamos. Pensé
que me darían un calabozo en el sótano, pero esta habitación es más grande que
la que tenía en mi casa. La decoración es lujosa, los muebles lucen formas modernas,
la cama de dos plazas se destaca en medio del espacio con su elegante edredón
blanco, hay una butaca a los pies, un sillón frente a la ventana que mira al
mar, y más allá hay una mesita con una silla; mi futuro comedor solitario.
- Su equipaje está dentro del
armario –me v mostrando Rott a medida que habla-, y por acá está su cuarto de
baño privado.
Voy detrás de él, examinando el
amplio armario empotrado y luego me asomo a mirar dentro del baño; es de diseño
muy moderno, con una bañera y una ducha de columna dentro.
Rott termina el recorrido y salimos.
- Ahora le mostraré la tercera
planta –me dice cruzando el pasillo hacia una puerta justo frente a la de mi
habitación.
La abre y aparece una larga y estrecha
escalera. Me invita a ir adelante así que subo rápidamente; no caben dos personas
juntas. Al llegar arriba se abre ante mí una increíble estancia de concepto
completamente abierto, con una gran piscina de aguas celestes cerca del
ventanal con vista panorámica al mar, que hace las veces de la pared oeste de
la casa.
Dos hileras de elegantes columnas
de imponente mármol blanco, flanquean ambos lados de la piscina. Todo el suelo
es del mismo material que refleja como espejo la luz solar, y el alto cielo
raso está pintado de celeste, como un verdadero cielo de verano. Los rayos del
sol poniente entran a raudales por el ventanal y caen en la piscina, rebotando
en las aguas para dibujar brillos danzantes por todo el techo y las paredes,
decoradas con mosaicos de árboles y flores que representan un mágico bosque por
todo alrededor.
Rott tuvo que tirar suavemente
de mi brazo, para sacarme de mi ensimismada observación.
- ¡Y espere a verla de noche!
–me dice-, el ventanal tiene persianas automáticas con sensor de luz y el cielo
raso… Mejor no arruino la sorpresa, ¡ya lo verá! Por acá está el gimnasio –me
guía hacia el costado derecho de la estancia en donde hay todo tipo de máquinas
de ejercicio-. Esta es la puerta de las duchas y el vestuario –me señala a un costado.
Luego avanzamos más allá de las
máquinas, hasta el fondo del salón y nos detenemos frente a una gruesa puerta metálica
que me recuerda las bóvedas de los bancos. A un costado tiene una moderna
cerradura de combinación numérica.
- Este es el salón privado de
la señora Aurelia –declara solemne Rott-. Nadie más que ella tiene acceso aquí,
aunque en realidad toda esta planta es su refugio privado. Sólo los encargados
de la limpieza pueden subir, pero ni siquiera a ellos les permite el paso a este
salón –baja la voz en tono confidencial-, es un gran misterio para todos lo que
habrá ahí dentro y hasta hacemos apuestas...
Creo adivinar lo que hay tras
la puerta, ¡mi propia sala de torturas! Siento escalofríos… “Aprovecha tus últimas horas de libertad”,
resuena la cristalina voz de Aurelia en mi memoria y me pregunto si tal vez
debería aprovecharlas para escapar de inmediato.
- Si este es su lugar privado,
quizás no deberíamos estar aquí –digo, con ganas de alejarme lo más posible de
esa puerta.
- No se preocupe, si la patrona
me ordenó mostrarle toda la casa no hay problema con que estemos aquí. Hace un
mes –continúa contándome-, la señora Aurelia comenzó una remodelación; trajo
decoradores que no permitían que nadie los ayudara a subir las cajas con los
materiales, que eran bastantes… -hizo una pausa para recuperar el aire, Rott es
muy elocuente-. En fin, terminaron de remodelar apenas hace dos días. ¿Vamos
abajo? Le presentaré al personal que a esta hora ya debe estar cenando en la
cocina.
Al bajar la escalera me fijo
que la puerta tiene un grueso seguro por dentro. Tal vez Aurelia cierra tras de
sí al subir, para tener privacidad en la piscina…
Al salir al pasillo, Rott
reanuda la conversación:
- Mi nombre es Luis Moya, Rott
es un apodo que me dio la patrona. Esa es otra de sus peculiaridades; le cambia
el nombre a todos sus empleados –sí ya me di cuenta de eso-. El único que
conserva su nombre es el chófer, Arturo Toro, porque ese es su apellido. Y a
Leonel Lobos su encargado de relaciones públicas, sólo le quitó la última “s”. Al
chef, Nicolás Gallardo, lo llama “Gallo”, al jardinero, Efraín Sosa, lo llama
“Zorzal”, y a los muchachos de la limpieza los llama “Codo y Podo”, creo que
son unos hurones de una película.
- En realidad es algo muy
singular –comento intentando comprender qué hay en la mente de alguien que
cambia los nombres de las personas, por otros de animales-. Pero ¿y Rott? –le
pregunto mientras bajamos.
- Es por un perro rottweiler
que tuvo cuando niña. Había muerto hace poco cuando llegué a trabajar aquí;
ella me dijo que llamándome así no lo extrañaría tanto y lo entendí. No me
ofende que me compare con un perro, teniendo en cuenta que en estos diez años
de conocerla, puedo afirmar que la señora Aurelia ama mucho más a los animales
que a las personas. La prueba viviente son sus gatas, Catalina y Salomé –hay
otra, yo sólo conozco a la calicó[3] Catalina-.
Las llama sus hijas, ¡y pobre de
quien las mire mal siquiera! Los anteriores Codo y Podo se fueron despedidos
por hablarles demasiado fuerte a las gatas. Creo que por eso nos da nombres de
animales, para poder soportar un poco mejor nuestra obligada compañía diaria.
Si por ella fuese, pienso que sería muchísimo más feliz viviendo en una isla
desierta. Algo le hizo el mundo, o más específicamente los hombres… -se detiene
de golpe, quizás sintiendo que habló de más.
Considero que tiene razón, algo
debe tener Aurelia en contra de los hombres, si los únicos seres que tienen
nombre de persona en esta casa, son sus gatas.
Intento llenar el silencio
mientras cruzamos la espaciosa sala y el magnífico comedor principal.
- Entonces yo fui afortunado
–le digo sonriendo-. A mí sólo me tradujo el nombre de Ghálib a Víctor.
Rott me devuelve la sonrisa deteniéndose
frente a la puerta batiente de doble hoja, de la cocina.
- Cuando era niña tenía un
hámster llamado Víctor, pero no se sienta mal, ¡ella quería mucho a ese hámster!
–me giña un ojo y entra dejándome con un palmo de narices.
Vaya que apropiado; Aurelia me
dio el nombre de su pequeña mascota enjaulada.
Entro tras Rott y me encuentro
con todo el personal sentado alrededor de la rectangular isla con cubierta de
granito, que hace de mesa en medio de la espaciosa cocina.
- Atención todos, saluden al
señor Garib –me anuncia Rott.
Toro y Lobo apenas emiten un
gruñido desde sus asientos, mirándome con declarada antipatía. Un joven
colorín, en cambio se levanta a saludarme muy amigable.
- Hola, yo soy el chef de la
casa puedes llamarme Gallo, ya me acostumbré a ese apodo igual que Zorzal
–declara riendo de muy buen humor, mientras el jardinero también se acerca a
saludarme.
Al mismo tiempo, dos muchachos
me rodean dándome la mano, mientras Rott los presenta:
- Ellos son Raúl y Joselo –Codo
y Podo, adivino.
- Un placer conocerlos a todos
-les digo sonriendo, pero de pronto recuerdo las restricciones que me impuso
Aurelia; no debo compartir con el servicio.
- ¿Va a cenar con nosotros,
señor Garib? –me ofrece Gallo muy atento, yendo ya a buscar un plato y
servicio.
- ¡Venga, venga, siéntese aquí!
–me tironean Codo y Podo.
- Gracias, pero no puedo -aunque
me muero de hambre, Aurelia me prohibió comer con ellos; el exquisito aroma a
estofado casero me hace gruñir el estómago-. Tengo que ir a ver a mi hermana,
antes de que se duerma, gracias de todas maneras.
- ¿Lobo? –la voz de Aurelia resuena
nítida por el intercomunicador.
El aludido salta de su asiento
y en dos zancadas llega a apretar el botón para responder:
- ¿Sí, señora?
- Compra un rebab, lo quiero aquí
mañana a las doce a más tardar.
- ¡Sí, señora! –responde Lobo
con presteza pero luego se vuelve con el ceño crispado-. ¿Qué mierda es un
“rebat”?
- Rebab… -lo corrijo-. Es un
instrumento musical de cuerda, de origen árabe.
Lobo me lanza una mirada
asesina y vuelve a su asiento mascullando maldiciones contra mí; seguro adivinó
que yo era el culpable de ese raro encargo.
Se hace un incómodo silencio e
intento romperlo con una pregunta:
- ¿Cuál es la cabaña Roble?
- Vamos, yo lo acompaño –me ofrece
Rott.
Pero antes de que saliéramos, Codo
me dice rápidamente:
- Un consejo, jefe, manténgase
lo más lejos posible de la Salomé.
- ¿Salomé, la gata? –le
pregunto intrigado.
Codo asiente sacudiendo la
cabeza con ganas:
- Sí, esa gatita es la corta
cabezas –me hace un significativo gesto con el dedo alrededor del cuello-.
Mejor ni se le acerque, mire que ya varios se han ido despedidos gracias a
ella.
- Un gruñido que le pegue la
Salomé –interviene Podo-, ¡y chao trabajo! Porque la jefa tiene cámaras espías
escondidas por toda la casa, ¡y pobre del que descubra mirando feo a sus gatas!
¡Cámaras espías por toda la
casa, vaya! Eso me sorprende, al parecer a Aurelia le gustaba tenerlo todo bajo
control, nada escapa de su intensa mirada dorada.
- Gracias, lo tendré muy en
cuenta, nos vemos luego –me despido, deseando haber podido compartir su
exquisita cena.
Por lo menos estoy seguro de
que Mine ya habrá cenado.
Cruzamos por la sala que ya
comienza a llenarse de las sombras del atardecer; el espacio es tan amplio que
me da una impresión de soledad y frío vacío…
- Es una casa muy silenciosa –comento.
- A la señora Aurelia no le
gusta el ruido, ni que se oiga música –me explicó Rott.
- Entiendo… -musito. Tendré que
pasar un mes sin oír música, ni poder bailar.
La idea me pone triste; la
música y la danza son mi escapatoria del estrés y han sido también mi bálsamo
para aliviar el dolor por la trágica partida de mis padres.
Salimos de la casa y tomamos el
camino secundario adentrándonos en el atardecido parque. Caminamos bajo las largas
sombras, hasta llegar a las cabañas.
- Aquí estamos –me señala Rott
la más grande de las tres, la del medio.
Nos despedidos, y toqué a la
puerta. Lulú me abrió, y me sonrió bastante coqueta. Apenas entré, Mine vino
corriendo y me saltó a los brazos. La alcé al vuelo y la hice girar como tanto
le gusta. Cuando me detuve me abrazó muy fuerte.
- ¡Ghálib, Ghálib, todo es muy
bonito aquí! –chilla emocionada-. ¡Tengo un dormitorio de princesa y me dijo
Inés que mañana vamos a ir de compras! ¿Puedo ir…? ¿Puedo, puedo?
- ¡Por supuesto que sí,
hermanita! Pero por favor, no te canses mucho, ¿cómo te has sentido?
- Bien, ¡muy, muy bien! –afirma
desbordante de felicidad.
Eso me hace sentir que valdrá
la pena todo lo que comenzará a sucederme en mi singular condición de
esclavitud, a partir de esta medianoche.
Me quedé con Mine hasta las
diez de la noche, bajo la constante mirada reprobatoria de Inés, aunque le
expliqué que mi hermanita nunca se dormía antes de esa hora.
Cuando salí de la cabaña ya era
noche cerrada. El aire estaba exquisitamente fresco, cargado de la salina
brisa marina que venía desde el oeste, meciendo suavemente las ramas de los
árboles. Las farolas desperdigadas aquí y allá por el parque, formaban islas de
luz que indicaban la ruta hacia los caminos, pero quise permanecer entre las
sombras paseando un rato mi nostálgico ánimo. Aún no he perdido mi libertad y
ya la extraño…
“No pondrás un pie fuera de
esta casa, sin mi permiso”. Aurelia fue tajante… Un mes pasa rápido… Quisiera
pasar el resto de mi vida junto a ella, pero agradecería si pudiese ser en
circunstancias un poco más normales.
Di vueltas un buen rato por el
parque, crucé el puente de arco japonés y me senté en el prado de la suave loma
a mirar hacia abajo las blancas siluetas de los cisnes, deslizándose sobre la
laguna…
Me quedé allí, sumido en mis
pensamientos, intentando adivinar cómo sería mi vida de esclavo… hasta que de
pronto una alarma sonó en mi interior. ¡Alá, ya deben ser las doce! No quiero
empezar mal transgrediendo las órdenes de mi dueña.
Corrí de regreso a la casa, entré
como una tromba y subí directo a mi habitación; miré jadeante el reloj del
velador que me tranquilizó diciendo que todavía faltaban diez minutos para la
medianoche.
Traspasé con rapidez mi escaso
equipaje al armario. Con todo el nerviosismo, me olvidé de comer algo, y ahora
seguro es muy tarde para ir a molestar a la cocina. Fue un largo y extraño día,
me sentía agotado; pensé en darme una ducha y relegar mi apetito hasta mañana.
Fui al baño y largué el agua, volví
a buscar una toalla al armario y le puse el pestillo a la puerta de mi
habitación. Al hacerlo me quedé pensativo… ¿Mi dueña me permitiría tener este
grado de privacidad?
- ¿Dónde estabas?
Me vuelvo de un brinco y veo a
Aurelia de pie frente al gran espejo junto al armario, ¿cómo apareció aquí
dentro con la puerta cerrada? Paso por alto el misterio ante su bellísima visión;
viste un sexy y ajustado batín de seda amarillo oro que le llega por encima de
las rodillas y calza unas plumosas pantuflas de tacón, nunca había visto unas
así. Me pregunto si llevará algo bajo el batín… el corazón se me encabrita y mi
deseo por ella se eleva hasta las nubes. Quisiera envolverla en las más dulces
y apasionadas palabras de amor, decirle mil veces lo hermosa y provocativa que
es y dejar que mis sentimientos desbordasen en un torrente de caricias hacia
ella, pero esta singular situación en que me encuentro me paraliza y sólo puedo
contemplarla…
- Te hice una pregunta
–continúa ella-, debes aprender a responderme de inmediato.
- Perdón…
- Perdón, mi dueña –me corrige.
Sus ojos ahora son intransigentes, su voz es cada vez más amenazante.
- Perdón, mi dueña –repito como
un autómata, fascinado por su belleza.
Aunque es una belleza arrogante
que alza un muro impenetrable en torno a su corazón, protegido por almenas bien
armadas con las saetas de sus palabras, las lanzas de sus miradas y los duros
escudos de sus órdenes. Aurelia se toma esto muy en serio, pero a mí todavía me
cuesta adaptarme a la idea y seguir su juego, que para ella no parece sólo un
juego. Me da la impresión de que la esencia dominante fluye por sus venas y
justo ahora aflora en todo su esplendor.
Esta será una experiencia de
aquellas que marcan la vida, y creo que también mi piel resultará marcada por
su azote…
- ¿Y bien? ¿Me vas a hacer
repetirte la pregunta? –su autoritaria voz es como una bofetada que me espabila
de mis reflexiones.
- Estaba dando una vuelta por
el parque y se me hizo tarde, lo siento… -recuerdo algo y agrego deprisa-, lo
siento, mi dueña.
Aurelia sonríe segura. Su
rostro se relaja y avanza hacia el sillón frente al ventanal.
- ¿Comiste algo? –me pregunta.
- No, lo olvidé…
- Vaya, que escaso sentido de
supervivencia tienes –me critica con la burla bailando en sus dorados ojos-.
Bueno peor para ti, porque desde ahora no comerás absolutamente nada sin mi
permiso. Agua, puedes beber toda la que quieras pero en cuanto a comida, sólo
lo que yo te autorice, ¿entendido?
- Sí, mi dueña.
- Bien al menos ya aprendiste a
contestarme, vamos adelantando –mira su fino reloj de pulsera-. Justo a tiempo ya
son las doce con un minuto, oficialmente ya eres mi esclavo.
Un escalofrío me recorre la
espina dorsal, no tanto por esas palabras sino por la mirada salvajemente
intensa que me clava al pronunciarlas… Respiro profundo, pensando que todo irá
bien si sigo al pie de la letra sus instrucciones.
Aurelia se sienta en el sillón
como si fuese un trono del Olimpo.
- De rodillas ante mí, con la
cabeza baja y las manos en la espalda –me ordena.
Mi ser interno se rebela; nunca
nadie antes me ha ordenado arrodillarme, es una sensación extraña, chocante al
espíritu. Aun así obedezco deprisa y descubro que me siento muy incómodo… Pensé
que me resultaría más fácil o que quizás descubriría por qué a muchos les
parece excitante esto de la dominación, pero lejos de excitarme como sucede en
las prácticas sadomasoquistas normales, yo sólo me siento muy humillado.
Caería feliz de rodillas a sus
pies ante una sola sonrisa enamorada suya o ante un sincero “te amo” salido de
sus rojos labios. ¡Pero esto es tan frío e impersonal! se queja mi idealista
corazón. ¡Silencio! lo hago callar sin compasión. Mine está bien y eso es todo
lo que importa.
Después de lo que me parece un
siglo, Aurelia rompe al fin mi pensativo silencio:
- En esta posición deberás
saludarme cada vez que estemos a solas, no lo olvides. También debes permanecer
en silencio a menos que yo te hable, ¿entendido?
- Sí, mi dueña –contesto
rendido.
El hombre altivo y digno,
admirado por las más bellas mujeres de mi comunidad, se siente muy avergonzado
de mí.
- Muy bien ahora ponte de pie y
desnúdate por completo. Quiero examinar la mercancía que compré.
¿Mercancía, yo? ¡Alá, cómo
duele que la mujer que amas te tome por simple mercancía! No alcanzo a
sobreponerme de ese golpe cuando recibo el otro: ¿Debo desnudarme así… en frío,
sin una cena romántica, un baile, un poco de poesía antes? Mis sentimientos
lanzan una fuerte, aunque silenciosa protesta.
- ¿Qué esperas? –me espeta
Aurelia-. Vamos a tener que trabajar en hacer más rápida tu obediencia.
La amenaza me recuerda esa sala
de torturas de la tercera planta, de la que prefiero mantenerme lo más lejos posible,
así que me pongo de pie de un salto y comienzo a desabrocharme la camisa. Por
fortuna ahora no llevo puestos los gemelos. ¿Debería hacer un baile de stripper[4] o
algo así?
- Apúrate que no vine a dormir
a este sillón –se impacienta mi dueña.
Termino de desabrocharme la
camisa rápidamente y la lanzo volando a la cama. Al hacerlo levanto por un
segundo los ojos y veo que su mirada se clava en mí, intensa, turbulenta… ¡Oh,
Alá, esa ardiente mirada me hace ruborizar como si fuese un inexperto
quinceañero!
Todo mi cuerpo vibra en
respuesta y hasta las manos me tiemblan al quitarme los zapatos y los calcetines,
eso fue fácil… el pantalón ya es algo distinto... Me demoro más de lo normal en
desabrocharlo y lanzarlo junto a la camisa. Ahora sólo mis bóxer blancos me
separan de la total desnudez. Puedo sentir casi físicamente la fogosa mirada de
Aurelia, recorriendo todo mi cuerpo como una descarga eléctrica que fluye
directo hacia mi sexo, provocándome una peligrosa tensión… por fortuna el
nerviosismo bloquea un tanto mi excitación.
- Te ordené desnudarte por
completo –me exige implacable, cuando yo ya me siento más que desnudo ante
ella.
Respiro hondo con el corazón
golpeándome tan fuerte el pecho, que temo que ella pueda ver mis latidos desde
allá… ¿Y qué esperabas, idiota…? ¡Te vendiste a ella como su esclavo! con todo
lo que ello implica según el parcial y frío contrato que ya firmaste. Así que vamos,
no pidas romanticismo ni sentimientos; asume de una vez tu posición y acostúmbrate
rápido porque esto es sólo el principio.
Ahogo un resoplido, me llevo
las manos al bóxer y me lo quito muy rápido, lo dejo caer al suelo e
instintivamente mis manos se van al frente para cubrirme… ¡Pero mi dueña no iba
a permitirme esas licencias!
- Pon las manos sobre la cabeza
–me ordena.
Obedezco rendido al poder de
sus órdenes y me quedo erguido mostrándome sin restricciones en mi total desnudez,
aunque mantengo la mirada baja y de reojo atisbo que sus ojos se posan
directamente y sin vergüenza alguna en mi sexo… ¡Oh, Aurelia, tu sola mirada
enciende mi volcán interior! Pero todo esto es tan nuevo, tan distinto para mí;
la excitación se ahoga en medio de la humillante posición en que me tienes, haciendo
que me exponga ante ti como un objeto sin poder hablarte siquiera.
- Gira en tu sitio muy
lentamente –me indica.
Lo hago con la vergüenza quemando
como fuego mi rostro, porque esto me hace sentir muy denigrado… Si no existiera
ese contrato, si no hubieses pagado por mí, sería el hombre más feliz del mundo
al sentir como un toque físico tu ardiente mirada que recorre todo mi cuerpo
milímetro a milímetro.
- Quieto ahí –me ordena cuando
termino de dar la vuelta completa, y el sonido de su batín de seda me avisa que
se ha levantado del sillón.
Los nervios me saltan a flor de
piel al sentir que se me aproxima lentamente, el corazón se me sube hasta la
garganta al verla entrar en el radio de mi vista baja.
Aurelia se detiene muy cerca
frente a mí y me pregunta:
- ¿En qué estás pensando? Desde
ahora no puedes mentirme ni ocultarme absolutamente nada; todo en ti me pertenece,
tus pensamientos, tus emociones, tus miedos... Ya no tienes nada propio, toda
tu intimidad es mía –su voz es un susurro tan sensual que enciende ferozmente el
deseo en mis entrañas.
Si fuese un hombre libre la
tomaría entre mis brazos la besaría con pasión mientras le quito el batín para
que ambos estuviésemos igualmente desnudos para amarnos sin estorbos, y luego
continuaría besando todo su cuerpo de diosa hasta llegar a sus rincones más
íntimos. Pero no soy un hombre libre, soy sólo su sometido esclavo.
Trago saliva ante esa imagen
imposible y me doy cuenta de que tengo la garganta muy reseca, incluso me
cuesta despegar la lengua del paladar para responderle:
- Me siento extraño… humillado,
avergonzado. Todo esto es muy nuevo para mí, lo siento no sé qué más decir estoy
muy nervioso.
- ¿Por qué estás tan nervioso?
–mientras habla, Aurelia comienza a pasearse a mi alrededor mirándome a su
gusto de arriba abajo, tan cerca de mí que el fascinante aroma de su perfume me
envuelve por completo.
Me aturde los sentidos y me
arrastra de un tirón al recuerdo de aquella primera vez que la vi en la clínica,
ese preciso segundo en el que me enamoré de ella… Por desgracia… susurra mi
corazón adolorido por su trato tan frío e impersonal. Empiezo a temer que
quizás mi amor jamás será correspondido…
- De seguro –continúa Aurelia-,
esta no es la primera vez que estás desnudo ante una mujer, así que no entiendo
tu nerviosismo.
- Es distinto… -quiero
explicarle pero antes de poder continuar, su mano se mete entre mi cabello y me
da un brusco tirón echándome la cabeza hacia atrás, comenzando al fin esos
maltratos que yo no quería experimentar.
Aprieto los ojos, contengo el
aliento, ¡nunca me habían tratado así! No alcanzo a procesar las sensaciones
porque siguen viniéndoseme encima como avalancha.
- Es distinto “mi dueña”, ¡no
vuelvas a olvidarlo! –me reprende como si fuese un criminal.
- Perdón, mi dueña –musito y el
macho alfa en mí, ese conquistador nato que seducía con sutileza y románticos detalles
amorosos, se marchó lejos, muy abatido.
Aurelia aprieta los dedos
dentro de mi pelo y tira como si quisiera arrancarme a mano el cuero cabelludo…
Cierro los ojos con la barbilla apuntado al techo y el cuello muy forzado hacia
atrás. Esta postura me hace sentir mucho más vulnerable mientras ella pega su
cuerpo contra el mío… sus cálidos pechos presionan mi espalda a través de la
seda, su pelvis se aplasta contra mis nalgas y un choque electrizante me sacude
entero.
Aurelia lo percibe y su risa brota
muy cerca de mi oreja derecha. Por fin me suelta el cabello y se aleja hacia el
baño, donde el agua de la ducha seguía corriendo.
- Ven –me llama desde la nube
de vapor que llena el baño. Se sienta en el alto taburete[5] de
madera junto a la bañera y me ordena-. Quiero ver cómo te duchas.
Entro a la bañera y me ubico
bajo la lluvia tibia. Me siento como en un examen y mientras me pongo
nerviosamente el champú, Aurelia se levanta y comienza a jugar con los chorros
dirigidos de la columna, hasta que logra que una fuerte lluvia me de directo en
los genitales. Doy un respingo e intento esquivarlo por instinto.
- ¡Quieto! –me lo impide su
autoritaria voz-. Te quiero muy limpio en toda esta zona.
El agua me pincha como agujas la
delicada piel de los huevos, pero olvido el dolor cuando veo que Aurelia se
quita el batín. Se me corta la respiración al atisbar de reojo la escultural
belleza de su bronceado cuerpo, que luce un sexy conjunto de encaje dorado,
cubriendo apenas sus sensuales curvas.
Da un paso y se mete a la bañera
bajo la lluvia, detrás de mí… ¡Oh por favor, Aurelia, ten piedad que no soy de
madera!
- Apoya las manos en la pared
–me ordena.
Lo hago deprisa y quedo como un
prisionero que va a ser registrado. Súbitamente Aurelia me abraza por detrás, me
atrapa de sorpresa y pega con fuerza su cuerpo al mío. Sus manos se apoderan de
mi pecho avasalladoras, posesivas, recorriendo e inspeccionando a su antojo mis
pectorales. Los atrapa en sus palmas, los aprieta, los aplasta y amasa aproximándose
lentamente a mis pezones, cada vez más y más cerca… Mi respiración se acelera y
abro la boca para respirar mejor bajo la fuerte lluvia tibia que empapa
nuestros cuerpos… miro abajo y veo sus finas manos jugando con mi pecho, hasta
que sus dedos me atrapan como pinzas los pezones ¡doy un respingo! Se me corta
el aliento, jamás me habían tocado así, a lo más una caricia al pasar, el roce
tímido de unos labios, pero nada tan directo e intenso como esto.
Aurelia comienza a tirar de
ellos arriba y abajo, como succionándolos entre sus dedos índice y medio, ¡los
siento ponérseme muy duros al instante! Ella se da cuenta también, los toma
entre sus dedos pulgares e índices y me los aprieta con todas sus fuerzas, despiadadamente…
- ¡Ah…! –entreabro los labios
reprimiendo un gemido, al tiempo que siento una explosiva excitación que baja como
un rayo hasta mi sexo y lo hace elevarse poderosamente. ¡No sabía que existía
semejante conexión en mi cuerpo!
Separo las piernas sintiéndome
avergonzado de mi súbita erección, que ahora apunta con firmeza hacia la
columna de la ducha.
- Vaya creo que descubrí un par
de tus botoncitos de encendido –sonríe maliciosamente la voz de Aurelia justo sobre
mi oído, y luego su lengua desciende por mi cuello, húmeda sobre la humedad de
la ducha, caliente ¡mucho más que el agua! Se mueve y me provoca un desesperante
cosquilleo de placer por toda la espina dorsal… ¡Por favor…! Tiemblo de pies a
cabeza sintiendo las piernas cada vez más como de cera, derritiéndose… de
pronto siento el roce de sus labios muy abiertos y sus dientes me muerden en la
base del cuello, cual verdadera vampiresa.
- ¡Ah…! –doy un brinco de
sorpresa pero ella aumenta la presión de la mordida como una fiera sujetando a
su presa, y entiendo que debo paralizarme ¡mientras el deseo me inunda a raudales!
Me quedo muy quieto con la
yugular atrapada entre sus dientes, y siento que sus manos comienzan a moverse
lentamente, haciendo suyo todo mi torso. Su ardiente contacto enciende en
llamas mi piel, sus dedos de brasas descienden poco a poco quemando mi cuerpo,
marcando mis músculos, subiendo y bajando por cada parte de mi anatomía, enloqueciéndome
de deseo a medida que se acercan a mis caderas… Jadeo con cortas y nerviosas
inspiraciones, mi cuello todavía está preso de su mordida y sin poder mirar abajo
mi piel me comunica que sus manos juegan en mis caderas, como si no se
decidieran a seguir hacia mi sexo… por favor, por favor… gimo interiormente,
¡ya tócame!
Pero Aurelia ignora mi
desesperado ruego secreto; sus manos se desvían hacia atrás e inspeccionan la
firmeza de mi trasero atrapando en sus palmas la copa de mis nalgas… El fuerte
y posesivo agarrón me quita el aliento, ¡esto también es demasiado nuevo para
mí! Mi cuerpo nunca ha sido tan tocado, tan imperiosamente poseído por manos
femeninas como éstas, que ahora juegan a apretar y mover mis glúteos como si
estuviera amasando pan, una y otra vez…
- ¡Aarg…! –suelto una especie
de ronco gruñido, ¡esas caricias me desquician más y más a cada segundo! A
pesar de que son muy déspotas, sin una gota de sentimientos.
Aurelia al fin suelta mis nalgas y sus manos
se van deslizando como tiburones ondulantes hacia mi pelvis… mi respiración se
entrecorta bajo la lluvia.
La vampiresa libera mi cuello y
su mano izquierda sube por mi espalda, marcando cada vértebra de mi columna con
sus nudillos que se arrastran sin prisa hasta llegar a mi nuca, sus dedos se
sumergen en mi cabello para tirarme hacia atrás la cabeza otra vez. Aprieto los
ojos con el agua golpeándome directo en la cara, y vuelvo a sentir su boca
mordisqueando excitante mi cuello, aumentando de a poco la intensidad de la
presión de sus dientes, hasta que llega a ser dolorosa… de un tipo de dolor que
nunca antes había experimentado, porque viene mezclado con un intenso placer
que se transmite directo a mi entrepierna.
Asombrado por estas nuevas sensaciones
que inundan mi cuerpo sin darme tiempo de asimilarlas, percibo que mi cintura
cobra vida propia y se retuerce, mientras otro involuntario movimiento mece en
redondo mis caderas…
- ¡Quédate quieto, no te
muevas! –me ordena severamente mi dueña.
Pero de inmediato su boca continúa
con la despiadada estimulación que le aplica a mi cuello, mordiendo, succionando,
apretando y lamiendo, cada vez más rápido, más intenso, más desesperante, hasta
hacerme perder todo control sobre mi propio cuerpo. ¿Cómo puede exigirme que me
quede quieto mientras me tortura de esa manera tan exquisitamente extrema?
- Voy a tener que castigar tu
desobediencia… -susurra su cálido aliento en mi oído, provocándome un nuevo
golpe de placer.
Tras su amenaza, todavía
sujetándome la cabeza echada hacia atrás y mordiéndome el cuello, su mano derecha
baja hasta mi pelvis, sus dedos se enroscan en mis vellos púbicos y me da un
tirón, arrancándome sin compasión unos cuantos.
Doy un respingo, pero cual gata
salvaje ella atrapa de un mordisco mi manzana de Adán, la absorbe entera dentro
de su boca presionándomela con sus dientes y logra que me paralice a nivel
instintivo, casi animal. No puedo respirar ni siquiera puedo tragar el agua de
la ducha que me entra a raudales en la boca, que abrí muy grande ante su
sorpresivo ataque. Me quedo quieto como una estatua con mi nuez entre sus
dientes, Aurelia espera unos segundos y al fin me suelta.
- Así está mejor, debes
aprender a obedecerme cuando te ordeno estar quieto –me dice como si ya no me
hubiese quedado muy clara la lección.
Me trago el agua tibia para
poder respirar y al mismo tiempo siento que Aurelia aprieta aún más sus
redondeados y firmes senos contra mi espalda, mientras sus manos se deslizan eróticamente
por el interior de mis muslos… sin prisa, sin importarle que la excitación ya
alcanza niveles sobrehumanos en mi interior, y que todo mi cuerpo ya esta transformado
en una gigantesca central nerviosa a flor de piel… Al llegar a la base de mis
muslos rodea mi sexo, sin llegar a tocarlo… ¡Oh por favor, eso es desesperante!
Si fuese un hombre libre me daría
la vuelta y la besaría apasionadamente, mientras mis manos llenan todo su
cuerpo de ardientes caricias y mis labios susurran sin parar en su oído: te
amo, Aurelia, ¡te amo! Pero no soy un hombre libre. Sólo soy un juguete al cual
disfruta de excitar a su antojo.
De pronto y a pesar de mis
sinceros esfuerzos por mantenerme muy quieto, mi pelvis cobra vida propia bajo
esas manos de fuego. Al darse cuenta su mano se apodera imperiosamente de mi sexo
y me aprieta con tanta fuerza que se me corta la respiración.
- ¡Uau, estás muy duro! -me
susurra por detrás mirando por sobre mi hombro hacia abajo-. Estás muy bien
dotado, eres todo un potro árabe… mi potro –aprieta aún más su mano y comienza
a masturbarme impetuosamente.
La respiración se me dispara
jadeante, lo hace tan duro que cada arremetida hacia atrás golpea mis
genitales… Aprieto los dientes y cierro con fuerza los puños apoyándome firme contra
la pared para resistir el fuerte movimiento, mientras experimento una nueva y
muy confusa mezcla de excitación y angustiante dolor.
- ¡Por favor…! –gimo
desesperado por esta extraña tortura.
- ¡Cállate! –me ordena al oído
Aurelia y en castigo me da otro fuerte tirón de cabello.
Mi pecho se agita muy acelerado
mientras esa experta mano se mueve aumentando cada vez más la presión que ejerce
alrededor de mi erección, que ya siento de acero a punto de estallar… Jadeo entrecortado
tragando agua de la ducha a más no poder, soportando su implacable estimulación
hasta que las piernas me empiezan a temblar… ¡todo mi cuerpo se estremece
vibrante, tenso, a punto de acabar!
Aurelia se da cuenta y en un
veloz movimiento me suelta el cabello y usa esa mano para apretarme el cuello,
incrustándome los dedos en un punto que parece conocer con exactitud para
cortarme en seco el paso del aire. ¡Comienzo a asfixiarme!
Hago un instintivo amago de
llevar mis manos al cuello para liberarme, pero Aurelia me aprieta más fuerte
la garganta.
- ¡Quieto, vuelve las manos a
la pared! –me espeta con dominante dureza.
Le obedezco por reflejo, me
ahogo y casi no oigo nada más allá de los explosivos latidos de mi corazón… Como
en otra dimensión siento que sigue masturbándome salvajemente, mientras yo
lucho por hacer entrar un poco de aire a mis pulmones al mismo tiempo que
siento venir el más intenso orgasmo de mi vida, absoluto y radical como si nada
más existiese, como si todo mi ser se hubiese transformado en agudas oleadas de
placer, justo en el umbral mismo de perder la consciencia por la asfixia. Siento
que voy a desmayarme por la falta de aire o a alcanzar el máximo clímax de mi
vida, ¡o ambas cosas al mismo tiempo!
Pero súbitamente Aurelia me
suelta, salta fuera de la bañera y acciona un botón de la ducha que transforma
la lluvia en agua mortalmente fría.
Abro la boca totalmente choqueado,
el súbito frío me corta todo de golpe pero al segundo siguiente dispara mi respiración
y suelto unos rápidos jadeos, apegándome a la pared para escapar de la lluvia
fría. Me siento más congelado por dentro que por fuera, avergonzado y frustrado
por habérseme impedido acabar tan abruptamente, después de haberme llevado al
umbral más elevado de excitación que jamás hubiese experimentado.
¡Me siento miserable y
humillado! Suspendido en el aire a medio camino de la nada, jadeo intentando
que mi organismo regrese a la normalidad. Creo que no le tomé el verdadero peso
a esta situación justo hasta ahora, que Aurelia me dejó muy en claro su
absoluto poder sobre mí.
¿Por qué querría alguien tan
hermosa y exitosa como ella, torturar así a un simple desconocido como yo? En
verdad deseo con toda mi alma que exista algún motivo ulterior, y que no lo
haga sólo por el placer de hacerlo. No es que eso tenga algo de malo, ¡cada
cual tiene sus gustos!, pero es que hay algo en Aurelia que me parece muy extraño…
Esta dueña que me trató como un frío objeto para jugar y divertirse, no es la
misma persona de corazón noble y altruista de quién me enamoré… ¿Quién más vive
dentro de mi preciosa diosa dorada? Por favor, quien quiera que seas, te pido
que no destroces a azotes mi corazón.
Aurelia corta el agua y me
habla con desoladora tiranía:
- Desde ahora sólo tendrás
orgasmos y eyaculaciones cuando yo te lo permita –permanezco silencioso con la
frente apoyada en la pared, la cabeza abatida entre los brazos, intentando reparar
los restos rotos de mi dignidad.
Mis hermosas experiencias
sexuales de antes llenas de amor, de mutua entrega, de tiernas y respetuosas
caricias, volaron lejos asesinadas por
esta devastadora nueva usanza, exenta de todo eso. Mi yo romántico, adicto a
las seducciones colmadas de tiernos detalles, está todavía en shock.
- Aprenderás a controlarte de
tal manera –continúa diciéndome Aurelia-, que tendrás orgasmos sin eyacular
para que yo pueda divertirme por más tiempo contigo. Ahora sal de ahí.
La sombra que queda de mí sale
en silencio de la bañera. Aurelia se viste el batín sobre el empapado conjunto,
luego saca algo del botiquín y al volverse veo brillar el filo de una navaja.
Todo mi ser se tensa en alerta, ¿qué piensa hacer con eso?
Ella me señala el taburete alto
que está frente al lavabo.
- Ven aquí, siéntate.
- ¿Puedo secarme? –hago amago
de tomar una toalla.
- No. Te quiero así tal cual
estás; tu cuerpo desnudo se ve increíblemente sensual todo empapado y salpicado
de gotas.
Olvidó mencionar “congelado”,
pero qué más da. Me acerco con precaución, con la vista fija en la afiladísima
navaja y me siento formando un charco de agua a mis pies. Aurelia deja la
navaja en el lavabo y de un cajón saca unas pantys de color piel.
- Pon las manos atrás –me
indica.
Lo hago y me las ata con las
pantys, complicándose un poco con los nudos; dejo las manos muy quietas para
cooperar y hasta me hubiera gustado ofrecerle ayuda. Fui Boy Scout[6]
algunos años, sé todo acerca de los nudos… La miro disimuladamente hacia atrás
mientras lucha por atarme, y respiro hondo el atrayente aroma de su cuerpo
empapado, cubierto apenas por el sexy batín amarillo que el agua pega a su escultural
cuerpo… ¡Alá, es tan bella! No ha pasado ni un minuto, y ya olvidé todo lo mal
que me sentí en el episodio de la ducha. Creo que aunque quisiera, jamás podría
enfadarme con ella. Al contemplarla a hurtadillas, mi corazón confirma que no
hay rastros de enojo, sólo existe en él una gran pasión y una tierna emoción
que me estremece hasta el alma, como ante la revelación del propósito esencial
de mi existencia.
Al fin Aurelia termina con los
nudos que le quedaron muy apretados, se me empiezan a dormir las manos pero
puedo soportarlo por un rato. No me voy a poner a pedirle que afloje un poco los
nudos, ¡con lo mucho que le costó hacerlos! Parece que nunca participó en las
niñas scouts, esbozo una ensoñadora sonrisa imaginándome a la pequeña Aurelia,
una caprichosa y mandona rubita acostumbrada a salirse con la suya.
Mi niña no-scout saca del cajón
una pequeña toalla roja, la dobla en una delgada franja y me venda los ojos con
ella. La tela huele a agradable suavizante, de pronto un tirón me avisa que el
nudo se le enredó con mi pelo en la nuca, espero no perder algunos mechones
cuando desate la toalla. Oficialmente no se le dan bien los nudos.
Al estar a ciegas la atadura de
mis manos se me hace más patente y preocupante. Una desconocida ráfaga de
adrenalina inunda mi cuerpo al sentirme tan indefenso y no puedo evitar un
estremecimiento del que culpo al frío, porque aún sigo empapado.
- ¿Tienes miedo? –lo nota
Aurelia-. ¿Por qué tiemblas, Víctor?
- No es miedo… -intento
explicarle-, es sólo que nunca me habían atado las manos ni vendado los ojos.
Es una sensación extraña, me siento muy… -busco la mejor palabra para describir
el cúmulo de sensaciones gélidas que asolan mi alma-, vulnerable…
- Tranquilo, un esclavo debe
acostumbrarse a entregar su vida en manos de su ama –me responde Aurelia, al no
poder verla me vuelvo todo oídos y percibo su voz como un aterciopelado maullido-,
si te quedas muy quieto no va a pasarte nada.
Intento creerle recordando que me
dijo que haría lo que quisiera conmigo, menos matarme. ¿Por qué eso no me hace
sentir muy aliviado?
Mi agudizado oído atrapa el inconfundible
sonido del roce del encaje deslizándose por su suave piel… y luego el ruido de sus
pasos aproximándose a mí… Sus piernas rozan mis muslos por el lado externo y me
vuelvo todo piel y sensaciones. Su contacto me estremece y contengo el aliento
adivinando que se propone sentarse sobre mis piernas… ¡Lo hace! Siento sus firmes
y redondeadas nalgas húmedas y desnudas sobre mi piel, sentadas sobre la parte
más alta de mis muslos.
La separación de mis piernas
deja su sexo en el aire, y se acomoda arrastrándose lentamente sobre mis muslos
que se tensan bajo ella, mientras los suyos avanzan hasta rozar mis caderas. Al
mismo tiempo la esponjosa vellosidad de su monte de Venus, empuja mi sexo alzándolo
hacia arriba, aplastándolo contra mi pelvis.
Aquel contacto basta para
disparar de nuevo en mí, esa potente irrigación sanguínea que transforma la
carne en acero…
- ¡Vaya, vaya! –exclama sorprendida Aurelia-. Eres
demasiado receptivo, vas a tener que aprender a esperar mi permiso para
excitarte así… –tras decir eso recuesta su pecho sobre el mío.
Noto la cálida humedad de su
piel en contacto directo con la mía, ¡se quitó el sujetador! Mi piel saborea
con éxtasis las redondeadas puntas de sus pezones ¡y mis ojos gimen por estar
privados de contemplar su escultural belleza! Es desolador, aunque me recuerdo
que yo soy tan sólo el esclavo de Aurelia, sin derecho a nada.
Por lo general intento ser
optimista, buscarle el matiz positivo a la vida y el estar ahora aquí con la
mujer que me robó el corazón desde el primer segundo que la vi, entra en mi
categoría de muy positivo, sin importar los pequeños detalles, como estar
maniatado y con los ojos vendados. Tengo todo un mes para conseguir demostrarle
mis sentimientos y quizás lograr que los corresponda. Yo anoté “perseverante”
como defecto, Aurelia dijo que era una virtud pero pronto se dará cuenta a lo
que me refería y coincidirá conmigo en que es un defecto, ¡porque no me doy por
vencido fácilmente!
Aunque el destino grite lo
contrario y a pesar de lo dañado que pueda resultar en el intento… ¡lograré que
me ames, Aurelia!
Un brusco tirón en mi pelo me
echa atrás la cabeza, interrumpiendo mis pensamientos. Como no lo veo venir me
toma por sorpresa y por poco me voy de espaldas sobre el taburete sin respaldo,
afirmo bien los pies en el suelo y pongo muy recta la columna.
Al mismo tiempo siento el
metálico contacto de la navaja sobre mi cuello, el corazón me salta alarmado y
me quedo tan quieto que ni siquiera respiro…
- Voy a quitarte esta fea barba
que me desagrada –me aclara sus intenciones Aurelia y respiro aliviado aunque
no tan profundo, por la hoja en mi cuello-. No me gustan los hombres con barba
o bigote, así que de ahora en adelante te mantendrás muy bien afeitado. Y no
sólo el rostro, sino que también en todas las zonas que voy a rasurarte yo
misma ahora, por esta primera y única vez –me advierte y comienza a arrastrar
la afilada hoja hacia mi mentón.
Me hubiera dicho que no le
gustaba mi barba, ¡me la habría afeitado yo mismo! Me raspa bastante porque no
usa espuma de afeitar, pero al menos así
puede ver mejor mi cara... espero que sepa usar bien esa navaja, ¡o voy
terminar con cara de Frankenstein!
Apenas pienso eso, siento que
sus caderas comienzan a moverse adelante y atrás, frotando su cuerpo contra el
mío, su abdomen, sus piernas, sus suaves vellos púbicos que adivino dorados
como su cabello, rozan y aplastan mi erecto sexo contra mi pelvis una y otra
vez, en una erótica y lenta danza que me hace abrir los labios, exhalando un
ronco gemido de placer, mientras no puedo evitar que mis caderas deseen
ardientemente imitar su ritmo y me muevo sobre el taburete con mi endurecida
erección palpitando en llamas, anhelando entrar en esa tentación tan próxima
que hasta puedo sentir su húmedo roce sobre mi miembro…
- Quédate quieto deja de
moverte –me advierte Aurelia con voz en la que adivino una sonrisa perversa,
¡sabe que eso es casi imposible con lo que me está haciendo! pero respiro hondo
intentando un dominio sobrehumano en mi cuerpo, para obedecerle.
Pero ella no me facilita las
cosas, aumenta el ritmo y la presión sobre mi sexo, que aplasta una y otra vez
entre nuestras pelvis. ¡Oh, por favor ten compasión de mí, Aurelia! Todo mi cuerpo se estremece de deseo no puedo
quedarme quieto, mi pelvis y mis caderas se alzan a su encuentro, anhelando el
mojado contacto bajo su monte de Venus...
- ¡Deja de moverte o vas a
lograr que te corte! –me reprende imperiosamente Aurelia, como si ella no
tuviese nada que ver en eso.
- Pero es que…
- ¡Silencio! ¿No eres capaz de
obedecer una orden tan simple? ¡Creo que me voy a divertir muchísimo castigándote
para que aprendas! –exclama con un tono en el que flota una salvaje amenaza,
mezclada con el placer de llevarla a cabo y me echa más atrás la cabeza tirándome
del cabello, para volver a ponerme el filo de la navaja en el cuello.
Retengo el aliento, mi cuerpo
entero tiembla de contenida excitación. Aurelia tiene literalmente mi vida en
sus manos y juega con ella, pasándome la navaja por el expuesto cuello mientras
me exige inmovilidad, aunque ella sigue danzando su sexo sobre el mío. Intento
estar muy quieto sin pensar en que cualquier movimiento mal hecho de esa hoja,
sería capaz de llegarme hasta una arteria vital…
Los segundos se me hacen
eternos, con la vista vendada se exacerban mis sentidos; su aroma único y
exuberante me enloquece, mi carne arde, mi sexo pide a gritos desahogarse de
tanta tensión hasta que por fin detiene su devastador balanceo, me suelta el
cabello y apoya sus manos en mis caderas para deslizar sus muslos sobre los
míos, quemando mis piernas con su sensual roce hasta llegar al borde de mis rodillas
y comienza a afeitar mis axilas. Le cuesta un poco por mis brazos atados.
- Abre los brazos –me ordena como
si no supiera que los tengo atados y a estas alturas ya algo dormidos-, vamos
haz un esfuerzo o podría cortarte.
- ¿Así está bien? –coopero casi
desencajándome los hombros para darle espacio para meter la navaja.
- Guarda silencio. ¿Cuántas
veces debo repetírtelo? No me hables sin permiso –su voz suena más cortante que
la navaja.
Retengo mis palabras, yo soy
muy comunicativo pero haré un esfuerzo para no seguir molestándola. ¿Por qué le
gustará tratarme de forma tan dominante? No me conoce así que no es nada
personal… asumo que trata igual a todos los hombres o al menos a todos los que
contrata como esclavos. Me gustaría preguntarle desde cuándo empezó a hacerlo.
¿Hará el amor normalmente? ¿Se habrá enamorado alguna vez? ¿Se fijará en mí,
como para llegar a sentir algo tan intenso como lo que yo sentí por ella desde
el primer segundo? Aún sin saber quién era, aún sin haber alcanzado a fijarme
en su extrema y sofisticada belleza… me enamoré a primera vista de su gesto de
nobleza, de su corazón generoso que llegó justo a rescatarme cuando creí que
vería morir a mi hermanita de camino a un hospital público.
Abstraído en estos pensamientos,
no me di cuenta cuando terminó con mis axilas.
- Lista esta zona –pronuncia su
cristalina y al mismo tiempo enérgica voz que me dio la impresión de que no me
hablaba a mí, sino sólo consigo misma.
¿Ya habrá terminado? El frío
metálico de la navaja que siento justo sobre mi pelvis me responde que aún no.
La hoja raspa y raspa
haciéndome arder en todas direcciones, pasando a milímetros de mis partes más
apreciadas. Ahora sí que me petrifico rogando que no fuese a cortarme allí… Se
me tensan todos los músculos del cuerpo hasta dolerme.
- No te muevas ni un milímetro –aumenta
Aurelia mi tensión con su advertencia-, permanece muy quieto si no quieres
terminar capado.
El corazón me bombea fuerte
pero le digo que esté tranquilo, que ella sólo bromea o al menos eso espero.
Respirando apenas, quieto como figura de mármol, admiro la seguridad y rapidez
de su trabajo; su mano derecha me rasura con habilidad mientras la izquierda toma
mi miembro y mis huevos moviéndolos y quitándolos del camino de la navaja como
si fuesen cualquier cosa. Esto no tiene nada de sensual, más bien me siento un
tanto denigrado.
Disimulo un suspiro de desazón,
mientras aumenta el dolor del roce de la hoja en esa delicada zona. Cuando deba
hacerlo yo de nuevo, usaré bastante espuma.
Por fin Aurelia termina de talar
mi ensortijado bosque azabache y se levanta de mis piernas. La oigo caminar a
mi alrededor y mis oídos la descubren vistiéndose de nuevo el conjunto de
encaje y el batín. Lamento no merecer el contemplar su exquisita desnudez.
De pronto, corta las ataduras
de mis manos con la navaja para evitarse la molestia de desatar esos engorrosos
nudos, y me quita de un tirón la venda
de los ojos, que sale arrastrando con algo de mi cabello enredado en el nudo.
Resisto sin quejas el desagradable tirón, porque la vorágine de emociones es
más punzante y amarga en mi interior.
- Ahora levántate y date una
ducha fría –me ordena mi hermosa pero tirana ama, a quien ya puedo ver de nuevo
de pie frente a mí.
A estas alturas después de todo
lo que me hizo, el que contemple a su antojo mi desnudez ya me parece lo de menos.
¡Vaya que se acostumbra rápido el ser humano a las situaciones más insólitas!
Entro a la bañera para tomar
una nueva ducha fría, ¡tendré suerte si no agarro una pulmonía! Mientras me
aplico bastante espuma en mi irritada zona pélvica, Aurelia me advierte:
- Desde ahora en adelante,
tienes prohibido tocar tu cuerpo con la intención de darte placer de la más
mínima forma, sin mi permiso. Tengo cámaras espías ocultas por toda la casa así
que si lo haces, lo sabré; no me obligues a tomar medidas que te resultarían
sumamente incómodas.
¡Alá! No acostumbro
masturbarme, pero debo admitir que tras la acumulada frustración de esta noche
llegué a pensarlo. Ahora sé que definitivamente no es una opción, no quiero dar
un espectáculo por las cámaras. Me quito deprisa la espuma, corto el agua y
salgo de la ducha.
Aurelia ahora está sentada en
el taburete y desde allí me observa muy detenidamente de la cabeza a los pies.
Una sonrisa segura baila en sus sensuales labios, mientras en sus ojos hay un
brillo impenetrable; me resulta imposible adivinar en qué está pensando. No
creo que sea en sexo, de pronto su mirada se vuelve muy intensa y profunda, el
dorado de sus ojos se oscurece como sombreado por densas nubes… Siento que está
mirando más allá de mí, quizás hacia el futuro, ¿tal vez hacia el pasado?
Al fin sacude la cabeza y su
fina cascada rubia se mece sobre sus hombros, creando una brisa que parece
llevarse sus pensamientos, cualquiera que fuesen. Aurelia regresa desde la
lejanía y declara:
- Así está mejor, sin todo ese
vello. Ahora sécate rápido y sígueme –me ordena y sale del baño.
Me seco a la carrera, ¿qué
vendrá ahora? ¿Me tumbará violentamente en la cama para tener sexo de manera
salvaje? Esbozo una esperanzada sonrisa. No es mi idea de hacer el amor, ¡pero conociéndola…!
Sonrío al recordar la sensualidad de su boca, mordiéndome el cuello como una
verdadera fiera.
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