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martes, 26 de agosto de 2014

Capítulos 18 al 20



Capítulo 18

Víctor. De compras

Cuando llegué a darle las buenas noches a Mine ya estaba acostada, eran más de las diez y media de la noche pero no quería dormirse sin despedirse de mí.
Inés me acribilló a recomendaciones de que no volviera a pasarme de la hora; tuve que prometerle que no sucedería otra vez. Me alegro de que cuide tan bien a mi hermanita.
Cuando me iba, Lulú me alcanzó en la puerta de la cabaña:
- ¡Señor Garib! –me llamó rápidamente.
Me volví y me desplegó una coqueta sonrisa.
- Sé que a la señora no le gusta que se oiga música en la casa –me dijo en tono confidente-, ¡eso debe ser muy aburrido! ¿A usted le gusta la música?
- Sí, mucho.
- Entonces debe extrañarla, venga un rato a mi habitación tengo un mini componentes excelente, puede escuchar la música que quiera mientras conversamos y nos conocemos un poco más…
Su mirada insinuante decía mucho más que sus palabras.
- Gracias de verdad, Lulú, pero ahora no puedo. Ya tengo que volver a la casa. Buenas noches.
- Buenas noches –me contestó desolada.
Me marché rápidamente. Si Aurelia se entera del interés de Lulú en mí, podría despedirla. ¿Tendrá también cámaras espía en la cabaña?
Mientras voy de regreso por el camino empedrado, respiro hondo el exquisito aroma que la brisa nocturna hace brotar del jardín exótico y me sumerjo en el recuerdo de ese increíble momento con Aurelia al borde de la piscina…
¡Alá, la amo tanto que hasta me duele! En especial porque ella no siente ni remotamente lo mismo por mí; hace el amor, sin ni una gota de amor… Yo soy sólo un cuerpo para ella, así me lanzó su sincera verdad como un corte profundo y sin anestesia, directo al corazón.
Pero al menos me permitió quedarme. Sonrío mirando las estrellas a través de los árboles, idénticas al cielo raso de led que fue testigo de nuestra apasionada intimidad esta noche, y mi alma se llena de esperanzas; un mes es un largo tiempo, muchas cosas buenas pueden pasar… La más ambiciosa que brota de mi optimismo extremo es que Aurelia llegue a corresponder mi amor.
Entré a la casa y al pasar por el comedor, de pronto recordé que me salté la cena… ¿Se molestará Aurelia si paso a la cocina a buscar algo de comer?
Aurelia… mi alma suspira y se estremece al recordarla. Cualquier hombre en mi lugar se consideraría afortunado de tener sexo con esa escultural diosa, sin embargo, yo desearía llegar más allá, penetrar hasta el fondo de su corazón, acariciar dulcemente su alma, besar con pasión su espíritu… Pero ella ni siquiera me permite tocar su cuerpo, ¡cuánto deseo poder recorrerla con mis manos, llenándola de las más tiernas caricias!
Aunque algo me preocupa, porque ahora que estuve así con ella compartiendo su aliento, respirando al compás de los latidos de su corazón, oyendo los gemidos de su alma… estoy seguro de que Aurelia sufre por algo… algo que parece ocultar en lo más hondo de su ser.
Pensando en esto entré distraídamente a la cocina. Gallo estaba ordenando algunas cosas y me señaló una bandeja solitaria sobre la mesa isla.
- Señor Garib, Podo acaba de retirar la cena de su habitación, pensamos que no se la serviría… -me miró fijamente-. ¿Se siente bien? Se ve un poco pálido y cansado, ¡claro, si todavía está recuperándose de ese terrible accidente! ¿Quiere que le caliente la cena?
- Por favor, si no es molestia. No pude cenar antes –me excusé.
- ¡De inmediato! –exclamó Gallo.
Es muy gentil a pesar de que ya debe ser su hora de retirarse a descansar.
Me quedé pensando en el giro que dio toda esta situación. Tuve mucho tiempo para meditar en la clínica y al fin decidí que me sometería a los singulares gustos de Aurelia; soportaría sus azotes, sus cadenas y collares, porque me di cuenta de que preferiría estar a su lado siendo su esclavo por el resto de mi vida, antes que ser libre lejos de ella un sólo día. Estaba dispuesto a seguir su juego sin importarme el motivo, ya sin más cuestionamientos pero hoy cuando regresé a la casa estuvo a punto de despedirme y quise saberlo para ver si encontraba algún asidero para quedarme, y al fin ella me confió el motivo por el que quería tener un esclavo; es parte de su nuevo proyecto literario.
Ante esa luz lo comprendí todo o casi todo, porque existe un velo de misterio en torno a la peculiar personalidad de Aurelia, tan dominante y segura de sí misma, despectiva hacia los hombres pero al mismo tiempo tan posesiva… Aún es un laberinto indescifrable para mí.
Cuando me dejó en libertad, elegí quedarme y jugar su juego para poder estar cerca de ella y mientras me adiestra como a un cachorro para satisfacer sus gustos, sin odio ni amor, divertida pero estricta, quizás yo logre llegar a conocerla más allá de tan sólo físicamente.
- ¡Lista su cena! –Gallo me ofreció un humeante plato de estofado y se sentó del otro lado de la mesa para acompañarme.
Mientras yo me servía, él me habló de lo mucho que se preocuparon todos por mi accidente, y de lo afortunado que fui al no matarme, tras caer desde semejante altura. Aunque no lo dijo directamente, al parecer todos se preguntaban cómo fui tan torpe, para caerme por el barandal del segundo piso.
Eludí las explicaciones proponiendo otro tema:
- Rott me dijo que la madre y el hermano de la señora Aurelia están de viaje, pero ¿y su padre?
- Falleció. Yo llegué mucho después, Rott me contó que él murió cuando la patrona tenía cinco años. El hombre tuvo un accidente, cayó por la escalera principal del recibidor, esa muy larga sin descansos y se rompió el cuello frente a la pobre niña que estaba arriba viéndolo todo.
- Oh… -quizás ese es el “algo” que atormenta a Aurelia, el haber sido testigo de la trágica muerte de su padre cuando apenas tenía cinco años-. Eso debió ser terrible para una niña tan pequeña –comenté-, pero la ayudarían con tratamiento psicológico…
- Rott dice que sí y de hecho todavía ve a su psicóloga de vez en cuando. Pero yo creo que la ayudaría mucho más el que su familia no la dejara tanto tiempo sola. Siempre están viajando… bueno, ella también viaja bastante pero si al menos vinieran a acompañarla en su cumpleaños… Desde que yo estoy aquí, hace seis años, nunca he visto que estén ese día con ella ni que le envíen un regalo siquiera. Y este año seguro va a ser igual, porque ya habrían avisado si llegan mañana…
- ¿Mañana es su cumpleaños?
- Sí, cumple veinticuatro pero por favor ni se lo mencione o va a saber que alguien del servicio estuvo hablando de más, porque no le gusta que la saluden en su cumpleaños –me advirtió Gallo.
- Entiendo –dije, pero no prometí nada. En mi mundo los cumpleaños se celebran con saludos, regalos, tortas con velas, música y bailes.

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Dormí como si me hubiesen dado un palo en la cabeza, y desperté algo molido, ¡el suelo de mármol es muy duro! Pero me siento muy feliz y deseo traspasar esa dicha a Aurelia; quiero conseguir que este día sea muy especial y alegre para ella.
Si nadie se atreve a mencionarle siquiera su cumpleaños, yo sí que lo haré, aunque tenga que afrontar las consecuencias si se enfada por ello… Recordé la pared repleta de azotes y elementos de castigo allá en la mazmorra, pero sacudí la cabeza alejando todo pensamiento negativo y salté de la cama para ir a ducharme.
Fresco como una lechuga entré justo a las nueve al estudio de Aurelia, como siempre sin tocar la puerta.
- Hola, Víctor, siéntate –me saluda ella.
Su mirada fija e intensa me recorre entero, ¡Alá, sus ojos electrizan mi piel! Aunque hay una ligera amenaza inquietante en esas joyas doradas.
- Hola, Aurelia… -esbozo una sonrisa apaciguadora, aunque todavía no sé cuál es mi falta.
- Fui a ver a Mine hace un rato -continúa y me sobresalto.
- ¿Está bien, le pasó algo?
- Está muy bien no te preocupes, sólo le llevé unos regalos. ¡Es la niña más feliz del mundo! Está viviendo su propio cuento de hadas –agrega Aurelia con cierta añoranza, por un segundo sus ojos se humanizan pero luego vuelven a traspasarme bastante torvos y hostiles-. Lulú me habló de ti…
¡Por ahí va el problema! Aunque yo no tengo ningún interés en Lulú así que puedo alegar plena inocencia.
Aurelia toma una pequeña llavecita dorada que está sobre su escritorio y juega a hacerla girar entre sus dedos, mientras sus intensos ojos me traspasan con cada palabra:
- De hecho, creo que Lulú me habló demasiado de ti. Es obvio que se muere por ti, ¿hay motivos para tanto entusiasmo? –su voz me suena al amenazante maullido de la gata, justo antes de saltar sobre su presa.
- No, claro que no –me apuro en defender mi causa-, no tengo ningún interés en ella, sólo ha sido amable conmigo invitándome a comer, a escuchar música en su habitación… -Aurelia me mira alzando mucho las cejas, ¡Alá, creo que hablé de más!-. Pero nunca he aceptado, ¡te lo juro! Ni comida, ni música, nada.
- ¿Estás seguro, Víctor? Pasas mucho tiempo en la cabaña de Mine y por lo que ya sé de ti, no necesitarías mucho tiempo para mandar al paraíso a esa muchachita…
- ¡Jamás lo he hecho!, ni lo haría porque yo… –me interrumpo de golpe al recordar que Aurelia siente aversión por la palabra “amor” y todos sus derivados, como ese “yo te amo sólo a ti”, que casi se me escapa.
- ¿Tú, qué?
- Yo te pertenezco sólo a ti, mi dueña –le hablo en su idioma-, soy todo tuyo en cuerpo y alma.
Aurelia sonríe complacida.
- Me quedo con tu cuerpo, tu alma no me interesa ni me sirve para nada. Me alegra que tengas muy presente que me perteneces, y si no despido de inmediato a Lulú es únicamente porque Mine le ha tomado mucho cariño.
- No es necesario despedirla, en verdad no me interesa.
- Puedes decirlo mil veces pero el hecho es que los hombres aceptan cualquier cosa que se les sirva en bandeja.
- Yo no soy así te lo aseguro.
- ¡Ja, no me digas!, si te basta una mirada para derretir a las mujeres.
La miro asombrado:
- ¿Yo hago eso? –le pregunto con la confianza en las nubes, lanzándole mi mirada más derretidora.
Pero Aurelia me sonríe segura.
- Sí, pero no te esfuerces porque conmigo no tiene ningún efecto, soy inmune a tus sonrisas –me baja de inmediato de las nubes-. Así que como no confío en los hombres y tú eres uno de ellos, quiero tomar mis precauciones utilizando algo que me dé completa seguridad; de pie y desnúdate.
Siento un escalofrío por la espina dorsal ante esa orden. ¿Irá a golpearme de nuevo? Supongo que no debí hacerme ilusiones después del maravilloso momento de intimidad que vivimos anoche, es obvio que Aurelia sabe separar muy bien las cosas y cuando quiere tratarme como su esclavo, la cosa va en serio. Justo ahora no hay espacio para juegos en su severa mirada.
- ¿Qué esperas?
- Sí, lo siento… -me levanto de la silla y me desnudo deprisa.
Aurelia se pone de pie y se aproxima a mí con un extraño objeto en sus manos.
- Separa más las piernas –me ordena y lo hago con el corazón acelerado por la expectación; el objetivo son mis genitales. ¿Va a golpeármelos?
Deja ese extraño aparato desarmado en varias piezas sobre la silla, toma mi miembro y comienza a manipularlo literalmente como si fuese suyo. Le pasa un anillo que desliza y ajusta atrás, en la base de mis testículos, es algo incómodo pero no me aprieta, parece hecho a la medida.
Aunque no entiendo qué está haciendo me doy cuenta de que no pretende hacerme daño, y la expectación se transforma en una nueva e inquietante sensación erótica. Provoca una sensación muy singular el dejarse manipular así, por quien se dice posesivamente tu dueña.
- No te excites o va a dolerte –me advierte Aurelia-. Te estoy poniendo un cinturón de castidad para que nadie más que yo pueda usarte –su voz se oye tan tirana, tan dominante.
- ¿Qué? ¿Un cinturón de castidad? –repito con incredulidad.
- Guarda silencio.
Me callo pero sigo pensando muy sorprendido: ¿Todavía existen esas cosas? Tenía la idea de que era algo medieval y sólo para damas.
Doy un respingo cuando enfunda mi miembro en una especie de estuche transparente con forma anatómica, que ajusta con unos tornillos al anillo de atrás y remata cerrándolo todo con un pequeño candado dorado, ¡de allí es la llave con la que estaba jugando!
Mi sexo queda atrapado dentro de esa cosa que se le ajusta a la medida como un guante y comprendo con horror que jamás podría experimentar una erección ahí dentro… o si lo hago sería bastante doloroso, luchando por expandirse sin poder hacerlo…
- Listo –dice Aurelia echándose atrás para apreciar su obra-. Acerté justo a tu medida, ¿cómo lo sientes?
- Algo incómodo…
- ¿Te aprieta en alguna parte?
- No, es sólo que se siente muy extraño… ¿puedo ir al baño con esto puesto? –voy a examinarlo pero Aurelia me da una palmada en la mano.
- Ah, ah, quieta esa mano –lo toma ella y me muestra-. Tiene una abertura en la punta, ¿ves? Puedes orinar sin problema, escogí el mejor y más cómodo, es de silicona ¿no eres alérgico a la silicona, verdad?
- No, no soy alérgico a nada… -todavía miro abrumado a mi encarcelado miembro, ¡y Aurelia tiene la llave! Vaya manera de hacerme muy patente su posesión sobre mí, la sensación de pertenecerle de forma tan absoluta me provoca una sorpresiva y peligrosa excitación, el calor me sube hasta el rostro y ella se da cuenta.
Sonríe divertida, ya no hay hostilidad en sus bellos ojos.
- Cuidado, Víctor, no querrás tener una erección con eso puesto, ¿o quieres probar lo que se siente? –ahora una traviesa y adorable perversión danza en su mirada-. ¿Quieres que chasquee los dedos?
- ¡Oh, no, no por favor!
- Por favor, qué…
- Por favor, mi dueña.
- Muy bien y ¿qué se dice?
¿Qué se dice…? Trato de acordarme rápidamente.
- Te dije que te compré el más cómodo cinturón de castidad disponible.
- Gracias, mi dueña –entiendo al fin su punto.
Cada vez comprendo mejor su juego de dominación y empiezo a sentir que no tengo nada que temer. Escogió el cinturón de castidad más cómodo, lo que significa que su intención no es hacerme el menor daño. Al menos no mientras mantenga el control sobre sí misma, así que tengo que procurar que así sea, porque ya he comprobado que no le cuesta mucho perderlo y las consecuencias pueden ser bastante extremas para mí.
Esto será mucho más que un simple juego de roles; cada segundo a su lado será un peligroso desafío para mí, un paseo por el filo de la navaja, que en cualquier momento podría enviarme de regreso a la sala de urgencias.
Pero Aurelia vale plenamente el riesgo.
- Bien, ya puedes vestirte, nos vamos de compras –me dice tan natural como si nada.
- ¿Qué…? ¿Con esto puesto?
Aurelia me mira atravesado, sus ojos no admiten réplicas:
- ¿Para qué crees que te lo puse? –me responde con amenaza de tormenta en su voz-. Deseo que cuando camines, el bamboleo allí abajo te recuerde que me perteneces. ¿O quieres ponerte rebelde, Víctor? Eso me gustaría porque ya están saliendo telarañas en mi mazmorra...
- ¡No, no, nada de rebeldías! –exclamo vistiéndome a toda prisa y tras ponerme el jeans, afirmo-. Listo, ¡ni siquiera se nota! ¿Nos vamos?
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El plan de compras de Aurelia consistía en escogerme todo tipo de ropa, como a su muñequito privado. Recorría con gracia y soltura las mejores tiendas del Centro Comercial a orillas del mar, mientras yo la seguía muy cohibido, convencido de que todo el mundo me miraba y se daba cuenta de que llevaba puesto un cinturón de castidad; hasta caminaba muy despacio esquivando a las personas porque temía que pudiesen escuchar el tintineo del candado al caminar.
No sé qué me avergonzaba más, si andar con el aparato este, o que Aurelia pagara las elevadas cuentas en las tiendas, pisoteando mi orgullo varonil, al hacerme sentir como un gigoló mantenido, a algo por el estilo. Uno de los elegantes trajes que me escogió, le costó más de medio millón de pesos y se negó a oír mis opiniones sobre comprar algo más modesto, ¡muchísimo más modesto!
Me sentí sobrecogido, porque desde hace años la compra de hasta lo más básico en casa era todo un tema de conversación familiar y planeación estratégica. Para consumir la menor cantidad posible de fondos, yo sólo podía permitirme un jeans nuevo cada dos años… Por eso, ante estas compras estratosféricas no puedo dejar de sentirme culpable por semejante derroche de dinero, sin embargo, a Aurelia no le interesa en lo más mínimo mi opinión, y gasta su dinero a diestra a siniestra.
La encargada de la exclusiva tienda en donde compró el traje millonario, me sonrió con simpatía al envolverlo, pero yo bajé la mirada avergonzado, y escapé hacia un probador para estar a solas un rato, respirar y repetirme por milésima vez que Aurelia podía hacer lo que quisiera con su dinero.
Llevaba en las manos un traje de baño tipo zunga, algo bastante osado que yo jamás habría escogido, pero a Aurelia le gustó y me lo dio para que viera si era de mi talla. No sé por qué, pero siento empatía con esos perros de raza a los que sus amas visten con costosos trajecitos, sin importarles si ellos están a gusto, o no...
 Cuando ya tenía puesta la zunga y me miraba en el espejo, la pesada cortina de terciopelo azul se descorrió y Aurelia entró rápidamente. Quedamos muy cerca el uno del otro, ella miró directo a mi zunga, yo miré sus bellos ojos tratando de acostumbrarme a perder este pudor que está fuera de lugar en la extrovertida presencia de Aurelia.
- No te luce bien con la camiseta, quítatela –me dice imperiosamente.
Lo hago y Aurelia se aproxima un paso más. Mi piel desnuda excepto por la zunga se electriza en respuesta a su sensual cercanía… Sus ojos se apoderan de los míos y sin romper el contacto visual, esboza una sonrisa entre dominante y ardiente mientras sus manos se posan en mi cintura… juegan con la delgada tira de la zunga y comienzan a deslizarse lentamente hacia atrás…
Contengo el aliento y sus ojos brillan complacidos por el involuntario estremecimiento de mi piel bajo sus manos, que poco a poco se meten indiscretas por debajo de la zunga y atrapan mis nalgas al desnudo… Me mira muy fijo, sonriente y atenta a mi reacción, lo hace tan lento y sensualmente que la excitación amenazó rebelarse dentro de su jaula…
- Por favor, Aurelia… -le suplico en un susurro muy acalorado dentro del pequeño y cerrado probador.
Pero ella me empuja con su cuerpo hasta hacerme chocar de espaldas contra el espejo y me acalla con un imperioso beso, mientras sus manos se van al frente a jugar con mi encarcelado miembro… Mete su dedo por la abertura del frente de la jaula de silicona y presiona haciéndome dar un respingo sin dejar de besarme ni un segundo. Siento que la funda comienza a apretarme, la sensación de represión me hace retorcer de la cintura hacia abajo, hasta que mi erección pide la libertad a gritos, asfixiándose dolorosamente dentro de la corta y restrictiva jaula. Aurelia me pone a mil en un segundo y luego retrocede de golpe:
- Sí, te queda bien esa zunga blanca, la llevaremos también en azul –comenta y se marcha sin más dejándome allí, intentando calmar al prisionero con hondas inspiraciones.
Tengo que acostumbrarme a ser su juguete, y al hecho de que al parecer su juego favorito es excitarme y abandonarme a mi suerte.

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Para la hora del almuerzo, Toro ya había acarreado montañas de paquetes hasta la Plateada. La imponente camioneta estaba repleta hasta el techo con los elegantes trajes carísimos y la mejor ropa deportiva e informal. En sus compras, Aurelia no tomó para nada en cuenta mi opinión ni mucho menos mis gustos en colores. Sólo valía mi opinión en cuanto a si me quedaba la talla o no, ¡Aurelia es realmente muy dominante!
Le fascina tener el control sobre todo y todos a su alrededor, y no le es difícil porque los hombres se rinden embobados ante su encantadora belleza, que hoy luce enfundada en una ajustada y escotada blusa de encaje dorado sin mangas que dejaba ver su sensual sujetador, y un mínimo short blanco que resaltaba sus preciosas curvas y hace ver divinas sus largas y bronceadas piernas.
Dejamos el centro comercial y Aurelia quiso ir caminando hacia un restorán cercano que conoce por la costanera de la Avenida San Martín. Ahora yo voy vestido con una camiseta de piqué color mostaza, un short blanco, unas cómodas sandalias y unos carísimos lentes oscuros con todos los filtros solares conocidos hasta ahora.
Aurelia me lleva del brazo y yo diría que me luce con orgullo, porque  sonríe satisfecha ante las insinuantes miradas que me lanzan las mujeres al pasar, a quienes ella les sonreía como diciéndoles: “Sí, está genialmente guapo, ¡y es todo mío!”
No le molesta que me miren pero sin duda no le habría gustado que yo respondiera esas miradas, así que para evitar desatar sus posesivos celos, que ya me tienen bastante complicado con el aparatito este de castidad que se me abulta descaradamente adelante del ajustado short, evito mirar el desfile de bikinis que pasa junto a nosotros, desviando la mirada hacia la playa; el día está estupendo y los turistas lo disfrutan tomando sol y jugando entre las olas.
- A Mine le encantaría estar aquí… -comento.
- ¿Puede tomar sol y bañarse en el mar?
- Sí, sin problemas.
- Entonces le diré a Inés que la traiga mañana a pasar el día en la playa junto con Vivi, mientras Lulú se queda en casa haciendo una limpieza a fondo –decreta con una maligna sonrisa.
Pobre Lulú, ¡por fortuna ella estaba a salvo de la mazmorra!
Al fin llegamos al restorán; era una elegante casona de tres pisos frente al mar. Subimos hasta la terraza; había mesitas para dos al aire libre, protegidas del sol por amplios toldos blancos, varias parejas almorzaban sumidas en sus propios universos. Nos dieron una mesa junto al barandal, con una impresionante vista del azulísimo Océano Pacífico.
Tomé la carta, pero mientras la leía se acercó el mozo y Aurelia pidió por ambos. Ni siquiera me preguntó mis gustos, pero no me importó; no parecía hacerlo apropósito para pasarme a llevar o algo así, sino que me dio la impresión de que simplemente esa era su forma de ser; estaba acostumbrada a hacerse cargo de todo, como si los demás a su alrededor fuesen niños pequeños a su cuidado.
Pidió una entrada de mar, langostinos a la plancha con vegetales, camarones en salsa y vino blanco.
Todo estaba exquisito, pero lo hubiese disfrutado mucho más si Aurelia no hubiera estado tan introvertida… Sus bellos ojos se perdían algo tristes a lo lejos en la inmensidad del mar, y apenas probó un poco de cada plato… No me gusta verla así, la prefiero riéndose de mí llamándome hombre de cromagnon o hasta enfadada, pero jamás triste… daría mi vida por no ver esa sombra de pesar en su hermoso semblante.
Intenté iniciar varias conversaciones pero sólo me contestaba con distraídos monosílabos. Pensé que estaría nostálgica por su cumpleaños; debía ser muy triste para ella que su familia no estuviese a su lado. ¿La habrían llamado siquiera por teléfono? No puedo entender semejante frialdad, porque en mi familia éramos muy unidos los cuatro; mis padres, Mine y yo, hasta ese fatal accidente de tránsito.
Quizás por esa indiferencia de sus seres queridos, Aurelia prefiere pasar por alto su cumpleaños, que ni siquiera se lo recuerden los saludos del personal.
La silla de rústica madera me presiona incómodamente el anillo y me remuevo en el asiento, intentando acomodarme.
- ¿Te está molestando el cinturón? –me pregunta de pronto Aurelia.
- No, no es nada, estoy bien. Pero tú, ¿te sientes bien?
Ella envía su mirada a navegar muy lejos por el mar y no me contesta. Un largo rato después me pregunta:
- ¿Ya terminaste?
- Sí, muchas gracias, todo estaba exquisito. Aurelia, quería preguntarte… ¿podrías adelantarme algo de mi pago, por favor? –le suelto a boca de jarro.
Me mira sorprendida.
- ¿Para qué quieres dinero?
- Necesito comprar algunas cosas.
- Dime qué cosas yo te las compraré, no quiero que le falte nada a mi esclavo, excepto la libertad por supuesto –esboza una sonrisa que me alegra el alma.
- Es que es algo personal…
Aurelia me alza las cejas con ojos reprobatorios.
- Tú no tienes nada personal ni privado para mí, así que dime qué es –es una orden tajante.
Pero no puedo decirle que quiero dinero para comprarle un regalo de cumpleaños.
- Es que… quiero comprar algo para Mine, es una sorpresa… -le miento.
- Ah, entiendo –toma su bolso de la silla, saca su billetera y elige una de sus tantas tarjetas doradas-. Ten esta tarjeta, tiene cupo ilimitado, puedes usar lo que quieras. ¿A dónde quieres ir a comprar?
Yo ya había ubicado anoche en internet, un lugar aquí en Viña del Mar para llevar a cabo mi plan, así que le di el nombre de la galería.
Toro nos esperaba abajo en la Plateada y Aurelia le dio nuestro nuevo destino de compras. Ahora el asunto era que me dejara a solas un rato para poder comprar; en el camino me rompí la cabeza inventando algo, pero cuando llegamos Aurelia entró conmigo a la galería. Ya me iba a arriesgar a pedirle directamente que me dejara solo un rato, pero justo en ese momento, ella descubrió una sex shop, y se fue directo adentro. Yo corrí a hacer mis compras de cumpleaños.

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Alcancé a ocultar mis paquetes entre los demás que llenaban el pick up de la camioneta, justo antes de que Aurelia volviera cargada con un nuevo montón de bolsas del sex shop, que Toro se apuró en ir a recibirle.
Luego, quiso ir a tomar un café al Samoiedo y estuvimos bastante rato allí, casi en silencio entre el café y los pasteles; Aurelia no tenía ganas de conversar, seguía lejana, ausente, y yo desistí de encontrar algún tema que le interesase, para simplemente estar junto a ella y compartir su intraspasable silencio. No se necesitan palabras para conversar con alguien, así que dejé que mi comprensión y respeto hacia su retraído estado de ánimo, hablaran por mí y fuesen su compañía.
En la suave música ambiental un hombre canta una versión en italiano de “Nights in White Satin”, de The Moody Blues. Vaya, un tema muy apropiado, que le va justo a este momento; un amor lejano, y dolorosamente no correspondido:

“Respiro il silencio dei tuoi pensieri…”

Sí, yo también respiro el silencio de tu pensamiento, Aurelia… y me sabe como el chocolate de este pastel; entre dulce y amargo. Dulce, porque estoy en tu compañía; amargo, por el inconfesado motivo de tu tristeza.

“Io ti amo,
     si, ti amo,
    ¡quanto ti amo!”

Yo te amo, sí, te amo, ¡cuánto te amo, Aurelia! Por favor, ¿confiarás en mí algún día?
El atardecer nos sorprendió aún en el Samoiedo. Aurelia no tenía prisa por regresar a su casa. Tal vez esta era su muy privada forma de celebrar su cumpleaños, o quizás así se olvidaba de que su familia no estaba en casa para acompañarla en este día especial.
Eso me hace recordar mi cumpleaños que recién pasó, el 31 de enero. Me sentí desolado sin mis padres, en la gran casa familiar tan vacía sin ellos, a punto de ser desalojados a la calle y temiendo por el incierto bienestar de Mine. Fue el día más triste y amargo de mi vida, fingiéndome fuerte y alegre para no perturbar a Mine, porque cualquier situación de estrés le dispara las crisis. Le prometí que para su cumpleaños en noviembre, celebraríamos  juntos el suyo y el mío atrasado, y se quedó feliz con la idea, planeando el regalo que me haría para noviembre. Cumplí los veinticuatro años sin el abrazo de mis padres, sin fiesta ni música ni bailes ni torta con velas, sin embargo, el fuerte y cariñoso abrazo de mi hermanita me desvaneció la pena y me dio fuerzas para seguir adelante.
Aurelia en cambio, aunque podría tener una fiesta a todo lujo con cientos de invitados, no tenía el abrazo sincero de ninguno de sus seres queridos. Por esa razón quise preparar algo muy especial para ella, esta noche. Quizás no supliría el cariño de su familia pero si lograba animarla un poco, me daría por satisfecho.


Capítulo 19

Aurelia.  Danza Árabe

Febrero 18, 2014.
Pasamos el día juntos. Me gustó la actitud de Víctor porque nunca se quejó del cinturón de castidad, aunque estoy segura de que lo incomodaba bastante. Le impuse una dura prueba pero la pasó muy dignamente, así que decidí quitarle esa cosa cuando regresara de darle las buenas noches a Mine.
Aunque se fue sólo hace una hora me da la impresión de que ha tardado más tiempo… ¿Por qué siento esta singular sensación de vacío, acaso lo extraño? ¡No! Sacudo la cabeza esbozando una sonrisa despectiva que descarta esa idea, ¡jamás en mi vida he extrañado a ningún hombre! Y esta no será la primera vez.
Debe ser tan sólo que me agradó su  compañía de hoy, porque supo respetar mi decaído estado de ánimo. Sólo una vez me preguntó si estaba bien, pero creo que ante mi falta de respuesta entendió que no quería hablar de eso.
Salí de mi habitación pensando en que Víctor es demasiado tierno para estar cerca de mí. Todavía no entiendo por qué quiso quedarse, cuando podría haberse marchado con una buena indemnización después de lo de la caída en la jaula. Sigo convencida que tiene un nulo instinto de conservación; quizás sería mejor que lo despidiera de una vez antes de que me acostumbre más a su compañía, a su exquisito cuerpo y termine haciéndole mucho daño...
Me detuve frente a su puerta y consulté mi reloj; las diez de la noche. Entré sin tocar la puerta, pero no estaba allí.
- ¿Víctor…? –fui a mirar dentro del baño, tampoco.
Al salir del baño me fijé en una nota blanca puesta sobre su cama:
“Aurelia:
Por favor, ¿puedes subir a la piscina? ¡Gracias!
Víctor”.

Fruncí el ceño, ¿qué diablos está tramando? Me apuré en ir al espejo y subí corriendo por la escalera de su habitación. Al llegar por la puerta junto a los vestidores del gimnasio descubrí las luces apagadas, pero un fulgor extraño llamó mi atención hacia el frente de la piscina.
Avancé dando un par de parpadeos y pude distinguir un gran círculo de fuego hecho en el piso con gruesos velones blancos, cuyo reflejo en el mármol llenaba de claridad el interior del anillo. Al fondo se veía un biombo de tres hojas con diseños moriscos. Un camino de velas rojas con aroma a rosas llevaba hasta el enigmático círculo.
Esbocé una sonrisa entre curiosa y desconfiada, ¿de qué se trata toda esta parafernalia? Me interné por el rojo camino de fuego y entré al amplio círculo; a la derecha había una mesita baja, rodeada de coloridos cojines puestos sobre una alfombra persa. Sobre la mesita de patas cortas y entre dos esbeltas velas blancas había otra nota:

“Por favor, toma asiento”.

Miré con sospecha hacia el biombo y me dejé caer sobre los mullidos cojines. Cuando estuve acomodada a lo romana, una música árabe brotó de alguna parte, llenando la estancia con su sensual ritmo marcado por los típicos tambores de copa y los insinuantes instrumentos de viento.
Odio la música pero en este contexto misterioso pasé por alto mi aversión. De pronto una voz masculina entonó con sentimiento un canto árabe del cual entendí una única palabra: “Habibi”. ¿Querida? ¡Qué diablos…!
Súbitamente, desde atrás del biombo aparece Víctor, ¡bailando!
Como un flash recuerdo que me dijo que bailaba en el Club Árabe de Santiago, pero no me imaginé que a nivel tan profesional, ¡porque se mueve jodidamente como los dioses!
Me quedo boquiabierta contemplándolo, ¡mierda, luce como un bellísimo príncipe del desierto! Viste de blanco, con un ancho pantalón y un pañuelo en la cabeza sujeto con un cordón dorado… Su torso desnudo hace unos alucinantes movimientos pectorales marcando los címbalos de la música, mientras sus pies descalzos avanzan hacia mí adelantando las caderas con sensuales golpes que sacuden los flecos dorados alrededor de su cintura y hacen sonar los cascabeles que lleva a ambos lados…
¡Diablos es demasiado sexy! Me hechiza el rítmico dominio absoluto de su cuerpo, pero al mismo tiempo se me atrapa la vista en su rostro… lleva un extremo del pañuelo enrollado en el cuello y hacia arriba, de manera que sólo deja su intensa y profunda mirada al descubierto, y eso resaltar enloquecedoramente sus sensuales ojos que me miran fijo, me sonríen, me hablan… ¡Mis hormonas saltan como cabras montesas! Se acerca girando y girando alzando los brazos de a poco hasta llegar a lo alto, se detiene frente a la mesa y sus increíbles ojos verdes brillan a la luz del fuego, clavándome una intensa mirada que por poco me provoca un ataque de orgasmos…
¡Auxilio, bomberos, mujer en llamas! Debe ser tanto velón… tomo un cojín y me abanico azorada, siento las mejillas rojas…
Sin compasión, Víctor mece eróticamente su pelvis frente a mí… me lo imagino desnudo, entrando en mí de esa forma tan provocativa y un fuego palpitante me devora las entrañas… Mi respiración se acelera… Él se agacha veloz y toma una larga cimitarra[1] que hay bajo la mesa, se vuelve de espaldas, lo sostiene sobre su cabeza y al ritmo de la música, sus caderas se baten cada vez más rápido, ¡hasta que su trasero entero se sacude en un mortal tiritón que me quita el aliento! Me relamo los labios, casi se me cae la mandíbula, ¡mierda estoy que le salto encima!
Y el criminal, como si nada, se da la vuelta y sigue causando estragos… la música arremete en tambores, cascabeles y címbalos y cada músculo de su cuerpo cobra vida propia, sus pectorales danzan marcando la música con vivos saltos; su abdomen se ondula increíblemente adelante y atrás ¡como danzantes dunas del desierto! Me deja pasmada y se va dando saltos sobre la cimitarra, y blandiéndola en el aire por encima de los velones que forman el círculo, ¡haciendo danzar las llamas a su ritmo!
A la titilante y mágica luz de las llamas, su cuerpo entero derrocha sensualidad, avanza de nuevo hacia mí, gira en un gran círculo sus caderas y su pelvis salta ardiente hacia mí, como lanzándome excitantes disparos con su abultado sexo, que sobresale entre los cascabeles de su suelta cintura…
Al llegar frente a mí equilibra la cimitarra sobre la cabeza y me da la espalda, la música suena ondulante, sensual, hipnótica y Víctor me luce su fascinante dominio corporal, ¡su columna parece una verdadera serpiente cimbreándose de abajo hacia arriba una y otra vez! Es fantástico, ¡jamás vi algo así!
De pronto se vuelve y hace saltar por el aire la cimitarra con una ondulación de todo su cuerpo, salta con un giro, la atrapa en el aire y  la hoja relampaguea… Lo miro embobada, ¡ni siquiera pestañeo por no perderme un segundo del formidable espectáculo! Qué maravilla de cuerpo ¡y cómo sabe moverlo! Por favor, ¡este no puede ser un simple mortal!
Ya casi no respiro, me ahoga el deseo, el corazón me retumba acelerado, ¡quiero a ese macho ahora ya!
Como si hubiese oído mi clamor hormonal, Víctor se aproxima golpeando fuerte el aire con sus incitantes caderas que cascabelean, ¡ay, me estoy derritiendo! Me sudan las manos, ¡y todo el cuerpo!, al igual que a él, al calor del fuego y la danza…
Al fin llega frente a mí, cae de rodillas y hace danzar con vida propia sus marcadas calugas abdominales, en una excitante danza del vientre… que hace entrar y salir, hundirse y sobresalir tan eróticamente, tan provocativo que ahora sí que ya le salto encima…
Aún de rodillas equilibra la cimitarra sobre su pecho y comienza a echar la espalda atrás mientras su pelvis y sus caderas se elevan y bajan apuntando hacia mí, como en un increíble baile del limbo, su espalda se arquea y su cabeza llega a apoyarse al piso. Entonces hace saltar la cimitarra con un fuerte brinco de sus pectorales, la atrapa al vuelo, alza las rodillas y dándose impulso sólo con las piernas se pone de pie de un salto justo con la última nota de la música.
Se queda erguido frente a mí como la estatua de un recio guerrero del desierto, con la respiración acelerada y sus ojos quemándome las entrañas. Se desenrolla el pañuelo con un experto y rápido movimiento y  veo su rostro sonriente.
Me pongo de pie más que excitada, mareada por aquella embriagadora danza y me acerco deseando poseerlo de inmediato.
Pero antes de que logre articular palabra, Víctor pronuncia con voz profunda:
- Feliz cumpleaños, Aurelia…
¡Mierda, qué balde de agua fría! Salto atrás engrifada.
- ¿Qué demonios… quién te lo dijo? –no logro gritar como quisiera porque me ahoga la indignación.
- Por favor no te molestes, Aurelia. Sólo lo supe y quise ofrecerte esta danza como regalo y tengo algo más…
Víctor corre, desaparece tras el biombo y a los pocos segundos aparece con una torta en las manos, coronada de velitas encendidas.
- Que seas muy feliz –me dice-, y que se cumplan todos tus anhelos. ¿Quieres pedir un deseo?
Esa es una puñalada directo a mi corazón. Una oleada de odio ciega por completo mi razón y mi mirada asesina congela su sonrisa.
- ¡Apaga esas malditas velas! –le grito enrabiada.
Pero Víctor no se da por vencido fácilmente.
- ¿No vas a soplarlas? Si las apagas todas de una vez se cumplirán tus deseos.
- ¿Quieres que las apague? –le arrebato la torta de las manos y la arrojo con toda mi rabia a la piscina-. ¡Listo se cumplió mi deseo de que desapareciera de mi vista esa maldita cosa! –chillo y siento que algo se quiebra dentro de mí.
Caigo sobre los cojines y rompo a llorar desenfrenadamente. Víctor tarda un segundo en asimilar mi reacción y por fin se deja caer de rodillas a mi lado, sin saber qué hacer, qué decir.
- Lo siento, ¡lo siento mucho no fue mi intensión! Perdóname, Aurelia yo sólo quería… ¡Lo siento! –la angustia empapa su voz-. Por favor cálmate, no llores –intenta abrazarme pero lo rechazo violentamente.
- ¡Déjame, apártate de mí, déjame en paz, no tienes ni una puta idea de mi vida! –le grito a todo dar-. Odio el día de mi cumpleaños, ¡lo odio con todo mi ser! Cada año trato de olvidarlo, de ni siquiera pensar en ello, ¡y tú vienes y me lo refriegas en la cara!
- Perdóname por favor, ¡lo siento de verdad! No lo sabía, ¡discúlpame! -Víctor se quita el pañuelo de la cabeza y permanece en silencio sentado a mi lado.
Lloro enrabiada un largo rato, hasta que mis lágrimas se sacan dando paso a un hondo vacío en mi interior. Las palabras brotan de mis labios, intentando llenar ese vacío:
- Quién sea que habló de más diciéndote de mi cumpleaños, debió contarte la historia completa. En la víspera de mi cumpleaños número cinco, a las tres de la madrugada… mi papá cayó rodando por la escalera y murió. Mi mamá tenía una gran fiesta preparada para mí al día siguiente, pero fue reemplazada por un funeral y desde entonces, el día de mi cumpleaños se transformó en el aniversario de su muerte.
- Lo siento no lo sabía, ¡perdóname te lo suplico! –me implora Víctor muy afligido.
Una catatónica indiferencia reemplaza a mi ira anterior y mi mirada se queda perdida en las danzantes llamas de las velas a nuestro alrededor.
Luego contemplo todo aquello y me asalta el extraño pensamiento de que Víctor lo preparó con las mejores intenciones. Él no puede ni imaginar el verdadero origen de mi rechazo a celebrar mi cumpleaños…
- Víctor, ¿qué haces aquí todavía? –mi voz es casi un susurro, en verdad no lo puedo entender.
Él me mira desconcertado y yo continúo de inmediato:
- Deberías haberte marchado después de la caída en la jaula. Esto no va a resultar, tú y yo jamás compaginaremos, tú eres demasiado bueno para estar a mi lado. Te daré los veinte millones y el departamento pero vete mañana mismo y déjame seguir con mi vida normal. Yo necesito desahogar mi rabia, mi ira, ¡déjame encontrar a alguien en quien pueda hacerlo! Alguien que experimente placer en el dolor para que no me haga sentir como un monstruo al lastimarlo, como me sentí contigo esa noche en la mazmorra… Vete, Víctor, ¡vete ahora mismo!
Me pongo de pie indicándole la salida. Víctor también se levanta pero no se mueve de mi lado.
- No, no me voy a ninguna parte,  Aurelia. No necesitas buscar a nadie más –repone con determinación-. Yo estoy aquí, para todo lo que quieras.
- Lo que quiero justo ahora es llevarte a la mazmorra y azotarte hasta que el brazo ya no me de más –le respondo crudamente. En realidad eso es lo que necesito para calmar al monstruo que aúlla dentro de mí, clamando ser aplacado.
 Víctor me tiende la mano.
- Por favor, mi dueña… llévame allá.
Sus intensos ojos me transmiten su firme determinación.
Tomo su mano y caminamos en silencio hasta la puerta de la mazmorra.
- ¿De verdad quieres entrar? –le doy la oportunidad de arrepentirse.
- Sí. Quiero complacerte en todo lo que tú desees y necesites para ser feliz –me responde bajando la mirada, jugando el juego que yo necesito jugar, hoy más que ningún otro día.
¿Por qué confía de esta manera tan absoluta en mí, si ni siquiera yo confío en mí misma? Ahora no quiero pensar en eso, no me interesa la respuesta.
Respiro hondo, y me propongo no perder demasiado el control con Víctor; necesito desahogarme, pero no quiero  hacerle verdadero daño. Él no es una mala persona, se esforzó mucho por prepararme todo esto… no tiene la culpa de ignorar lo que provoca en mí el recuerdo de ese maldito día…
- Está bien, entremos –me decido al fin y abro la puerta.

Capítulo 20

Víctor. Te amo Aurelia ¡te amo!

Al oírla intentando convencerme para que me marchara comprendí algo muy importante; Aurelia necesita esto para desahogar esa inmensa ira que ya me di cuenta, lleva por dentro. Quizás por la súbita muerte de su padre, quizás por algo más que parece guardar en profundo secreto.
En cuanto entramos a la mazmorra, me quito rápidamente los pantalones y las ajustadas zungas nuevas que traía debajo. Quedo sólo con el cinturón de castidad y me arrodillo frente a Aurelia en actitud de espera.
Ella conserva su ajustado vestido amarillo oro, de audaz escote y micro mini falda. Me observa hacia abajo durante unos segundos y parece dudar, hasta que al fin me ordena:
- De pie, sígueme –me guía bajo la rejilla de suspensión-. Ponte los grilletes.
Igual que la primera vez me ajusto rápidamente los grilletes en los tobillos, separados por una larga barra sujeta al piso por una argolla. Mis piernas quedan obligadamente muy abiertas y luego ella me encadena las manos.
Sinceramente lamento más haber provocado sus lágrimas, que este castigo que estoy por recibir y que considero que me merezco, por haber cometido la imperdonable torpeza de hacer llorar a la mujer que amo, a quién únicamente desearía brindar alegría y risas.
Aurelia va hacia la pared y gira el mecanismo que enrolla la cadena extendiéndome hacia arriba los brazos, pero no me los deja forzados casi colgado de ellos como la vez anterior. La posición no es la más cómoda pero me resulta completamente soportable, hasta ahora todo va bien…
Se acerca y me quita el cinturón de castidad.
- Te portaste muy bien con esto –me dice y en su voz descubro la dureza condescendiente de la ama-, pero hiciste algo que me hizo enfadar mucho, sin contar con que mentiste esta tarde cuando me dijiste que querías dinero para comprarle algo a Mine. ¿Crees que mereces un castigo?
- Sí, mi dueña, lo merezco.
Intento jugar muy bien mi papel y al levantar por un segundo la mirada hacia ella, veo una fogosa excitación brillando perversa en sus bellos ojos y lo prefiero mil veces a las lágrimas que les hice brotar minutos atrás.
- Me fascinó tu baile –afirma posando sus manos sobre mi pecho y comienza a acariciarme tan posesivamente que me quita el aliento.
 Sin poder moverme ni responder sus caricias, su contacto me estremece y siento arder mi piel al paso de sus inquisitivos dedos que al llegar a mis costillas, que los brazos en alto me resaltan, me hacen cosquillas y no puedo evitar soltar la risa.
- ¿Esto te gusta? –me interroga Aurelia insistiendo en jugar con mis costillas como si estuviese tocando el arpa, y cuando le agrega el plus de usar sus uñas descubro que allí tengo un nuevo punto erógeno desconocido hasta ahora.
- Sí, me gusta… -le contesto entre risas experimentando una dolorosa excitación a causa de sus cosquillas-arañazos.
Eso me sorprende mucho, ¡por primera vez en mi vida hallo placentero el dolor!, y justo al darme cuenta mi erección se alza en libertad, golpeando su minifalda… ella está muy pegada a mí, e inspiro a fondo el embriagador aroma que emana de su piel.
- Hum… -me susurra al oído, al tiempo que sus manos bajan y se apoderan de mi sexo-. Ese baile tuyo fue alucinante… me mostró todo lo que es capaz de hacer tu fenomenal cuerpo… Así que luego de tu castigo voy a hacerte bailar esa danza del vientre pero justo debajo de mí…
Cierro los ojos, extasiado por esa promesa.
- Pero primero, lo primero –me suelta Aurelia dejándome literalmente colgado.
 Desaparece de mi campo visual hacia la pared de atrás y regresa en un instante trayendo un corto azote de múltiples tiras. Miro esa cosa con recelo y cierta curiosidad expectante… ¿Dolerá igual que ese otro que usó el primer día? Me da la impresión que no mucho, porque recuerdo haberlo visto en internet y decía que se trataba más que nada de un juguete erótico.
Aurelia se pasea alrededor de mí, pasando su mano por mi pecho y espalda mientras examinaba de cerca mi piel.
- Excelente, ya no te quedan marcas del otro día así que todo tu cuerpo es zona disponible para tu nuevo castigo.
Se detiene frente a mí y comienza a darme rápidos azotes con esa cosa que hace girar circularmente, golpeándome los pezones y el pecho a cada pasada… no siento dolor, sino más bien un ardor que me hace correr más rápido la sangre en las venas… El corazón se me acelera al ritmo de ese veloz remolino de azotes…
Justo cuando el castigo está a punto de volverse enervante, Aurelia lo detiene y siento su mano acariciando mi pecho… ¡Doy un respingo! Por Alá, ¡mis nervios están a flor de piel! El sólo contacto de su mano me hace sentir una excitación desbordante… Es el efecto que produce ese azote que ahora me descarga sobre los muslos de la misma manera… me retuerzo con la respiración muy agitada cuando alcanza la parte interna de mis muslos, temiendo que pase a golpear mis genitales.
- Quédate quieto –me reprende y en castigo hace justo lo que yo temía.
El dolor en mi zona más sensible es quemante pero soportable… Aurelia insiste allí propinándome golpecitos suaves y pausados, que pronto me provocan algo que no esperaba; una ardiente excitación se expande desde mi sexo como una arrasadora ola que inunda todo mi cuerpo… ¡Me remuevo sintiéndome desbordado por el deseo!
¿Aurelia, qué me estás haciendo? Si fuese libre te tomaría ahora mismo entre mis brazos y te amaría apasionadamente durante toda la noche.
Otra vez detiene el castigo justo antes de que se volviese desesperante. ¿Cómo conoce tan bien mi límite? Abro los ojos y la veo observándome con ojos analíticos.
- ¿Has sentido dolor? –me interroga.
- No… -mi voz es un jadeo, estoy muy excitado.
Tal parece que ese era su objetivo; mostrarme que esto no se trata sólo de golpes para producir dolor, sino que  en sus expertas manos los azotes también pueden invocar un placer intenso.
- Vaya, vaya –continúa Aurelia, sonriendo con provocativa malicia-, si no has sentido dolor, entonces vamos a buscar algo que sientas como verdadero castigo.
Hasta el momento todo va bien, esto parece tan sólo un juego, ¡en extremo sensual!, pero nada peligroso. Sin embargo, lo que acaba de decirme me electriza, ¿significa que ahora sí va a dolerme? Respiro hondo con toda mi atención puesta en ella.
Aurelia va hacia un estante y regresa trayendo en sus manos una negra máscara de látex.
- ¿Sabes lo que es esto? –me pregunta.
- No, pero se ve bastante siniestra.
Me achica los ojos y el reproche brilla intenso en ellos.
- No bromees, Víctor, o voy a tener que ser más severa contigo, para que me tomes en serio.
- Lo siento, perdón, mi dueña –me corrijo rápidamente ante su amenazante mirada de ama, que no admite bromas.
- Esta es una máscara de privación sensorial –me explica al fin, y no oculta su sonrisa de regocijo por la expresión de preocupación que sus palabras me provocan.
- ¿Privación sensorial? –repito desconcertado-. ¿Qué es eso? Si es que me permites preguntar, mi dueña.
- Por supuesto, quiero que sepas muy bien lo que experimentarás dentro de un minuto.
Miro con desconfianza esa máscara que se ve completamente cerrada, sin orificios para los ojos. Sólo veo un angosto tubo a la altura de la boca que debe ser para respirar.
- Esta máscara te privará de tres de tus cinco sentidos –me explica Aurelia-, perderás la vista, el oído y el olfato, lo que exacerbará tu otros sentidos; el gusto lo dejaremos de lado porque tu boca estará ocupada respirando y nos queda lo más interesante, ¡el tacto! Estás a punto de averiguar lo que se siente recibir unos buenos azotes, cuando tu piel está convertida en tu máximo sentido receptivo.
Ante semejante introducción, me dan ganas de salir escapando, pero me sujeta algo más poderoso que las cadenas en mis manos y pies; por alguna razón, Aurelia necesitaba esto en su vida y si yo no puedo dárselo buscará a alguien más. La sola idea de perderla me angustia muchísimo más que cualquier cosa que ella quiera hacerme.
Así que respiro hondo y me quedo quieto mientras me aproxima esa máscara a la cara.
- Cierra bien los ojos–me advierte-, porque después voy a inflarla con una válvula de aire y si tienes los ojos abiertos la presión podría hacerte daño. En cuanto cierre la cremallera tu nariz y tu boca quedaran totalmente bloqueadas así que abre los labios y atrapa el tubo para respirar por ahí. Cuando la infle, tus oídos también quedarán bloqueados. Esto es fuerte, no todos lo aguantan así que si es demasiado para ti, mueve la cabeza como negando muy rápido y te la quitaré enseguida, ¿entendido?
¡Alá, antes yo no tenía opción de detenerla si me sentía sobrepasado! Esto me parece un muy buen adelanto en nuestra singular relación.
- Entiendo, gracias, mi dueña –le agradezco sinceramente y permanezco quieto permitiéndole ajustarme la máscara y cerrar la cremallera por atrás.
En cuanto la cierra me siento asfixiado… el penetrante olor a látex golpea mi olfato, hasta que mi nariz ya no encuentra más oxígeno que respirar… atrapo rápidamente el tubo con los labios e inspiro hondo intentando tomarlo con calma.
Aurelia tiene razón, ¡esta es una experiencia bastante fuerte!
Estoy totalmente ciego, no puedo respirar por la nariz, apenas un poco por la boca y de pronto siento que la máscara empieza a hincharse, presionando mi cara y toda mi cabeza. Aurelia está usando esa válvula de aire que me dijo.
Me remuevo nerviosamente, mientras los cojines interiores se inflan más y más, y van ejerciendo una presión ahogante, mis orejas quedan muy aplastadas hasta dejarme también sordo… Cuando el inflado se detiene, experimento la angustiante sensación de estar suspendido en un oscuro y silencioso vacío, ¡esto es la privación sensorial!
¡Alá, por favor, que no me deje con esto toda la noche! Ruego creyéndome incapaz de soportarlo por tanto tiempo. Pero al instante recuerdo que me dio la oportunidad de detenerla cuando quisiera. Justo en ese momento un agudo dolor me cruza la espalda, vino sin aviso, súbito y silencioso… ¡Otra vez! Aurelia me está azotando con su látigo largo…
Tal como me dijo, siento el dolor aumentado al máximo, como si todos mis sentidos estuviesen concentrados en mi piel… ¡Otro más! El dolor estalla en mi sorda oscuridad y se desparrama hasta lo más hondo de mi ser… se me acelera el corazón y no puedo respirar bien, ¡necesito mucho más aire del que consigo aspirar por este delgado tubo! Me empiezo a ahogar, sintiendo que no logro absorber el aire necesario…
Recibo el cuarto y el quinto azote, mi ser entero está concentrado en mi espalda, sufriendo una acumulación de dolor que se ramifica como rayos por todo mi cuerpo, y me asalta el desesperante deseo de sacudir la cabeza para detenerla… Pero si lo hago, Aurelia volverá a pedirme que me vaya para buscar a alguien más que sí soporte sus juegos… ¡No, no puedo rendirme tan fácilmente! Puedo soportarlo… ¡otro azote me cae encima sin el aviso previo del sonido! Es como un sueño, algo surrealista… soy un inmenso trozo de piel, mordida por calladas dentelladas una y otra vez, ¡cada vez más seguidas!
Grito en silencio dentro de mi corazón, que ya quiere romperme el pecho… Respiro corto y rápidamente por el tubo, todo está bien, ¡puedo soportarlo! Me impongo a mí mismo…
Si esto te hace feliz, Aurelia, ¡haré lo que sea por permanecer a tu lado!
Un nuevo azote, ¡siento en llamas la espalda!, aprieto  las manos en los grilletes encorvándome hacia atrás, pero tengo cuidado de no mover mucho la cabeza, para que no lo tomes como una petición de que pares, ¡no voy a detenerte!
Ya me está doliendo el alma… la angustia y la falta de oxígeno me hacen desvariar y creo que me estás castigando por mi saludo de cumpleaños… ¡Lo siento no quise molestarte! Yo no sabía de la muerte de tu padre…
O tal vez es algo más allá de eso… aquel secreto profundo que atisbé antes, atormentándote… Si es así, si algo te provoca esta rabia intensa que siento en cada uno de tus latigazos, puedes desahogarla conmigo… Aquí estoy para ti, ¡un nuevo ramalazo de dolor abarca todo mi oscuro y sordo universo! Pero no voy a irme, porque te amo, Aurelia, aunque no quieras oírlo en voz alta, ¡te amo!
Los azotes me cruzan como desgarradores rayos la espalda… Ya es obvio que perdiste el control de nuevo y eso me duele mucho más que tus azotes… ¡Sí me confiaras la verdad quizás podría ayudarte! ¿Cuál es la fuente de la que brota esa ira tuya, tan intensa? ¿Hacia quién van dirigidos realmente tus azotes?
Las preguntas mueren en mi corazón porque sé que no me lo dirás, ¡no confías en mí! Así que haré lo único que puedo hacer para ayudarte en este momento; recibiré sin protestas tus azotes, y espero que muy pronto comprendas que puedes contar conmigo para lo que sea, incluso para desahogar tu ira como lo estás haciendo ahora…
Siento un nuevo dolor, por encima del anterior dolor, una desgarradora acumulación dolorosa que me llena de angustia, al no poder respirar bien a causa de la máscara… me asfixio en el silencio y la oscuridad, ¡no existe nada más que este universo de dolor en el que me tienes sumido!
Sin embargo, en medio de este negro y agónico vacío, un pensamiento persiste y brilla como el sol naciente dándome fuerzas para seguir resistiendo… Mi corazón lo grita como una réplica cada vez más fuerte y determinada ante cada nuevo azote que me descargas…
Te amo, Aurelia, ¡te amo!





[1] Sable curvo musulmán.

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