Capítulo 13
Aurelia. En shock
¿Cómo pude perder
tanto el control? ¡Casi mato a Víctor! Todavía estoy en shock.
Ya son las ocho de
la mañana, no he dormido nada; afuera amaneció hace rato pero mi alma sigue en
tinieblas…
El doctor dijo que
por milagro Víctor no se rompió ni un hueso con la caída desde el segundo piso.
Yo sabía que fue porque la jaula absorbió la mayor parte del impacto pero aun
así, sufrió una conmoción cerebral muy fuerte y hasta ahora sigue inconsciente.
Tras ingresarlo y
estabilizarlo el doctor salió a la sala de espera y me interrogó respecto al
resto de las lesiones:
- Las laceraciones
en sus pies, nalgas, pecho y espalda, así como las múltiples heridas de
pinchazos alrededor de su cuello, no corresponden a las ocasionadas por una
caída accidental –pronunció observándome con ojos suspicaces y una tácita crítica
Intenté convencerlo
de que se trataba de asuntos íntimos de pareja, “juegos eróticos, usted sabe…”
Pero insistió en que el paciente debería corroborar eso ante la Policía de Investigaciones
en cuanto recobrara la conciencia. ¡Mierda, llamó a la policía!
Dejé la clínica
antes de que la PDI[1]
llegara. Lo mejor sería que hablaran directamente con Víctor primero, y que él
les dijese lo que quisiera. Yo asumiría las consecuencias.
De seguro estará
tan molesto conmigo que pronto llegarán las patrullas a buscarme por intento de
asesinato. ¡Mierda! ¿Cómo se me escapó tanto de las manos esta situación?
Rott me preguntó
por Víctor cuando llegué y luego no dijo ni una palabra más. Los demás
procuraron mantenerse fuera de mi vista, y ahora la casa parece una tumba, más
que de costumbre.
Resoplo e intento
despejar mi mente con el trabajo. Abro el archivo de mi nuevo proyecto
literario y trato de aclarar mis ideas al respecto… ¿Podré seguir adelante después
de esto, o lo mejor será abandonarlo?
Esto del BDSM tal
vez no sea adecuado para alguien tan descontrolada e inestable como yo, que en un
momento quiero ganarme la confianza de mi sumiso ocupándome de sus
lastimaduras, dándole remedios, y al instante siguiente lo someto sin piedad a
su peor fobia, ¡y lo mando a la clínica casi muerto!
Me siento como un
monstruo, “el Dr. Jekill y Mr. Hyde” son niños de jardín infantil a mi lado. Mr.
Hyde hubiese escapado a perderse ante el despiadado monstruo sin control que yo
llevo dentro.
Suspiro mirando el
balanceo de los yates que reposan indiferentes a mis problemas allá abajo en la
marina. La hermosa mañana de verano llama a la paz pero mi alma no hace caso,
estoy en el infierno.
Me vuelvo a mirar
la pantalla de mi ordenador y leo como una autómata el material que he
recopilado en la red:
“Del Blog Sadomanía. Consenso:
Es mandatorio contar con la aprobación de quien va a ser sometido a la sesión,
antes de hacerlo. No se puede forzar a una persona en ninguna disciplina BDSM a
someterse contra su voluntad a nada. Es necesario el diálogo previo a la
sesión, fijando pautas claras de los gustos y límites del sometido a fin de que
la sesión cumpla con su cometido de
satisfacer a ambas partes. El no hacerlo puede acarrear disgustos, grandes
retrocesos en la confianza del sometido y hasta quizás alguna reacción totalmente
inesperada: Angustia no deseada, ataque de pánico… Es necesario conocer los
aspectos psicológicos de esa persona. Las sesiones de BDSM siempre tienen que
dar la posibilidad al sometido, de detener en cualquier momento lo que esté
sucediendo si siente que se está yendo más allá de lo que desea, y para esto debe
pactarse de antemano una palabra o gesto de seguridad”.
¡Maldita sea, allí
lo advertía todo y no quise hacer caso! Hice absolutamente todo lo contrario y
por poco le cuesta la vida a Víctor. Mandé a la mierda la confianza, él ya no
querrá saber nada más de nuestro contrato y tendré suerte si sólo me demanda y
no me mete a la cárcel por intento de asesinato.
El doctor dijo que
Víctor tendrá que pasar por lo menos diez días en la clínica, después de que
salga de cuidados intensivos, en donde lo tiene la conmoción cerebral y las múltiples
heridas que yo le infligí.
Me siento fatal.
Siempre supe que no soy una buena persona, pero nunca había llegado tan hasta
el fondo de mi propia oscuridad. Toda mi vida hice todo lo que se me antojó,
sin jamás preocuparme por lo que pensaran o dijeran los demás, pero esta vez
mis caprichos por poco le cuestan la vida a alguien y ese hecho me remece hasta
los cimientos.
Fue un pésima idea
intentar adentrarme en el mundo del sadomasoquismo sin seguir al menos sus
reglas básicas; consenso, límites, palabra de seguridad, confianza…
¿Qué clase de
persona soy? No quiero ni siquiera pensar en la respuesta, pero sí sé que todo
comenzó aquel maldito día, tan remoto en el pasado que hasta podría confundirse
con un sueño, ¡o una pesadilla!
Pero una pesadilla demasiado
real que me transformó en un monstruo sin control.
Lo lamento mucho Víctor,
yo nunca quise hacerte tanto daño. Te advertí que lo mejor sería que te
alejaras de mí pero no quisiste escucharme, y ya ves las consecuencias.
Me aproximo al
teclado y aunque hace mucho tiempo que deseaba escribir una novela acerca del
BDSM, ahora siento que nada vale la vida de una persona.
Con el alma
desolada, tecleo con letras mayúsculas al final de la página:
“PROYECTO CANCELADO”.
Desperté muy desconcertado.
Al abrir los ojos desconocí el lugar… la
habitación estaba en penumbras, un bip, bip, insistente me hizo mirar a un lado
y vi una máquina a la que estaba conectado un clip en mi dedo; más atrás había
un pedestal de suero, conectado a mi brazo…
- ¿Qué pasó? –susurré muy confundido.
¿Por qué estaba en una habitación de hospital?
Intenté recordar, pero sólo hallé un
fuerte dolor en mi cabeza. Me volví a mirar la puerta y la ventana que estaban
cerradas, y todo dio vueltas vertiginosamente a mi alrededor. Me llevé la mano libre
a la frente y palpé un vendaje. Me esforcé en recordar qué había pasado pero
todo era un mar de brumas en mi adolorida cabeza…
La puerta se abrió y entró un doctor.
- ¡Qué bien, al fin ya está de regreso
con nosotros! –fue su extraño saludo-. ¿Cómo se siente, señor Garib?
¿Señor Garib…? Repetí en mente,
¡Víctor…! Resonó en mi cabeza una aguda voz femenina llena de angustia y los
recuerdos destellaron como flashes en mi memoria: Aurelia, el dolor de los
azotes en la mazmorra… ¡la jaula colgante!
Miré al doctor y él supo interpretar mi
desconcertada mirada.
- No se preocupe –me dijo rápidamente-,
tuvo un accidente, pero ahora ya todo está bien. ¿Puede hablar? ¿Recuerda su
nombre?
- Sí, doctor… me llamo Víctor… -me
interrumpí-, quiero decir, Ghálib Garib.
- Es lógico que se sienta un poco
confundido todavía, sufrió una fuerte conmoción cerebral por la caída, pero ha
evolucionado muy bien, y sólo necesitará unos días de reposo para recobrarse
por completo -me miró con expresión preocupada-. Sin embargo, esas otras
heridas y laceraciones en su cuerpo… -me estremecí al comprender que se refería
a las provocadas por Aurelia-. Afuera hay unas personas que quieren hablar con
usted, ¿se siente en condiciones de responder algunas preguntas?
- ¿Quiénes son?
- Detectives de la PDI.
¡La policía! Alá, ¡quizás Aurelia está
detenida!
- Sí, puedo hablar con ellos –la cabeza
me martilla feroz de sólo parpadear, pero necesito saber si Aurelia está bien o
si la han encerrado en una celda por mi culpa.
- Les diré que pueden quedarse sólo unos
minutos –me dijo el doctor con una sonrisa comprensiva, mezclada con algo que
me pareció lástima, ¿sentía lástima de mí?
Se marchó y a los pocos segundos
entraron los detectives. Ambos vestían de traje azul marino y me rodearon
estratégicamente, uno a cada lado de la cama.
- Señor Garib –inició el fuego el de la
derecha, más alto y mayor que su colega-, estábamos esperando a que recobrara
la consciencia. El Director de la clínica nos llamó por la naturaleza poco
usual de sus lesiones. ¿Podría decirnos qué fue lo que le pasó?
- No lo recuerdo muy bien… -mentí con
cautela-, ¿quién me trajo aquí?
- Una tal señorita… -revisó sus apuntes
el más joven-, Aurelia Ardent, ¿la conoce?
- Sí, por supuesto, ¿dónde está ella?
- En su casa, supongo –se encogió de
hombros el mayor.
Aurelia no estaba detenida, sentí alivio
pero al parecer tampoco estaba afuera. Eso me dolió, me sentí sin importancia
para ella, como un juguete que se abandona al estropearse.
- El doctor nos entregó un completo
informe de sus lesiones y empezando por esas heridas claramente visibles en su
cuello, no corresponden a una simple caída desde un segundo piso. Es más, el
doctor afirma que de haber caído realmente desde esa altura sus lesiones serían
muy diferentes… Puede hablarnos con confianza, ¿quién le hizo todo eso?
- Es algo privado… -sentí vergüenza de
admitirlo pero más que nada no quería meter en problemas a Aurelia.
- ¿Está bajo amenaza o chantaje, señor
Garib?
- ¿Qué? No, claro que no…
- ¿Fue secuestrado? ¿Lo tienen amenazado
con alguien de su familia y eso le impide hablar?
- ¿Cómo? ¡No! No se trata de nada de
eso. Es sólo algo muy personal entre mi pareja y yo… usted me comprende… -lo
miré hacia arriba intentando convencerlo-. Cada uno tiene sus gustos… se trata
sólo de un juego privado entre adultos, ¿entiende?
Ambos me miraron con el ceño fruncido,
luego cruzaron una mirada de sarcasmo y por fin el más alto replicó:
- ¿Un juego que lo mandó de emergencia a
la clínica?
- A veces hay imprevistos. Pero les
aseguro que sólo se trató de un accidente –insistí.
- ¿Entonces no va a presentar cargos
contra la señorita Ardent?
Señora, pensé, no le gusta que la llamen
señorita.
- No, por supuesto que no voy a
presentar cargos.
- ¿Está seguro? –el detective más joven
no podía ocultar el duro reproche en su mirada ante mi negativa-. También
podría presentar una demanda civil en su contra.
- Jamás haría eso, ya les dije; sólo fue
un accidente del que yo tuve toda la culpa.
- Bien, es su vida –se encogió de
hombros molesto el mayor-, pero la próxima vez tengan más cuidado o usted
podría no tener tanta suerte y entonces lo veríamos de nuevo en la morgue.
El otro detective también arremetió en
críticas:
- Debería valorarse un poco más a sí
mismo y buscarse otra pareja, ¡esas cosas son de gente anormal! Pero cada loco
con su tema, allá usted. Hasta luego.
Ambos se marcharon, yo diría que
ofendidos porque mis extravagantes gustos sólo los habían hecho perder su tiempo.
Se fueron tan rápido que no alcancé a
protestar porque llamaron anormal a Aurelia. Al menos ahora ya sabía que ella
no estaba detenida ni lo estaría.
El doctor entró apenas se fueron los
detectives.
- ¿Todo bien? –sentía curiosidad.
- Sí, pero no hice ninguna denuncia, fue
sólo un accidente.
- Entiendo –asintió también con reproche
en la mirada, aunque no lo exteriorizó-. Ahora ya no se preocupe por nada más.
Aquí podrá descansar y reponerse sin que nadie lo moleste por al menos diez
días.
- ¡Diez días! –me sobresalté.
- Sí. Ni siquiera sueñe que lo voy a dar
de alta antes de eso. Sufrió una conmoción muy grave y si vuelve a sufrir otro
golpe en la cabeza en los siguientes días, podría ser hasta fatal.
Lo miré abrumado; sonaba como si me
estuviera protegiendo de mí mismo, como si yo fuese un ser autodestructivo
incapaz de velar por su propia vida. Respiré hondo, avergonzado de que todos
pensaran eso de mí, pero no dije nada. Prefiero guardar silencio para proteger
a Aurelia.
- Ahora sólo relájese y descanse –me
palmeó suavemente un hombro-. Dentro de diez días se sentirá como nuevo y
quizás este tiempo le sirva para reflexionar acerca de su vida, respecto a con
quién le conviene estar y tomar mejores decisiones.
Se marchó dejando su sabia frase en el
aire: “Tomar mejores decisiones”.
¿Qué haré con mi vida al salir de aquí,
dentro de diez días?
[1]
Policía de Investigaciones.
Capítulo 15
Aurelia. Creep
Me paseo como leona enjaulada frente al
ventanal con una magnífica vista panorámica al Océano Pacífico, a la que no le
presto ni la más mínima atención, demasiado sumida en mis penumbras internas.
Me demoré tres días en decidirme a venir
a ver a Víctor a la clínica, pero todavía no logro reunir el valor suficiente
para dejar la sala de espera e ir hasta su habitación. ¿Qué voy a decirle?
Hola, Víctor, ¿cómo sigues después de que casi te maté?
- ¡Uf…! –respiro hondo y recuerdo que
hasta ahora no he tenido noticias de la PDI.
Quizás están haciendo el papeleo y en
cualquier momento me notificarán de la citación al juzgado por la demanda civil
de Víctor en mi contra. Sonrío con amargura a mi reflejo en el ventanal… no lo
culparía por eso.
En la música ambiental comienza a sonar
“Creep”, de Radio Head, y decido darme ese plazo; en cuanto termine esta
canción dejaré de ser una maldita cobarde y entraré a verlo.
La voz masculina canta arrastrada,
dolida, como un desgarrado reclamo… y mi mente políglota hace la traducción sin
yo pedírselo:
“Cuando
te vi antes… te veías como un ángel…”
No pude evitar recordar la primera vez
que vi su cuerpo completamente desnudo… tan bello y perfecto como un ángel… Pero
luego me asaltó la imagen de su espalda lastimada por mis correazos y su pecho
cruzado por las marcas de mi azote…
“¡Tu piel me hace llorar!”
La voz fue subiendo de intensidad hasta
convertirse en una fuerte recriminación, gemida entre arremetedoras guitarras
eléctricas:
“Desearía ser
especial…,
Tú eres tan
jodidamente especial…”
Sí, Víctor, eres tan jodidamente especial
que fuiste capaz de venderle tu vida sin condiciones a una perfecta desconocida,
por procurar el bienestar de tu hermana.
“¡Pero yo soy un
cretino, soy un bicho raro!”
Cretina sería la traducción justa para
mí, ¡soy una jodida bicha rara que va por ahí lastimando a gente buena y normal!
“…quiero tener
el control, quiero un alma perfecta…”
Hace muchos años que perdí el control
sobre mí misma, ¡porque mi alma se
transformó en una imperfección de lo que pudo haber sido!
“¿Qué demonios
hago aquí?”
Eso
mismo me pregunto yo; ¿qué pretendo viniendo a verlo? Si ahora está en esa cama
es únicamente por mi culpa, porque se me antojó subirlo a diez metros de altura
sabiendo muy bien lo de su fobia. Pero no me importó porque soy un monstruo sin
compasión que se complace en hacer sufrir a los hombres, utilizarlos y desecharlos.
Sin embargo, esta vez se me pasó la mano con Víctor, ¡casi lo mando al otro
mundo! ¿Y ahora pretendo venir a visitarlo como si nada? No, ¡no tengo derecho
a estar aquí!
Tomo mi bolso de la silla y salgo a toda
prisa de la sala de espera de la clínica, mientras Radio Head sigue cantando
desgarradamente:
“Ella está
huyendo de nuevo… ella está huyendo…
¡Ella corre,
corre, corre!”
Miro la radio-reloj con números verdes
que me trajo Mine de regalo; son las dos y media de la madrugada, pero la ansiedad
me mantiene despierto. Mañana se cumplen al fin los diez días que se me han
hecho una eternidad en esta clínica.
Hace rato que ya me siento totalmente
recuperado, pero el doctor insiste en protegerme de mí mismo reteniéndome aquí.
Inés trajo a Mine a visitarme todas las
tardes. La pobrecita al principio estaba muy preocupada y triste por mi accidente.
Tuve que esforzarme en convencerla de que no era nada grave y que pronto
estaría de regreso en casa.
Al cuarto día se alegró mucho de que ya
no tuviese la venda en la cabeza.
- ¡Ghálib, ya se te desapareció la
herida! –exclamó encaramándose sobre mi cama para examinarme más de cerca la
cabeza.
- La herida todavía está ahí –le
contesté sonriendo-, lo que pasa es que está escondida debajo del pelo. Si
miras bien verás los puntos por aquí –le señalé con mi dedo un poco más arriba
de mi sien derecha.
- ¡Sí, aquí está! Uy… tienes… uno, dos,
tres… ¡seis puntos! ¿Y te duele mucho, hermanito?
- No, ya no me duele, Mine, no te preocupes
muy pronto voy a estar de vuelta en casa.
Sus bellos ojitos casi violetas como los
de mi madre, me sonrieron felices y de pronto brillaron intensamente con la luz
de una idea.
- Mira, Ghálib –me dijo rápidamente
rebuscando en su mochila rosa impregnada de princesas-, ¡aquí está! Te presto
mi tablet para que te entretengas estos días que te faltan todavía aquí en la
clínica, ¡porque yo me aburría mucho cuando estaba en el hospital!
Le acaricio la mejilla con el corazón
inundado de ternura y un poco de antiguo dolor, porque ella tenía que estar en
una sala común de hospital sin televisión ni tablet con conexión a internet.
- Te agradezco mucho, Mine, pero mira
aquí tengo televisión digital y me entretengo todo el día viendo películas –la
verdad es que no quiero pasar a llevar la voluntad de Aurelia, que desea
mantenerme incomunicado, sin conexión al mundo, aunque no entiendo bien por
qué; no se molestó en explicármelo.
- ¿Entonces no quieres que te deje mi
tablet? –Mine me miró con grandes ojos de incredulidad y un poquito de decepción.
- Es que ni siquiera sé usarla –invento la
primera excusa que se me ocurre-, pero de todas maneras muchas gracias,
hermanita. Luego, cuando regrese a casa me enseñas. Serás mi maestra de
actualización tecnológica, ¿de acuerdo?
- ¡Sí, yo te enseño, Ghálib, yo te enseño
cuando vuelvas! –se conformó Mine recobrando su alegría.
Agradezco a Alá por el alma tan pura e
inocente de los niños.
- Ya tenemos que irnos, mi princesita
–le dijo cariñosamente Inés-, tu hermano tiene que descansar para recuperarse
pronto.
Se marcharon y al igual que todos los
otros días, sentí aún más abrumadora la soledad después de su visita.
Al principio creí que Aurelia vendría
con ellas algún día… soñaba con verla aparecer por la puerta, para inundar de dicha
mis largas horas de encierro entre estas cuatro blancas paredes. Un minuto de
su presencia me habría bastado para atesorarlo y hacer menos agónica mi espera
para volver a verla; un “hola cómo estás”, me habría durado días enteros
repasando cada matiz, analizando cada inflexión de su voz al pronunciar esas
palabras brotadas de sus bellísimos labios.
Sin embargo, Aurelia no vino a visitarme
ni una sola vez.
Quizás esos detectives la han estado
fastidiando y por eso está molesta conmigo. Tendría toda la razón, porque el
accidente fue por mi culpa; si no hubiese sentido pánico, si me hubiera quedado
quieto la jaula no se habría venido abajo estrepitosamente conmigo dentro.
¿Qué pasará ahora con nuestro contrato?
¿Me pedirá firmar otro por los días que estuve aquí en la clínica?
Respiré hondo al recordar todo eso… ¿Me
volvería a llevar a su mazmorra? Sentí escalofríos.
Amo a Aurelia pero es obvio que ella no
siente lo mismo… Por poco me mata al
subirme en esa jaula, aunque sabía de mi fobia a la altura… ¿No le importó? ¿Lo
hizo a propósito? Me niego a pensar siquiera eso; quiero creer que lo olvidó y
lo hizo sin querer.
Pero después, ¿por qué me abandonó en esta
fría habitación sin acordarse nunca más de mí? Quiero pensar que debió estar
sumamente ocupada con su trabajo o sin duda alguna habría venido a verme. Una
honda amargura se arrastra dentro de mí, susurrándome que no me engañe a mí mismo…
“Querer es poder”, siempre lo decía mi madre: “Si en verdad quieres hacer algo,
sabrás inventarle veinticinco horas al día para hacerlo”. Esa verdad me duele
más que todas las heridas y magulladuras que cubren mi cuerpo. Aurelia
simplemente no quiso venir a verme.
Una suave música ambiental brota de
alguna parte, dejándome oír la versión masculina de una canción de Violeta
Parra, “Corazón Maldito”.
“¿Cuál es mi
pecado?, pa’ maltratarme,
sí, pa’
maltratarme,
como al
prisionero por los gendarmes,
sí, por los
gendarmes, ¡quieres matarme!
Corazón maldito,
sin miramientos,
sí, sin miramientos,
ciego, sordo y
mudo, de nacimiento
sí, de
nacimiento, ¡me das tormento!”
El intérprete se oye tan dolido como yo.
Su canto verbaliza el clamor de mi alma, aunque yo no deseo maldecir al corazón
de Aurelia porque algo me dice que está herido, muy herido quizás… ¿Qué pudo
haberle sucedido para que levantara esa pétrea fortaleza en torno a su corazón?
No es una persona fría ni amargada, ¡al contrario! Es apasionada al límite y le
gusta disfrutar la vida, hace bromas, se ríe de mí con sarcasmo e ironía pero se
nota demasiado que siente desprecio, ¡mucho menosprecio por el género
masculino! Tanto, que ni siquiera alcanza al nivel necesario para el odio. No
odia a los hombres, sólo los desprecia intensamente; los ve como simples
objetos para su diversión, igual que cualquier otra cosa de las que su dinero
pueda comprar.
Suelto un desolado suspiro, porque yo
soy la prueba viviente de eso.
Miro hacia la ventana por cuyas cerradas
persianas apenas se cuelan verticales rayos de luz de algún poste de la calle,
y me sumerjo en el recuerdo de esa noche en la mazmorra… Cuando me preguntó
cómo me sentía y le dije que “triste”, no pude explicarle que era por amarla
tan intensamente, mientras ella me golpeaba sin compasión sólo por el gusto de
hacerlo.
En verdad intento entender qué puede
impulsar a alguien a disfrutar de algo así, pero está fuera de mi rango de comprensión…
Quizás debo ser más tolerante… No es que la critique, ¡eso jamás! Yo no soy
quién para juzgar ni criticar a nadie. Pero sinceramente me gustaría pensar que
existe un secreto motivo ulterior muy importante, que la obliga a empuñar ese
látigo y a descargarlo con todas sus fuerzas sobre mí… Me sentiría mucho mejor
si supiera que soy parte de una misión secreta para salvar a la humanidad, o
algo por el estilo. Aunque me conformaría con cualquier motivo, sólo por el
hecho de que confiara en mí para decírmelo. Sería feliz incluso si me dijese
que sólo lo hace porque se le antoja, ¡cualquier cosa!, pero que me lo dijese,
en vez de tan sólo tratarme como a un insensible objeto.
Respiro afligido, una feroz jaqueca me
amenaza así que intento dejar de pensar. Casi por costumbre realizo la serie de
ejercicios Kegel que Aurelia me enseñó. Los he practicado a diario siguiendo
sus instrucciones, aunque no estoy seguro de lo que sucederá cuando regrese a su
casa mañana. Será mejor que intente dormir un poco.
أنا أحبك
Me levanté junto con el sol naciente
apurando el tiempo, y al ducharme me rasuré las zonas que me exigió Aurelia.
Luego me vestí y por último afeité perfectamente mi rostro, tal como a ella le
gusta, sin rastros de barba. Estaba comprobando eso en el espejo cuando oí que
alguien entró en la habitación.
- ¿Señor Garib, está listo? –Rott vino a
buscarme.
Salí rápidamente del baño.
- Hola, gracias por venir. Sí, el doctor
ya firmó mi alta –cerré el bolso y me fui con él.
Rott estuvo muy callado todo el camino,
lo que es muy poco habitual en él. Pero a decir verdad, yo tampoco quería
conversar. Intento poner en orden mis ideas, escudriñar a fondo mis
sentimientos; ¿estoy molesto con Aurelia por lo sucedido? No… no encuentro
rastros de enojo en mi interior. Voy un poco más allá, ¿sigo enamorado de ella?
¡Más que nunca! Ahora ya es oficialmente
un karma, ¡amo a un ser que quizás jamás me corresponda! Y no puedo
hacer nada por evitarlo; no puedo, ni quiero evitarlo.
A medida que nos acercamos a la casa mi
nerviosismo va en aumento; estoy seguro de que quiero seguir adelante con esto,
pero ¿qué pensará ella de todo lo que pasó? ¿Estará molesta conmigo? Esa
impresión me da, el que no haya querido ir a visitarme.
Al llegar, Rott me acompañó hasta el
segundo piso y me indicó que entrara sin tocar:
- La señora Aurelia lo estaba esperando
–concluyó su misión conmigo y se marchó.
Yo permanecí frente a la puerta tomando
aire, hasta que me decidí a entrar.
- Permiso… -avanzo rápidamente pero al
llegar frente al escritorio no sé qué hacer. Dudo un segundo y por fin creo que
debo comportarme como si todo siguiera igual que antes y hago amago de arrodillarme.
- No, Víctor, no hagas eso –se da prisa
Aurelia en detenerme-. Toma asiento, tenemos que hablar.
Su voz me suena demasiado profunda,
augura una conversación seria que quizás no trae nada bueno para mí… ¿Nuevas
reglas, nuevos castigos? Me siento mirando hacia el suelo, preocupado.
- Puedes mirarme a los ojos, Víctor
–pronuncia Aurelia y yo la miro, ¡Alá me parece aún más bella después de tanto
tiempo sin verla! Está tan radiante como en mis largos y solitarios ensueños en
la clínica, cuando imaginaba que ella entraría por la puerta en cualquier momento
saludándome con una hermosa sonrisa y amables palabras de aliento, no importaba
si no traía flores...
De pronto noto que la preocupación
sombrea su dorada mirada. Ella continúa de inmediato:
- Mis abogados me dijeron que no
presentaste ninguna demanda en mi contra y que tampoco quisiste hacer una denuncia
ni me pusiste en problemas con tus declaraciones a la PDI. Te lo agradezco de
verdad aunque no te entiendo… ¿Por qué no quisiste levantar cargos en mi contra
ni demandarme?
- Porque yo soy el único responsable por
lo que pasó. Fue mi culpa; si me hubiese quedado quieto en esa jaula, nada
habría pasado. Siento mucho haberlo arruinado todo por mi fobia a la altura.
Aurelia frunce mucho el ceño como si le
hablara en otro idioma. Sus ojos me traspasan con intensidad quemante y percibo
que hace un gran esfuerzo por comprenderme.
- Yo casi te mato, ¿y tú te disculpas
por tener una fobia? –parpadea con incredulidad-. Parece que de verdad te golpeaste
muy fuerte la cabeza, Víctor… deberías estar furioso protestando y demandándome
por daños y perjuicios. Pero ya que piensas así, te compensaré con diez
millones de pesos[1]
como indemnización y Mine puede llevarse todos los regalos que le he mandado
comprar con Inés. Toro los llevará a un hotel o a donde tú le digas.
La miro desconcertado.
- ¿De qué estás hablando, Aurelia?
¿Quieres que nos vayamos?
- Ya no eres mi esclavo, Víctor. Nuestro
contrato queda nulo desde ahora, te dejo en libertad.
- No por favor ¡no me despidas! –las
palabras brotan de mis labios con desesperación antes de que pueda detenerlas,
antes de que alcance a pensarlas siquiera-. Permíteme quedarme, dame una
oportunidad lo haré mejor, ¡no me apartes de ti por favor! –mi clamor nada
disimulado deja adivinar a claras luces mi amor; cualquiera se habría dado
cuenta a un kilómetro a la redonda.
Sin embargo, Aurelia no se da por
enterada.
- ¿Quieres seguir siendo mi esclavo? –su
extrañeza se mezcla con una gran incredulidad-. Vaya… Entiendo… te preocupa tu
hermana y tienes razón, diez millones es muy poco así que te daré hoy mismo los
veinte millones que te ofrecí en el contrato y además pagaré un año del
tratamiento de Mine, mientras te estabilizas económicamente. Espero que así
estés conforme.
Ahora soy yo el sorprendido, esa es una
oferta muy generosa y no tengo que hacer nada más que aceptarla y marcharme.
- No se trata del dinero, bueno sí por
Mine pero es que yo… -intento explicarle que no puedo alejarme de ella porque
la amo, pero sus ojos dorados alzan una barrera intraspasable desde sus altas
almenas y no logro llegar hasta su corazón.
- ¿Tú, qué…? ¿Quieres más dinero? Está
bien, te daré todo lo que habíamos convenido; una demanda me habría salido más
cara en todo caso, así que llamaré a mi abogado para que te transfiera ahora
mismo el dinero y prepare la escritura del departamento. Así tendrás a dónde
llevar a Mine sin necesidad de andar buscando un hotel.
¿Me dará todo el pago sin que tenga que
seguir siendo su esclavo? ¡Alá, ni siquiera necesito pensarlo! La miro muy fijo
a los ojos al responderle:
- Gracias, Aurelia, tu oferta es muy
generosa pero no puedo aceptarla. Es cierto que me preocupa el bienestar de
Mine pero ese no es el único motivo por el que quiero quedarme. Existe otro…
El corazón me martilla poderosamente
dentro del pecho al pensar en decirle la verdad; te amo, Aurelia, ¡te amo! Pero
me detiene el temor de que lo tome de mala manera. Que por las circunstancias
justo ahora que me está despidiendo, crea que yo finjo amarla para quedarme
sólo por el interés en su dinero. ¡Alá, que jamás crea eso de mí por favor!
La amo desde el primer segundo en que la
vi, aún antes de saber siquiera su nombre, o que pagaría la cuenta de Mine. Pero
este no es el mejor momento para rasgar mi pecho, sacar mi corazón y
entregárselo. Debo esperar una ocasión especial, sin presiones, sin prisas… Mi
alma romántica imagina una cena a la luz de las velas, música suave, sonrisas y
amorosas miradas, nuestros corazones latiendo al unísono al bailar un lento,
mejilla con mejilla, besándonos como si el mundo no existiese a nuestro
alrededor…
- ¿Otro motivo? ¿Y cuál es? –la
brusquedad en la pregunta de Aurelia me baja de golpe de mi nube de ensueño-. ¿Por
qué quieres quedarte? ¿Acaso te volviste súbitamente masoquista?
- ¿Masoquista, yo? No, creo que estoy a
un abismo y medio de eso –le sonrío intentando ganar tiempo para inventar
algo-. Lo que pasa es que quisiera saber el “por qué”.
Aurelia clava sus ojos en los míos, que
sin barreras le permiten pasar hasta el fondo de mi alma; allí le grito en silencio
una y mil veces que la amo con la esperanza de que logre captar el profundo y
sincero amor que siento por ella. Sin embargo, tras largos segundos al fin me
espeta:
- ¿El por qué de qué, quieres saber?
Respiro hondo disimulando un suspiro de
decepción; no ha logrado oír el clamor de mi alma.
- Por qué una persona tan buena y
generosa como tú, querría tener un esclavo –pronuncio al fin esa pregunta que ha
rondado sin parar en mi mente todos estos días.
Aurelia se echa atrás bruscamente en su
sillón, sus ojos relampaguean amenazantes.
- No necesitas ser irónico conmigo –su
voz transmite un molesto reproche-, ya te agradecí por no denunciarme y te
ofrezco pagarte completo lo del contrato sin que tengas que quedarte a
cumplirlo, ¿qué más quieres?
Me acerco al borde de la silla, apoyando
los brazos en el escritorio para disminuir en algo el abismo que ella creó entre
ambos.
- No estoy siendo irónico, Aurelia, no
está en mi naturaleza serlo y mucho menos lo sería jamás contigo; en verdad
creo que eres una persona muy buena y generosa. Me recibiste en tu casa con mi
hermana y asumiste los gastos de su enfermedad, cuando todos los amigos de
nuestros padres nos dieron la espalda, y los acreedores nos dejaron en la
calle; te pedí una oportunidad de trabajo y me la diste… un tanto singular pero
con un pago muy generoso que me permitiría empezar de nuevo –a medida que mis
palabras van brotando, la molestia se va desvaneciendo de su mirada.
Se endereza en su sillón, rueda más
cerca del escritorio y suelta un resoplido que hace volar el cabello sobre su
frente.
- Eres extraño, Víctor, realmente muy
extraño. Nunca había conocido a alguien como tú… Cualquier otro habría aceptado
mi oferta y ya habría desaparecido con los veinte millones y el departamento.
Pero tú sigues aquí y no entiendo qué quieres de mí.
- Sólo que confíes en mí y me digas la
verdad –se me escapa con una sonrisa empapada del amor que rebosa en mi
interior.
- La verdad es que te engañas a ti mismo
con falsas ideas respecto a mí; no soy buena y nunca lo seré. Creí que eso te
quedó muy claro la otra noche en la Mazmorra; te golpeé sin piedad, te sometí a
tu peor miedo ¿y sabes qué?, lo hice a propósito ¡y lo disfruté mucho! Porque
algo oscuro habita dentro de mí y la mayoría de las veces no puedo, ni quiero
controlarlo. Yo soy así, necesito provocar dolor para saciar al monstruo que
vive tras esta cáscara; me produce un hondo placer el torturar a los hombres,
verlos retorcerse y gemir de dolor es mi máxima felicidad. ¿Querías saber por
qué te compré como esclavo? Pues ahí tienes tu respuesta. Ahora sí, sin duda
querrás irte; llamaré para que preparen los papeles –convencida de lo que ha
dicho, hace amago de tomar el teléfono.
- No por favor, Aurelia, espera –la
detengo porque me parece descubrir un urgente llamado de auxilio en sus auto acusaciones.
Yo no veo a un monstruo, veo a la más bella mujer del mundo, atormentada por
insondables misterios que la llevan a actuar de esa manera que admite tan descarnadamente-.
Sé que en realidad no quisiste hacerme daño…
- ¡Maldita sea, Víctor! –golpea el
escritorio haciendo saltar el posa lápices-, ¡sí quise hacerte daño, claro que
quise! Lo hice apropósito y disfruté mucho con tu dolor, ¡así soy yo realmente!
Eso me hace feliz, lo admito y lo asumo, ¡soy una sádica! Necesito como el sol
para vivir, el lastimar a alguien y gozarme en su dolor, ¿quieres que sea más
explícita todavía?
- ¿Sólo por eso me contrataste como tu
esclavo? –la miro todavía sin convencerme de que realmente sea así. Yo veo a
alguien totalmente distinto-. Discúlpame que insista pero es que quisiera creer
que hay otro motivo, más allá de ese.
Aurelia se desploma atrás en su asiento
soltando un resoplido.
- Vaya, sí que eres realmente persistente,
¡tenías razón al anotarlo como defecto! –se arregla el cabello hacia el lado
que lo lleva partido, observándome fijamente hasta que al fin repone-. Mira,
Víctor, te voy a decir la verdad para que te vayas tranquilo, pero recuerda que
si esto sale a la luz pública perderás el departamento –asiento rápido en
expectante silencio, como si fuese a oír el mismísimo secreto de la creación y
Aurelia continúa-. Quería escribir una novela respecto al bondage y al
sadomasoquismo, era un proyecto que me entusiasmaba mucho y para hacer más real
la experiencia, quise saber lo que se sentía tener un esclavo. Probaría en ti
las técnicas, recopilaría información, me filtraría en grupos BDSM, llevando a
mi sumiso para ser más creíble… Hasta conseguí que me invitaran a una reunión
privada muy exclusiva, en España. Quería adiestrarte bien para que no
levantaras sospechas de mí, pero a la primera sesión que intento contigo, ¡casi
te mato!
¡Vaya de eso se trata! El corazón me
salta de dicha al comprobar que yo tenía razón, ¡había un motivo ulterior! Quiere
escribir un libro de bondage y sado-masoquismo, y yo en realidad soy parte esencial
de su proyecto de investigación.
Aurelia continúa rápidamente:
- Cometí un grave error al no contratar
a un sumiso ya experimentado en el tema.
- No es necesario que contrates a
alguien más, ¡permíteme ayudarte! Ahora lo entiendo todo y me gustaría formar
parte de tu proyecto. Por favor, déjame seguir con mi contrato hasta el final;
lo haré mucho mejor, te lo aseguro.
Aurelia me mira con ojos tormentosos y súbitamente
chasquea los dedos… ¡Oh, oh! Me remuevo en la silla al experimentar la
instantánea erección exigida por su imperioso gesto.
Ella sonríe con un dejo de amargura:
- ¿De verdad quieres quedarte en manos
de quien es capaz de adiestrar tus erecciones, como a un perrito faldero? –sin
darme tiempo de responder, continúa-. Aléjate de mí, Víctor, acepta la indemnización
y corre lejos. Te lo advertí antes pero no quisiste escucharme y terminaste
internado en una clínica.
- Ya es tarde para salir corriendo,
Aurelia –le respondo amándola con mis ojos, que siento brillar reflejando su
bellísima imagen.
- ¿Por qué es tarde? –me pregunta
alzando las cejas con sospecha.
Porque no puedo vivir lejos de ti, ¡te
amo demasiado! Desearía poder decirle la verdad pero sé que mis sentimientos
chocarían contra el muro de piedra de su corazón, así que en cambio busco un
pretexto que espero sea creíble para ella:
- Porque ya soy parte de tu proyecto y
si empiezas de nuevo todo el proceso de buscar a alguien, no alcanzarás a
prepararlo a tiempo para esa reunión a fin de mes, en España.
Aurelia niega con la cabeza, en su
mirada descubro la sombra del desencanto.
- No me estás escuchando, o te habrías
dado cuenta de la forma pretérita en mis
palabras; cancelé ese proyecto el día que te mandé a la unidad de cuidados
intensivos. Ya no haré esa novela, no iré a esa reunión, nada, ¡se acabó! Así
que ya puedes irte tranquilo. Ve a decirle a Mine que empaque, dile que se
lleve todo lo que quiera de la cabaña. Te avisaré cuando llegue el abogado con
los papeles para que los firmes.
- No por favor, espera… –estoy al borde
del naufragio y pienso a toda carrera-. El ayudarte en tu proyecto no es el
único motivo por el que quisiera quedarme, hay algo más…
Aurelia se deja caer en el respaldo de
su sillón y atisbo fastidio en su hermoso semblante.
- ¿Algo más, de qué se trata? –casi
gruñe las palabras; por alguna razón se está sujetando para no gritarme que me
largue de una vez.
Debo aprovechar cada segundo antes de
que estalle:
- ¡El chasquido de tus dedos! –digo rápidamente
lo primero que se me ocurre y me alza las cejas con un brillo divertido bailando
en sus bellos ojos; voy por buen camino, al menos ya no parece tan molesta y
logré que esbozara una sonrisa, ¡rápido sigue hablando!-. Hay un antiguo adagio
que afirma que el hombre adora a la mujer que… bueno que logre que… -me corto
avergonzado como un quinceañero.
- ¿Qué logre hacer que tenga una buena erección?
–me ayuda Aurelia con su desinhibida elocuencia, cada vez más divertida-. Así
que es por eso, ¿me adoras por el chasquido de mis dedos? –se inclina sonriendo
sobre el escritorio y alza las manos como si fuese a tocar las castañuelas-.
Entonces te fascinará que haga esto… -chasquea a todo dar los dedos moviéndose
en una sensual especie de danza gitana sentada, que mece estremecedoramente sus
bellos senos, que casi escapan fuera de su escote.
El hormigueo eléctrico fluye instantáneo
por todo mi cuerpo, la sangre se me enciende y corre como un rayo a mi
entrepierna, siento enrojecer mi cara y me remuevo en la silla separando las
piernas.
- Sí… -le digo sonriendo compungido-,
eso realmente me fascina pero si no te detienes tendré un accidente dentro de
mis jeans.
Aurelia deja de jugar a la danzarina gitana
y me mira con una sonrisa despectiva al declarar:
- Todos los hombres son iguales de
básicos, no han evolucionado nada desde el cromagnon, ¡uga, uga, hembra, saltar
encima, procrear, conservar la especie!
Esbozo una sonrisa culpable.
-
¿Qué puedo decirte? Está en nuestra naturaleza aunque algunos hemos
evolucionado un poco, hacia los sentimientos.
- Eso es mentira, los hombres no tienen
sentimientos –replica Aurelia totalmente convencida-, son sólo una amalgama de
carne, huesos y testosterona.
Parpadeo abrumado, no sé si ofenderme o
reírme; opto por lo segundo. Suelto mi mejor risa en respuesta y Aurelia
continúa:
- ¿O vas a decirme que tú eres uno de
esos románticos sentimentaloides pasados de moda? –me mira con recelo como si
aquello fuese una peste contagiosa.
Vaya, creo que hice bien en no
mencionarle mis sentimientos, porque tal parece que como especie masculina no
me está permitido tenerlos. De todas maneras trataré de explorar un poco más en
el tema:
- Bueno, la verdad es que yo creo en el
romanticismo, los sentimientos, el amor y…
- ¡Alto ahí! –exclama Aurelia casi como
un policía armado-. Si vas a empezar a darme la lata con toda esa mierda del amor,
ya puedes irte a decírselo a alguna romántica soñadora que crea en esas putas
utopías. Pero lo que es a mí ni me menciones esa palabra, mira que me enyeguece[2] en
cualquiera de sus conjugaciones.
Respiro hondo lamentando oír eso. De
todas formas al menos ya sé su opinión al respecto; definitivamente hice bien
en no decirle que la amo. Tendré que seguir esperando un momento más propicio.
- Entiendo –le sonrío comprensivo-, a mí
tampoco me interesa mucho ese tema… -Alá perdone mi garrafal mentira-, pero lo
que sí me interesa es que me des otra oportunidad, por favor. Sé que antes no
tuve la mejor actitud pero fue porque no entendía bien tus motivos. Ahora, en
cambio, todo está muy claro y en serio me gustaría mucho poder ayudarte en tu
proyecto. No es necesario que lo canceles por mi culpa, yo estoy bien no me
pasó nada. ¿Empezamos de nuevo desde cero?
Aurelia me escudriña intensamente con su
mirada, mientras lo piensa unos segundos.
- ¿Dejarías que te tratara de nuevo como
a mi esclavo?
- Es lo que más deseo, en estos
momentos.
- ¿Estás seguro…? ¿Oíste la parte en que
te dije que soy una sádica y que muy a menudo pierdo el control? Quizás deba
agregar que la crueldad es parte de mí y no puedo ni quiero evitarlo, porque
ser así me hace feliz.
- Sí, te oí muy bien y estoy más que seguro,
Aurelia. No quiero que me devuelvas mi libertad; confío en ti, te confío mi vida.
Permíteme seguir siendo tu esclavo.
Me interrumpo allí, sin agregar que si
la crueldad es parte de ella también la amo. Eso lo callo, porque ya sé que no
quiere saber nada del amor.
Aurelia lo piensa unos segundos que se
me hacen tan eternos, como si mi vida dependiera del próximo sonido salido de
sus labios. Al fin afirma de forma gélida, que me recuerda a la dura ama en la
que se transformó esa noche en la mazmorra:
- Si te quedas voy a volver a
castigarte… -me advierte con voz profunda-, y no quisiera tener que correr
contigo a la clínica si te da un nuevo ataque de pánico…
- Eso no pasará de nuevo si no usas esa
jaula… -¿estamos negociando límites?
- Esa jaula ya se fue de vuelta con sus
fabricantes junto con una fuerte demanda. Cuando la gane, porque mis abogados
siempre ganan, depositaré la indemnización a nombre de Mine.
- Gracias por pensar en el bienestar de
mi hermana -le digo abrumado. ¿Cómo puede considerarse a sí misma una persona
cruel e insensible, si hasta ahora ha cuidado a Mine como si fuese una
verdadera princesita?
- Entonces ¿de verdad quieres quedarte,
Víctor? Pensé que después de lo que pasó me odiarías por el resto de tu vida,
¿no tienes miedo de que vuelva a hacerte daño?
La miro y mi corazón palpita con fuerza
queriendo gritarle su amor, pero lo obligo a guardar silencio y pienso que el
único daño que Aurelia podría hacerme sería alejarme para siempre de su lado.
- Si esa jaula ya no está –le contesto-,
entonces no hay nada en este mundo a lo que pueda temerle.
Aurelia me mira muy fijo, parece
batallar consigo misma. Una parte de ella quiere alejarme para salvarme… la
otra, la más apasionada e impredecible quiere volver a poseerme como su
esclavo.
- Muy bien –me responde al fin-, te
dejaré a prueba tres días y veremos qué sucede. Si no funciona te irás sin
insistir llevándote la indemnización que te ofrecí antes, ¿de acuerdo?
- Sí, mi dueña, ¡lo que tú digas! –me
sorprendo feliz de volver a llamarla así, pero Aurelia me mira ladeando la cabeza
como una gata curiosa.
- ¿Tan feliz te hace volver a ser mi
esclavo? –sospecha algo extraño en mi actitud-. Creo que alguien por aquí le
está tomando el gustito a ser sometido, ¿eh? –su insinuante mirada es una
inyección de deseo directo a la vena y me hace estremecer de la cabeza a los
pies.
Apenas puedo concentrarme en pensar una
respuesta:
- Me hace feliz no ser el culpable de
que canceles tu proyecto.
- Hum… ¿Es cierto eso, no me estás
mintiendo? Mira que puedo perdonar muchas cosas, menos que me mientan –me advierte
con tono severo.
Ahora siento escalofríos… me asalta la
culpa por ocultarle mis sentimientos pero me aseguro a mí mismo que sólo es
algo momentáneo. Tendré que decírselo tarde o temprano.
- En verdad me alegra poder ser parte de
tu proyecto –afirmo con sinceridad sosteniendo su mirada. Y también estoy feliz
de poder seguir siendo parte de tu vida, eso lo guardo en silencio.
Aurelia asiente observándome con ojos
inescrutables. Me es imposible saber si me creyó o no. Pero al fin declara:
- Muy bien, pero algunas cosas van a
cambiar. Desde ahora sólo me llamarás “mi dueña” cuando estemos en la Mazmorra;
fuera de allí sólo serás mi asistente y no tendrás que saludarme de rodillas
cuando estemos a solas. Pero recuerda que tu jefa es también muy dominante y
que anotará tus faltas para cobrártelas más tarde a solas.
Esa amenaza me suena más sensual que
atemorizante, ¡qué extraña reacción produce en mí! Como si estuviese al borde
de iniciar un excitante y nuevo juego. Creo que antes tomé esta situación desde
un enfoque equivocado, me sentía como un mártir obligado por las
circunstancias, pero ahora que fui yo quien insistió en seguir con esto lo veo
de forma muy distinta. Quiero tomarlo como un desafío, para lograr conquistar
el amor de Aurelia. Si la única forma de estar cerca de ella es jugando con sus
electrizantes reglas al borde del sadismo extremo, ¡pues yo jugaré! Y quizás consiga
traspasar el alto muro que rodea a su corazón antes de que se termine mi mes de
contrato como su esclavo.
- Entonces, recuerda que te tendré tres
días a prueba –me repite Aurelia-, si veo que no resulta, se acabó. ¿Estamos de
acuerdo? –me tiende su fina y grácil mano por sobre el escritorio.
- De acuerdo, Aurelia –estrecho esa mano
que azota tan duro y que chasquea tan imperiosamente los dedos, provocando
verdaderos estragos en mí en ambas ocasiones.
[1]
Dieciocho mil dólares,
aproximadamente.
[2]
Como sinónimo de enfurece.
Aurelia. El Rebab
A las seis de la tarde el sol entra a
raudales por la pared ventanal, entibiando exquisitamente el agua de la piscina,
de tal manera que al nadar desnuda la siento como una relajante caricia sobre
mi piel.
Me deslizo suavemente de un extremo al
otro de la piscina meciendo mi cuerpo con ondulantes movimientos de delfín,
mientras pienso en lo que pasó esta mañana.
Creí que Víctor era extraño, pero nunca
tanto. Es el tipo más incompresible que he conocido. Pensé que no me denunció a
la policía ni me demandó porque Mine todavía estaba en mi casa, pero que en
cuanto regresara de la clínica se la llevaría indignado y entonces sí me
sacaría hasta el alma en una demanda civil.
Sin embargo, su actitud fue muy
desconcertante. Quiso volver a ser mi esclavo, yo diría que hasta me lo rogó
esgrimiendo motivos que no me dejaron muy convencida; que le gusta la excitación
que le provoco… ¡podría encontrar eso en cualquier otra mujer mucho más normal
que yo! Y también que no quería sentirse culpable de que cancelara mi proyecto...
¿qué puede importarle una mierda mi proyecto?
Hum… algo me huele sospechoso en su
cambio de actitud, pero espero por su bien que no me haya mentido y que en
realidad desee quedarse por algún motivo sentimental.
- ¡Uf! –resoplo y me sumerjo hasta el
fondo de la piscina para escapar de esa idea.
El amor me da escalofríos, es algo
siniestro, como una enfermedad viral que se apodera de la gente y la obliga a
hacer cosas extrañas que antes jamás hubiesen imaginado siquiera, como convertirse
en esclavo de alguien a pesar de estar muy al tanto de su tendencia al sadismo.
Espero sinceramente que ese no sea el caso de Víctor, porque si descubro que se
trata de eso tendré que despedirlo de inmediato, aunque lamente muchísimo
perder su formidable cuerpo, que en realidad es lo único que me interesa de él.
Repaso el día en busca de alguna pista,
pero no encuentro ninguna prueba irrefutable de que esté enamorado de mí.
Cuando almorzamos a solas en el comedor se comportó tan natural como si nada
malo hubiese pasado; me contó de sus días en la clínica, aburrido como ostra en
esa habitación privada. No lo dijo quejándose sino más bien como si esperase
que yo le dijera que me abdujeron los extraterrestres y que por eso no fui a
visitarlo. Pero yo no quise darle ninguna explicación y él se resignó,
cambiando el tema a los amigos que hizo en las otras habitaciones… ¡Diablos, es
sociable hasta hospitalizado!
Terminado el almuerzo le dije que cuando
regresara de ver a Mine subiera a la piscina y aquí estoy, esperándolo.
Oigo pasos y sigo muy relajada flotando
de espaldas con los ojos cerrados. Estoy segura de que es él, porque nadie sube
aquí sin que yo lo llame.
- Hola… -me saluda tan cálidamente como
si nos viésemos por primera vez.
Abro los ojos y disfruto la vista de mi
bello adonis, vestido con un sexy jeans celeste ajado en las rodillas y una camiseta
azul de esas musculosas que parece tallada sobre su torso, dejando apreciar sus
exquisitas calugas abdominales y sus fuertes pectorales, y ni hablar de sus
marcados brazos al descubierto… ¡Se vistió apropósito así para provocarme! Sonrío
pensando en que lo consiguió plenamente, ¡ahora es un chico malo, eh!
Pero ten cuidado con poner mucha leña en
la caldera, Víctor, ¡mira que te puedes quemar! Tengo que contenerme para no
arrojarme ahora mismo sobre él a rasgarle a tirones esa provocativa camiseta…
Me sumerjo para enfriarme un poco y nado
ondulante, avanzando sólo con el movimiento de mi cuerpo, sin mover brazos ni
piernas, hasta que llego a la orilla en donde atisbo sus piernas más allá de
los reflejos del agua y salgo a la superficie.
- Hola, Víctor, te tengo un regalo… -le
digo apoyando los brazos en el borde de la piscina-. Mira dentro de ese baúl de
madera –le indico con la cabeza salpicándole los jeans con mi pelo empapado.
Mi magnífico esclavo me regala una
sonrisa radiante y corre como un niño en navidad a ver su regalo. Abre el baúl
y extrae su contenido como si fuese de cristal.
- ¡Un rebab! –exclama maravillado,
acariciando la suave madera del instrumento-. ¡Gracias, muchas gracias,
Aurelia! –me dice con vivo entusiasmo pero de pronto se sobresalta al leer
dentro la marca y me mira preocupado-. Es original… debió costarte una fortuna…
Me encojo de hombros.
- ¿Para qué es el dinero sino para
gastarlo en lo que se nos antoja? Y a mí se me antoja hacerle regalos exclusivos
a mi esclavo… -deslizo la palabra para probar su reacción y esta vez no me parece
que se sienta incómodo o abatido, como antes del accidente.
En cambio hace algo que me sorprende; deja
suavemente el rebab sobre el baúl y comienza a desnudarse.
- ¿Qué haces, Víctor? –sonrío con
curiosidad apoyando la barbilla en las manos a la orilla de la piscina.
Una sonrisa muy sexy baila en sus
labios, aunque intenta disimularla para mostrarse muy serio.
- El estado natural de un esclavo –me
responde-, es desnudo ante su ama…
Su sonrisa ahora destella encandilándome
más que el brillo del sol en la piscina, nunca lo había visto sonreír así,
¡mierda, esa sonrisa es un arma mortal! Mis músculos más íntimos se encogen,
ávidos por poseer ese escultural cuerpo.
Me fascina su actitud radicalmente
distinta, ¡ahora sí parece querer jugar el juego! Se quita los bóxer mirándome
con sensual fijeza en sus ojos tan penetrantes y se queda completamente desnudo
ante mí. Entreabro los labios disfrutando la vista, ¡está muy bien rasurado! No
ha olvidado mis gustos.
Mi entrepierna palpita bajo el agua,
todo mi ser desea devorarlo pero espero a ver qué pretende. Se vuelve y se agacha
para tomar el rebab del baúl, ¡diablos, qué trasero de ensueño! Ya no hay
rastros de mis azotes, tendré que aplicarme en volver a enrojecerlos, quizás a
palmadas… Se vuelve con el rebab y el arco en las manos.
- ¿Me permites tocar algo para ti, mi
dueña? –me ofrece con esa sonrisa asesina que derrite mis entrañas.
Odio la música, entre otros motivos
porque atormenta mis oídos por esa maldita hiperacusia que sufro, ¡pero a la
mierda mis oídos!
- Claro que sí, Víctor, ya quiero saber
cómo suena esa cosa... –traducción; toca algo breve porque ya estoy que ardo de
deseos de poseerte.
Víctor se sienta a lo yoga y apoya el rebab
en el suelo entre sus piernas, justo frente a su sexo. ¡Mierda, parece la escultura
viva de un dios griego de la música!
¡Maldición!, debí comprar el rebab de la
caja de resonancia más pequeña, para que no me tapara tanto el paisaje, pero
quise el mejor y más caro, el de la caja con tallados y largo mástil de morera
con sus grandes clavijeros.
Víctor yergue la espalda, cierra los
ojos al mismo tiempo que alza el arco y comienza a tocar.
Un vibrante sonido ancestral se expande
por toda la estancia, como un gemido arrancado por el arco de Víctor. Es una
melodía arábica sensual y profunda, que se mece estremecedora por el aire, tan desgarradora,
evocando el sonido del viento arrastrándose por las dunas del desierto…
Me atrae y me muevo como hipnotizada
hacia la escala, salgo de la piscina y avanzo despacio por el blanco suelo de
mármol, atraída hacia Víctor por el mágico embrujo que hace brotar de las
cuerdas de aquel instrumento… La hechizante música étnica flota a mi alrededor
como danzantes hilos de seda, envolviéndome en sus seductores velos, tan
emotiva, tan cargada de sensual misticismo…
Allí sentado en el suelo, desnudo
tocando el rebab, Víctor me parece un bellísimo Príncipe de las Arenas… Interpreta
esa melodía moviendo sensualmente su brazo al balancear el arco sobre las
cuerdas, mientras su mano va presionando el mástil como un ave que vuela de
arriba abajo al mismo tiempo que todo su torso se mece al cadencioso ritmo de
la música.
La
hermosa visión me embruja los sentidos y me quedo desnuda frente a él admirando
su excitante belleza, adornada con este singular talento musical.
El atardecer entra de pronto por el
ventanal y tiñe de rojos matices toda la estancia, el brillo de las aguas sobre
el techo y las paredes danza al sensual ritmo del rebab, y fantaseo rodando
desnuda con Víctor por las rojas arenas de un ardiente desierto, para luego
terminar poseyéndolo locamente bajo las palmeras de un oasis, hasta caer rendidos
bajo el manto de estrellas gobernado por la mágica media luna de oriente…
Hum…
no sería mala idea llevarlo un fin de semana al desierto de Atacama, no hay
oasis pero sí ardientes arenas, privacidad y un magnífico manto de estrellas
para hacer realidad mis fantasías de mucho sexo, rodando por las areniscas
dunas…
Víctor termina de tocar, abre los ojos y
al verme desnuda frente a él deja rápidamente el rebab sobre el baúl para ponerse
de pie, pero yo soy más rápida y me siento sobre sus muslos aún doblados a lo
yoga… Su cuerpo se estremece al contacto de mi piel empapada, sus enloquecedores
ojos verdes brillan de excitación perdidos dentro de los míos.
- Tocas muy bien –le digo y me sorprende
que mi voz brote como un susurro cargado de deseo.
- Gracias… -musita y su voz también arde
en llamas.
Recorro todo su cuerpo con la mirada, yo
no tengo tanto control como él que se esfuerza por mantener la vista en mi
rostro, como si estuviese haciendo un retrato de mi cara dentro de su mente. De
pronto mis ojos tropiezan con las marcas que aún no desaparecen por completo de
su cuello, mis manos se alzan y rozan suavemente esas marcas… Víctor cierra los
ojos estremecido por mi contacto en su cuello…
- Jamás volveré a ponerte ese collar –le
susurro derramando mi aliento sobre su rostro.
- Puedes ponerme todos los collares que
quieras –me responde con sensual vehemencia-, ¡soy todo tuyo!
Eso es demasiado provocativo y ya no me
contengo más; me impulso con las piernas y lo tumbo de espaldas contra el piso
de mármol, él extiende las piernas y me siento entre su pelvis y su duro
abdomen aplastándole el pecho con las manos, pero justo en ese instante una
alarma resuena en mi interior… y me extraña mucho la rara y súbita preocupación
que me nace por alguien más que no sea yo.
- ¿Ya estás recuperado de ese golpe en
la cabeza? –le pregunto-. ¿Te sientes bien como para…?
- ¡Me siento perfecto para todo lo que
quieras! –es su apasionada respuesta.
Mi piel arde al sonido de su encendida
voz, me inclino aplastando mis senos contra su pecho y me apodero de sus manos
que se alzaron con intención de posarse en mis caderas.
- ¡Ah, ah…! –muevo negativamente la
cabeza, aprisionando sus muñecas y le subo los brazos hacia atrás de la cabeza-.
Quieto, sólo yo puedo tocarte libremente –le impongo mis reglas y sin soltarle
las manos me lanzo a besarlo arrebatadamente… Sus labios me responden como
nunca antes y al entreabrirse jadeantes, mi lengua invade su boca y la recorre
de punta a cabo con desenfrenada avidez, ¡sabe tan dulce como lo recordé estos
largos diez días que estuvo en la clínica!
Nuestras lenguas se enredan fundiéndose
de placer, mientras mis manos sujetan posesivamente las suyas coartando su
libertad, y comienzo a moverme para rozar mis pezones contra sus magníficos
pectorales, disfrutando a fondo de la exquisita fusión de nuestra piel.
En los mismos pocos segundos que tardan
mis pezones en endurecerse, su sexo se alza en una poderosa erección que siento
muy dura, golpeando por atrás mis glúteos. Al sentir su llamado entre mis piernas
dejo de besarlo y me enderezo para ordenarle:
- Entrelaza los dedos y no bajes los
brazos, quédate así muy quieto, ¿entiendes?
- Sí… -su voz es un ardiente jadeo.
- Sí, qué.
- Sí, mi dueña, perdón.
- Así está mejor, no lo olvides de nuevo
–le advierto.
Le suelto las muñecas, apoyo mis manos
en su pecho y deslizo lentamente mi sexo por su rapada pelvis… la tiene muy
suave, debe haber usado bastante crema de afeitar… mi humedad deja un rastro
sobre su piel hasta llegar a su endurecido miembro que tomo con una mano para
acomodarlo entre nuestras pelvis… Lo miro fijamente a los ojos al hacerlo, los
míos sonríen con perversión, los suyos gimen con desesperación pero se queda
muy quieto, sometido a mi lento juego sin prisas…
A mí no me va eso de la penetración de
inmediato, el baile del conejito y adiós… ¡no, señor! Yo soy adicta al placer
que brota de mi pequeño monte de oro, mi insaciable mina de gozosos e intensos
clímax, me fascina extender por horas ese mar de químicos naturales inundando
mi mente, poniéndola en blanco, borrando todo lo que esté fuera de ese exquisito
universo de piel y sensaciones físicas… Adoro el sublime vacío post orgásmico,
tanto como para desear repetirlo mil veces en una misma noche, pero aunque yo
soy multiorgásmica jamás he encontrado a ningún macho capaz de aguantarme el
ritmo.
Por eso me interesé hace unos años por
el sexo tántrico, pero hasta ahora nunca he estado con nadie el tiempo necesario
como para ponerlo en práctica, más allá del socorrido bloqueo dactilar que
usaba con los tipos ocasionales, para hacer que me duraran un poco más.
Comienzo a frotarme sobre su miembro muy
lentamente, arriba y abajo, presionándolo entre nuestros huesos púbicos
mientras le hablo como si estuviésemos sentados en la sala viendo televisión:
- ¿Has hecho los ejercicios que te
enseñé, o lo olvidaste?
Sus ojos arden, su pecho me hace subir y
bajar con su fuerte respiración y me da risa verlo concentrarse para responderme:
- Sí, los hice todos los días en la
clínica, mi dueña…
Me recuesto sobre su pecho y le hablo
sobre los labios que mantiene entreabiertos para respirar mejor.
- Muy bien –acaricio sus brazos
siguiendo las curvas de su marcada musculatura desde los hombros hasta las
manos, que mantiene sujetas la una con la otra.
Hago la ruta varias veces de ida y de
vuelta, disfrutando del temblor que provocan mis manos sobre su piel, mientras
sigo frotando su sexo y acerco mis senos a su rostro paseándolos frente a sus
labios. Puedo sentir su excitado aliento, muy cálido respirando rápido sobre
mis pezones… ¡ah, me fascina esa sensación! Percibir su vibrante desesperación
por atrapar mis pechos con su boca, por soltar sus manos y participar de las
caricias, que le tengo prohibidas porque se me antoja reservarlas sólo para mí.
Acelero el ritmo de mis caderas que
suben y bajan sobre su pelvis y me mira con fuego en sus verdes ojos de excitante
profundidad, enmarcados por esa negra línea que forman sus pestañas por
alrededor… De pronto todo su cuerpo se estremece bajo el mío y no puede evitar
retorcerse de placer…
- ¡Quieto, no te autoricé a moverte,
permanece muy quieto o voy a atarte!
Cierra los ojos desolado, pero se somete
a mis déspotas órdenes y vibra silenciosamente, luchando contra su creciente
excitación para permanecer quieto.
- Muy bien, esclavo. Tu obediencia merece
un premio –le digo condescendiente y le acerco uno de mis senos a la boca-. Usa
esos labios para algo mejor que sólo hablar –lo autorizo al fin.
Sin perder un segundo atrapa mi pezón
entre sus cálidos y húmedos labios como si fuese el más preciado tesoro, y comienza
una apasionada y muy experta succión. ¡Uau! En un segundo se nubla de deseo
todo mi ser y dejo de frotar su erección para buscar el contacto pleno, me alzo
sobre las rodillas y desciendo sobre él, muy húmeda, palpitante, hasta tenerlo
por completo dentro de mí… ¡Ah…! Qué exquisita profundidad alcanza su sexo, me
llena plenamente, la ardiente sensación de poseerlo por completo me quema las
entrañas y sube incendiando todo mi cuerpo… Me muevo sobre él, cabalgándolo
cada vez más rápido, más duro, el calor dentro de mí sube a niveles volcánicos…
siento el magma[1]
de su expandido sexo en mi interior y lo aprieto a rabiar con mis músculos
internos, hasta sentir el gemido extasiado que brota de sus labios atareados
con mis pezones… Aumento la velocidad, mis caderas hacen círculos al mismo
tiempo que suben y bajan como un carrusel en llamas, y de pronto las suyas ya
no pueden permanecer quietas, ¡pero ya no me importa! Sus sueltas caderas se
mueven en una enloquecedora danza erótica que me sigue el ritmo con perfecta
sincronía, al mismo tiempo que su pelvis se convierte en un ondulante océano que
me impulsa más adentro su sexo, inundándome entera de placer…
¡Mierda, jamás había sentido un placer tan
intenso! Abro mucho la boca tratando de aspirar aire, ya estoy empapada, el
corazón se me dispara, tiemblo entera y me encabrito quitándole mis pechos al
enderezarme de golpe arqueando la espalda, se me corta el aliento con los ojos
perdidos en el celeste cielo raso y mi orgasmo estalla rotundo en medio de la
fuerte sinfonía de mis gemidos y jadeos de leona salvaje. Al mismo tiempo y en
perfecta sincronía, Víctor también se sacude espasmódicamente, jadea, arquea su
espalda alzándome sobre él como si no pesara nada y ni siquiera en medio del
intenso clímax separa sus manos atadas solamente por mi voluntad, hasta que al
fin se paraliza, suelta unos sensuales gruñidos y acaba dentro de mí…
Siento el cálido río de vida
derramándose en mis profundidades… Víctor abre los ojos todavía acezando y me
mira como si hubiese hecho algo malo, debe preocuparle el no haberse puesto
preservativo, pero a mí eso me tiene sin cuidado…
No pienso dejarlo escapar de mi
interior. Contraigo con fuerza mis expertos músculos vaginales y lo hago dar un
respingo, me mira sorprendido, fascinado y cuando comienzo a hacer círculos con
mis caderas moviendo en espiral su cautivo sexo, aprieta los ojos, su pecho se
agita en una acelerada respiración y aunque su cuerpo le pide un instante de reposo
él no protesta, resiste mi exigente estimulación y a los pocos minutos su sexo revive
como un fénix expandiéndose en llamas, creciendo con suma dureza más y más en
mi interior. Me tiendo sobre su pecho sin dejar de balancearme sobre él,
disfrutando la exquisita sensación de plenitud.
- Eso es, mi potro árabe –le susurro
sobre la boca mirando muy de cerca sus ardientes ojos verdes y me arrojo a
besarlo con pasión al mismo tiempo que empiezo a cabalgarlo desenfrenadamente,
imponiéndole de nuevo mi ritmo salvaje.
Esta vez no lo dejaré correrse o se
agotará muy pronto.
Las oleadas de placer funden nuestros
cuerpos en un solo amasijo ardiente, sudoroso y jadeante… Siento venir mi
clímax en ascendentes carruseles que me ponen a jadear sobre sus labios, me doy
prisa y me corro desaforadamente… ya lo conozco lo suficiente como para saber
que me seguirá a los pocos segundos y adivino el momento en el que también
llega al borde de la explosión; cuando todo su cuerpo tiembla intensamente me quito
de encima de él de un salto hacia el lado y le indico rápidamente:
- ¡Comprime el músculo PC como te enseñe
y respira muy hondo! –me mira abrumado entre sus fuertes jadeos-. ¡Ahora,
hazlo! -le grito para que reaccione pero ya es tarde, se le pasó el punto de no
retorno así que le aplico rápidamente el bloqueo dactilar.
Mis expertos dedos irrumpen dominantes en
la íntima zona entre el final de sus
huevos y un poco antes de su ano y presiono con fuerza, Víctor da un respingo
se remueve incómodo pero mantengo firme la presión que corta la salida seminal
y a los pocos segundos su miembro se desvanece, agotado.
Mi bello esclavo cierra los ojos y queda
respirando muy rápido, su pecho se agita y me parece tan sexy allí tendido
desnudo sobre el mármol tan entregado a mí, sudoroso y con las manos aún
entrelazadas con los brazos hacia atrás de la cabeza… Es una escultura
exquisita, una obra de arte, ¡y es todo mío!
- ¿Pudiste tener el orgasmo? –le
pregunto tendiéndome a su lado; el piso está frío así que me arrimo al sensual calor
de su cuerpo.
- No, no pude -susurra, pero lejos de
estar frustrado o molesto se voltea a mirarme esbozando una maravillosa sonrisa.
- Es el bloqueo dactilar, no estás
acostumbrado y te arruina el momento, por eso te dije que lo hicieras por ti
mismo, pero todavía no lo logras, tienes que seguir con los ejercicios Kegel.
- Sí, mi dueña –sus labios emanan
dulzura al pronunciar esas palabras y están tan cerca que me tiento a
devorarlos.
Lo beso y lo saboreo muy lentamente… jamás
había sentido tanta dulzura en la boca de un hombre, ¿de dónde saldrá? El sabor
de sus besos se me está haciendo realmente adictivo y mientras mi mano se
deleita en acariciar su pecho, haciéndole círculos por alrededor de los pezones,
lo interrogo para descubrir el origen de esa singular dulzura que mana de su
boca:
- ¿Te gustan los dulces árabes, Víctor?
Él abre los ojos que mis caricias lo
habían hecho cerrar, y me mira al responderme con su profunda voz varonil:
- Algunos, sí.
- ¿Y los comes muy seguido?
- Cuando era niño los comía bastante,
mis favoritos eran los briouats de almendras, y también los krichlat… a mi mamá
le quedaban exquisitos, sabían a anís, sésamo y cariño… -sus ojos brillaron
llenos de recuerdos-, pero cuando se presentó la enfermedad de Mine, se
convirtieron en un lujo fuera de nuestro alcance.
Dejo de jugar con sus pezones y lo miro;
no puedo imaginar una vida así, llena de privaciones, un niño que no puede
comer sus dulces favoritos porque cada centavo cuenta para salvar la vida de su
hermana… Yo jamás en mi vida me he privado de nada, desde niña siempre se me
han concedido todos mis caprichos. La sola imagen de la pobreza me da
escalofríos…
Víctor parece percibirlo y me mira
preocupado.
- Pero pronto podré volver a probarlos,
un mes no es mucho esperar, y en realidad no los extraño tanto –me regala una
sonrisa como el sol, ¿él me está animando a mí? Un atisbo de admiración por su
entereza asoma a mi alma, pero se desvanece al instante, consumido por mi
eterno desprecio a su género-. ¿Puedo preguntar por qué estamos hablando de mis
dulces favoritos? –sigue sonriéndome tan sexy, que le planto un arrebatado beso
antes de responderle.
- No, no puedes preguntar.
- ¿Y ya puedo soltar las manos? –sus
ojos brillan traviesos, más felices de lo que expresa su bella sonrisa.
- No. Todavía no he terminado contigo;
ya se terminó tu recreo –lo beso de nuevo y esta vez voy a lo profundo.
Me abro paso entre sus dispuestos labios
que jamás se cierran ante mi lengua y se la sumerjo con ganas, ¡hum…! saboreo
extasiada su sobrenatural e inexplicablemente dulce paladar, y hago un
torbellino alrededor de su lengua que me responde intensamente… al instante mi
deseo se enciende feroz, todavía me falta muchísimo para sentirme saciada… Mi mano
desciende zigzagueando por su pecho, sube y baja por los montes de su abdomen y
acaricia su rapada pelvis, haciendo círculos hasta atrapar con fuerza su miembro…
Víctor da un respingo pero no lo dejo de besar… mis labios se aplastan
posesivos contra los suyos, mi mano va acelerando cada vez más exigente, siento
apurarse su respiración sobre mi rostro, sólo le permito respirar por la nariz,
y me excita y divierte percibir cómo va creciendo la excitación por todo su
cuerpo, cómo va calentándose su piel, acelerándose su corazón que casi puedo
sentir al presionar mis senos contra su pecho, hasta que su sexo se enciende
ardiente entre mis dedos, y me muevo cual gata en celo, subiéndome rápidamente
sobre él otra vez, como al carro de la victoria, y lo absorbo entero...
Apoyo mis manos en sus hombros, deleitándome
en el gozo de poseerlo… él cierra los ojos con un gemido ahogado ante mi brusco
embate que hace desaparecer su erguido miembro dentro de mí.
- ¡Abre los ojos, quiero que me mires!
–le ordeno mientras me muevo, cabalgándolo como una amazona salvaje. Los abre y
veo la pasión que arde en sus verdes iris-. ¡Eso es! –le digo-. ¡No los vuelvas
a cerrar, quiero verlos encenderse más y más, hasta que llegues a estallar de
placer!
Él clava su mirada en la mía, y abre los
labios para recabar más aire… me pongo perversa y decido hacerle un remolino,
aprieto con fuerza su erección dentro de mí y muevo las piernas para girar en
360 grados sobre él… giro lento subiendo y bajando a medida que voy girando… mis
glúteos rebotan sobre su pelvis y sus caderas como caminando para girar sobre
él, hasta que le doy la espalda un instante y cuando vuelvo a mirarlo de
frente, sus ojos me miran desorbitados de excitación al mismo tiempo que su
pelvis se encabrita enloquecida debajo de mí… Ya está muy cerca de acabar así
que acelero la velocidad de mi exquisito balancín de sube y baja sobre su
ardiente obelisco de acero… el placer aumenta telúrico en mis entrañas y siento
venir la marejada orgásmica que me sacude violentamente, miro de nuevo a Víctor
que gime ahogadamente más recatado y contenido… Sus ojos muy abiertos no se
apartan de los míos, ¡los veo brillar con luz propia!, mientras su cuerpo se
ondula, se arquea y retuerce con su sexo prisionero entre mis piernas, veo su
fascinación hasta que acabo gritando a todo pulmón sin ningún pudor… El mundo
se desvanece, los colores deslumbran dentro de mis párpados cerrados y me
desvanezco lánguida en la nada por gloriosos segundos de éxtasis… Sin embargo,
recuerdo que no quiero dejarlo acabar para alargar mi propia satisfacción, así
que regreso rápidamente a la realidad y antes de que él lo logre me muevo a un
lado y dejo en libertad su miembro de acero… no le permito correrse… ¡Sus ojos
me lanzan una desesperada súplica!
- Por favor… -me ruega en un ronco y
excitado gemido.
- ¡Silencio! –me siento sobre su pecho-.
Ahora quiero que uses tu boca y tu lengua… –me deslizo sobre su pecho hacia
adelante hasta instalar mi sexo frente a su cara.
Mis rodillas quedan a ambos lados de su
cabeza y muevo mis caderas, indicándole el ritmo que me apetece… Su lengua y
sus labios entran en contacto y el placer me recorre hacia arriba como un torrente
electrizante. Inspiro hondo cerrando los ojos y me dejo arrastras por el
delicioso torbellino que Víctor crea con su lengua de fuego…
¡Mierda, es formidable! Hace maravillas
con ella en mi clítoris y cuando creo que ya no doy más de excitación, su
lengua me penetra y se curva ligeramente hacia arriba hasta alcanza mi punto
“G”, ¡diablos! Doy un respingo y me retuerzo gimiendo y acelerando mi danza
sobre su rostro… mi lengua enloquece, me la paso por los labios, me muerdo,
quisiera tener algo dentro de mi boca para saborearlo muy fuerte… con los ojos
cerrados se me aparece la tentadora imagen de su muy ultra, extra dotado sexo… Su
experimentada lengua presiona y suelta, gira y fricciona, ¡y el resultado es alucinante!
Se me va a salir el corazón por la boca, me estremezco como gelatina, todos mis
músculos se contraen se me corta el aliento por un segundo y luego estallo
arrolladoramente jadeando y gritando, viendo fuegos artificiales dentro de mis
párpados y despego fuera de órbita a velocidad luz.
Aún gimiendo, me tiendo hacia atrás
sobre su cuerpo, para alejar mi sexo de su cara, mis hombros quedan muy cómodos
sobre sus muslos… mientras floto entre suaves nubes disfrutando de mi adicción
favorita, el intenso placer post orgásmico, la nada, el vacío mental… ¡Pero su
erección me distrae haciéndome cosquillas en la espalda! Así que me enderezo y
mejor me desplomo adelante, sobre su humedecido pecho y me quedo allí tan
complacida embebiéndome de su aroma, escuchando los impetuosos latidos de su
fuerte corazón, hasta que súbitamente oigo su voz ardiente cargada de deseo:
- Eres la mujer más bella e increíble
que he conocido… ¡jamás había hecho el amor de esta manera!
Su apasionado clamor interrumpió mi
momento privado entre las nubes, y me enderecé hasta sentarme sobre su abdomen
para replicar enfadada:
- No digas “hacer el amor”, ese es un
eufemismo demasiado largo y engorroso; esto no es nada más que “tener sexo”.
Incluso esas son demasiadas palabras, con una basta y sobra; follar, coger,
joder, ¡mientras más corta la palabra, mejor! Porque así de poco significa para
mí. Soy adicta a las sensaciones y al goce carnal, pero totalmente alérgica a
los rollos sentimentales, así que no te confundas, Víctor. Tú para mí eres sólo
un cuerpo… -acaricio su pecho y le sonrió posesivamente-, un exquisito cuerpo
enteramente mío.
Él me devuelve la sonrisa pero está
nublada, no es plena, el brillo en sus ojos se ensombreció. De pronto noto que
ya es de noche, las persianas automáticas se cerraron y las estrellas de led
repletan el cielo raso, ¿cuándo sucedió eso? Ni siquiera me di cuenta pero de
seguro es por eso que ahora su sonrisa y sus ojos no relucen igual que antes.
- Lo siento –musita Víctor-, fue sólo un
comentario no quise molestarte –hace una pausa, sus ojos parecen incapaces de
apartarse de los míos moviéndose rápidamente de un lado a otro como pelotitas
de ping pong al agregar-. Gracias por el rebab, es magnífico…
Le sonrío con travesura.
- Me fascinó como lo tocaste, pero me
gustó mucho más tu forma anterior de darme las gracias, eres muy bueno con tu
lengua y no me refiero a las palabras… fue toda una revelación...
A la luz de mi estrellado cielo
artificial me parece verlo ruborizarse, ¡uf, cuánto candor! ¿Cómo puede
ruborizarse por unas cuantas palabras después de todo lo que hicimos?
Me muevo hacia un lado y me pongo de
pie.
- Ya es tarde, Víctor, ve a darle las
buenas noches a Mine y luego vete a descansar –él se levanta rápidamente y
mueve en círculos los brazos que debe tener entumecidos de tanto rato quietos
en la misma posición.
Me acerco a él y se queda quieto, mi rostro
muy cerca del suyo le hace pensar que lo besaré pero en vez de eso, mi mano se va
hacia su sexo aún erecto. Lo atrapo y lo acaricio despacio atrás y adelante…
cierra los ojos con deleite, pero me detengo de inmediato para advertirle:
- Calma esto con una ducha fría, recuerda
que tienes prohibido tocar mi propiedad y que sabré si lo haces, ¿eh?
Víctor alza las manos en señal de
inocencia.
- Me daré una ducha fría y sin tocar –me
responde con una sonrisa que me parece un tanto triste.
Tal vez está decepcionado porque sólo le
permití acabar una vez… pero debe aprender que esto no se trata de su placer,
sino únicamente del mío.
- Bien, vete a dormir. Mañana saldremos
temprano –le informo y me marcho dejándolo allí desnudo. A mi espalda me parece
escuchar que me da las buenas noches.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.