Seni Seviyorum

Seni Seviyorum

BOOK TRAILER 1

BOOK TRAILER 2

lunes, 25 de agosto de 2014

Capítulos 13 al 17



Capítulo 13

Aurelia. En shock

¿Cómo pude perder tanto el control? ¡Casi mato a Víctor! Todavía estoy en shock.
Ya son las ocho de la mañana, no he dormido nada; afuera amaneció hace rato pero mi alma sigue en tinieblas…
El doctor dijo que por milagro Víctor no se rompió ni un hueso con la caída desde el segundo piso. Yo sabía que fue porque la jaula absorbió la mayor parte del impacto pero aun así, sufrió una conmoción cerebral muy fuerte y hasta ahora sigue inconsciente.
Tras ingresarlo y estabilizarlo el doctor salió a la sala de espera y me interrogó respecto al resto de las lesiones:
- Las laceraciones en sus pies, nalgas, pecho y espalda, así como las múltiples heridas de pinchazos alrededor de su cuello, no corresponden a las ocasionadas por una caída accidental –pronunció observándome con ojos suspicaces y una tácita crítica
Intenté convencerlo de que se trataba de asuntos íntimos de pareja, “juegos eróticos, usted sabe…” Pero insistió en que el paciente debería corroborar eso ante la Policía de Investigaciones en cuanto recobrara la conciencia. ¡Mierda, llamó a la policía!
Dejé la clínica antes de que la PDI[1] llegara. Lo mejor sería que hablaran directamente con Víctor primero, y que él les dijese lo que quisiera. Yo asumiría las consecuencias.
De seguro estará tan molesto conmigo que pronto llegarán las patrullas a buscarme por intento de asesinato. ¡Mierda! ¿Cómo se me escapó tanto de las manos esta situación?
Rott me preguntó por Víctor cuando llegué y luego no dijo ni una palabra más. Los demás procuraron mantenerse fuera de mi vista, y ahora la casa parece una tumba, más que de costumbre.
Resoplo e intento despejar mi mente con el trabajo. Abro el archivo de mi nuevo proyecto literario y trato de aclarar mis ideas al respecto… ¿Podré seguir adelante después de esto, o lo mejor será abandonarlo?
Esto del BDSM tal vez no sea adecuado para alguien tan descontrolada e inestable como yo, que en un momento quiero ganarme la confianza de mi sumiso ocupándome de sus lastimaduras, dándole remedios, y al instante siguiente lo someto sin piedad a su peor fobia, ¡y lo mando a la clínica casi muerto!
Me siento como un monstruo, “el Dr. Jekill y Mr. Hyde” son niños de jardín infantil a mi lado. Mr. Hyde hubiese escapado a perderse ante el despiadado monstruo sin control que yo llevo dentro.
Suspiro mirando el balanceo de los yates que reposan indiferentes a mis problemas allá abajo en la marina. La hermosa mañana de verano llama a la paz pero mi alma no hace caso, estoy en el infierno.
Me vuelvo a mirar la pantalla de mi ordenador y leo como una autómata el material que he recopilado en la red:

“Del Blog Sadomanía. Consenso: Es mandatorio contar con la aprobación de quien va a ser sometido a la sesión, antes de hacerlo. No se puede forzar a una persona en ninguna disciplina BDSM a someterse contra su voluntad a nada. Es necesario el diálogo previo a la sesión, fijando pautas claras de los gustos y límites del sometido a fin de que la sesión  cumpla con su cometido de satisfacer a ambas partes. El no hacerlo puede acarrear disgustos, grandes retrocesos en la confianza del sometido y hasta quizás alguna reacción totalmente inesperada: Angustia no deseada, ataque de pánico… Es necesario conocer los aspectos psicológicos de esa persona. Las sesiones de BDSM siempre tienen que dar la posibilidad al sometido, de detener en cualquier momento lo que esté sucediendo si siente que se está yendo más allá de lo que desea, y para esto debe pactarse de antemano una palabra o gesto de seguridad”.

¡Maldita sea, allí lo advertía todo y no quise hacer caso! Hice absolutamente todo lo contrario y por poco le cuesta la vida a Víctor. Mandé a la mierda la confianza, él ya no querrá saber nada más de nuestro contrato y tendré suerte si sólo me demanda y no me mete a la cárcel por intento de asesinato.
El doctor dijo que Víctor tendrá que pasar por lo menos diez días en la clínica, después de que salga de cuidados intensivos, en donde lo tiene la conmoción cerebral y las múltiples heridas que yo le infligí.
Me siento fatal. Siempre supe que no soy una buena persona, pero nunca había llegado tan hasta el fondo de mi propia oscuridad. Toda mi vida hice todo lo que se me antojó, sin jamás preocuparme por lo que pensaran o dijeran los demás, pero esta vez mis caprichos por poco le cuestan la vida a alguien y ese hecho me remece hasta los cimientos.
Fue un pésima idea intentar adentrarme en el mundo del sadomasoquismo sin seguir al menos sus reglas básicas; consenso, límites, palabra de seguridad, confianza…
¿Qué clase de persona soy? No quiero ni siquiera pensar en la respuesta, pero sí sé que todo comenzó aquel maldito día, tan remoto en el pasado que hasta podría confundirse con un sueño, ¡o una pesadilla!
Pero una pesadilla demasiado real que me transformó en un monstruo sin control.
Lo lamento mucho Víctor, yo nunca quise hacerte tanto daño. Te advertí que lo mejor sería que te alejaras de mí pero no quisiste escucharme, y ya ves las consecuencias.
Me aproximo al teclado y aunque hace mucho tiempo que deseaba escribir una novela acerca del BDSM, ahora siento que nada vale la vida de una persona.
Con el alma desolada, tecleo con letras mayúsculas al final de la página:
“PROYECTO CANCELADO”.

Capítulo 14

Víctor. Declaración y Demanda

Desperté muy desconcertado.
Al abrir los ojos desconocí el lugar… la habitación estaba en penumbras, un bip, bip, insistente me hizo mirar a un lado y vi una máquina a la que estaba conectado un clip en mi dedo; más atrás había un pedestal de suero, conectado a mi brazo…
- ¿Qué pasó? –susurré muy confundido. ¿Por qué estaba en una habitación de hospital?
Intenté recordar, pero sólo hallé un fuerte dolor en mi cabeza. Me volví a mirar la puerta y la ventana que estaban cerradas, y todo dio vueltas vertiginosamente a mi alrededor. Me llevé la mano libre a la frente y palpé un vendaje. Me esforcé en recordar qué había pasado pero todo era un mar de brumas en mi adolorida cabeza…
La puerta se abrió y entró un doctor.
- ¡Qué bien, al fin ya está de regreso con nosotros! –fue su extraño saludo-. ¿Cómo se siente, señor Garib?
¿Señor Garib…? Repetí en mente, ¡Víctor…! Resonó en mi cabeza una aguda voz femenina llena de angustia y los recuerdos destellaron como flashes en mi memoria: Aurelia, el dolor de los azotes en la mazmorra… ¡la jaula colgante!
Miré al doctor y él supo interpretar mi desconcertada mirada.
- No se preocupe –me dijo rápidamente-, tuvo un accidente, pero ahora ya todo está bien. ¿Puede hablar? ¿Recuerda su nombre?
- Sí, doctor… me llamo Víctor… -me interrumpí-, quiero decir, Ghálib Garib.
- Es lógico que se sienta un poco confundido todavía, sufrió una fuerte conmoción cerebral por la caída, pero ha evolucionado muy bien, y sólo necesitará unos días de reposo para recobrarse por completo -me miró con expresión preocupada-. Sin embargo, esas otras heridas y laceraciones en su cuerpo… -me estremecí al comprender que se refería a las provocadas por Aurelia-. Afuera hay unas personas que quieren hablar con usted, ¿se siente en condiciones de responder algunas preguntas?
- ¿Quiénes son?
- Detectives de la PDI.
¡La policía! Alá, ¡quizás Aurelia está detenida!
- Sí, puedo hablar con ellos –la cabeza me martilla feroz de sólo parpadear, pero necesito saber si Aurelia está bien o si la han encerrado en una celda por mi culpa.
- Les diré que pueden quedarse sólo unos minutos –me dijo el doctor con una sonrisa comprensiva, mezclada con algo que me pareció lástima, ¿sentía lástima de mí?
Se marchó y a los pocos segundos entraron los detectives. Ambos vestían de traje azul marino y me rodearon estratégicamente, uno a cada lado de la cama.
- Señor Garib –inició el fuego el de la derecha, más alto y mayor que su colega-, estábamos esperando a que recobrara la consciencia. El Director de la clínica nos llamó por la naturaleza poco usual de sus lesiones. ¿Podría decirnos qué fue lo que le pasó?
- No lo recuerdo muy bien… -mentí con cautela-, ¿quién me trajo aquí?
- Una tal señorita… -revisó sus apuntes el más joven-, Aurelia Ardent, ¿la conoce?
- Sí, por supuesto, ¿dónde está ella?
- En su casa, supongo –se encogió de hombros el mayor.
Aurelia no estaba detenida, sentí alivio pero al parecer tampoco estaba afuera. Eso me dolió, me sentí sin importancia para ella, como un juguete que se abandona al estropearse.
- El doctor nos entregó un completo informe de sus lesiones y empezando por esas heridas claramente visibles en su cuello, no corresponden a una simple caída desde un segundo piso. Es más, el doctor afirma que de haber caído realmente desde esa altura sus lesiones serían muy diferentes… Puede hablarnos con confianza, ¿quién le hizo todo eso?
- Es algo privado… -sentí vergüenza de admitirlo pero más que nada no quería meter en problemas a Aurelia.
- ¿Está bajo amenaza o chantaje, señor Garib?
- ¿Qué? No, claro que no…
- ¿Fue secuestrado? ¿Lo tienen amenazado con alguien de su familia y eso le impide hablar?
- ¿Cómo? ¡No! No se trata de nada de eso. Es sólo algo muy personal entre mi pareja y yo… usted me comprende… -lo miré hacia arriba intentando convencerlo-. Cada uno tiene sus gustos… se trata sólo de un juego privado entre adultos, ¿entiende?
Ambos me miraron con el ceño fruncido, luego cruzaron una mirada de sarcasmo y por fin el más alto replicó:
- ¿Un juego que lo mandó de emergencia a la clínica?
- A veces hay imprevistos. Pero les aseguro que sólo se trató de un accidente –insistí.
- ¿Entonces no va a presentar cargos contra la señorita Ardent?
Señora, pensé, no le gusta que la llamen señorita.
- No, por supuesto que no voy a presentar cargos.
- ¿Está seguro? –el detective más joven no podía ocultar el duro reproche en su mirada ante mi negativa-. También podría presentar una demanda civil en su contra.
- Jamás haría eso, ya les dije; sólo fue un accidente del que yo tuve toda la culpa.
- Bien, es su vida –se encogió de hombros molesto el mayor-, pero la próxima vez tengan más cuidado o usted podría no tener tanta suerte y entonces lo veríamos de nuevo en la morgue.
El otro detective también arremetió en críticas:
- Debería valorarse un poco más a sí mismo y buscarse otra pareja, ¡esas cosas son de gente anormal! Pero cada loco con su tema, allá usted. Hasta luego.
Ambos se marcharon, yo diría que ofendidos porque mis extravagantes gustos sólo los habían hecho perder su tiempo.
Se fueron tan rápido que no alcancé a protestar porque llamaron anormal a Aurelia. Al menos ahora ya sabía que ella no estaba detenida ni lo estaría.
El doctor entró apenas se fueron los detectives.
- ¿Todo bien? –sentía curiosidad.
- Sí, pero no hice ninguna denuncia, fue sólo un accidente.
- Entiendo –asintió también con reproche en la mirada, aunque no lo exteriorizó-. Ahora ya no se preocupe por nada más. Aquí podrá descansar y reponerse sin que nadie lo moleste por al menos diez días.
- ¡Diez días! –me sobresalté.
- Sí. Ni siquiera sueñe que lo voy a dar de alta antes de eso. Sufrió una conmoción muy grave y si vuelve a sufrir otro golpe en la cabeza en los siguientes días, podría ser hasta fatal.
Lo miré abrumado; sonaba como si me estuviera protegiendo de mí mismo, como si yo fuese un ser autodestructivo incapaz de velar por su propia vida. Respiré hondo, avergonzado de que todos pensaran eso de mí, pero no dije nada. Prefiero guardar silencio para proteger a Aurelia.
- Ahora sólo relájese y descanse –me palmeó suavemente un hombro-. Dentro de diez días se sentirá como nuevo y quizás este tiempo le sirva para reflexionar acerca de su vida, respecto a con quién le conviene estar y tomar mejores decisiones.
Se marchó dejando su sabia frase en el aire: “Tomar mejores decisiones”.
¿Qué haré con mi vida al salir de aquí, dentro de diez días?


[1] Policía de Investigaciones.

 

Capítulo 15

Aurelia.  Creep

Me paseo como leona enjaulada frente al ventanal con una magnífica vista panorámica al Océano Pacífico, a la que no le presto ni la más mínima atención, demasiado sumida en mis penumbras internas.
Me demoré tres días en decidirme a venir a ver a Víctor a la clínica, pero todavía no logro reunir el valor suficiente para dejar la sala de espera e ir hasta su habitación. ¿Qué voy a decirle? Hola, Víctor, ¿cómo sigues después de que casi te maté?
- ¡Uf…! –respiro hondo y recuerdo que hasta ahora no he tenido noticias de la PDI.
Quizás están haciendo el papeleo y en cualquier momento me notificarán de la citación al juzgado por la demanda civil de Víctor en mi contra. Sonrío con amargura a mi reflejo en el ventanal… no lo culparía por eso.
En la música ambiental comienza a sonar “Creep”, de Radio Head, y decido darme ese plazo; en cuanto termine esta canción dejaré de ser una maldita cobarde y entraré a verlo.
La voz masculina canta arrastrada, dolida, como un desgarrado reclamo… y mi mente políglota hace la traducción sin yo pedírselo:

“Cuando te vi antes… te veías como un ángel…”

No pude evitar recordar la primera vez que vi su cuerpo completamente desnudo… tan bello y perfecto como un ángel… Pero luego me asaltó la imagen de su espalda lastimada por mis correazos y su pecho cruzado por las marcas de mi azote…

“¡Tu piel me hace llorar!”

La voz fue subiendo de intensidad hasta convertirse en una fuerte recriminación, gemida entre arremetedoras guitarras eléctricas:

“Desearía ser especial…,
Tú eres tan jodidamente especial…”

Sí, Víctor, eres tan jodidamente especial que fuiste capaz de venderle tu vida sin condiciones a una perfecta desconocida, por procurar el bienestar de tu hermana.

“¡Pero yo soy un cretino, soy un bicho raro!”

Cretina sería la traducción justa para mí, ¡soy una jodida bicha rara que va por ahí lastimando a gente buena y normal!

“…quiero tener el control, quiero un alma perfecta…”

Hace muchos años que perdí el control sobre mí misma, ¡porque  mi alma se transformó en una imperfección de lo que pudo haber sido!

“¿Qué demonios hago aquí?”

 Eso mismo me pregunto yo; ¿qué pretendo viniendo a verlo? Si ahora está en esa cama es únicamente por mi culpa, porque se me antojó subirlo a diez metros de altura sabiendo muy bien lo de su fobia. Pero no me importó porque soy un monstruo sin compasión que se complace en hacer sufrir a los hombres, utilizarlos y desecharlos. Sin embargo, esta vez se me pasó la mano con Víctor, ¡casi lo mando al otro mundo! ¿Y ahora pretendo venir a visitarlo como si nada? No, ¡no tengo derecho a estar aquí!
Tomo mi bolso de la silla y salgo a toda prisa de la sala de espera de la clínica, mientras Radio Head sigue cantando desgarradamente:

“Ella está huyendo de nuevo… ella está huyendo…
¡Ella corre, corre, corre!”

Capítulo 16

Víctor. En libertad

Miro la radio-reloj con números verdes que me trajo Mine de regalo; son las dos y media de la madrugada, pero la ansiedad me mantiene despierto. Mañana se cumplen al fin los diez días que se me han hecho una eternidad en esta clínica.
Hace rato que ya me siento totalmente recuperado, pero el doctor insiste en protegerme de mí mismo reteniéndome aquí.
Inés trajo a Mine a visitarme todas las tardes. La pobrecita al principio estaba muy preocupada y triste por mi accidente. Tuve que esforzarme en convencerla de que no era nada grave y que pronto estaría de regreso en casa.
Al cuarto día se alegró mucho de que ya no tuviese la venda en la cabeza.
- ¡Ghálib, ya se te desapareció la herida! –exclamó encaramándose sobre mi cama para examinarme más de cerca la cabeza.
- La herida todavía está ahí –le contesté sonriendo-, lo que pasa es que está escondida debajo del pelo. Si miras bien verás los puntos por aquí –le señalé con mi dedo un poco más arriba de mi sien derecha.
- ¡Sí, aquí está! Uy… tienes… uno, dos, tres… ¡seis puntos! ¿Y te duele mucho, hermanito?
- No, ya no me duele, Mine, no te preocupes muy pronto voy a estar de vuelta en casa.
Sus bellos ojitos casi violetas como los de mi madre, me sonrieron felices y de pronto brillaron intensamente con la luz de una idea.
- Mira, Ghálib –me dijo rápidamente rebuscando en su mochila rosa impregnada de princesas-, ¡aquí está! Te presto mi tablet para que te entretengas estos días que te faltan todavía aquí en la clínica, ¡porque yo me aburría mucho cuando estaba en el hospital!
Le acaricio la mejilla con el corazón inundado de ternura y un poco de antiguo dolor, porque ella tenía que estar en una sala común de hospital sin televisión ni tablet con conexión a internet.
- Te agradezco mucho, Mine, pero mira aquí tengo televisión digital y me entretengo todo el día viendo películas –la verdad es que no quiero pasar a llevar la voluntad de Aurelia, que desea mantenerme incomunicado, sin conexión al mundo, aunque no entiendo bien por qué; no se molestó en explicármelo.
- ¿Entonces no quieres que te deje mi tablet? –Mine me miró con grandes ojos de incredulidad y un poquito de decepción.
- Es que ni siquiera sé usarla –invento la primera excusa que se me ocurre-, pero de todas maneras muchas gracias, hermanita. Luego, cuando regrese a casa me enseñas. Serás mi maestra de actualización tecnológica, ¿de acuerdo?
- ¡Sí, yo te enseño, Ghálib, yo te enseño cuando vuelvas! –se conformó Mine recobrando su alegría.
Agradezco a Alá por el alma tan pura e inocente de los niños.
- Ya tenemos que irnos, mi princesita –le dijo cariñosamente Inés-, tu hermano tiene que descansar para recuperarse pronto.
Se marcharon y al igual que todos los otros días, sentí aún más abrumadora la soledad después de su visita.
Al principio creí que Aurelia vendría con ellas algún día… soñaba con verla aparecer por la puerta, para inundar de dicha mis largas horas de encierro entre estas cuatro blancas paredes. Un minuto de su presencia me habría bastado para atesorarlo y hacer menos agónica mi espera para volver a verla; un “hola cómo estás”, me habría durado días enteros repasando cada matiz, analizando cada inflexión de su voz al pronunciar esas palabras brotadas de sus bellísimos labios.
Sin embargo, Aurelia no vino a visitarme ni una sola vez.
Quizás esos detectives la han estado fastidiando y por eso está molesta conmigo. Tendría toda la razón, porque el accidente fue por mi culpa; si no hubiese sentido pánico, si me hubiera quedado quieto la jaula no se habría venido abajo estrepitosamente conmigo dentro.
¿Qué pasará ahora con nuestro contrato? ¿Me pedirá firmar otro por los días que estuve aquí en la clínica?
Respiré hondo al recordar todo eso… ¿Me volvería a llevar a su mazmorra? Sentí escalofríos.
Amo a Aurelia pero es obvio que ella no siente lo mismo…  Por poco me mata al subirme en esa jaula, aunque sabía de mi fobia a la altura… ¿No le importó? ¿Lo hizo a propósito? Me niego a pensar siquiera eso; quiero creer que lo olvidó y lo hizo sin querer.
Pero después, ¿por qué me abandonó en esta fría habitación sin acordarse nunca más de mí? Quiero pensar que debió estar sumamente ocupada con su trabajo o sin duda alguna habría venido a verme. Una honda amargura se arrastra dentro de mí, susurrándome que no me engañe a mí mismo… “Querer es poder”, siempre lo decía mi madre: “Si en verdad quieres hacer algo, sabrás inventarle veinticinco horas al día para hacerlo”. Esa verdad me duele más que todas las heridas y magulladuras que cubren mi cuerpo. Aurelia simplemente no quiso venir a verme.
Una suave música ambiental brota de alguna parte, dejándome oír la versión masculina de una canción de Violeta Parra, “Corazón Maldito”.
“¿Cuál es mi pecado?, pa’ maltratarme,
sí, pa’ maltratarme,
como al prisionero por los gendarmes,
sí, por los gendarmes, ¡quieres matarme!

Corazón maldito,
sin miramientos, sí, sin miramientos,
ciego, sordo y mudo, de nacimiento
sí, de nacimiento, ¡me das tormento!”

El intérprete se oye tan dolido como yo. Su canto verbaliza el clamor de mi alma, aunque yo no deseo maldecir al corazón de Aurelia porque algo me dice que está herido, muy herido quizás… ¿Qué pudo haberle sucedido para que levantara esa pétrea fortaleza en torno a su corazón? No es una persona fría ni amargada, ¡al contrario! Es apasionada al límite y le gusta disfrutar la vida, hace bromas, se ríe de mí con sarcasmo e ironía pero se nota demasiado que siente desprecio, ¡mucho menosprecio por el género masculino! Tanto, que ni siquiera alcanza al nivel necesario para el odio. No odia a los hombres, sólo los desprecia intensamente; los ve como simples objetos para su diversión, igual que cualquier otra cosa de las que su dinero pueda comprar.
Suelto un desolado suspiro, porque yo soy la prueba viviente de eso.
Miro hacia la ventana por cuyas cerradas persianas apenas se cuelan verticales rayos de luz de algún poste de la calle, y me sumerjo en el recuerdo de esa noche en la mazmorra… Cuando me preguntó cómo me sentía y le dije que “triste”, no pude explicarle que era por amarla tan intensamente, mientras ella me golpeaba sin compasión sólo por el gusto de hacerlo.
En verdad intento entender qué puede impulsar a alguien a disfrutar de algo así, pero está fuera de mi rango de comprensión… Quizás debo ser más tolerante… No es que la critique, ¡eso jamás! Yo no soy quién para juzgar ni criticar a nadie. Pero sinceramente me gustaría pensar que existe un secreto motivo ulterior muy importante, que la obliga a empuñar ese látigo y a descargarlo con todas sus fuerzas sobre mí… Me sentiría mucho mejor si supiera que soy parte de una misión secreta para salvar a la humanidad, o algo por el estilo. Aunque me conformaría con cualquier motivo, sólo por el hecho de que confiara en mí para decírmelo. Sería feliz incluso si me dijese que sólo lo hace porque se le antoja, ¡cualquier cosa!, pero que me lo dijese, en vez de tan sólo tratarme como a un insensible objeto.
Respiro afligido, una feroz jaqueca me amenaza así que intento dejar de pensar. Casi por costumbre realizo la serie de ejercicios Kegel que Aurelia me enseñó. Los he practicado a diario siguiendo sus instrucciones, aunque no estoy seguro de lo que sucederá cuando regrese a su casa mañana. Será mejor que intente dormir un poco.

أنا أحبك

Me levanté junto con el sol naciente apurando el tiempo, y al ducharme me rasuré las zonas que me exigió Aurelia. Luego me vestí y por último afeité perfectamente mi rostro, tal como a ella le gusta, sin rastros de barba. Estaba comprobando eso en el espejo cuando oí que alguien entró en la habitación.
- ¿Señor Garib, está listo? –Rott vino a buscarme.
Salí rápidamente del baño.
- Hola, gracias por venir. Sí, el doctor ya firmó mi alta –cerré el bolso y me fui con él.
Rott estuvo muy callado todo el camino, lo que es muy poco habitual en él. Pero a decir verdad, yo tampoco quería conversar. Intento poner en orden mis ideas, escudriñar a fondo mis sentimientos; ¿estoy molesto con Aurelia por lo sucedido? No… no encuentro rastros de enojo en mi interior. Voy un poco más allá, ¿sigo enamorado de ella? ¡Más que nunca! Ahora ya es oficialmente  un karma, ¡amo a un ser que quizás jamás me corresponda! Y no puedo hacer nada por evitarlo; no puedo, ni quiero evitarlo.
A medida que nos acercamos a la casa mi nerviosismo va en aumento; estoy seguro de que quiero seguir adelante con esto, pero ¿qué pensará ella de todo lo que pasó? ¿Estará molesta conmigo? Esa impresión me da, el que no haya querido ir a visitarme.
Al llegar, Rott me acompañó hasta el segundo piso y me indicó que entrara sin tocar:
- La señora Aurelia lo estaba esperando –concluyó su misión conmigo y se marchó.
Yo permanecí frente a la puerta tomando aire, hasta que me decidí a entrar.
- Permiso… -avanzo rápidamente pero al llegar frente al escritorio no sé qué hacer. Dudo un segundo y por fin creo que debo comportarme como si todo siguiera igual que antes y hago amago de arrodillarme.
- No, Víctor, no hagas eso –se da prisa Aurelia en detenerme-. Toma asiento, tenemos que hablar.
Su voz me suena demasiado profunda, augura una conversación seria que quizás no trae nada bueno para mí… ¿Nuevas reglas, nuevos castigos? Me siento mirando hacia el suelo, preocupado.
- Puedes mirarme a los ojos, Víctor –pronuncia Aurelia y yo la miro, ¡Alá me parece aún más bella después de tanto tiempo sin verla! Está tan radiante como en mis largos y solitarios ensueños en la clínica, cuando imaginaba que ella entraría por la puerta en cualquier momento saludándome con una hermosa sonrisa y amables palabras de aliento, no importaba si no traía flores...
De pronto noto que la preocupación sombrea su dorada mirada. Ella continúa de inmediato:
- Mis abogados me dijeron que no presentaste ninguna demanda en mi contra y que tampoco quisiste hacer una denuncia ni me pusiste en problemas con tus declaraciones a la PDI. Te lo agradezco de verdad aunque no te entiendo… ¿Por qué no quisiste levantar cargos en mi contra ni demandarme?
- Porque yo soy el único responsable por lo que pasó. Fue mi culpa; si me hubiese quedado quieto en esa jaula, nada habría pasado. Siento mucho haberlo arruinado todo por mi fobia a la altura.
Aurelia frunce mucho el ceño como si le hablara en otro idioma. Sus ojos me traspasan con intensidad quemante y percibo que hace un gran esfuerzo por comprenderme.
- Yo casi te mato, ¿y tú te disculpas por tener una fobia? –parpadea con incredulidad-. Parece que de verdad te golpeaste muy fuerte la cabeza, Víctor… deberías estar furioso protestando y demandándome por daños y perjuicios. Pero ya que piensas así, te compensaré con diez millones de pesos[1] como indemnización y Mine puede llevarse todos los regalos que le he mandado comprar con Inés. Toro los llevará a un hotel o a donde tú le digas.
La miro desconcertado.
- ¿De qué estás hablando, Aurelia? ¿Quieres que nos vayamos?
- Ya no eres mi esclavo, Víctor. Nuestro contrato queda nulo desde ahora, te dejo en libertad.
- No por favor ¡no me despidas! –las palabras brotan de mis labios con desesperación antes de que pueda detenerlas, antes de que alcance a pensarlas siquiera-. Permíteme quedarme, dame una oportunidad lo haré mejor, ¡no me apartes de ti por favor! –mi clamor nada disimulado deja adivinar a claras luces mi amor; cualquiera se habría dado cuenta a un kilómetro a la redonda.
Sin embargo, Aurelia no se da por enterada.
- ¿Quieres seguir siendo mi esclavo? –su extrañeza se mezcla con una gran incredulidad-. Vaya… Entiendo… te preocupa tu hermana y tienes razón, diez millones es muy poco así que te daré hoy mismo los veinte millones que te ofrecí en el contrato y además pagaré un año del tratamiento de Mine, mientras te estabilizas económicamente. Espero que así estés conforme.
Ahora soy yo el sorprendido, esa es una oferta muy generosa y no tengo que hacer nada más que aceptarla y marcharme.
- No se trata del dinero, bueno sí por Mine pero es que yo… -intento explicarle que no puedo alejarme de ella porque la amo, pero sus ojos dorados alzan una barrera intraspasable desde sus altas almenas y no logro llegar hasta su corazón.
- ¿Tú, qué…? ¿Quieres más dinero? Está bien, te daré todo lo que habíamos convenido; una demanda me habría salido más cara en todo caso, así que llamaré a mi abogado para que te transfiera ahora mismo el dinero y prepare la escritura del departamento. Así tendrás a dónde llevar a Mine sin necesidad de andar buscando un hotel.
¿Me dará todo el pago sin que tenga que seguir siendo su esclavo? ¡Alá, ni siquiera necesito pensarlo! La miro muy fijo a los ojos al responderle:
- Gracias, Aurelia, tu oferta es muy generosa pero no puedo aceptarla. Es cierto que me preocupa el bienestar de Mine pero ese no es el único motivo por el que quiero quedarme. Existe otro…
El corazón me martilla poderosamente dentro del pecho al pensar en decirle la verdad; te amo, Aurelia, ¡te amo! Pero me detiene el temor de que lo tome de mala manera. Que por las circunstancias justo ahora que me está despidiendo, crea que yo finjo amarla para quedarme sólo por el interés en su dinero. ¡Alá, que jamás crea eso de mí por favor!
La amo desde el primer segundo en que la vi, aún antes de saber siquiera su nombre, o que pagaría la cuenta de Mine. Pero este no es el mejor momento para rasgar mi pecho, sacar mi corazón y entregárselo. Debo esperar una ocasión especial, sin presiones, sin prisas… Mi alma romántica imagina una cena a la luz de las velas, música suave, sonrisas y amorosas miradas, nuestros corazones latiendo al unísono al bailar un lento, mejilla con mejilla, besándonos como si el mundo no existiese a nuestro alrededor…
- ¿Otro motivo? ¿Y cuál es? –la brusquedad en la pregunta de Aurelia me baja de golpe de mi nube de ensueño-. ¿Por qué quieres quedarte? ¿Acaso te volviste súbitamente masoquista?
- ¿Masoquista, yo? No, creo que estoy a un abismo y medio de eso –le sonrío intentando ganar tiempo para inventar algo-. Lo que pasa es que quisiera saber el “por qué”.
Aurelia clava sus ojos en los míos, que sin barreras le permiten pasar hasta el fondo de mi alma; allí le grito en silencio una y mil veces que la amo con la esperanza de que logre captar el profundo y sincero amor que siento por ella. Sin embargo, tras largos segundos al fin me espeta:
- ¿El por qué de qué, quieres saber?
Respiro hondo disimulando un suspiro de decepción; no ha logrado oír el clamor de mi alma.
- Por qué una persona tan buena y generosa como tú, querría tener un esclavo –pronuncio al fin esa pregunta que ha rondado sin parar en mi mente todos estos días.
Aurelia se echa atrás bruscamente en su sillón, sus ojos relampaguean amenazantes.
- No necesitas ser irónico conmigo –su voz transmite un molesto reproche-, ya te agradecí por no denunciarme y te ofrezco pagarte completo lo del contrato sin que tengas que quedarte a cumplirlo, ¿qué más quieres?
Me acerco al borde de la silla, apoyando los brazos en el escritorio para disminuir en algo el abismo que ella creó entre ambos.
- No estoy siendo irónico, Aurelia, no está en mi naturaleza serlo y mucho menos lo sería jamás contigo; en verdad creo que eres una persona muy buena y generosa. Me recibiste en tu casa con mi hermana y asumiste los gastos de su enfermedad, cuando todos los amigos de nuestros padres nos dieron la espalda, y los acreedores nos dejaron en la calle; te pedí una oportunidad de trabajo y me la diste… un tanto singular pero con un pago muy generoso que me permitiría empezar de nuevo –a medida que mis palabras van brotando, la molestia se va desvaneciendo de su mirada.
Se endereza en su sillón, rueda más cerca del escritorio y suelta un resoplido que hace volar el cabello sobre su frente.
- Eres extraño, Víctor, realmente muy extraño. Nunca había conocido a alguien como tú… Cualquier otro habría aceptado mi oferta y ya habría desaparecido con los veinte millones y el departamento. Pero tú sigues aquí y no entiendo qué quieres de mí.
- Sólo que confíes en mí y me digas la verdad –se me escapa con una sonrisa empapada del amor que rebosa en mi interior.
- La verdad es que te engañas a ti mismo con falsas ideas respecto a mí; no soy buena y nunca lo seré. Creí que eso te quedó muy claro la otra noche en la Mazmorra; te golpeé sin piedad, te sometí a tu peor miedo ¿y sabes qué?, lo hice a propósito ¡y lo disfruté mucho! Porque algo oscuro habita dentro de mí y la mayoría de las veces no puedo, ni quiero controlarlo. Yo soy así, necesito provocar dolor para saciar al monstruo que vive tras esta cáscara; me produce un hondo placer el torturar a los hombres, verlos retorcerse y gemir de dolor es mi máxima felicidad. ¿Querías saber por qué te compré como esclavo? Pues ahí tienes tu respuesta. Ahora sí, sin duda querrás irte; llamaré para que preparen los papeles –convencida de lo que ha dicho, hace amago de tomar el teléfono.
- No por favor, Aurelia, espera –la detengo porque me parece descubrir un urgente llamado de auxilio en sus auto acusaciones. Yo no veo a un monstruo, veo a la más bella mujer del mundo, atormentada por insondables misterios que la llevan a actuar de esa manera que admite tan descarnadamente-. Sé que en realidad no quisiste hacerme daño…
- ¡Maldita sea, Víctor! –golpea el escritorio haciendo saltar el posa lápices-, ¡sí quise hacerte daño, claro que quise! Lo hice apropósito y disfruté mucho con tu dolor, ¡así soy yo realmente! Eso me hace feliz, lo admito y lo asumo, ¡soy una sádica! Necesito como el sol para vivir, el lastimar a alguien y gozarme en su dolor, ¿quieres que sea más explícita todavía?
- ¿Sólo por eso me contrataste como tu esclavo? –la miro todavía sin convencerme de que realmente sea así. Yo veo a alguien totalmente distinto-. Discúlpame que insista pero es que quisiera creer que hay otro motivo, más allá de ese.
Aurelia se desploma atrás en su asiento soltando un resoplido.
- Vaya, sí que eres realmente persistente, ¡tenías razón al anotarlo como defecto! –se arregla el cabello hacia el lado que lo lleva partido, observándome fijamente hasta que al fin repone-. Mira, Víctor, te voy a decir la verdad para que te vayas tranquilo, pero recuerda que si esto sale a la luz pública perderás el departamento –asiento rápido en expectante silencio, como si fuese a oír el mismísimo secreto de la creación y Aurelia continúa-. Quería escribir una novela respecto al bondage y al sadomasoquismo, era un proyecto que me entusiasmaba mucho y para hacer más real la experiencia, quise saber lo que se sentía tener un esclavo. Probaría en ti las técnicas, recopilaría información, me filtraría en grupos BDSM, llevando a mi sumiso para ser más creíble… Hasta conseguí que me invitaran a una reunión privada muy exclusiva, en España. Quería adiestrarte bien para que no levantaras sospechas de mí, pero a la primera sesión que intento contigo, ¡casi te mato!
¡Vaya de eso se trata! El corazón me salta de dicha al comprobar que yo tenía razón, ¡había un motivo ulterior! Quiere escribir un libro de bondage y sado-masoquismo, y yo en realidad soy parte esencial de su proyecto de investigación.
Aurelia continúa rápidamente:
- Cometí un grave error al no contratar a un sumiso ya experimentado en el tema.
- No es necesario que contrates a alguien más, ¡permíteme ayudarte! Ahora lo entiendo todo y me gustaría formar parte de tu proyecto. Por favor, déjame seguir con mi contrato hasta el final; lo haré mucho mejor, te lo aseguro.
Aurelia me mira con ojos tormentosos y súbitamente chasquea los dedos… ¡Oh, oh! Me remuevo en la silla al experimentar la instantánea erección exigida por su imperioso gesto.
Ella sonríe con un dejo de amargura:
- ¿De verdad quieres quedarte en manos de quien es capaz de adiestrar tus erecciones, como a un perrito faldero? –sin darme tiempo de responder, continúa-. Aléjate de mí, Víctor, acepta la indemnización y corre lejos. Te lo advertí antes pero no quisiste escucharme y terminaste internado en una clínica.
- Ya es tarde para salir corriendo, Aurelia –le respondo amándola con mis ojos, que siento brillar reflejando su bellísima imagen.
- ¿Por qué es tarde? –me pregunta alzando las cejas con sospecha.
Porque no puedo vivir lejos de ti, ¡te amo demasiado! Desearía poder decirle la verdad pero sé que mis sentimientos chocarían contra el muro de piedra de su corazón, así que en cambio busco un pretexto que espero sea creíble para ella:
- Porque ya soy parte de tu proyecto y si empiezas de nuevo todo el proceso de buscar a alguien, no alcanzarás a prepararlo a tiempo para esa reunión a fin de mes, en España.
Aurelia niega con la cabeza, en su mirada descubro la sombra del desencanto.
- No me estás escuchando, o te habrías dado cuenta de la  forma pretérita en mis palabras; cancelé ese proyecto el día que te mandé a la unidad de cuidados intensivos. Ya no haré esa novela, no iré a esa reunión, nada, ¡se acabó! Así que ya puedes irte tranquilo. Ve a decirle a Mine que empaque, dile que se lleve todo lo que quiera de la cabaña. Te avisaré cuando llegue el abogado con los papeles para que los firmes.
- No por favor, espera… –estoy al borde del naufragio y pienso a toda carrera-. El ayudarte en tu proyecto no es el único motivo por el que quisiera quedarme, hay algo más…
Aurelia se deja caer en el respaldo de su sillón y atisbo fastidio en su hermoso semblante.
- ¿Algo más, de qué se trata? –casi gruñe las palabras; por alguna razón se está sujetando para no gritarme que me largue de una vez.
Debo aprovechar cada segundo antes de que estalle:
- ¡El chasquido de tus dedos! –digo rápidamente lo primero que se me ocurre y me alza las cejas con un brillo divertido bailando en sus bellos ojos; voy por buen camino, al menos ya no parece tan molesta y logré que esbozara una sonrisa, ¡rápido sigue hablando!-. Hay un antiguo adagio que afirma que el hombre adora a la mujer que… bueno que logre que… -me corto avergonzado como un quinceañero.
- ¿Qué logre hacer que tenga una buena erección? –me ayuda Aurelia con su desinhibida elocuencia, cada vez más divertida-. Así que es por eso, ¿me adoras por el chasquido de mis dedos? –se inclina sonriendo sobre el escritorio y alza las manos como si fuese a tocar las castañuelas-. Entonces te fascinará que haga esto… -chasquea a todo dar los dedos moviéndose en una sensual especie de danza gitana sentada, que mece estremecedoramente sus bellos senos, que casi escapan fuera de su escote.
El hormigueo eléctrico fluye instantáneo por todo mi cuerpo, la sangre se me enciende y corre como un rayo a mi entrepierna, siento enrojecer mi cara y me remuevo en la silla separando las piernas.
- Sí… -le digo sonriendo compungido-, eso realmente me fascina pero si no te detienes tendré un accidente dentro de mis jeans.
Aurelia deja de jugar a la danzarina gitana y me mira con una sonrisa despectiva al declarar:
- Todos los hombres son iguales de básicos, no han evolucionado nada desde el cromagnon, ¡uga, uga, hembra, saltar encima, procrear, conservar la especie!
Esbozo una sonrisa culpable.
 - ¿Qué puedo decirte? Está en nuestra naturaleza aunque algunos hemos evolucionado un poco, hacia los sentimientos.
- Eso es mentira, los hombres no tienen sentimientos –replica Aurelia totalmente convencida-, son sólo una amalgama de carne, huesos y testosterona.
Parpadeo abrumado, no sé si ofenderme o reírme; opto por lo segundo. Suelto mi mejor risa en respuesta y Aurelia continúa:
- ¿O vas a decirme que tú eres uno de esos románticos sentimentaloides pasados de moda? –me mira con recelo como si aquello fuese una peste contagiosa.
Vaya, creo que hice bien en no mencionarle mis sentimientos, porque tal parece que como especie masculina no me está permitido tenerlos. De todas maneras trataré de explorar un poco más en el tema:
- Bueno, la verdad es que yo creo en el romanticismo, los sentimientos, el amor y…
- ¡Alto ahí! –exclama Aurelia casi como un policía armado-. Si vas a empezar a darme la lata con toda esa mierda del amor, ya puedes irte a decírselo a alguna romántica soñadora que crea en esas putas utopías. Pero lo que es a mí ni me menciones esa palabra, mira que me enyeguece[2] en cualquiera de sus conjugaciones.
Respiro hondo lamentando oír eso. De todas formas al menos ya sé su opinión al respecto; definitivamente hice bien en no decirle que la amo. Tendré que seguir esperando un momento más propicio.
- Entiendo –le sonrío comprensivo-, a mí tampoco me interesa mucho ese tema… -Alá perdone mi garrafal mentira-, pero lo que sí me interesa es que me des otra oportunidad, por favor. Sé que antes no tuve la mejor actitud pero fue porque no entendía bien tus motivos. Ahora, en cambio, todo está muy claro y en serio me gustaría mucho poder ayudarte en tu proyecto. No es necesario que lo canceles por mi culpa, yo estoy bien no me pasó nada. ¿Empezamos de nuevo desde cero?
Aurelia me escudriña intensamente con su mirada, mientras lo piensa unos segundos.
- ¿Dejarías que te tratara de nuevo como a mi esclavo?
- Es lo que más deseo, en estos momentos.
- ¿Estás seguro…? ¿Oíste la parte en que te dije que soy una sádica y que muy a menudo pierdo el control? Quizás deba agregar que la crueldad es parte de mí y no puedo ni quiero evitarlo, porque ser así me hace feliz.
- Sí, te oí muy bien y estoy más que seguro, Aurelia. No quiero que me devuelvas mi libertad; confío en ti, te confío mi vida. Permíteme seguir siendo tu esclavo.
Me interrumpo allí, sin agregar que si la crueldad es parte de ella también la amo. Eso lo callo, porque ya sé que no quiere saber nada del amor.
Aurelia lo piensa unos segundos que se me hacen tan eternos, como si mi vida dependiera del próximo sonido salido de sus labios. Al fin afirma de forma gélida, que me recuerda a la dura ama en la que se transformó esa noche en la mazmorra:
- Si te quedas voy a volver a castigarte… -me advierte con voz profunda-, y no quisiera tener que correr contigo a la clínica si te da un nuevo ataque de pánico…
- Eso no pasará de nuevo si no usas esa jaula… -¿estamos negociando límites?
- Esa jaula ya se fue de vuelta con sus fabricantes junto con una fuerte demanda. Cuando la gane, porque mis abogados siempre ganan, depositaré la indemnización a nombre de Mine.
- Gracias por pensar en el bienestar de mi hermana -le digo abrumado. ¿Cómo puede considerarse a sí misma una persona cruel e insensible, si hasta ahora ha cuidado a Mine como si fuese una verdadera princesita?
- Entonces ¿de verdad quieres quedarte, Víctor? Pensé que después de lo que pasó me odiarías por el resto de tu vida, ¿no tienes miedo de que vuelva a hacerte daño?
La miro y mi corazón palpita con fuerza queriendo gritarle su amor, pero lo obligo a guardar silencio y pienso que el único daño que Aurelia podría hacerme sería alejarme para siempre de su lado.
- Si esa jaula ya no está –le contesto-, entonces no hay nada en este mundo a lo que pueda temerle.
Aurelia me mira muy fijo, parece batallar consigo misma. Una parte de ella quiere alejarme para salvarme… la otra, la más apasionada e impredecible quiere volver a poseerme como su esclavo.
- Muy bien –me responde al fin-, te dejaré a prueba tres días y veremos qué sucede. Si no funciona te irás sin insistir llevándote la indemnización que te ofrecí antes, ¿de acuerdo?
- Sí, mi dueña, ¡lo que tú digas! –me sorprendo feliz de volver a llamarla así, pero Aurelia me mira ladeando la cabeza como una gata curiosa.
- ¿Tan feliz te hace volver a ser mi esclavo? –sospecha algo extraño en mi actitud-. Creo que alguien por aquí le está tomando el gustito a ser sometido, ¿eh? –su insinuante mirada es una inyección de deseo directo a la vena y me hace estremecer de la cabeza a los pies.
Apenas puedo concentrarme en pensar una respuesta:
- Me hace feliz no ser el culpable de que canceles tu proyecto.
- Hum… ¿Es cierto eso, no me estás mintiendo? Mira que puedo perdonar muchas cosas, menos que me mientan –me advierte con tono severo.
Ahora siento escalofríos… me asalta la culpa por ocultarle mis sentimientos pero me aseguro a mí mismo que sólo es algo momentáneo. Tendré que decírselo tarde o temprano.
- En verdad me alegra poder ser parte de tu proyecto –afirmo con sinceridad sosteniendo su mirada. Y también estoy feliz de poder seguir siendo parte de tu vida, eso lo guardo en silencio.
Aurelia asiente observándome con ojos inescrutables. Me es imposible saber si me creyó o no. Pero al fin declara:
- Muy bien, pero algunas cosas van a cambiar. Desde ahora sólo me llamarás “mi dueña” cuando estemos en la Mazmorra; fuera de allí sólo serás mi asistente y no tendrás que saludarme de rodillas cuando estemos a solas. Pero recuerda que tu jefa es también muy dominante y que anotará tus faltas para cobrártelas más tarde a solas.
Esa amenaza me suena más sensual que atemorizante, ¡qué extraña reacción produce en mí! Como si estuviese al borde de iniciar un excitante y nuevo juego. Creo que antes tomé esta situación desde un enfoque equivocado, me sentía como un mártir obligado por las circunstancias, pero ahora que fui yo quien insistió en seguir con esto lo veo de forma muy distinta. Quiero tomarlo como un desafío, para lograr conquistar el amor de Aurelia. Si la única forma de estar cerca de ella es jugando con sus electrizantes reglas al borde del sadismo extremo, ¡pues yo jugaré! Y quizás consiga traspasar el alto muro que rodea a su corazón antes de que se termine mi mes de contrato como su esclavo.
- Entonces, recuerda que te tendré tres días a prueba –me repite Aurelia-, si veo que no resulta, se acabó. ¿Estamos de acuerdo? –me tiende su fina y grácil mano por sobre el escritorio.
- De acuerdo, Aurelia –estrecho esa mano que azota tan duro y que chasquea tan imperiosamente los dedos, provocando verdaderos estragos en mí en ambas ocasiones.


[1] Dieciocho mil dólares, aproximadamente.
[2] Como sinónimo de enfurece.

 Aurelia.  El Rebab
A las seis de la tarde el sol entra a raudales por la pared ventanal, entibiando exquisitamente el agua de la piscina, de tal manera que al nadar desnuda la siento como una relajante caricia sobre mi piel.
Me deslizo suavemente de un extremo al otro de la piscina meciendo mi cuerpo con ondulantes movimientos de delfín, mientras pienso en lo que pasó esta mañana.
Creí que Víctor era extraño, pero nunca tanto. Es el tipo más incompresible que he conocido. Pensé que no me denunció a la policía ni me demandó porque Mine todavía estaba en mi casa, pero que en cuanto regresara de la clínica se la llevaría indignado y entonces sí me sacaría hasta el alma en una demanda civil.
Sin embargo, su actitud fue muy desconcertante. Quiso volver a ser mi esclavo, yo diría que hasta me lo rogó esgrimiendo motivos que no me dejaron muy convencida; que le gusta la excitación que le provoco… ¡podría encontrar eso en cualquier otra mujer mucho más normal que yo! Y también que no quería sentirse culpable de que cancelara mi proyecto... ¿qué puede importarle una mierda mi proyecto?
Hum… algo me huele sospechoso en su cambio de actitud, pero espero por su bien que no me haya mentido y que en realidad desee quedarse por algún motivo sentimental.
- ¡Uf! –resoplo y me sumerjo hasta el fondo de la piscina para escapar de esa idea.
El amor me da escalofríos, es algo siniestro, como una enfermedad viral que se apodera de la gente y la obliga a hacer cosas extrañas que antes jamás hubiesen imaginado siquiera, como convertirse en esclavo de alguien a pesar de estar muy al tanto de su tendencia al sadismo. Espero sinceramente que ese no sea el caso de Víctor, porque si descubro que se trata de eso tendré que despedirlo de inmediato, aunque lamente muchísimo perder su formidable cuerpo, que en realidad es lo único que me interesa de él.
Repaso el día en busca de alguna pista, pero no encuentro ninguna prueba irrefutable de que esté enamorado de mí. Cuando almorzamos a solas en el comedor se comportó tan natural como si nada malo hubiese pasado; me contó de sus días en la clínica, aburrido como ostra en esa habitación privada. No lo dijo quejándose sino más bien como si esperase que yo le dijera que me abdujeron los extraterrestres y que por eso no fui a visitarlo. Pero yo no quise darle ninguna explicación y él se resignó, cambiando el tema a los amigos que hizo en las otras habitaciones… ¡Diablos, es sociable hasta hospitalizado!
Terminado el almuerzo le dije que cuando regresara de ver a Mine subiera a la piscina y aquí estoy, esperándolo.
Oigo pasos y sigo muy relajada flotando de espaldas con los ojos cerrados. Estoy segura de que es él, porque nadie sube aquí sin que yo lo llame.
- Hola… -me saluda tan cálidamente como si nos viésemos por primera vez.
Abro los ojos y disfruto la vista de mi bello adonis, vestido con un sexy jeans celeste ajado en las rodillas y una camiseta azul de esas musculosas que parece tallada sobre su torso, dejando apreciar sus exquisitas calugas abdominales y sus fuertes pectorales, y ni hablar de sus marcados brazos al descubierto… ¡Se vistió apropósito así para provocarme! Sonrío pensando en que lo consiguió plenamente, ¡ahora es un chico malo, eh!
Pero ten cuidado con poner mucha leña en la caldera, Víctor, ¡mira que te puedes quemar! Tengo que contenerme para no arrojarme ahora mismo sobre él a rasgarle a tirones esa provocativa camiseta…
Me sumerjo para enfriarme un poco y nado ondulante, avanzando sólo con el movimiento de mi cuerpo, sin mover brazos ni piernas, hasta que llego a la orilla en donde atisbo sus piernas más allá de los reflejos del agua y salgo a la superficie.
- Hola, Víctor, te tengo un regalo… -le digo apoyando los brazos en el borde de la piscina-. Mira dentro de ese baúl de madera –le indico con la cabeza salpicándole los jeans con mi pelo empapado.
Mi magnífico esclavo me regala una sonrisa radiante y corre como un niño en navidad a ver su regalo. Abre el baúl y extrae su contenido como si fuese de cristal.
- ¡Un rebab! –exclama maravillado, acariciando la suave madera del instrumento-. ¡Gracias, muchas gracias, Aurelia! –me dice con vivo entusiasmo pero de pronto se sobresalta al leer dentro la marca y me mira preocupado-. Es original… debió costarte una fortuna…
Me encojo de hombros.
- ¿Para qué es el dinero sino para gastarlo en lo que se nos antoja? Y a mí se me antoja hacerle regalos exclusivos a mi esclavo… -deslizo la palabra para probar su reacción y esta vez no me parece que se sienta incómodo o abatido, como antes del accidente.
En cambio hace algo que me sorprende; deja suavemente el rebab sobre el baúl y comienza a desnudarse.
- ¿Qué haces, Víctor? –sonrío con curiosidad apoyando la barbilla en las manos a la orilla de la piscina.
Una sonrisa muy sexy baila en sus labios, aunque intenta disimularla para mostrarse muy serio.
- El estado natural de un esclavo –me responde-, es desnudo ante su ama…
Su sonrisa ahora destella encandilándome más que el brillo del sol en la piscina, nunca lo había visto sonreír así, ¡mierda, esa sonrisa es un arma mortal! Mis músculos más íntimos se encogen, ávidos por poseer ese escultural cuerpo.
Me fascina su actitud radicalmente distinta, ¡ahora sí parece querer jugar el juego! Se quita los bóxer mirándome con sensual fijeza en sus ojos tan penetrantes y se queda completamente desnudo ante mí. Entreabro los labios disfrutando la vista, ¡está muy bien rasurado! No ha olvidado mis gustos.
Mi entrepierna palpita bajo el agua, todo mi ser desea devorarlo pero espero a ver qué pretende. Se vuelve y se agacha para tomar el rebab del baúl, ¡diablos, qué trasero de ensueño! Ya no hay rastros de mis azotes, tendré que aplicarme en volver a enrojecerlos, quizás a palmadas… Se vuelve con el rebab y el arco en las manos.
- ¿Me permites tocar algo para ti, mi dueña? –me ofrece con esa sonrisa asesina que derrite mis entrañas.
Odio la música, entre otros motivos porque atormenta mis oídos por esa maldita hiperacusia que sufro, ¡pero a la mierda mis oídos!
- Claro que sí, Víctor, ya quiero saber cómo suena esa cosa... –traducción; toca algo breve porque ya estoy que ardo de deseos de poseerte.
Víctor se sienta a lo yoga y apoya el rebab en el suelo entre sus piernas, justo frente a su sexo. ¡Mierda, parece la escultura viva de un dios griego de la música!
¡Maldición!, debí comprar el rebab de la caja de resonancia más pequeña, para que no me tapara tanto el paisaje, pero quise el mejor y más caro, el de la caja con tallados y largo mástil de morera con sus grandes clavijeros.
Víctor yergue la espalda, cierra los ojos al mismo tiempo que alza el arco y comienza a tocar.
Un vibrante sonido ancestral se expande por toda la estancia, como un gemido arrancado por el arco de Víctor. Es una melodía arábica sensual y profunda, que se mece estremecedora por el aire, tan desgarradora, evocando el sonido del viento arrastrándose por las dunas del desierto…
Me atrae y me muevo como hipnotizada hacia la escala, salgo de la piscina y avanzo despacio por el blanco suelo de mármol, atraída hacia Víctor por el mágico embrujo que hace brotar de las cuerdas de aquel instrumento… La hechizante música étnica flota a mi alrededor como danzantes hilos de seda, envolviéndome en sus seductores velos, tan emotiva, tan cargada de sensual misticismo…
Allí sentado en el suelo, desnudo tocando el rebab, Víctor me parece un bellísimo Príncipe de las Arenas… Interpreta esa melodía moviendo sensualmente su brazo al balancear el arco sobre las cuerdas, mientras su mano va presionando el mástil como un ave que vuela de arriba abajo al mismo tiempo que todo su torso se mece al cadencioso ritmo de la música.
 La hermosa visión me embruja los sentidos y me quedo desnuda frente a él admirando su excitante belleza, adornada con este singular talento musical.
El atardecer entra de pronto por el ventanal y tiñe de rojos matices toda la estancia, el brillo de las aguas sobre el techo y las paredes danza al sensual ritmo del rebab, y fantaseo rodando desnuda con Víctor por las rojas arenas de un ardiente desierto, para luego terminar poseyéndolo locamente bajo las palmeras de un oasis, hasta caer rendidos bajo el manto de estrellas gobernado por la mágica media luna de oriente…
 Hum… no sería mala idea llevarlo un fin de semana al desierto de Atacama, no hay oasis pero sí ardientes arenas, privacidad y un magnífico manto de estrellas para hacer realidad mis fantasías de mucho sexo, rodando por las areniscas dunas…
Víctor termina de tocar, abre los ojos y al verme desnuda frente a él deja rápidamente el rebab sobre el baúl para ponerse de pie, pero yo soy más rápida y me siento sobre sus muslos aún doblados a lo yoga… Su cuerpo se estremece al contacto de mi piel empapada, sus enloquecedores ojos verdes brillan de excitación perdidos dentro de los míos.
- Tocas muy bien –le digo y me sorprende que mi voz brote como un susurro cargado de deseo.
- Gracias… -musita y su voz también arde en llamas.
Recorro todo su cuerpo con la mirada, yo no tengo tanto control como él que se esfuerza por mantener la vista en mi rostro, como si estuviese haciendo un retrato de mi cara dentro de su mente. De pronto mis ojos tropiezan con las marcas que aún no desaparecen por completo de su cuello, mis manos se alzan y rozan suavemente esas marcas… Víctor cierra los ojos estremecido por mi contacto en su cuello…
- Jamás volveré a ponerte ese collar –le susurro derramando mi aliento sobre su rostro.
- Puedes ponerme todos los collares que quieras –me responde con sensual vehemencia-, ¡soy todo tuyo!
Eso es demasiado provocativo y ya no me contengo más; me impulso con las piernas y lo tumbo de espaldas contra el piso de mármol, él extiende las piernas y me siento entre su pelvis y su duro abdomen aplastándole el pecho con las manos, pero justo en ese instante una alarma resuena en mi interior… y me extraña mucho la rara y súbita preocupación que me nace por alguien más que no sea yo.
- ¿Ya estás recuperado de ese golpe en la cabeza? –le pregunto-. ¿Te sientes bien como para…?
- ¡Me siento perfecto para todo lo que quieras! –es su apasionada respuesta.
Mi piel arde al sonido de su encendida voz, me inclino aplastando mis senos contra su pecho y me apodero de sus manos que se alzaron con intención de posarse en mis caderas.
- ¡Ah, ah…! –muevo negativamente la cabeza, aprisionando sus muñecas y le subo los brazos hacia atrás de la cabeza-. Quieto, sólo yo puedo tocarte libremente –le impongo mis reglas y sin soltarle las manos me lanzo a besarlo arrebatadamente… Sus labios me responden como nunca antes y al entreabrirse jadeantes, mi lengua invade su boca y la recorre de punta a cabo con desenfrenada avidez, ¡sabe tan dulce como lo recordé estos largos diez días que estuvo en la clínica!
Nuestras lenguas se enredan fundiéndose de placer, mientras mis manos sujetan posesivamente las suyas coartando su libertad, y comienzo a moverme para rozar mis pezones contra sus magníficos pectorales, disfrutando a fondo de la exquisita fusión de nuestra piel.
En los mismos pocos segundos que tardan mis pezones en endurecerse, su sexo se alza en una poderosa erección que siento muy dura, golpeando por atrás mis glúteos. Al sentir su llamado entre mis piernas dejo de besarlo y me enderezo para ordenarle:
- Entrelaza los dedos y no bajes los brazos, quédate así muy quieto, ¿entiendes?
- Sí… -su voz es un ardiente jadeo.
- Sí, qué.
- Sí, mi dueña, perdón.
- Así está mejor, no lo olvides de nuevo –le advierto.
Le suelto las muñecas, apoyo mis manos en su pecho y deslizo lentamente mi sexo por su rapada pelvis… la tiene muy suave, debe haber usado bastante crema de afeitar… mi humedad deja un rastro sobre su piel hasta llegar a su endurecido miembro que tomo con una mano para acomodarlo entre nuestras pelvis… Lo miro fijamente a los ojos al hacerlo, los míos sonríen con perversión, los suyos gimen con desesperación pero se queda muy quieto, sometido a mi lento juego sin prisas…
A mí no me va eso de la penetración de inmediato, el baile del conejito y adiós… ¡no, señor! Yo soy adicta al placer que brota de mi pequeño monte de oro, mi insaciable mina de gozosos e intensos clímax, me fascina extender por horas ese mar de químicos naturales inundando mi mente, poniéndola en blanco, borrando todo lo que esté fuera de ese exquisito universo de piel y sensaciones físicas… Adoro el sublime vacío post orgásmico, tanto como para desear repetirlo mil veces en una misma noche, pero aunque yo soy multiorgásmica jamás he encontrado a ningún macho capaz de aguantarme el ritmo.
Por eso me interesé hace unos años por el sexo tántrico, pero hasta ahora nunca he estado con nadie el tiempo necesario como para ponerlo en práctica, más allá del socorrido bloqueo dactilar que usaba con los tipos ocasionales, para hacer que me duraran un poco más.
Comienzo a frotarme sobre su miembro muy lentamente, arriba y abajo, presionándolo entre nuestros huesos púbicos mientras le hablo como si estuviésemos sentados en la sala viendo televisión:
- ¿Has hecho los ejercicios que te enseñé, o lo olvidaste?
Sus ojos arden, su pecho me hace subir y bajar con su fuerte respiración y me da risa verlo concentrarse para responderme:
- Sí, los hice todos los días en la clínica, mi dueña…
Me recuesto sobre su pecho y le hablo sobre los labios que mantiene entreabiertos para respirar mejor.
- Muy bien –acaricio sus brazos siguiendo las curvas de su marcada musculatura desde los hombros hasta las manos, que mantiene sujetas la una con la otra.
Hago la ruta varias veces de ida y de vuelta, disfrutando del temblor que provocan mis manos sobre su piel, mientras sigo frotando su sexo y acerco mis senos a su rostro paseándolos frente a sus labios. Puedo sentir su excitado aliento, muy cálido respirando rápido sobre mis pezones… ¡ah, me fascina esa sensación! Percibir su vibrante desesperación por atrapar mis pechos con su boca, por soltar sus manos y participar de las caricias, que le tengo prohibidas porque se me antoja reservarlas sólo para mí.
Acelero el ritmo de mis caderas que suben y bajan sobre su pelvis y me mira con fuego en sus verdes ojos de excitante profundidad, enmarcados por esa negra línea que forman sus pestañas por alrededor… De pronto todo su cuerpo se estremece bajo el mío y no puede evitar retorcerse de placer…
- ¡Quieto, no te autoricé a moverte, permanece muy quieto o voy a atarte!
Cierra los ojos desolado, pero se somete a mis déspotas órdenes y vibra silenciosamente, luchando contra su creciente excitación para permanecer quieto.
- Muy bien, esclavo. Tu obediencia merece un premio –le digo condescendiente y le acerco uno de mis senos a la boca-. Usa esos labios para algo mejor que sólo hablar –lo autorizo al fin.
Sin perder un segundo atrapa mi pezón entre sus cálidos y húmedos labios como si fuese el más preciado tesoro, y comienza una apasionada y muy experta succión. ¡Uau! En un segundo se nubla de deseo todo mi ser y dejo de frotar su erección para buscar el contacto pleno, me alzo sobre las rodillas y desciendo sobre él, muy húmeda, palpitante, hasta tenerlo por completo dentro de mí… ¡Ah…! Qué exquisita profundidad alcanza su sexo, me llena plenamente, la ardiente sensación de poseerlo por completo me quema las entrañas y sube incendiando todo mi cuerpo… Me muevo sobre él, cabalgándolo cada vez más rápido, más duro, el calor dentro de mí sube a niveles volcánicos… siento el magma[1] de su expandido sexo en mi interior y lo aprieto a rabiar con mis músculos internos, hasta sentir el gemido extasiado que brota de sus labios atareados con mis pezones… Aumento la velocidad, mis caderas hacen círculos al mismo tiempo que suben y bajan como un carrusel en llamas, y de pronto las suyas ya no pueden permanecer quietas, ¡pero ya no me importa! Sus sueltas caderas se mueven en una enloquecedora danza erótica que me sigue el ritmo con perfecta sincronía, al mismo tiempo que su pelvis se convierte en un ondulante océano que me impulsa más adentro su sexo, inundándome entera de placer…
¡Mierda, jamás había sentido un placer tan intenso! Abro mucho la boca tratando de aspirar aire, ya estoy empapada, el corazón se me dispara, tiemblo entera y me encabrito quitándole mis pechos al enderezarme de golpe arqueando la espalda, se me corta el aliento con los ojos perdidos en el celeste cielo raso y mi orgasmo estalla rotundo en medio de la fuerte sinfonía de mis gemidos y jadeos de leona salvaje. Al mismo tiempo y en perfecta sincronía, Víctor también se sacude espasmódicamente, jadea, arquea su espalda alzándome sobre él como si no pesara nada y ni siquiera en medio del intenso clímax separa sus manos atadas solamente por mi voluntad, hasta que al fin se paraliza, suelta unos sensuales gruñidos y acaba dentro de mí…
Siento el cálido río de vida derramándose en mis profundidades… Víctor abre los ojos todavía acezando y me mira como si hubiese hecho algo malo, debe preocuparle el no haberse puesto preservativo, pero a mí eso me tiene sin cuidado…
No pienso dejarlo escapar de mi interior. Contraigo con fuerza mis expertos músculos vaginales y lo hago dar un respingo, me mira sorprendido, fascinado y cuando comienzo a hacer círculos con mis caderas moviendo en espiral su cautivo sexo, aprieta los ojos, su pecho se agita en una acelerada respiración y aunque su cuerpo le pide un instante de reposo él no protesta, resiste mi exigente estimulación y a los pocos minutos su sexo revive como un fénix expandiéndose en llamas, creciendo con suma dureza más y más en mi interior. Me tiendo sobre su pecho sin dejar de balancearme sobre él, disfrutando la exquisita sensación de plenitud.
- Eso es, mi potro árabe –le susurro sobre la boca mirando muy de cerca sus ardientes ojos verdes y me arrojo a besarlo con pasión al mismo tiempo que empiezo a cabalgarlo desenfrenadamente, imponiéndole de nuevo mi ritmo salvaje.
Esta vez no lo dejaré correrse o se agotará muy pronto.
Las oleadas de placer funden nuestros cuerpos en un solo amasijo ardiente, sudoroso y jadeante… Siento venir mi clímax en ascendentes carruseles que me ponen a jadear sobre sus labios, me doy prisa y me corro desaforadamente… ya lo conozco lo suficiente como para saber que me seguirá a los pocos segundos y adivino el momento en el que también llega al borde de la explosión; cuando todo su cuerpo tiembla intensamente me quito de encima de él de un salto hacia el lado y le indico rápidamente:
- ¡Comprime el músculo PC como te enseñe y respira muy hondo! –me mira abrumado entre sus fuertes jadeos-. ¡Ahora, hazlo! -le grito para que reaccione pero ya es tarde, se le pasó el punto de no retorno así que le aplico rápidamente el bloqueo dactilar.
Mis expertos dedos irrumpen dominantes en la íntima zona entre el final  de sus huevos y un poco antes de su ano y presiono con fuerza, Víctor da un respingo se remueve incómodo pero mantengo firme la presión que corta la salida seminal y a los pocos segundos su miembro se desvanece, agotado.
Mi bello esclavo cierra los ojos y queda respirando muy rápido, su pecho se agita y me parece tan sexy allí tendido desnudo sobre el mármol tan entregado a mí, sudoroso y con las manos aún entrelazadas con los brazos hacia atrás de la cabeza… Es una escultura exquisita, una obra de arte, ¡y es todo mío!
- ¿Pudiste tener el orgasmo? –le pregunto tendiéndome a su lado; el piso está frío así que me arrimo al sensual calor de su cuerpo.
- No, no pude -susurra, pero lejos de estar frustrado o molesto se voltea a mirarme esbozando una maravillosa sonrisa.  
- Es el bloqueo dactilar, no estás acostumbrado y te arruina el momento, por eso te dije que lo hicieras por ti mismo, pero todavía no lo logras, tienes que seguir con los ejercicios Kegel.
- Sí, mi dueña –sus labios emanan dulzura al pronunciar esas palabras y están tan cerca que me tiento a devorarlos.
Lo beso y lo saboreo muy lentamente… jamás había sentido tanta dulzura en la boca de un hombre, ¿de dónde saldrá? El sabor de sus besos se me está haciendo realmente adictivo y mientras mi mano se deleita en acariciar su pecho, haciéndole círculos por alrededor de los pezones, lo interrogo para descubrir el origen de esa singular dulzura que mana de su boca:
- ¿Te gustan los dulces árabes, Víctor?
Él abre los ojos que mis caricias lo habían hecho cerrar, y me mira al responderme con su profunda voz varonil:
- Algunos, sí.
- ¿Y los comes muy seguido?
- Cuando era niño los comía bastante, mis favoritos eran los briouats de almendras, y también los krichlat… a mi mamá le quedaban exquisitos, sabían a anís, sésamo y cariño… -sus ojos brillaron llenos de recuerdos-, pero cuando se presentó la enfermedad de Mine, se convirtieron en un lujo fuera de nuestro alcance.
Dejo de jugar con sus pezones y lo miro; no puedo imaginar una vida así, llena de privaciones, un niño que no puede comer sus dulces favoritos porque cada centavo cuenta para salvar la vida de su hermana… Yo jamás en mi vida me he privado de nada, desde niña siempre se me han concedido todos mis caprichos. La sola imagen de la pobreza me da escalofríos…
Víctor parece percibirlo y me mira preocupado.
- Pero pronto podré volver a probarlos, un mes no es mucho esperar, y en realidad no los extraño tanto –me regala una sonrisa como el sol, ¿él me está animando a mí? Un atisbo de admiración por su entereza asoma a mi alma, pero se desvanece al instante, consumido por mi eterno desprecio a su género-. ¿Puedo preguntar por qué estamos hablando de mis dulces favoritos? –sigue sonriéndome tan sexy, que le planto un arrebatado beso antes de responderle.
- No, no puedes preguntar.
- ¿Y ya puedo soltar las manos? –sus ojos brillan traviesos, más felices de lo que expresa su bella sonrisa.
- No. Todavía no he terminado contigo; ya se terminó tu recreo –lo beso de nuevo y esta vez voy a lo profundo.
Me abro paso entre sus dispuestos labios que jamás se cierran ante mi lengua y se la sumerjo con ganas, ¡hum…! saboreo extasiada su sobrenatural e inexplicablemente dulce paladar, y hago un torbellino alrededor de su lengua que me responde intensamente… al instante mi deseo se enciende feroz, todavía me falta muchísimo para sentirme saciada… Mi mano desciende zigzagueando por su pecho, sube y baja por los montes de su abdomen y acaricia su rapada pelvis, haciendo círculos hasta atrapar con fuerza su miembro… Víctor da un respingo pero no lo dejo de besar… mis labios se aplastan posesivos contra los suyos, mi mano va acelerando cada vez más exigente, siento apurarse su respiración sobre mi rostro, sólo le permito respirar por la nariz, y me excita y divierte percibir cómo va creciendo la excitación por todo su cuerpo, cómo va calentándose su piel, acelerándose su corazón que casi puedo sentir al presionar mis senos contra su pecho, hasta que su sexo se enciende ardiente entre mis dedos, y me muevo cual gata en celo, subiéndome rápidamente sobre él otra vez, como al carro de la victoria, y lo absorbo entero...
Apoyo mis manos en sus hombros, deleitándome en el gozo de poseerlo… él cierra los ojos con un gemido ahogado ante mi brusco embate que hace desaparecer su erguido miembro dentro de mí.
- ¡Abre los ojos, quiero que me mires! –le ordeno mientras me muevo, cabalgándolo como una amazona salvaje. Los abre y veo la pasión que arde en sus verdes iris-. ¡Eso es! –le digo-. ¡No los vuelvas a cerrar, quiero verlos encenderse más y más, hasta que llegues a estallar de placer!
Él clava su mirada en la mía, y abre los labios para recabar más aire… me pongo perversa y decido hacerle un remolino, aprieto con fuerza su erección dentro de mí y muevo las piernas para girar en 360 grados sobre él… giro lento subiendo y bajando a medida que voy girando… mis glúteos rebotan sobre su pelvis y sus caderas como caminando para girar sobre él, hasta que le doy la espalda un instante y cuando vuelvo a mirarlo de frente, sus ojos me miran desorbitados de excitación al mismo tiempo que su pelvis se encabrita enloquecida debajo de mí… Ya está muy cerca de acabar así que acelero la velocidad de mi exquisito balancín de sube y baja sobre su ardiente obelisco de acero… el placer aumenta telúrico en mis entrañas y siento venir la marejada orgásmica que me sacude violentamente, miro de nuevo a Víctor que gime ahogadamente más recatado y contenido… Sus ojos muy abiertos no se apartan de los míos, ¡los veo brillar con luz propia!, mientras su cuerpo se ondula, se arquea y retuerce con su sexo prisionero entre mis piernas, veo su fascinación hasta que acabo gritando a todo pulmón sin ningún pudor… El mundo se desvanece, los colores deslumbran dentro de mis párpados cerrados y me desvanezco lánguida en la nada por gloriosos segundos de éxtasis… Sin embargo, recuerdo que no quiero dejarlo acabar para alargar mi propia satisfacción, así que regreso rápidamente a la realidad y antes de que él lo logre me muevo a un lado y dejo en libertad su miembro de acero… no le permito correrse… ¡Sus ojos me lanzan una desesperada súplica!
- Por favor… -me ruega en un ronco y excitado gemido.
- ¡Silencio! –me siento sobre su pecho-. Ahora quiero que uses tu boca y tu lengua… –me deslizo sobre su pecho hacia adelante hasta instalar mi sexo frente a su cara.
Mis rodillas quedan a ambos lados de su cabeza y muevo mis caderas, indicándole el ritmo que me apetece… Su lengua y sus labios entran en contacto y el placer me recorre hacia arriba como un torrente electrizante. Inspiro hondo cerrando los ojos y me dejo arrastras por el delicioso torbellino que Víctor crea con su lengua de fuego…
¡Mierda, es formidable! Hace maravillas con ella en mi clítoris y cuando creo que ya no doy más de excitación, su lengua me penetra y se curva ligeramente hacia arriba hasta alcanza mi punto “G”, ¡diablos! Doy un respingo y me retuerzo gimiendo y acelerando mi danza sobre su rostro… mi lengua enloquece, me la paso por los labios, me muerdo, quisiera tener algo dentro de mi boca para saborearlo muy fuerte… con los ojos cerrados se me aparece la tentadora imagen de su muy ultra, extra dotado sexo… Su experimentada lengua presiona y suelta, gira y fricciona, ¡y el resultado es alucinante! Se me va a salir el corazón por la boca, me estremezco como gelatina, todos mis músculos se contraen se me corta el aliento por un segundo y luego estallo arrolladoramente jadeando y gritando, viendo fuegos artificiales dentro de mis párpados y despego fuera de órbita a velocidad luz.
Aún gimiendo, me tiendo hacia atrás sobre su cuerpo, para alejar mi sexo de su cara, mis hombros quedan muy cómodos sobre sus muslos… mientras floto entre suaves nubes disfrutando de mi adicción favorita, el intenso placer post orgásmico, la nada, el vacío mental… ¡Pero su erección me distrae haciéndome cosquillas en la espalda! Así que me enderezo y mejor me desplomo adelante, sobre su humedecido pecho y me quedo allí tan complacida embebiéndome de su aroma, escuchando los impetuosos latidos de su fuerte corazón, hasta que súbitamente oigo su voz ardiente cargada de deseo:
- Eres la mujer más bella e increíble que he conocido… ¡jamás había hecho el amor de esta manera!
Su apasionado clamor interrumpió mi momento privado entre las nubes, y me enderecé hasta sentarme sobre su abdomen para replicar enfadada:
- No digas “hacer el amor”, ese es un eufemismo demasiado largo y engorroso; esto no es nada más que “tener sexo”. Incluso esas son demasiadas palabras, con una basta y sobra; follar, coger, joder, ¡mientras más corta la palabra, mejor! Porque así de poco significa para mí. Soy adicta a las sensaciones y al goce carnal, pero totalmente alérgica a los rollos sentimentales, así que no te confundas, Víctor. Tú para mí eres sólo un cuerpo… -acaricio su pecho y le sonrió posesivamente-, un exquisito cuerpo enteramente mío.
Él me devuelve la sonrisa pero está nublada, no es plena, el brillo en sus ojos se ensombreció. De pronto noto que ya es de noche, las persianas automáticas se cerraron y las estrellas de led repletan el cielo raso, ¿cuándo sucedió eso? Ni siquiera me di cuenta pero de seguro es por eso que ahora su sonrisa y sus ojos no relucen igual que antes.
- Lo siento –musita Víctor-, fue sólo un comentario no quise molestarte –hace una pausa, sus ojos parecen incapaces de apartarse de los míos moviéndose rápidamente de un lado a otro como pelotitas de ping pong al agregar-. Gracias por el rebab, es magnífico…
Le sonrío con travesura.
- Me fascinó como lo tocaste, pero me gustó mucho más tu forma anterior de darme las gracias, eres muy bueno con tu lengua y no me refiero a las palabras… fue toda una revelación...
A la luz de mi estrellado cielo artificial me parece verlo ruborizarse, ¡uf, cuánto candor! ¿Cómo puede ruborizarse por unas cuantas palabras después de todo lo que hicimos?
Me muevo hacia un lado y me pongo de pie.
- Ya es tarde, Víctor, ve a darle las buenas noches a Mine y luego vete a descansar –él se levanta rápidamente y mueve en círculos los brazos que debe tener entumecidos de tanto rato quietos en la misma posición.
Me acerco a él y se queda quieto, mi rostro muy cerca del suyo le hace pensar que lo besaré pero en vez de eso, mi mano se va hacia su sexo aún erecto. Lo atrapo y lo acaricio despacio atrás y adelante… cierra los ojos con deleite, pero me detengo de inmediato para advertirle:
- Calma esto con una ducha fría, recuerda que tienes prohibido tocar mi propiedad y que sabré si lo haces, ¿eh?
Víctor alza las manos en señal de inocencia.
- Me daré una ducha fría y sin tocar –me responde con una sonrisa que me parece un tanto triste.
Tal vez está decepcionado porque sólo le permití acabar una vez… pero debe aprender que esto no se trata de su placer, sino únicamente del mío.
- Bien, vete a dormir. Mañana saldremos temprano –le informo y me marcho dejándolo allí desnudo. A mi espalda me parece escuchar que me da las buenas noches.



[1] Masa de roca fundida al rojo vivo, al interior de la Tierra.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.