Capítulo 8
Aurelia. La Dueña
Mientras lo espero afuera del
baño resoplo intentando calmar a mis hormonas que todavía saltan alborotadas, pintándome
una sonrisa de oreja a oreja... ¡Diablos eso fue genialmente excitante! No me
equivoqué en mis expectativas, ¡mi esclavo es un ejemplar exquisito! Es tan
sexy, tan atractivo, un fuego volcánico corre por su sangre y todo su ser emana
una sensualidad capaz de derretir en un segundo a cualquier mujer, aunque me da
la impresión de que no es muy consciente de ello y yo tampoco tengo la
intensión de dejárselo saber.
El jugar a excitarlo hasta el
extremo me encendió tanto, que por poco me corro sola. Me fascinó su firme y
bien formado trasero y todos sus duros músculos esculpidos como a cincel. Sus
abdominales están especialmente marcados, debe ser por eso del baile árabe, ¡seguro
sabe hacer una danza del vientre electrizante!
Cuando lo afeité sentada sobre
sus muslos, tuve que hacer uso de toda mi experiencia para contener el orgasmo
que quería estallarme, ¡mierda, sí que tuve que concentrarme para no cortarlo!
Es que él tiene la culpa por ser tan receptivo, aunque eso será mucho peor para
él, porque a mí me fascina llevar a los hombres al borde del orgasmo y luego interrumpirlos,
una y otra vez hasta que sus cerebros entran en desesperado shock. Me excita
hacerlos sufrir de esa manera, verlos jadear y retorcerse angustiados me enciende
ese gustito caliente por dentro que pronto se transforma en humedad…
No puedo creer que Víctor sólo
haya tenido dos mujeres en su vida hasta ahora, aunque es mejor así para
adiestrarlo de acuerdo a mis gustos personales y muy pronto le voy a quitar esa
candidez que lo hizo ruborizarse mientras se desvestía. Le falta mundo a mi
esclavo pero yo voy a enseñarle a desinhibirse, es absurdo que se avergüence de
su desnudez con semejante físico. Debería ordenarle andar desnudo todo el día
por la casa pero creo a los empleados les extrañaría un poco. La idea me da
risa… parezco loca riéndome sola en medio de la habitación. Quizás lo haga
andar desnudo en mi oficina, esa imagen me provoca una exquisita oleada de placer.
¡Maldición, debí hacerle el contrato por dos meses! Estaba tan desesperado que
me habría aguantado igual. ¡Qué tonta!
Me gusta que Víctor no sea del
ambiente sadomasoquista, como los anteriores con los que me divertía, así todo
es nuevo para él y no tiene gustos ni ideas preconcebidas. Hasta ayer creía que
la esclavitud era algo abolido en los tiempos coloniales y eso lo hace mucho
más interesante, ¡es como un potro salvaje que se resiste a perder su libertad!
Aunque se esforzó bastante en someterse a mis órdenes, pero aun así le costó un
mundo reprimirse para quedarse quieto.
Oigo la puerta del baño y lo
veo salir con el cabello aún mojado y revuelto, ¡es tan increíblemente
atractivo que cuesta creer que sea de carne y hueso! Más parece una visión
celestial, aunque lo que tengo pensado hacer con él se acerca más a las usanzas
del infierno. Frunzo el ceño ante la toalla que trae puesta alrededor de la
cintura, ¡qué blasfemia cubrir así semejante obra de arte!
- ¡Quítate eso! –le señalo molesta,
la toalla.
Me mira sobresaltado, se
devuelve a dejarla y sale completamente desnudo.
- Así está mucho mejor –asiento
en voz alta para mí misma.
Víctor permanece cabizbajo,
expectante y nervioso intentando adivinar lo que planeo hacer con él ahora. Yo
sonrío interiormente recordando lo del orgasmo interrumpido que es mi tortura
favorita, aunque sin duda a él no le hizo ninguna gracia.
Camino lentamente hacia ese
cuerpo que es todo mío, disfrutando del bello paisaje de pura fibra masculina… se
me van las manos a esos abdominales pero logro refrenarlas… ¡Contrólate,
Aurelia!
- Ven, sígueme –lo llevo frente
al espejo y presiono la esquina superior derecha.
El espejo se abre y deja ver la
escalera secreta que lleva al tercer piso. Lo miro hacia atrás y sus seductores
ojos me esbozan una sonrisa sorprendida. Me mira de frente con demasiada
naturalidad y confianza, como si fuésemos amigos o algo por el estilo. No me
agrada que los hombres se tomen tantas libertades conmigo, me gustan a mis
pies, doloridos y temerosos de mi látigo.
Debo conseguir que Víctor se
muestre más sumiso como un esclavo de verdad, o nadie creerá que soy una buena
ama si lo llevo conmigo a una reunión BDSM.
- No me mires de frente baja la
mirada –le espeto con dureza.
Su sonrisa tan hermosa
desaparece; parpadea unos segundos abrumado y luego agacha la cabeza. Así está
mejor.
- Sube adelante –le ordeno y me
quedo atrás poniendo el grueso pestillo a la puerta para que nadie suba a
molestarnos.
Víctor sube y yo detrás me fascino
contemplando el delicioso movimiento de su firme trasero, que hace un bamboleo excitante
al subir cada peldaño al igual que sus piernas que parecen de acero puro con
sus sobresalientes cuádriceps, sin un átomo de grasa sobrante. Ya quiero ver
ese exquisito trasero enrojecido por mi fusta…
Llegamos a la puerta disimulada
del otro lado tras un árbol del bosque pintado en la pared sur. Se vuelve a
mirarme y le indico antes de que pregunte:
- Abre la puerta y pasa –dejé
las luces apagadas para que admire el espectacular cielo raso que mandé
instalar hace años, por todo el extenso salón.
En cuanto cruza la puerta,
Víctor clava una asombrada mirada en lo alto; las miles de brillantes luces led
del cielo raso reproducen a la perfección el estrellado cielo de verano del
hemisferio sur. Cada estrella, cada constelación está en su sitio exacto con la
radiante Orión, mi preferida, dominando el cenit. Mi cielo nocturno es tan real
que parece que no existiera el techo.
- ¡Es increíble parece de
verdad! –se le escapa a Víctor la asombrada exclamación.
- ¿Te di permiso de hablar? –lo
increpo fingiendo enfado, aunque no esperaba menos de él. Parece que le cuesta
mucho permanecer callado, es muy comunicativo.
- Perdón, lo siento –Víctor baja
la mirada.
- Me divertiré mucho
amordazándote para que aprendas a guardar silencio –le adelanto parte de mis
muy sórdidas intenciones-. Ahora sígueme y me refiero a camines detrás de mí,
nunca a mi lado.
Tras esa aclaración avanzo
bordeando la piscina que reposa como un oscuro espejo a nuestra izquierda,
reflejando las miles de estrellas. Maravilloso espectáculo pero no veo una
mierda. Palmeo fuerte dos veces y las luces automáticas iluminan como
supernovas todo el salón. Así está mejor.
- ¿Sabes nadar, Víctor? –le
pregunto mientras él camina respetuosamente detrás de mí.
- Sí, solía competir en el
Estadio Árabe… -comienza a contarme con alegre entusiasmo, ¡como si me
interesara conocerlo más a fondo!
- Silencio –corto de golpe su
fastidiosa elocuencia-, sólo responde sí o no. No hables de más a menos que yo
te pregunte.
- Lo siento… -lo miro
bruscamente hacia atrás y al ver las llamas en mis ojos agrega rápidamente-, mi
dueña. Lo siento, mi dueña.
- Te está costando aprender,
¿eh? Pero vamos a solucionar eso de inmediato –lo amenazo y él cruza
nerviosamente los brazos sobre el pecho-. Descruza los brazos, esa es una falta
de respeto ante mí.
- Oh perdón no lo sabía, mi
dueña –corrige al instante su postura.
Al fin llegamos. Me detengo
frente a la puerta de mi salón privado y digito la clave en la cerradura, seis
números: 725663 que equivalen a seis letras: S-A-L-O-M-E. Existe una
razón muy importante para que esa sea la clave de entrada a este lugar tan
especial, que es como la entrada directa a las catacumbas más tenebrosas de mi
alma, pero no es necesario que Víctor conozca esa razón.
Apenas entro, el sensor
automático enciende las luces.
- Esta es mi mazmorra –le
muestro con orgullo mi creación implementada con los mejores y más modernos
aparatos disponibles-. Ven aquí, entra –lo apuro al ver que se queda clavado en
el umbral de la puerta.
Al fin entra cauteloso,
lanzando fugaces miradas a todos lados como si esperase encontrar algún
monstruo listo a devorarlo. Se equivoca, pues el único monstruo con ganas de
devorarlo está justo a su lado hablando con él.
Me fascina verlo tenso,
preocupado, examinando con mirada precavida mi excelente colección de aparatos,
sin duda preguntándose cómo se usarán. La gran “X” de madera con correas en los
cuatro extremos atrapa su verde mirada, que luego salta como una liebre a la
rejilla metálica que cuelga del techo y de la que penden varias cadenas y
grilletes. Más allá están los caballetes, las sillas, la jaula del suelo y la
colgante, los cepos y la mesa. De una de las murallas cuelga ostentosamente la
gran variedad de azotes, látigos, fustas, varas, correas, y palmetas que compré
de todos los materiales disponibles.
Víctor le dedica apenas un
segundo a esa pared y desvía la mirada rápidamente, como si así se fuese a
escapar de sentir muy pronto todo aquello sobre su piel. Sonrío excitada ante la
idea de azotar por primera vez a alguien que no quiere ser azotado, ni disfruta
en lo más mínimo sintiendo dolor.
Víctor inaugurará mi mazmorra. Tendrá
el gran privilegio de ser el primero a quien someteré a mis desenfrenados gustos
aquí en mi casa, porque a los demás siempre los llevé a algún hotel y jamás los
vi más de una noche. Yo diría que Víctor es algo así como mi primera relación
seria. Sonrío divertida con mi ocurrencia porque jamás he tenido una relación
sentimental con nadie ni tengo la más mínima intención de tenerla. Para mí los
hombres no alcanzan a la categoría de personas, ni siquiera a la de animales,
porque a los peluditos de cuatro patas los amo, ¡pero jamás podré amar a ningún
hombre! Los entes masculinos son sólo objetos de placer, que me fascina
utilizar a mi antojo y luego desechar. Y este objeto al cual llamo Víctor,
parece muy prometedor.
¿Dónde está? Miro en torno y lo
descubro contemplando con recelo mi colección de máscaras de privación
sensorial, collares, mordazas, trabas y arneses.
Al fin decido que quiero ver a
mi bellísimo esclavo muy indefenso colgado de las manos en alto, para tener
libre acceso a todo su cuerpo. Voy hacia la rejilla metálica y lo llamo desde
abajo, jugando a hacer sonar las gruesas cadenas que cuelgan.
- Ven aquí.
Se acerca deprisa y le señalo los
grilletes encadenados al suelo:
- Ajústatelos en los tobillos,
rápido –le ordeno.
Víctor se agacha e intenta
hacerlo rápidamente pero la amplia distancia que le separa las piernas hace que
le cueste un poco ajustarse el segundo grillete
- ¡Es para hoy! –le exijo más
velocidad.
- Sí, lo siento… ya está -se
apura y se pone de pie.
Erguido en su espectacular
desnudez con las piernas tan abiertas, parece plantado en el suelo como un coloso
griego de roca esculpida. Mantiene los ojos bajos y su expectante nerviosismo va
en visible aumento; lo noto en su respiración
cada vez más acelerada, aunque se esmera en disimularla.
- Dame las manos –le exijo.
Tras dudar un segundo me las tiende
y le ajusto con rapidez los grilletes en las muñecas. Estas cosas con hebillas
y mosquetones son mucho mejores que los putos nudos que se me dan fatales.
Compruebo que estén bien cerrados alrededor de sus muñecas dándole unos ligeros
tirones a la cadena… Víctor me deja jugar con sus manos en expectante silencio…
noto que su pecho se mueve cada vez más rápido su nerviosismo aumenta a cien al
verse encadenado.
Voy al control de la pared, lo
presiono y Víctor mira arriba sorprendido al sentir que la cadena se empieza a enrollar,
obligándolo a subir cada vez más y más los brazos, siguiendo la vertical de sus
hombros. Los engranajes hacen un tenebroso ruido mazmorriento[1] de
cadenas y cuando mi esclavo siente los brazos ya bastante forzados en alto, me
lanza una mirada de: Ya detenlo por favor. Sus labios se entreabren pero no
pronuncia esas palabras que sólo vislumbro en sus intensos ojos.
¿No vas a pedirme que lo
detenga? Pienso devolviéndole la mirada con una sonrisa cruel, y como no lo
hace le fuerzo los brazos un poco más hasta hacerlo empinarse en la punta de
los pies. Sus hombros se destacan fuertes, fibrosos, en aquella forzada posición
casi colgando de las muñecas.
Mueve las abiertas piernas
buscando estabilidad en la punta de los pies, mientras su pecho se agita en una
difícil respiración. Lo miro sonriendo, esperando alguna protesta para castigarlo,
pero Víctor sólo baja la mirada con expresión de estar sintiéndose fatal, muy
humillado. Eso me provoca un placer electrizante por todo el cuerpo; causar humillación
y dolor a los hombres es mi máximo deleite. Me excita, me enciende las hormonas,
me dispara el deseo de poseerlos y hacerlos míos hasta el agotamiento… de
ellos, no mío, ¡porque yo soy inagotable en el sexo!
Me acerco hasta detenerme
frente a él y contemplo a mi antojo su deliciosa desnudez, ahora tan vulnerable
y expuesta a todos mis caprichos…
¡Me fascina esta sensación de
poder! Es algo adictivo para mí y ha ido en aumento desde hace algunos años. Cada
vez que tengo a un hombre así, desnudo, atado y sometido a mi voluntad, una
invisible droga corre a toda velocidad por mis venas, haciendo arder mi sangre,
evaporándome todo vestigio de racionalidad…
Siento el calor que sube desde
mi excitado sexo, encendiendo como antorcha todo mi cuerpo y me quito el batín
que sale volando lejos, seguido por mi sujetador y mis braguitas de encaje. Así
desnuda me siento más libre, más fuerte, una poderosa diosa que apunta sus
orgullosos senos hacia aquel ser sometido.
- ¡Mírame! –le exijo.
Y veo que el ancho pecho se le
agita a rabiar al verme desnuda. No oculta la abismal admiración que ilumina su
rostro, mientras intenta sacar la respiración en esa incómoda postura. Todo su
cuerpo se agita tan sensualmente que me atrae como un imán, avanzo unos pasos y
percibo el embriagador aroma a macho que exuda por todos los poros… ¡Es un
llamado sexual tan feroz! que estoy tentada a soltarlo de inmediato, tumbarlo
en el suelo y montarme de golpe sobre su dotada virilidad, para cabalgar sobre
él hasta hacerlo encabritarse desbocadamente debajo de mí. Eso sólo para empezar…
¡No, no, basta ya!, reprimo a
mi volátil imaginación. Recuerda que este espécimen es distinto, porque forma
parte de tu proyecto para experimentar en el mundo de la Dominación/sumisión, y
no es sólo para divertirte salvajemente con él, como haces siempre con todos
los tipos. Así que sé más profesional y enfócate en la investigación, ¡debes
mantener una imagen de ama!
- Mi dueña, por favor… -me
habla de pronto Víctor-, casi no puedo respirar…
¡Ah, diablos! Esa voz
enronquecida y profunda por la falta de aire se oye tan sexy… ¡Al diablo la
imagen!
Me arrojo sobre él, atrapo su muy
dotada virilidad con la mano derecha y lo tiro con fuerza hacia mí, forzando al
límite sus grilletes hasta chocar nuestros cuerpos desnudos… las cadenas
resuenan muy tensas en sus muñecas… con la otra mano lo agarro del cabello
sobre la nuca y aprieto mis senos contra sus fuertes pectorales… Nuestros
rostros quedan a escasos milímetros y le estampo un beso brutalmente apasionado…
Desde la primera vez que lo vi
en la clínica deseé besar esos sensuales y tentadores labios rojos… Así que por
fin me saco el gusto y los devoro con ansias… ¡Son exquisitos! Tan carnosos, tan
dulces, los aprieto con mis labios, los saboreo con mi lengua, ¡saben a esos
finos dulces árabes que me encantan! Es bueno besar una boca que no sepa a
alcohol o a tabaco, como la de esos tipos ocasionales que citaba en los bares.
Por mi memoria cruzan todos esos
hombres que contraté bajo el cartel de “sumisos”. Su atemorizada y reprimida pasividad
choca monumentalmente con la apasionada réplica de Víctor a mi beso, ¡sus
labios me responden con ardiente intensidad! Besa como los dioses, ¡mierda, por
un segundo me hace perder la cabeza! Hasta que una fuerte alarma resuena en mi
interior, el monstruo que habita en lo más profundo despierta y gruñe feroz:
¿Qué mierda haces? ¡Lo estás
dejando disfrutar, no lo permitas! ¡Tú debes ser la única dueña del placer!
El gruñido me sacude desde las
entrañas y reacciono castigando el atrevimiento de mi esclavo; atrapo su labio
inferior con mis dientes, se lo muerdo y tiro de él hasta arrancarle un gemido.
- ¡Ah…! –Víctor deja escapar un
ronco quejido, entreabriendo los labios y aprovecho para meterle la lengua.
Se la introduzco con imperiosa violencia,
sujeto su cabeza desde atrás y presiono a fondo sus labios para meterme más y
más profundo dentro de su boca, adueñándome de su interior… ¡Sabe todavía más
exquisitamente dulce aquí dentro! Mi lengua explora hasta el último rincón,
prueba su paladar y luego envuelve a la suya en un desenfrenado torbellino. Al
hacerlo siento que su erección se dispara dentro de mi mano… en un segundo crece
y se expande ardiente, irguiéndose como una cobra que se ensancha al máximo…
Todo el cuerpo de Víctor se enciende en llamas, pegado contra el mío… su
embriagador aroma a hombre me envuelve como un vapor alucinante que enciende a
mil por hora mi deseo, ¡mi cuerpo entero es una llama viva!
Dejo de besarlo y retrocedo la
cabeza para mirarlo, sus ojos brillan muy excitados, su respiración se vuelve
un desesperado jadeo al salirme de su boca…
- Por favor, Aurelia, suéltame,
¡permíteme amarte con todo mi ser! –pronuncia en un apasionado y urgente
susurró.
¡Mierda, yo sabía que esto de
dejarme llevar y besarlo iba a afectar mi proyecto! Ahora ya ni siquiera recuerda
que es mi esclavo.
Retrocedo separando nuestros
cuerpos, él suyo intenta seguirme pero las cadenas lo sujetan atrás en su
sitio. Sin soltar su dura erección alzo la otra mano y le cruzo el rostro con
una fuerte bofetada:
- ¡Cómo te atreves a hablarme
así! –protesto indignada-. Aquí dentro jamás vuelvas a llamarme por mi nombre,
¡ni mucho menos pretendas decirme lo que debo hacer! Ahora voy a castigarte de
manera que jamás lo olvides –mi voz es como el fiero gruñido de una leona
enfadada.
Y con los ojos clavados en los
suyos empiezo a masturbarlo muy lentamente… Mis dedos forjan un apretado círculo
en el que hago entrar muy forzada su gruesa erección… a la primera entrada,
Víctor abre mucho los ojos y contiene el aliento, mirándome abismado… cuando al
fin le permito el paso entre mis apretados dedos, su respiración se dispara en
un rápido jadeó…
- Así me gusta verte –le
susurro vengativa-, angustiado, desesperado en mis manos…
Él traga saliva y yo arremeto,
apretando con rudeza su erecto miembro, para forzarlo a pasar por mi mano muy cerrada
una y otra vez muy lentamente, deslizo mi cerrado anillo de dedos desde la
punta hacia atrás milímetro a milímetro, apretando, haciéndole más difícil el
avance que si intentara follar a la más virginal doncella… Su jadeo se vuelve
angustioso, sus ojos me claman desesperados, y adelanta la pelvis en un intento
por avanzar más rápido.
- ¡No, quédate quieto no hagas
eso! –le advierto con una sonrisa perversa y en castigo le atrapo los huevos,
dándole un apretón no muy ligero.
Víctor suelta un gemido gutural
y entiende el mensaje porque todo su cuerpo se paraliza. Sus ojos verdes me
miran abismados…
Acelero un poco el trabajo de mi
mano, aunque sigo manteniendo la torturante estrechez que en menos de un minuto
ya lo tiene respirando a todo dar… cada vez que su parte más ancha logra pasar
por entre mis dedos da un respingo y suelta un sensual gruñido, ¡hum, me gusta
ese sonido!, así que se lo provoco una y otra vez… y disfruto del placer que va
aumentando dentro de mí.
Víctor echa atrás la cabeza,
parece que ya no da más de excitación… Todo su cuerpo está bañado en sudor, su
calor emana a kilómetros a la redonda, su olor a macho a punto de explotar
impregna todo el aire dentro de la mazmorra… Decido enloquecerlo un poco más,
llevarlo hasta el límite para hacer todavía más chocante su castigo… así que
tomo a dos manos su ardiente acero, y lo estimulo implacablemente con expertos
movimientos circulares de muñeca que se lo retuercen ligeramente desde la punta
hacia atrás, una mano tras la otra sin darle un segundo de tregua.
Víctor ya no puede más, todo su
cuerpo tiembla de placer y abre mucho la boca intentando obtener aire, mientras
sus ojos me miran desorbitados hasta ponerse en blanco… sacude las cadenas
espasmódicamente, gime, gruñe gutural, instintivo, y se retuerce tironeando
manos y pies con desesperación… su febril aliento llega como huracán hasta mi
rostro...
Es muy intenso, se deja llevar
sin restricciones… me fascina verlo así, completamente enloquecido sólo por mis
manos. Me encanta tener el poder de hacerlo temblar de la cabeza a los pies, me
excita verlo ansiando el clímax liberador de toda esa energía que bulle como
lava dentro de él, llevándolo entre ahogados jadeos al punto exacto en el que
quiero tenerlo… a un segundo de acabar…
- ¿Ya te vienes? –lo interrogo
como si no fuese obvio y él asiente con fuerza, incapaz de articular palabra.
De pronto se paraliza por
completo, su aliento se corta, es la señal que espero, el segundo exacto antes
del punto de “no retorno” de la eyaculación, ¡y lo suelto abruptamente! Abre
los ojos y me mira con angustiada desesperación.
Le sonrío con perverso triunfo.
- Este es tu castigo para que
aprendas que yo decido cómo y cuándo –le aclaro.
- ¡Por favor, por favor…!
–musita, echando atrás la cabeza, mientras su pelvis se mueve tan suelta, tan
erótica, y su erección salta con vida propia implorando locamente su perdida
estimulación-. ¡Por favor permíteme acabar!
- Te estás moviendo y estás
hablando sin mi permiso… -le advierto-, ¿quieres que vuelva a castigarte?
–atrapo y presiono su frustrado sexo y da un fuerte respingo que azota las
cadenas con ruido fantasmagórico.
Sus claros ojos verdes se
clavan en los míos, están vidriosamente febriles y permanece muy callado, hasta
intenta controlar su agitada respiración para centrarse en mí con todo su ser.
- Así me gusta –le indico-. Por
ser tan obediente seré generosa contigo y te recompensaré usando tu cuerpo para
darme placer.
Estoy muy húmeda y ahora es mi
turno de disfrutar de esta exquisita anatomía, muy bien atada y dispuesta para
mí… Rodeo su cuello con mis manos y le salto arriba a lo koala, enganchando las
piernas alrededor de su cintura. Mi peso lo tira hacia abajo y hace que los
grilletes le torturen las muñecas, pero él no emite ni un quejido. Sus ojos
brillantes de deseo buscan los míos mirándome hacia arriba, porque en esta
posición su rostro queda justo a la altura de mis senos…
- ¡Baja la cabeza! –lo reprendo
agarrándolo del cabello a dos manos y se la guío hacia mi seno derecho-. Usa tu
boca para algo mejor que sólo hablar sin permiso –le ordeno.
Víctor capta al vuelo la idea,
sus carnosos y tibios labios entran en contacto con mi pezón, me da la
impresión de que lo envuelven con reverencia casi mística como a algo sublime…
su sólo contacto tan intenso y fuera de lo habitual me corta el aliento,
entreabro los labios mirándolo hacia abajo y cuando comienza a succionar lo
hace tan apasionadamente que me arranca un gemido de instantáneo placer.
- ¡Ah! –diablos lo hace jodidamente
exquisito.
Echo atrás la cabeza y cierro
los ojos disfrutando plenamente la deliciosa sensación que se expande en mi interior…
Le está poniendo muchas ganas, eso me sorprende, es distinto a los otros que
por lo general estaban pendientes sólo de lograr su propio goce. Víctor en cambio
se esmera en proporcionarme todo el placer que le sea posible a través de su
sensual boca… quizás es porque todavía tiene la esperanza de que luego
tendremos sexo normal… ¡El pobre no tiene idea de que eso jamás pasará conmigo!
Insiste en mi pezón derecho con
una vertiginosa combinación de labios-lengua, succión-caricia, ¡es muy
creativo! No como los demás, que tras dos o tres chupadas me miraban esperando a
que les dijera con qué seguir.
¡Me encanta su entrega en esta
labor! Las eróticas sensaciones se disparan como reguero de pólvora por todo mi
cuerpo, mi piel se vuelve toda sensibilidad, mis músculos se tensan, mis
caderas cobran vida propia…
- Ahora el otro, cambia al otro…
-jadeo con la respiración cada vez más acelerada, mi corazón galopando cerca de
su rostro, y él envuelve en sus labios como a algo valiosísimo a mi pezón
izquierdo, que ya se sentía tan abandonado.
Víctor lo compensa
apasionadamente, succionando y lamiendo como si se le fuese la vida en ello,
¡su pasión es arrebatadora!
Mis manos se crispan dentro de
su sedoso cabello y el deseo ya desciende cataclísmico hasta mi sexo, mis
piernas se abren aún más y engancho los tobillos tras su espalda para presionar
mi clítoris contra sus sobresalientes músculos abdominales, ¡su piel arde en
contacto con mi humedad! y comienzo a frotarme contra sus duras calugas[2], arriba
y abajo, una y otra vez, cada vez más rápido y más apretada contra sus
abdominales, sacando chispas con el roce, ¡peligrosas chispas que están a
puntos de encendernos en llamas! Mientras Víctor continúa con su estupenda
labor en mis pezones… ¡Oh diablos, ya los siento duros como balas! Cada succión
me repercute muy adentro allá abajo haciéndome frotar mi sexo más y más rápido
contra sus abdominales…
Jadeo sumida en oleadas de intenso
placer, hasta que todo mi ser se tensa, se me corta el aliento, me aprieto a
rabiar contra su cuerpo hundiendo su cabeza entre mis senos y estallo en un
apoteósico orgasmo… Mis gemidos se trasforman en desaforados gritos, mezclados
con el ruido de las cadenas que se sacuden al ritmo de mis espasmódicos movimientos,
aferrada como un pulpo alrededor de su cintura, aplastada como estampilla
contra su fuerte pecho, hasta que el intenso clímax amerita una fuerte lluvia
dorada, que corre tibia por sus abdominales hacia abajo…
Víctor jadea semi asfixiado
entre mis pechos, lo suelto pero sigue respirando muy excitado, como si hubiese
sido él quien acabó tan aparatosamente.
Tal vez sea empático… deambulan
sin rumbo mis pensamientos, mientras floto ingrávidamente entre nubes de relajado
placer… ¡Qué liberadora sensación! Me encanta esta droga post orgásmica,
sumirme en la nada sin tiempo, sin memoria, sólo flotar entre suaves nubes sin un
desconocido futuro, sin un desgraciado y maldito pasado…
Tras un indeterminado instante
regreso a la realidad y al abrir los ojos sorprendo a Víctor mirándome con una extraña
expresión que no logro descifrar… Hay algo desconocido para mí en su profunda
mirada, más allá del deseo, la excitación o la pasión… Tampoco es frustración
ni menos rencor o molestia… ¿Qué hay en esos ojos? ¿Demasiada pureza? Eso me
desconcierta, la pureza es para los bebés recién nacidos, ¡no para alguien de
veinticuatro años! Niños más pequeños ya han perdido ese brillo de inocencia
que aún prevalece en la mirada de Víctor. Eso me molesta, me causa una envidia feroz,
quizás por mi propia inocencia tan perdida… Y para colmarme todavía más, me despliega
abiertamente su blanca y perfecta sonrisa como si existiera entre nosotros una amistad
o algún otro de esos sobrevalorados sentimientos.
¡No te engañes, Víctor! Nada de
esto tiene que ver con las emociones ni los sentimientos. Jamás podrá existir
nada entre nosotros.
Mientras pienso en esto, su
mirada se hace más penetrante, como si quisiera entrar hasta el fondo de mi
alma… ¡No! Lo que hay allí dentro es sólo mío, ¡quédate fuera!
Mis ojos relampaguean furiosos
cerrándole el paso y me bajo de un salto de su cuerpo.
- No me mires a los ojos sin mi
permiso, esclavo –le suelto la palabra
con insultante desprecio.
- Perdón, mi dueña –Víctor se
turba ante mi violencia y baja los ojos abrumado. Aunque su voz tan varonil conserva
una animosa alegría.
¡Maldita sea! ¿Qué demonios le
pasa a este tipo? Me gusta que los hombres me respeten rayando en el miedo, pero
Víctor todavía no me teme ni un ápice. Voy a tener que tomar medidas extremas ahora
mismo; no sólo haré que me tema, sino que me odie con todas sus ganas.
- No me gusta el tono de voz
con que me hablas, así que voy a castigarte de nuevo –le gruño molesta y me apodero
de su ardiente miembro que continúa muy erecto.
Enseguida arremeto en una
rápida masturbación, exigente, impersonal, sin compasión…
Víctor es yesca que cuesta
apenas un soplo encender, y comienza a gemir sensualmente al implacable ritmo de
mi mano… continúo acelerando feroz hasta que sus ojos se ruedan en blanco y su
cuerpo entero tiembla y se retuerce del deseo que mi poderosa mano le provoca…
Lo llevo al borde del clímax en tiempo record y una vez más lo suelto de golpe,
negándole el delicioso placer de acabar…
- Oh por favor, ¡ten piedad! –me
suplica en un desesperado susurro, con el rostro crispado y su respiración
cercana a la hiperventilación.
- Silencio –lo reprendo
secamente mientras su erección sigue pulsando desesperada allá abajo.
¿Cuánto más resistirá Víctor a
este juego desesperante? Técnicamente debe soportarlo por todo el tiempo que yo
quiera y por supuesto, yo deseo seguir torturándolo. No hay nada comparable al
placer de tener a un magnífico cuerpo como este, atado y sometido por completo
a mi voluntad.
Atrapo de nuevo su miembro y
sus ojos me lanzan una mirada suplicante, le sonrío sintiéndome su dueña absoluta
y me regocijo en volver a excitarlo, hasta hacer retorcerse otra vez su
exquisito cuerpo con angustiosa desesperación colgado de las cadenas,
tironeándolas sin poder escapar de mí, mientras tiembla entero y emite roncos
gemidos, empapado en sudor…
Por tercera vez alcanza el
punto que deseo, cada vez llega más veloz… ¡y de nuevo le niego la desahogante
culminación!
- Por favor… por favor, mi
dueña… ¡ya no aguanto más! –jadea ahogadamente con su fuerte pecho sacudiéndose
arriba y abajo.
- Aguantarás hasta cuando yo
quiera –le contesto con tiránica calma.
Me mira desolado y guarda silencio
intentando recobrar el aliento. Si me hubiese insistido lo habría seguido
frustrando, pero como se rindió considero que ya era suficiente con tres
negaciones para un novato como él. Ahora le impondré la segunda parte de mi
castigo favorito.
Comienzo una nueva
masturbación. Víctor se estremece creyendo que le haré lo mismo otra vez. Pero
al llegar al punto cúlmine acelero en vez de detenerme y le permito estallar
con volcánica fuerza.
- ¡Gracias, gracias…! –grita
con los dientes apretados mientras se corre intensamente y jadea agonizante,
tan sexy, tan deseable por todos los poros.
¡Mierda, mis músculos internos
palpitan deseando entrar en acción! Veo el alivio que lo recorre como un
bálsamo cuando por fin acaba; su erección desaparece, todo su cuerpo le pide el
relajante descanso y cierra los ojos, sumido en ese exquisito sopor que si alguien
osara interrumpirme se arrepentiría por el resto de su vida.
Pero yo sí puedo hacer lo que
me plazca con mi esclavo, así que empiezo a masturbarlo de nuevo con despiadada
intensidad… Víctor da un brinco sacudiendo las cadenas y me lanza una mirada de
abismado desconcierto… Le sonrío perversa mientras le aprieto esa zona en la
punta, que sé de sobra se vuelve ultra sensible en los hombres tras acabar. Se
estremece espasmódicamente dando desesperados brincos en un inútil intento por
escapar de mi implacable mano.
- ¿No querías que te dejase
acabar? –le pregunto disimulando la intensa excitación que me provoca
angustiarlo de esta manera-. Pues ahora voy a hacer que te corras una y otra
vez para mí, cuántas veces yo quiera.
Víctor me responde con ahogados
gemidos, a estas alturas ya hay un cortocircuito en su cerebro y es incapaz de
articular ni una palabra. Echa atrás la cabeza con evidente desesperación, sin
duda no lo está pasando nada bien pero aún así su virilidad responde a pesar
suyo y con asombrosa rapidez vuelve a correrse. ¡Vaya semental que resultó ser mi
potro árabe!
Mientras acaba no interrumpo la
experta labor de mi mano, sigo exigiéndole sin darle ni un segundo de respiro…
Ya no puede jadear más rápido,
sus piernas se sacuden presa de intensos estertores, está empapado entero como
un gladiador saliendo de la arena…
- Vamos, Víctor –le susurro sobre
los labios-, dame otro estallido de tu vida… déjame oír como gimes cuando se te
escapa el alma, si es que la tienes porque las criaturas masculinas como tú,
por lo general están vacías por dentro…
De nuevo está a punto de
acabar, ¡mierda, es una máquina! Gime con fuerza, dolorosamente, aprieta los
dientes, gruñe profundo desde la garganta aferrando los dedos a las cadenas
hasta ponérselos blancos, y su volcán logra una nueva erupción que le arranca
el aliento en un reprimido grito mientras se retuerce en sus ataduras, intentando
huir de mi mano ¡que sigue exigiéndole!
Me mira desesperado pero su
voluntad ya está anulada, lo sé porque ya ni siquiera intenta rogarme que pare,
se ha rendido a mí…
¿Ahora sí ya me odias? Le
pregunto en mi interior. Para asegurarme le exijo una cuarta y para mi asombro
rinde hasta una quinta vez. No le tengo piedad, ningún hombre la merece…
Termina por quinta vez empapado
en sudor de la cabeza a los pies, apenas suelta unas gotas, y tras mi largo e
intenso tratamiento su cabeza cae casi desmayada sobre su pecho… Por allí en algún
rincón olvidado de mi conciencia recuerdo que él no ha comido casi nada en todo
el día, así que por fin lo dejo en paz.
Me visto el batín y voy hacia
el control de la pared para bajarlo. En cuanto las cadenas se lo permiten cae
de rodillas, agotado.
- Me gustaría seguir
divirtiéndome contigo –le digo mientras camino de regreso frente a él-, hacerte
probar algunos azotes de mi colección, pero ya es muy tarde y mañana tengo una
reunión muy importante en Santiago, así que lo dejaremos para después. Yo ahora
me voy a dormir a mi cómoda cama, pero tú no tendrás la misma suerte.
Tras liberarlo de los grilletes
le ordeno seguirme. Le cuesta un poco ponerse de pie, debe tener las piernas
dormidas pero no protesta ni se queja en lo más mínimo, eso me gusta mucho, los
otros tipos siempre me daban la lata de tan maricas ¡quejosos y gritones! Y eso
que supuestamente a ellos les gustaba que les diera duro.
Mi potro en cambio es bien
hombre para sus cosas, se levanta sin un quejido y me sigue hasta las jaulas. Entre
la colgante y la del suelo me decido por esta última que es la más pequeña e
incómoda.
Víctor aguarda en silencio,
restregándose las enrojecidas muñecas que no alcanzaron a herírsele. Abro la
jaula y le ordeno:
- Entra aquí.
Me mira sobresaltado pero de
inmediato se corrige rindiéndose a mi voluntad; veo que ya le quedó claro mi
dominio y no quiere arriesgarse a que le imponga otro castigo épico del tipo
negar y exigir.
Tiene que agacharse y doblarse
como un contorsionista para poder entrar y acomodarse dentro, sentado con las
rodillas apretadas contra el pecho y la cabeza inclinada, para no chocar con el
bajísimo techo, los barrotes le quedan casi como un traje. Cierro la puerta y le
pongo el abultado candado.
- Pasarás aquí la noche –le
informo como si aún no se hubiese dado cuenta-. Espero que ahora tengas claro
que nuestra relación es sólo de trabajo; no quiero ni me interesa tu amistad ni
conocerte mejor ni nada por el estilo. Más que mi empleado eres mi esclavo, y
más que tu jefa yo soy tu dueña. ¿Te queda claro?
- Sí, mi dueña… -su voz suena
con un ligero matiz de desaliento, o quizás es sólo que le cuesta respirar
dentro de su apretadísima celda.
Tal vez estoy siendo muy dura
con él… ¡No! Sonrío para mí misma, en realidad me estoy divirtiendo más que
nunca.
- Por si se te ocurre ponerte a
gritar –continúo diciéndole-, no sacas nada porque el salón es a prueba de
ruidos. Aprovecha esta noche para reflexionar sobre lo que te he dicho; no te
confundas, ni esperes más que una relación de trabajo. Quédate en tu lugar de
esclavo y no habrá problemas. Que duermas bien, buenas noches –ironizo porque
eso es imposible dentro de la jaula, y le doy la espalda para marcharme.
- Gracias, mi dueña, buenas
noches –oigo su respuesta tras de mí y me sorprende la sinceridad que descubro
en su voz.
Es tonto si no se dio cuenta de
la ironía en mis deseos de buenas noches. Me vuelvo a mirarlo intrigada y
agrega escondiendo una bella sonrisa, pues no se atreve o la jaula no lo deja
mirarme hacia arriba:
- Que descanses bien, mi dueña
¿Todavía tiene ganas de sonreír
después de todo lo que le hice? Eso me saca de dudas, ¡definitivamente este
tipo es un jodido indesanimable[3]!
Tendré que esmerarme más para encontrar
su punto débil y poder opacar esa fastidiosa lucecita de eterna alegría que
vislumbro en sus ojos, y que le molesta al oscuro monstruo que habita en los
recónditos abismos de mi alma.
Lo miro allí encogido en su
incómoda jaula, sin protestar y más encima dándome las buenas noches con una
sonrisa… ¡Qué tipo más raro! Niego con la cabeza y me voy dejándolo por
imposible, de momento.
Al llegar a la pared de las
máscaras abro la puerta secreta escondida en la acolchada pared burdeo, y salgo
de mi mazmorra por la escalera de caracol que conduce directo a mi dormitorio.
Tanta acción me abrió un voraz
apetito, voy a comer algo antes de irme a dormir.
Capítulo 9
Febrero 5, 2014.
En cuanto desperté deseé no
haberlo hecho. Me duele todo el cuerpo, estoy molido y acalambrado a más no
poder; no sé cómo logré dormir dentro de esta estrecha jaula, aunque después de
lo de anoche habría dormido hasta con un tren pasándome por encima.
Me remuevo buscando un poco de
alivio pero es inútil, los barrotes se me incrustan en la espalda así que mejor
me quedo quieto, tratando de asimilar todo lo que sucedió anoche desde el
momento en que Aurelia apareció como un ser mágico por mi espejo, para
sumergirme en un nuevo mundo de sensaciones y situaciones, que hasta ayer nunca
imaginé que existieran.
Estoy muy confundido, no sé qué
pensar de todo esto y más todavía no sé cómo deba tomarlo, ¿sólo cómo un juego
o como un trabajo en serio? De lo único que estoy seguro es que Aurelia es más
maravillosa de lo que jamás soñé, pero también más dominante y terrible de lo
que ni siquiera imaginé.
Anoche creí estar en el paraíso
cuando me besó de esa manera tan intensa, cuando me permitió contemplar su desnudez
y envolvió nuestros cuerpos como si fuesen uno sólo, para luego estallar en ese
increíblemente desinhibido clímax. ¡Me estremezco de sólo evocar el recuerdo! Estuve
a punto de acabar junto con ella, ¡aunque mi sexo no estuvo invitado a
participar! Y la amé, ¡Alá, la amé más que nunca con todo mi ser!
A pesar de que después se
enfadó sólo porque le pedí que me soltara para amarnos libremente y en castigo jugó
con mi cuerpo, me enloqueció llevándome a límites desconocidos para mí entre el
placer, el dolor y la desesperación. Y lo hizo de manera tan fría como si yo
fuese un objeto sin sentimientos, sin ni una gota de amor o cariño de su parte;
eso me hizo sentir muy mal, pero creo que esa era su idea, dejarme en claro que
yo no soy más que una entretención para ella.
Respiro hondo y le hablo a su
alma por si anda por aquí revoloteando como invisible mariposa mientras ella
duerme, y quizás pueda oírme: A pesar de lo extraño y manipulado que me sentí
anoche, no logro molestarme ni un poco siquiera contigo, Aurelia. Has logrado
apoderarte de mi razón, de mi voluntad, de todo mi ser… ¡Me tienes perdido!
Sonrío interiormente imaginando
que se lo digo de verdad en voz alta y a ella le agrada… pero mi sonrisa se
desintegra como una frágil burbuja porque sé que en realidad se molestaría
mucho conmigo si se lo digo, como cuando abrió los ojos luego de acabar y me
sorprendió mirándola con adoración.
Si me hubieses permitido hablarte,
Aurelia, te habría dicho que lamentaba como un dolor físico el no poder
tocarte, abrazarte, entregarte libremente mis más tiernas caricias, acunar tu
lánguido cuerpo entre mis brazos, besando tu frente y tus ojos muy suavemente
mientras volvías del clímax… Pero tu dorada mirada me lanzó rayos de furia y me
pareció que te arrepentiste de haberte dejado llevar por tu pasión.
Por eso me soltaste esa ácida
lluvia de frases; que no esperara lograr ni siquiera una amistad contigo, que
nuestra relación sería sólo de trabajo… que yo no soy más que tu esclavo.
Me dolieron tus palabras pero
de inmediato pensé que quizás siempre les dabas el mismo discurso a esos tipos
ocasionales de los que me hablaste y eso me animó, porque yo tendré una
oportunidad única que ellos nunca tuvieron, ¡podré estar junto a ti todo un
mes!
Y te juro que aprovecharé cada
segundo para intentar desvelar el misterio que se esconde tras tu bella mirada,
tras esa infranqueable barrera que me corta el paso hacia tu alma y no me
permite ni siquiera adivinar qué es lo que hay verdaderamente en tu corazón.
Maravillosa Aurelia… ¿Quién
eres en realidad? ¿La inflexible ama que disfruta dominando y castigando, o la
apasionada joven que desea amar intensamente?
Anoche las conocí a ambas, pero
por desgracia predominó la implacable ama que casi me enloqueció con su
agotador juego y por último remató encerrándome sin remordimientos en esta diminuta
jaula. Por fortuna no sufro de claustrofobia.
¿Ya habrá amanecido? ¿A qué
hora vendrá a liberarme?
Para distraerme miro la otra jaula larga y angosta que reposa en el
suelo, sujeta por una cadena que asciende hasta una polea instalada a unos diez
metros de altura. Me estremece una oleada de irracional pánico al mirar hacia
arriba, ¡esta absurda fobia que no logro controlar!
Intento respirar hondo y de
pronto me asalta el temor de que a Aurelia se le ocurra encerrarme en esa jaula
colgante… ¿Lo haría después de que le confesé que tengo fobia a la altura? Contengo
la respiración por un segundo, y me da la impresión de que la respuesta es
“sí”. ¡Alá me ampare! Estoy perdidamente enamorado de un ser humano que es muy
capaz de someter sin piedad a otro, a sus peores miedos.
Resoplo con todos mis miembros
tan dormidos que ya hasta oigo sus fuertes ronquidos… O quizás son los salvajes
rugidos de mi estómago, ¡el hambre me
está matando!
Espero que Aurelia venga pronto
a sacarme de aquí y cuando lo haga me comportaré como el mejor esclavo del
mundo. Me resultará fácil porque en realidad mi corazón ya está totalmente
esclavizado a sus pies, aunque me cuesta mucho eso de no mirarla a los ojos y
más todavía guardar silencio, ¡con todas las cosas hermosas que me gustaría decirle!
La mayor tortura que me
infringió anoche fue no permitirme amarla como hubiese querido hacerlo, entregándome
a ella en cuerpo y alma. Como amante, siempre aspiro a elevar a mi pareja a las
cumbres más altas del placer y para lograrlo me entrego por completo; sin prisa
y con tanta pasión como ternura busco su plena satisfacción, porque su satisfacción
es la mía. Por eso me duele y me frustra muchísimo eso de tener que permanecer tan
pasivo, sin interactuar, tan quieto, callado y atado de pies y manos.
Cierro los ojos sumiéndome en la
hermosa fantasía de ambos amándonos desnudos sobre una acogedora y cómplice
cama de mullidos edredones blancos…
El apurado ruido de unos pasos me
vuelve a la realidad, y la veo entrando por una puerta lateral disimulada en la
acolchada pared color burdeo. Es otra puerta secreta y se me ocurre que esta lleva
directo a su dormitorio, porque viene como recién salida de la ducha con el
cabello mojado y envuelta en una luminosa bata de toalla color naranja… ¡Se ve
hermosísima sin maquillaje ni adorno alguno! Me imagino que soy el afortunado
hombre que despierta junto a ella cada mañana en su cama y puede verla así… y me
quedo hipnotizado en este sueño contemplándola aproximándose, hasta que un
resto de raciocinio me advierte a gritos: ¡Baja la mirada!
“El hombre que es todo un hombre, siempre procura la sonrisa de la mujer,
no su enfado”.
Recuerdo el sabio consejo de mi
padre y me propongo no olvidar el contestarle con el “mi dueña”.
Que no se te olvide, ¡eres
esclavo de Aurelia, eres esclavo de Aurelia!, me recalco insistentemente.
Ella llega frente a la jaula y
sin ni una palabra de saludo quita el candado y abre la pequeña puerta.
- Sal de ahí, bonito –me ordena
como si llamara a su cachorro.
Vaya… resoplo interiormente,
¡esto será todo un desafío! Aurelia está hoy en una faceta distinta; justo ahora
no parece molesta ni apasionada sino tan sólo indiferente, como si tuviese mil
cosas en la cabeza mucho más importantes que yo. Creo que soy lo último en su
lista de relevancia para hoy… La idea me hace sonreír nostálgico por dentro
mientras lucho por espabilar mis piernas para conseguir quitarme de encima esta
jaula.
- Rápido que no tengo todo el
día –reafirma Aurelia mi idea, ocultando un amplio bostezo con su mano y luego
agrega-. Ve a tu habitación, dúchate, vístete y preséntate en mi estudio.
Tienes diez minutos.
- Sí, mi dueña –le contesto cuando
ya se marcha hacia la puerta secreta.
Al fin logro sacar las piernas
por la pequeña puerta cuadrada. Vamos despierten, ¡sólo tengo diez minutos!
أعشقك
Camino rápidamente por el
pasillo acomodando el botón de mi formal traje verde Nilo. Ya he decidido que
tomaré esto como un juego, le seguiré la corriente en todos sus gustos; este
enfoque me deja más tranquilo. Mi pelo todavía está húmedo cuando toco a la
puerta del estudio.
- ¡Pasa! –percibo un tono
molesto en esa voz. ¡Oh, oh!
Entro y me quedo de pie frente
al escritorio. Ya sé que no le gusta que la mire a los ojos, pero su hermosura
me atrapa e irremediablemente termino mirándola.
El breve peto sin mangas de vaporoso encaje blanco entalla su
preciosa figura y deja traslucir su audaz sujetador amarillo oro. No sé si
lleva pantalón o falda, porque el escritorio no me permite verlo.
- ¿Tienes algún déficit de
atención o problema de memoria, Víctor? –me fustigan súbitamente sus palabras,
sacándome de golpe de mi estado contemplativo
¿Qué quiere decir con eso? ¡Por
supuesto! Se refiere a la forma en que debo saludarla al estar a solas.
- Perdón, mi dueña –me
arrodillo deprisa poniendo las manos atrás, con la cabeza gacha. Ahora no puedo
ver más que el escritorio ante mí pero oigo claramente su voz.
- Si te digo que te presentes
en mi estudio, entra sin tocar la puerta y si vienes sin ser llamado toca despacio,
no hagas un maldito escándalo como ahora.
¿Escándalo…? Pero si apenas
toqué la madera con los nudillos.
- Te pido perdón, mi dueña, no
volverá a pesar –me disculpo rápidamente lamentando haberla enfadado.
Soy un fracaso procurando su
sonrisa, papá. Gimo por dentro, pero ahora que lo pienso nunca la he visto sonreír
de manera natural, sin burla, desprecio o ironía. Quizás a los demás sí les
muestre su sonrisa de auténtica felicidad, pero parece que no le interesa
desperdiciarla con su esclavo. Ese pensamiento me entristece.
- Bien, puedes ponerte de pie
–me autoriza y luego de observarme un segundo exclama-. ¡Diablos, tienes un
aspecto atroz! Las ojeras te llegan hasta el suelo, ¿acaso no dormiste bien?
–me pregunta con tanta naturalidad como si no supiera nada de la jaula.
Al menos ya no está enojada;
prefiero verla de buen humor aunque sea con las ironías que me lanza.
- Dormí muy bien, mi dueña,
gracias –le respondo con una amplia sonrisa; la dignidad ante todo.
La oigo soltar unas sonoras
carcajadas. Lamento no poder verla.
- Tienes sentido del humor,
Víctor, eso me agrada. Está haciendo mucho calor estos días, así que no tienes
que venir vestido tan formal. Con una camiseta de piqué y unos bermudas de lino
estarás bien; mientras menos ropa traigas puesta, más rápido podré desnudarte. Ve
a cambiarte.
¡Desnudarme! Sus palabras me
electrizan, y me quedo dudando.
- ¿Qué pasa, por qué estás aquí
todavía? Te di una orden… -su voz amenaza con evolucionar hacia la ira.
- Disculpa, mi dueña… es que no
tengo ese tipo de ropa.
- ¿Y cómo te vistes cuándo no
estás trabajando?
- Con jeans y camisetas sin
cuello.
Me mira como a un bicho raro.
Hasta creo que la ofendí…
- Siendo así –continúa
Aurelia-, entonces sólo quítate la chaqueta y la corbata. Luego arreglaremos lo
de tu ropa.
- Sí, mi dueña -¿cómo arreglará
lo de mi ropa? Me quedo en camisa y sigo allí de pie. Mi primer día de
esclavitud se parece a otros “primeros días” de trabajos normales, en los que
estás ahí de pie, inseguro, sin saber qué hacer exactamente.
Aurelia llama por el intercomunicador:
- Rott, envía el desayuno de
Víctor.
¡Desayuno! Qué palabra tan
gloriosa; mi estómago ruge tan fuerte que temo que Aurelia lo oiga.
Justo en ese momento entra por
el ventanal la gata tricolor y atrapa toda la atención de Aurelia.
- Hola Caty, mi niña preciosa –la
gata salta con elegancia sobre el escritorio y se deja acariciar por Aurelia.
Se encorva y cae de costado,
volteándose sobre unos papeles. Oigo su fuerte ronroneo de gata gigante, que me
recuerda a la raza Maine Coon, esos
gatos que llegan a pesar diez kilos.
Aurelia la mira como si no
existiese nada más a su alrededor, y veo transformarse maravillosamente su
semblante; su rostro se ilumina con una paz y una dicha profundas, sus ojos se
llenan de amor y sonríe con esa sonrisa realmente feliz que yo había extrañado ver
en ella, justo hasta ahora…
¡Por Alá Bendito!, su belleza
se transforma en algo sobrehumano, ¡contemplo a un ser angelical! Estoy seguro
de que esta es su verdadera esencia, ¡estoy viendo su alma!
Mientras la observo en silencio,
pienso en que Rott tenía razón; ella ama a sus gatas más que a los seres humanos,
que al parecer no somos capaces de conectarnos con ella de esta manera tan
bella y absoluta. Me duele darme cuenta de aquello y considero que sería el ser
más dichoso del universo, si algún día sus ojos me mirasen al menos con una gota
del sincero amor con que miran a su gata.
La puerta se abre de pronto sin
que llamaran antes destrozando el mágico momento. La transfiguración de Aurelia
se desvanece, la dureza vuelve a su mirada al clavarse en Codo, que trae la
bandeja con mi desayuno.
- Permiso, señora Aurelia,
buenos días, señor Garib –dice Codo dedicándome una sonrisa amistosa.
- Déjala en la mesa –Aurelia le
indica la mesita alta con dos sillas frente al balcón con vista al mar.
- Sí, señora –se encamina hacia
allá Codo.
En ese momento entra desde el
balcón una gata bicolor que yo no había visto antes. Su corto pelaje es más
blanco que negro y su pequeña figura rechonchita[4], de
patas un poco más cortas de lo normal se mueve con firme resolución adueñándose
de todo el espacio, y de un ágil salto se sube a la mesa ganándosela a Codo.
El chico se paralizó y supuse
que esa pequeña gata de aspecto algo arrogante sería Salomé, la corta cabezas,
como la llamó él mismo.
Aurelia hablaba por teléfono
con alguien y al terminar miró a Codo.
- ¿Todavía estás aquí? Te dije
que dejaras la bandeja en la mesa.
- Disculpe, señora… es que la
gatita… -se disculpa él muy afligido-, tan bonita la gatita… -la señala sonriendo
nervioso, mientras Salomé se enseñorea de la mesa azotando la cola y mirándolo desafiante.
- Salomé, ven aquí mi niñita –la
llama Aurelia. La dulzura en su voz me suena cautivante.
Por primera vez en mi vida veo
a un gato acudir a un llamado. Salomé baja de un salto, corre, se sube al
escritorio y le lanza un amenazante bufido a Catalina, quién se aleja un poco
sin aceptar provocaciones.
Codo se apura en dejar la
bandeja y salir huyendo del estudio. Yo muero de ganas por ir a asaltar mi
desayuno, ¡jamás me he sentido tan hambriento como ahora!
- Puedes ir a desayunar –me
autoriza al fin Aurelia, condescendiente.
- Gracias –trato de no correr
desesperado, me siento y al destapar la plateada bandeja casi me da un colapso;
hay sólo una taza de té negro y dos rebanadas de pan de molde tostado sin nada
encima. ¿Será una broma?
- ¿Hay algún problema con tu
desayuno? –me interroga Aurelia desde su escritorio con la barbilla apoyada en
las manos-. Si no te gusta puedes quedarte en ayunas hasta el almuerzo…
¡Hasta el almuerzo, no, eso no!
- No, ¡no hay ningún problema!
–le respondo sentándome deprisa-, me gusta mucho está excelente, ¡me fascinan
las tostadas desnudas!
Aurelia esboza una sonrisa de
superioridad como si hubiese acertado a adivinar mi respuesta. Me siento transparente
ante sus intensos ojos.
- Entonces sírvete –me señala
Aurelia la bandeja, todavía con expresión divertida.
- Gracias –comienzo a comer
tratando de no terminar en dos segundos.
Aurelia se dedicó a trabajar en
el ordenador, mientras sus gatas se paseaban por el escritorio; Catalina se
recostó sobre la impresora, y Salomé en el borde del respaldo de su sillón.
Terminé en pocos minutos a
pesar de mi esfuerzo por hacer durar mi escuálido desayuno, que me dejó tan
hambriento, como antes. Respiré hondo el aire marino que entraba por el
ventanal y traté de olvidar el vacío en mi estómago mirando el extenso mar azul
que se extendía lejano hasta el horizonte.
- Ven aquí, Víctor –me
sobresalta el súbito llamado de Aurelia.
Al volverme veo que ahora está
de pie apoyada delante de su escritorio. Viste una blanca minifalda muy ceñida…
algo me hace sospechar que no trae ropa interior… quizás porque nada se marca
bajo esa pequeña prenda que parece pintada sobre su piel.
Me apuro en ir a su encuentro.
- Tienes un cuerpo muy hermoso
–me dice-, como una escultura griega digna de admirarse en un museo… -su voz transmite
sensualidad a mares y mis hormonas arman una revolución tipo francesa. Aurelia
continúa-. Y como esta escultura me pertenece quiero verla sin restricciones,
desnúdate.
¿Qué… aquí, dónde cualquiera
entra sin tocar la puerta? No puedo evitar mirarla muy sorprendido.
- Te di una orden –insiste
ella-. Voy a tener que trabajar duro esta noche en tu disciplina. ¿Sabes cómo
se define la disciplina en un esclavo? –niego con la cabeza, abrumado-. Es “hacer
lo que tu ama quiere que hagas, aunque tú no quieras hacerlo”.
- No es que no quiera hacerlo… -replico
guardándome el resto de lo que pienso; creí que dejaríamos los juegos para la
noche, pero veo que no será así.
- ¿Me vas a hacer repetirte la
orden? –la voz de Aurelia suena cada vez más severa, a punto de perder la
paciencia.
- Perdón… -me desvisto deprisa,
deseando que nadie entre… ¡eso sería muy embarazoso!
Dejo mi ropa sobre una silla y espero.
¿Ahora qué? Recuerdo aquella tortura de los orgasmos interrumpidos de anoche, ¡eso
de nuevo no, por favor!
Aurelia se me acerca como una
leona a su presa y sus manos se apoderan de mis pezones… El sólo roce de sus
dedos me los endurece al instante, eso la hace reír.
- ¡Muy receptivo! –exclama
entre risas-. Estuve pensando que anoche te concedí demasiadas libertades.
¿Cuáles serían? ¡No me di
cuenta!
De pronto me tira y aprieta los
pezones, el dolor es intenso y a la vez extrañamente placentero, ¡suelto un ligero
gemido!
- Como eso, ¿ves? –me señala
Aurelia muy didáctica-. Debes permanecer en silencio sin hacer la más mínima demostración-.
Vamos de nuevo hasta que aprendas –me aprieta y tira más fuerte que antes.
Doy un respingo pero al menos
logro mantener la boca cerrada.
- Así está mejor, pero todavía
te mueves mucho, ¡otra vez!
¡Oh, por Alá! Eso me provoca un
dolor mezclado con intensa excitación. Siento el efecto caer como un rayo hasta
mi entrepierna, mi pelvis quiere danzar para acomodar mi creciente erección,
pero me reprimo al máximo.
- Bien, ya estás aprendiendo
–al fin consigo complacerla-. Ahora ven –toma mi erecto miembro como si fuese
un timón de barco y parto tras ella sintiendo menoscabada mi varonil dignidad,
¡pero soy su esclavo! me lo recuerdo.
Me hace sentar en un taburete
de madera sin respaldo, frente a un sencillo escritorio con un ordenador de
pantalla led. El sol del ventanal que mira hacia la marina de yates da sobre el
asiento y la superficie me quema las nalgas al sentarme. Ella enciende un iPod,
me ajusta los auriculares y oigo su voz grabada dictando una de sus novelas eróticas.
- Empieza a escribir, quiero
tus dedos moviéndose sobre el teclado sin parar ni apartarse de allí –me ordena
mientras se sienta en una silla detrás de mí, tan cerca como si fuésemos en una
motocicleta.
¡Otra vez la tortura de sentir
su cuerpo pegado al mío sin poder tocarla! El deseo me recorre eléctricamente la
espina dorsal y termina en el ligero temblor de mis manos al comenzar la
transcripción. Al mismo tiempo, sus brazos me rodean por detrás y me aprieta
contra ella, sus manos van bajando desde mi pecho lentas, quemantes, hasta
llegar a acariciar muy posesivamente mis abdominales recorriéndolos a su
antojo... Entreabro los labios percibiendo las intensas reacciones que se
disparan por todo mi cuerpo hasta llegar a mi mente que se nubla de excitación,
las letras saltan confusas en la pantalla y su voz se oye tan sensual dentro de
mis oídos, describiendo una erótica escena:
“Sentada tras él, la Dómina lo
abraza y le araña el pecho lento y duro desde los hombros hasta las caderas,
dejándole rojas estelas en la piel a su paso…”
Como si lo estuviera oyendo, Aurelia
me hace lo mismo, ¡recrea la escena que me hace escuchar!
El pecho me arde bajo el
arrastre de sus uñas que no me hieren pero sí me dejan enrojecidas marcas… ¡Es
un dolor tan excitante como desconocido para mí! Me inunda de sensaciones que muy
en el fondo me hacen sentir culpable por excitarme ante el dolor, algo que yo
no creía o no sabía que me podía suceder… El corazón ya me está latiendo a mil
y mi pecho se agita cada vez más rápido, mientras sus uñas me arañan de regreso
hacia arriba…
¡No puedo seguir escribiendo las manos me
tiemblan, la mente no me responde!
- ¡No te detengas! –me ordena
mi implacable dueña.
Intento seguir tecleando con
los ojos entornados agradeciendo mis conocimientos de dactilografía, y la voz
grabada de Aurelia comienza a describir nuevas caricias que la Aurelia real sigue
recreando físicamente en mi cuerpo desnudo.
Sus manos bajan a mis muslos,
los acarician por fuera hasta la mitad luego se meten autoritarias en medio y me
separan imperiosamente las piernas dejándomelas muy abierta hacia los lados.
Ahora sus dedos comienzan a recorrer el interior de mis muslos con exasperante
lentitud, subiendo milímetro a milímetro en dirección a mi sexo...
¡La expectación me corta el
aliento! No tenía idea de que esta zona de mi cuerpo fuese tan sensible…
Infinitamente más, a medida que se aproxima a mi entrepierna… Disimulo mis
jadeos, está a punto de llegar a mi sexo pero de pronto se desvía hacia las
caderas y sus manos suben abrasadoras, quemando mis costados de regreso hasta
mis pezones. Los atrapa entre sus dedos pulgar e índice y me los frota lentamente…
¡Ah… eso me hace temblar por dentro! Siento que mis piernas se derriten, mi
mente se diluye, mis manos ya no saben dactilografía se paralizan sobre el
teclado… Mi sexo comienza a palpitar y se me dispara una intensa erección.
Aurelia me quita los auriculares
y los arroja sobre el escritorio para susurrarme al oído, mientras sigue
jugando con mis pezones:
- Pero mira cómo saltó mi
potrito, eres demasiado fácil de excitar, como un putito[5]
barato –me critica con hiriente burla.
Resiento el insulto porque yo
no soy siempre así, pero guardo en silencio la verdadera razón; si tu sola
mirada me enciende ¡imagínate el efecto de tu devastador contacto sobre mí! Pero
por favor, no creas que soy así con todas, sólo contigo porque te deseo
desesperadamente, porque te amo, Aurelia, ¡te amo!
- Me divertiré a mares contigo enseñándote a
contenerte, para que tu sexo esté siempre listo a servir a mis caprichos
–continúa Aurelia y me habla tan dentro del oído que sus “s” suaves y siseantes
me provocaron exquisitos escalofríos-. Ahora voy a excitarte hasta que estés a
punto de correrte… -me avisa y su lengua arremete desenfrenadamente al interior
de mi oreja.
Siento su intrusa humedad entrando
como si quisiese llegar hasta mi cerebro, mi cuerpo lanza ramalazos de intenso
deseo como una máquina que responde a cada preciso botón que se le presiona,
¡no sabía que mis orejas fuesen tan erógenas! Me estremezco ladeando un poco la
cabeza pero sin darme tregua sus labios succionan mi lóbulo y sus dientes lo muerden
al mismo tiempo que sus dedos me aprietan con rudeza ambos pezones… ¡Ah por
favor, qué es esto! El placer proveniente de ambos puntos crece como una bomba
en mi interior y mi respuesta es instantánea… mi endurecido miembro está a
punto de estallar… Comienzo a convulsionar sobre el taburete con Aurelia
apagada a mi espalda rodeándome con sus brazos, sus manos presionan cada vez
más duro mis pezones hasta que adivina el segundo exacto justo antes de mi clímax
y suelta mi oreja al mismo tiempo que mete su mano entre mis piernas, y con la
punta de los dedos me presiona con rápida fuerza justo en el perineo[6]. ¡Doy
un respingo hasta el techo!
- ¡Quieto! –me ordena Aurelia y
me sujeta desde atrás sin dejar de ejercerme esa incómoda presión con los
dedos.
Se me corta el aliento y mi
erección desaparece como por encanto junto con mi orgasmo, pierdo toda la magia
del momento a causa de la extraña incomodidad que sus dedos me provocan en esa
zona tan íntima. Su firme y constante presión desvanece mi sensación de estar a
punto de eyacular. ¿Qué me hizo? Me siento muy abrumado…
- ¡Respira te estás poniendo
morado! –Aurelia me sacude por los hombros y reacciono aspirando una honda
bocanada de aire-. Así está mejor –pronuncia satisfecha y retira al fin sus
dedos de mi perineo-. Lo que acabo de hacer es cortar el flujo de tu semen para
evitar que eyacularas, porque tú todavía no sabes hacerlo por ti mismo, pero ya
te iré enseñando. Primero quiero que aprendas a excitarte sólo con mi permiso
así que pon atención; cada vez que yo chasquee los dedos, quiero que tu sexo
salte erecto y como de acero…
- ¿Qué? –pregunto muy
desconcertado. ¡Alá, esto es lo más extraño que me han dicho en mi vida!-.
Disculpa pero es que no poseo semejante control sobre mi cuerpo -intento
explicarle. ¿Algún hombre lo tendrá?
- Si no quieres que te castigue
muy severamente –me advierte arañando despacio mis pectorales-, vas a aprender
muy rápido a tener esa clase de control sobre tu cuerpo. Yo voy a hacer que lo
tengas.
Me toma del cabello, me echa
atrás la cabeza y comienza a mordisquear mi cuello desde la base hacia arriba,
hasta llegar a mi manzana de Adán que sobresale mucho en esa forzada posición…
la atrapa entre sus húmedos y cálidos labios hasta absorberla entera dentro de
su boca, y comienza a succionarla lentamente.
¡Ah… por favor ten compasión!
Suplico en silencio estremecido hasta los huesos, ¡me enciendes terminales nerviosas
que ni siquiera sabía que tenía!
Mientras continúa su exquisita
tortura en mi nuez, su mano libre se va a mi entrepierna, sus finos y
estilizados dedos se enrollaron en la punta de mi miembro y su pulgar comienza
una experta y sensual caricia en la sensitiva zona del frenillo… Jamás había
experimentado una sensación de placer tan súbita e intensa como en este preciso
momento… ¡Aurelia, me estás haciendo descubrir todo un mundo nuevo en mi propio
cuerpo! Hasta parece que lo conoces mucho mejor que yo.
La sangre fluye a raudales a
dónde debe y de pronto Aurelia suelta mi sexo y chasquea los dedos, y a pesar
de que detuvo la estimulación para hacerlo, mi excitación ya no puede frenar y
mi erección es más rápida y portentosa que la anterior.
- Muy bien –me susurra Aurelia
en la oreja, mientras allá abajo sus dedos juegan a caminar muy sexys sobre mi erecto
miembro como si fuese una pasarela de modelos.
Al llegar a la punta saltan
abajo como de un trampolín a una piscina y de inmediato vuelvo a sentir esa
fuerte e incómoda presión de sus dedos en aquella zona mía tan privada, tan
íntima… siento que enrojezco de vergüenza mientras otra vez mi erección se
desvanece. Me remuevo muy incómodo…
- Quédate quieto –me ordena dándome
un tirón de cabello que me echa un poco más atrás la cabeza.
Me paralizo hasta que al fin me
retira de allí los dedos. De inmediato me gira la cabeza hacia ella y susurra
una orden sobre mis labios:
- ¡Saca tu lengua, dámela!
En cuanto lo hago su ardiente
boca la atrapa y me la succiona desenfrenadamente, muy rápido y duro, ¡todo mi
cuerpo tiembla de placer! El éxtasis corre a raudales por mis venas detonando
en mi ingle y me retuerzo en el asiento hasta que súbitamente me muerde justo
en la punta de la lengua y al mismo tiempo chasquea los dedos… ¡Mi erección
salta como un potro salvaje!
Al notarlo Aurelia me suelta la
lengua y me susurra al oído:
- Vas bien, Víctor… pero ahora
vamos a grabar a fuego en ti, esa reacción que yo deseo –creo entender que me está
programando una especie de reacción refleja.
Se aparta un poco de mí e
inclinándose adelante abre un cajón del escritorio y saca un guante de silicona.
Lo ajusta a su mano derecha y acerca su dedo índice a mi boca.
¿Y ahora qué? Esto se pone cada
vez más extraño, pienso mientras el corazón todavía no se me calma de la
experiencia anterior.
- Abre la boca… –me indica y al
hacerlo me introduce su enguantado dedo.
Percibo el amargo gusto a goma
mientras su dedo se mueve por dentro de mi boca.
- Humedécelo muy bien, te
conviene… -me dice con tono que me suena a advertencia.
Al fin me saca el dedo de la
boca y sigue con sus instrucciones:
- Ahora abre más las piernas y
reclínate un poco hacia atrás –Aurelia juega a su antojo con mi cuerpo desnudo,
tirándome del cabello hasta recostar mi espalda sobre su pecho, con una leve
inclinación como en los asientos de los buses interurbanos.
Su mano se va a mi frente y me
sujeta mirando fijo al techo de manera que no logro ver lo que hace con su mano
enguantada… El humedecido dedo roza mi
perineo ¿otra vez…? No, ahora es distinto sigue avanzando hacia atrás… ¡el
corazón me retumba en los oídos!
- ¿Qué vas a…? –intento
preguntarle.
Pero la mano que me tiene en la
frente baja veloz a mi boca y la cubre para callarme.
- Silencio, esclavo –remarca esa palabra que me
paraliza al recordarme el arbitrario contrato en el que me vendí a ella sin
condiciones.
Mi pecho se agita muy acelerado,
toda mi atención se centra en ese punto tan íntimo, tan expuesto… hasta que de pronto
siento que me introduce el dedo índice enguantado por el ano. ¡Doy un fuerte respingo
sintiéndome violentado! Y en una reacción instintiva trato de cerrar las
piernas.
- ¡Quieto o te voy a atar! –me
espeta Aurelia y aún antes de que yo logre asimilar esa incómoda intrusión, presiona
un punto preciso en mi interior que me provoca unos instantáneos y espasmódicos
pálpitos.
La abrumadora sensación me deja
sin aliento y de inmediato ella me presiona un poco más arriba y más adentro al
mismo tiempo que me suelta la boca para chasquear los dedos.
Suelto un gruñido retorciéndome
de placer con una nueva y aparatosa erección. ¡Por todos los cielos qué es esto!
Siento venir el torrente como un poderoso río blanco… ¡Ahora sí que voy a
acabar como un volcán! ¿Y sin haber tocado siquiera mi miembro?
Ese pensamiento no alcanza a
terminar en mi cerebro, cuando súbitamente Aurelia vuelve a presionar con
fuerza mi perineo, ¡y todo muere frustrado por sus expertas manos!
Jadeo sintiéndome humillado y
agotado emocionalmente. ¡¿Qué haces con mi cuerpo, Aurelia?! ¡En realidad ya
parece más tuyo que mío!
Mi respiración y mi corazón están
a mil, pero no me da ni un segundo de tregua; chasquea los dedos de nuevo, y
vuelve a accionar aquel punto en mi interior con su dedo enguantado, ¡quiero
salir corriendo pero el deseo me enloquece, mi cuerpo responde a pesar mío
sumido en estratosféricas oleadas de excitación! Mi erección salta al chasquido
de sus dedos, Aurelia la derriba tan fácil como la provoca y repite su
vejatorio entrenamiento una, dos, tres veces más… ¡y mi cuerpo responde automáticamente una y otra vez!
¡Aurelia, ten piedad! Este
juego de encenderme y apagarme es agotador… El calor ambiente sumado a mi
volcán interno ya me asfixia, el corazón me bombea forzado y estoy bañado en sudor
de la cabeza a los pies.
Como en otra dimensión, oigo un
nuevo chasquido de sus dedos y mi erección salta obediente como un perro amaestrado…
sólo segundos después me doy cuenta de que esta vez no ha tocado mi punto “G”…
¡Aurelia logró imponerme la reacción refleja que quería!
- Eso es, muy bien –se detiene
al fin, satisfecha y se levanta alejándose de mí.
Me quedo flácido y
desarticulado sobre el taburete, intentando mantenerme sentado, recobrar el
aliento.
- Ahora –me habla Aurelia dirigiéndose hacia
la puerta-, quédate desnudo y termina de transcribir esa grabación, la quiero
lista para cuando regrese o te ganarás un duro castigo.
En cuanto se fue, me dejé caer
desplomado en la mullida alfombra. La fibra sintética le molestó a mi desnudez;
toda mi piel estaba convertida en una gigantesca terminal nerviosa ultra
sensible al menor contacto… Me levanté despacio, me sentía apaleado,
atropellado por un tren… ¿Dónde aprendió a hacer todas estas cosas? Conocía mi
cuerpo mejor que yo mismo, al punto que podía hacer lo que quisiera con él,
incluso amaestrar mis erecciones utilizando ese mítico punto “G”, del que yo había
oído hablar, pero que en circunstancias normales jamás me hubiese atrevido a
probar.
Leí en un artículo que debía
existir mucha confianza en la pareja para intentarlo; debían conversar y
ponerse de acuerdo, luego la mujer debía introducir su dedo con delicadeza… Aurelia
en cambio lo hizo de golpe, ¡sin preguntarme siquiera! Mientras más lo pienso,
más avergonzado me siento, ¡mis padres me repudiarían por esto! Perdónenme por
favor, ¡lo hago por Mine! Será sólo un mes, luego transformaré esos veinte
millones en una fortuna invirtiendo en la bolsa, ¡ustedes saben que eso se me
da muy bien! Les juro que recuperaré nuestra casa y velaré toda mi vida por el
bienestar de Mine. Pero por favor no me juzguen mal por esto que estoy
haciendo.
Respiré hondo y decidí dejar de
pensar. No saco nada con seguir dándole vueltas al asunto. Si acepté ese
contrato debo asumir las consecuencias. Además, no me siento menos hombre, al
contrario ¡jamás tuve tantas intensas erecciones tan seguidas! No creo que ser
estimulado de esa forma por una mujer me vaya a quitar lo heterosexual… Lo que
en realidad me hizo sentir vejado fue el hecho de que no me pidiera mi opinión,
aunque supongo que mi opinión no le interesa en lo más mínimo a Aurelia.
Me acomodé en el taburete, retrocedí
el audio al principio y comencé a transcribir. Mis dedos se movían rápidos y mecánicos
copiando ese capítulo de la novela erótica de Aurelia; qué apropiado trabajar
en esto totalmente desnudo…
Me sumergí en mi trabajo, dejé
pasar el tiempo intentando olvidar que mi cuerpo ya no me pertenecía y que hoy
era apenas el primero de muchos días en que sería utilizado como un juguete por
mi dueña.
Tras un par de horas el hambre
ya me estaba causando problemas para concentrarme en lo que hacía, y también me
atormentaba una sed sofocante. Ya era medio día y hacía mucho calor, miré en
torno y vi una jarra con agua y vasos en una mesita de arrimo.
Fui a beber un poco, me sentía
raro caminando desnudo por ese estudio de aspecto tan formal… En la mazmorra de
Aurelia estaría bien, pero aquí me siento fuera de contexto. La gata Catalina está
sentada sobre el escritorio de Aurelia y me mira pasar con cierto reproche en
sus almendrados ojos color ámbar.
- Lo siento, Caty, tu mamá me
ordenó trabajar desnudo –me disculpé al pasar frente a ella.
Me bebí casi toda la jarra y al
volver al ordenador me encontré con Salomé, recostada cómodamente sobre mi teclado.
Oh, oh… estoy en problemas con
la corta cabezas.
Me senté en mi austero taburete
sin respaldo… Salomé no me pierde de vista con su desconfiada mirada de águila.
Pensé que saltaría abajo con mi cercanía, pero en vez de eso me lanza un
amenazante y ronco gruñido.
- Salomé, por favor déjame
seguir con mi trabajo -le pido gentilmente-. Si no lo termino, tu mamá me
castigará cuando vuelva.
Salomé mueve la cola molesta,
creo que es su forma de decirme que eso le interesa un pepino. Sus agudos ojos me
transmiten un claro mensaje: ¡Déjame en paz!
Recurro a otra táctica; hago
una bola de papel se la muestro y la lanzo por el aire.
- ¡Mira, Salomé, que bonito ve
a jugar! –no se mueve del teclado.
En cambio Caty corre feliz a
atraparla. Esa gatita fue gentil conmigo desde el principio.
Respiro hondo y tomo un lápiz
para moverlo tentadoramente sobre mi escritorio, tratando de llamar la atención
de Salomé:
- Mira… ¡anda, atrápalo! –lo
agito un poco más cerca de ella para llamar su atención.
Pero Salomé lo toma mal, se
incorpora de golpe con las orejas echadas atrás y con un fuerte siseo me lanza
un rápido y certero arañazo a la mano. Justo en ese preciso instante regresa
Aurelia.
- ¡Qué demonios le haces a mi
niña! –truena acercándose con ojos llameantes.
- Nada te lo juro, ella me
arañó la mano –le muestro rápidamente mi sangre-, yo ni siquiera la toqué -Aurelia
levanta en brazos a Salomé que le ronronea tiernamente mientras yo extiendo mi
defensa-. Sólo le pedía que bajara del teclado, jamás lastimaría a un animal…
- ¡Ya cállate, el único animal
aquí eres tú! –me grita Aurelia.
¡Por Alá, está realmente
furiosa! ¿Por qué reacciona tan mal?
Se lleva a Salomé, la deja
sobre su escritorio y saca de un cajón un grueso cinturón de cuero de ancha
hebilla metálica. Al verla acercarse con eso me pongo de pie en alerta.
- ¡Date vuelta, inclínate con las
manos sobre el escritorio! –me ordena a gritos-. ¡Voy a enseñarte a no maltratar
a mis niñas!
- Pero yo no… -balbuceo sin
convencerme de que realmente va a golpearme con ese cinturón.
- ¡Silencio, obedece o te vas
ahora mismo de mi casa! –brama irracionalmente Aurelia.
Es inútil insistir en mi
inocencia, Aurelia está por completo fuera de control. Su rostro está crispado,
sus ojos me asesinan con furia desatada sin dejarme alternativa; o me someto a
su castigo o tengo que irme… y hay más de una razón por la que no puedo irme. Así
que me inclino apoyando las palmas en el escritorio… ¡Alá, siento escalofríos
al ofrecer por primera vez mi espalda desnuda, para ser castigado a golpes!
- ¡Pide perdón! –me exige a
gritos Aurelia.
Y aunque no sé por qué musito
rendido:
- Perdón… -no alcanzo a
terminar la palabra cuando el punzante dolor me corta en seco la respiración, ¡está
usando el extremo con la hebilla!
Como un flash destella en mi
mente ese minuto antes de firmar el contrato… “¿Me golpearás, me lastimarás de
verdad?”, le pregunté…: “Por supuesto que sí, y mucho”, fue su sincera
respuesta. Ella me dijo la verdad, pero yo quise engañarme a mí mismo con la
idea de que quizás eso jamás pasaría…
El segundo golpe me cae encima
con implacable rapidez, no alcanzo a recobrar el aliento mientras el dolor y la
humillación estallan por todo mi ser. Jamás en mi vida había sido golpeado,
¡mucho menos azotado a correazos!
Pero tú mismo aceptaste esto,
¡nadie te obligó! Intento recodarme mientras lucho por hacer entrar algo de
aire a mis adoloridos pulmones… ¡La hebilla me da feroces dentelladas! en medio
de la lluvia de correazos que me cae encima con implacable rapidez, ¡la punzante
oleada de dolor ya es insoportable! Suelto un gemido ahogado intentando sacar
la respiración.
- ¡Silencio! –brama implacable
Aurelia arreciando en la intensidad del castigo-. ¡Esto es para que jamás te
atrevas a volver a tocar a mi gata!
No… esto no puede ser sólo por
Salomé… intento razonar en medio de las rojas descargas de dolor. El odio de Aurelia
me parece algo demasiado arraigado y de pronto comprendo por qué quería tener un
esclavo, ¡hay una rabia profunda en ella que desahoga provocando dolor a otros
seres humanos!
La espalda ya me arde en carne
viva, cuando un nuevo impacto de la hebilla me hace sentir algo tibio corriendo
por mi espalda… es sangre… crispo las manos sobre el escritorio y abro mucho la
boca intentando desesperadamente absorber un poco de aire… Todo mi cuerpo comienza
a temblar… ¡No creo poder seguir soportando esto por mucho más tiempo!
No es sólo el dolor físico, ¡me
duele el alma! Se me destroza el corazón al comprobar que la persona de quien
me enamoré es capaz de maltratar sin compasión alguna a un ser humano, ¡mi
corazón gime desolado! ¿Podré seguir amándote después de esto, Aurelia?
Los golpes bajan hacia mis
nalgas, ¡las siento arder en llamas! ¡Alá, por favor que se detenga!, ruego
recordando que soy un esclavo sin derecho a una palabra de seguridad para
detener a mi ama si me sentía sobrepasado… ¡y eso ya ha sucedido hace rato!
- ¡Perdón por favor, perdóname!
–le imploro sin aliento.
- ¡Cállate!
La hebilla me azota en la zona
lumbar y el agudísimo dolor me hace ver todo rojo.
- ¡Mi dueña te ruego, detente…por
favor!
Es inútil, ¡mis ruegos no aplacan
su descontrolada furia! Esto ya no es un juego, por más que me esfuerce en
tomarlo como tal, ¡no lo es!
- ¡Por favor, Aurelia, detente!
–la súplica me brota del alma y al mismo tiempo una suave alarma resuena en su
escritorio.
Los implacables azotes se detienen en seco.
Aurelia avanza como una tromba a apagar la alarma y desde allá me grita:
- ¡Tienes la maldita suerte de
que ya tenga que irme a Santiago! Lárgate a almorzar a tu habitación, ¡esta
noche terminaré de arreglar cuentas contigo!
Oigo sus rápidos pasos y la
puerta se cierra violentamente tras ella. Aún envuelto en intensas oleadas de
dolor trastrabillo hasta mi ropa, me visto cubriendo mi ensangrentada espalda con
la chaqueta y salgo corriendo de allí.
Deseo correr sin parar hasta
llegar tan lejos que el recuerdo de Aurelia no pudiese alcanzarme…
Entro en mi habitación y paso
de largo frente a la bandeja del almuerzo hasta el baño, abro el agua fría y me
meto con ropa y todo bajo la ducha.
El gélido impacto del agua me corta
el aliento, pero me ayuda a calmarme un poco… Mientras me desvisto unas lágrimas
se confunden con la lluvia de la ducha… Más que mi piel en carne viva me duele
el alma, me siento atropellado hasta lo más íntimo de mi ser…
Pienso que esto se parece a la
verdadera esclavitud, no tiene mucho que ver con todo aquello que averigüé
sobre el BDSM, empezando porque en esto que acababa de pasar no hubo ningún
consenso, ¡yo jamás quise ser golpeado así!
Salgo de la ducha, me envuelvo
en una toalla y me quedo allí de pie desolado sin saber qué hacer, formando un
charco de agua en medio del baño… Mi mente está en blanco aunque sé que debo tomar
una decisión.
Vuelvo a la habitación como un
sonámbulo y me detengo frente al gran espejo de pared; no soy capaz de mirarme
a los ojos… ¿Qué estoy haciendo? ¿Cómo llegué a esto? Me siento desamparado,
con el alma mucho más magullada que el cuerpo y pienso amargamente que es
cierto aquello de que “la necesidad tiene cara de hereje”.
Me quito la toalla que queda
manchada de rojo, pero el espejo me muestra que mi espalda ya no sangra. Las
contusiones provocadas por la hebilla son múltiples entre las largas franjas de
rojos verdugones. Esas heridas se borrarán de mi piel muchísimo antes que de mi
corazón.
En mi mundo, nadie tiene
derecho a castigar así a otra persona por mucho que haya comprado su vida,
aprovechándose de su desesperada situación económica.
Al fin tomo una decisión… abro
el armario y me visto rápidamente. El roce de la camisa me hace apretar los
ojos de dolor, saco mi maleta y empiezo a empacar.
No puedo quedarme aquí, si me
voy de inmediato quizás sobreviva al dolor de no volver a verla jamás… pero si
me quedo, destruirá mi corazón a azotes
Es cierto lo que me dijo
Aurelia respecto a que no sigue las reglas del BDSM, y en estas condiciones,
sin un contrato más justo yo no tengo nada que me proteja de sus súbitos
arrebatos de furia. Ayer decidí confiar en ella, entregarme en sus manos sin
condiciones, pero hoy acaba de destruir esa confianza a golpes. Si hubiese sido
en la mazmorra dentro del contexto de juego, habría sido distinto. Pero perdió el
control de manera muy extrema y casi sin motivo, porque lo de Salomé fue sólo
el detonante; algo más sucede con ella… me di perfecta cuenta y desearía poder
ayudarla, descubrir cuál es su verdadero problema, pero si me quedo tal vez la
próxima vez se le vaya demasiado la mano y me mate antes de lograr ayudarla a
resolverlo.
Oigo voces afuera y me asomo a
mirar por el ventanal sin salir al balcón. Veo que Aurelia sube a un lujoso
deportivo color cobre; Toro le cierra la portezuela y corre a tomar su puesto
tras el volante.
Vagamente recuerdo que Aurelia dijo
algo acerca de ir a Santiago. Quizás sea mejor así, sin despedidas… no podría
volver a mirarla a los ojos sin sentirme avergonzado.
Salgo de la habitación deseando
no encontrarme con nadie. Todavía me siento desnudo, vulnerable… temo que todos
sepan que mi espalda está hecha pedazos porque oyeron el escándalo de los
azotes en el estudio, y no soportaría que me miraran con lástima.
Bajo la escalera y cruzo deprisa
la sala y el recibidor. Afortunadamente no me encuentro con nadie; deben estar
todos en la cocina almorzando. Recuerdo mi almuerzo intacto en mi ex dormitorio,
ya no tengo apetito, el dolor a todo nivel, físico, emocional, mental, abarca
toda mi atención. Abandono la casa sin que nadie me vea, arrastrando mi maleta
con ruedas junto con los maltrechos restos de mi dignidad.
Tomo el camino empedrado hacia
las cabañas e intento respirar hondo para llegar a ver a Mine con el mejor de
los ánimos, aunque me cueste mucho fingirlo.
Al llegar frente a la puerta
dejo la maleta tras unos arbustos de la entrada porque no quiero decirle de
golpe que nos vamos.
Lulú me abre la puerta y su
sonrisa coqueta me parece lo más inocente que me ha pasado en estos dos días.
Se la agradezco interiormente.
Mine estaba sirviéndose el
postre, un fino dulce árabe de sus favoritos; apenas me vio, vino corriendo
hacia mí.
- ¡Ghálib, Ghálib, hermanito,
viniste! –me salta a los brazos como siempre y me abraza efusivamente.
Sus bracitos alrededor de mi
espalda aplastando mis contusiones me hacen estremecer de dolor y temo que se
manche la gruesa chaqueta que me puse para ocultar mis heridas. Bajo a Mine y
ella sigue contándome feliz, sin darse cuenta de nada:
- ¡Fuimos de compras con Inés y
mira todas las cosas lindas que trajimos, ven a mi dormitorio! ¡Corre, corre! –me
arrastra de la mano hasta allá.
Apenas entro me doy cuenta de
que Aurelia no bromeaba con eso de tratarla como una verdadera Princesa, ¡la
habitación es el sueño mágico de cualquier niña de diez años! Parece salida de
un cuento de hadas y como si eso fuese poco, la cama está repleta de sus nuevas
compras.
Rebosante de dicha, Mine me
muestra todas aquellas cosas que los gastos de su enfermedad nunca nos
permitieron comprarle; un ordenador, un Smartphone, una Tablet, un iPod,
consolas de juego, muñecas, equipos de música, Smart Tv, todo de última
generación. Sin mencionar la montaña de ropa que llena la otra mitad de la cama.
Al verme abismado mirando todo
aquello, Mine se apura en decirme:
- Lulú y Vivi me van a ayudar a
guardar todo en un rato más y mi habitación va a quedar ordenadita, ¡oh,
Ghálib, estoy muy, muy, muy feliz! –me abraza de nuevo rodeándome la cintura
con sus brazos. Allí también me duele pero me es mucho más doloroso lo que vengo
a decirle y se me congela el alma cuando Mine agrega-. Gracias por haberme traído,
hermanito, te quiero mucho; me gustaría quedarme aquí para siempre, ¡Aurelia es
muy buena!
¡Oh, Alá! Respiro hondo con el
pecho apretado por la angustia.
- Sí, lo es -le respondo casi
en un susurro; sinceramente yo también creo que Aurelia en el fondo es buena,
aunque empiezo a sospechar que su bondad se limita a los seres más inocentes,
como las niñas de diez años y las gatas. Fuerzo cientos de músculos en mi rostro
hasta que logro esbozar una desteñida sonrisa al decirle-. No te agites tanto
por favor, Mine. ¿Cómo te has sentido? –le arreglo el largo cabello que siempre
lleva suelto en suaves y azabaches cadejos ondulados.
- ¡Mejor que nunca, hermanito! Mi
hada madrina me cuida muy bien –seguro se refiere al tratamiento diario para su
enfermedad, que Inés le da-. ¿Y tú cómo estás? ¿Te va bien en tu trabajo, ya
aprendiste a hacerlo?
Antes le dije que sería el asistente
de Aurelia. Miro sus pequeños ojos azul-violeta, en los que brilla una alegría que
no veía desde el fatal accidente de nuestros padres, ¡se ve tan sana y feliz!
que no me atrevo a decirle que tenemos que irnos.
Me sentiría el ser más
despreciable del mundo si le quito esta estabilidad y cuidados a mi hermana,
sólo porque soy incapaz de asumir un compromiso que adquirí en plena conciencia.
La necesidad económica me puso la espada al cuello, es cierto, pero también es
verdad que yo sabía muy bien en lo que me metía… o mejor dicho creí que sabía,
creí que podría con esto pero a la primera dificultad ya quiero rendirme, y yo
no acostumbro ser así…
Mine me mira con curiosidad
porque me demoro en contestarle:
- Sí, me está yendo bien en el
trabajo –le respondo al fin sonriéndole con el corazón enternecido por su
infantil inocencia. Una profunda calidez inunda mi ser al mirarla y es como un
bálsamo para mi maltratada alma.
Al contemplar esos ojitos
llenos de confianza en mí, de pronto me siento crecer por dentro hasta
convertirme en un bravo león capaz de enfrentar lo que sea, a cambio de su
bienestar. Quizás sobrereaccioné, lo pienso
con un poco más de perspectiva… mi habitual optimismo a toda prueba reflota con
tempestuosa fuerza y decido desistir de la idea de marcharme.
- Aunque todavía no he aprendido
a hacer muy bien mi trabajo –continuó diciéndole a Mine con renovado ánimo.
- Ah, pero no te preocupes,
¡vas a aprender muy rápido porque tú eres el hermano más inteligente del mundo!
–me da su apoyo incondicional Mine con su linda sonrisa de paloma y un amoroso
abrazo. Y siento que el dolor en mi espalda vale absolutamente la pena.
Me quedé allí con ella, viendo
todas sus nuevas cosas que me mostraba con vivo entusiasmo, hasta que de pronto
apareció Lulú en la puerta.
- ¿Ya almorzó, señor Garib? –me
pregunta con coqueta travesura en sus vivaces ojos marrones-. Puedo servirle un
plato aquí en una bandeja mientras está con la niña.
Me muero de hambre, la sola
invitación me hace rugir ferozmente el estómago, pero si voy a quedarme tengo
que empezar a tomarme en serio mi trabajo de esclavo, obedeciendo todas las
ordenes de Aurelia y una de ellas fue muy clara: “No comerás nada sin mi
autorización”.
- Ya almorcé, Lulú –tuve que
declinar tan tentadora oferta-, muchas gracias de todas maneras.
- Qué pena, señor Garib, quería
que probara mi mano… soy excelente cocinera, lo hago todo muy exquisito… –me
mira tan insinuante que dudo que siga hablando del almuerzo.
- Será en otra ocasión, Lulú,
gracias de verdad –quiero cortar allí la charla con una educada sonrisa y
vuelvo a prestar atención al vestido de princesa que Mine me muestra.
La hora se me pasó volando en
el oasis de cariño creado por Mine. El reloj con forma de carruaje de
Cenicienta da las cinco de la tarde con una melodía de Disney que señala que mi
tiempo libre terminó, ya tengo que volver a la casa.
Dejé a Mine feliz disfrutando
de su cuento de hadas. Se lo merece después de tanto sufrimiento y privaciones.
Lulú me escoltó hasta la
puerta:
- Hasta más tarde, señor Garib.
- Chao, Lulú –no quiero sacar
mi maleta de entre los arbustos con ella allí, así que finjo irme por el camino
empedrado.
Unos metros más allá miro atrás
para ver si ya entró y veo que me agita la mano feliz, pensando que la miro a
ella. Levanto la mano para responderle cortésmente. ¡Entra ya, por favor! Por
fin entró. Esperé un poco y regresé por mi maleta.
Al regresar a la casa deseé que
tampoco nadie me viera pero al llegar al pie de la escalera principal me
encontré con Rott, que venía bajando.
Se apuró en venir a mi
encuentro y se apoderó de la maleta:
- Lo ayudo con eso, señor Garib
–me dijo solícito.
Musité un gracias, lamentando haber
sido descubierto. Pero Rott fue muy discreto, no me preguntó qué hacía paseando
con mi maleta.
- ¿Algún problema con el
almuerzo, señor, no fue de su agrado? –me preguntó mientras avanzábamos por el
pasillo del segundo piso-. Notamos que no lo había tocado…
- Lo siento, es que no tenía
apetito –mentí garrafalmente.
Entramos a mi habitación, la
bandeja del almuerzo ya no estaba, contemplé con largos ojos la mesita vacía… y
como Aurelia me prohibió comer a deshora, tendría que esperar hasta la cena.
- ¿La señora Aurelia ya
regresó? –pregunté.
- Todavía no, señor. Avisó que
llegaría a las ocho, para la cena.
Asentí y le di las gracias.
Tendría que esperar tres horas
más para comer algo. Eso si es que Aurelia no seguía furiosa conmigo al
regresar y decidía terminar de inmediato de arreglar cuentas conmigo, tal como
me advirtió al marcharse. Espero que Rott sea discreto y no le diga que me vio
con la maleta.
Me tendí de costado en la cama,
para no aplastarme las heridas y la mala noche en la jaula más la paliza, me noquearon
de inmediato.
أنا أحبك
El toque en la puerta fue en
aumento hasta que me despertó. Supe que no era Aurelia porque ella no llama antes
de entrar.
- Pase…
- Permiso –Codo entró con una
bandeja que dejó sobre la mesita, frente al ventanal-. Le traje su cena, señor
Garib –me sonrió amable pero tras mirarme un segundo, su sonrisa se transformó
en un gesto de preocupación-. ¿Se siente bien? Se ve un poco pálido…
- Estoy bien, gracias, es sólo
un dolor de cabeza –mentí por no decir que es sólo que tengo que acostumbrarme
a las palizas de mi ama. Me voy a hacer experto en esto de mentir para encubrir
mi verdadero trabajo.
- ¿Quiere que le traiga alguna
pastilla para el dolor?
¡Oh, sí! Eso sería genial, la
espalda me arde bastante afiebrada. Pero no sé si tenga permitido tomar algún
remedio sin la autorización de Aurelia así que prefiero no arriesgarme.
- No gracias, ya se me quitará.
¿Ya volvió la señora Aurelia?
- Sí, la jefa ya llegó, está
cenando allá abajo en el comedor.
Le agradecí de nuevo a Codo y
cuando se marchó, en vez de correr a servirme mi cena me quedé pensativo,
preocupado… Aurelia dijo que yo comería siempre con ella en el comedor principal,
pero ahora en vez de eso me envió la cena a la habitación. ¿Estará molesta
todavía conmigo? Si es así, entonces vendrá a buscarme a las diez, me llevará
arriba y yo empezaré a inaugurar todos esos aparatos extraños, junto con la
colección de látigos de la pared…
Respiré hondo e intenté no
preocuparme de antemano. Fui a revisar mi cena; alcé la tapa con expectación pero
me decepcionó una ínfima porción triangular de un quiché de verduras. ¡Alá, es
tan poco! Y con el apetito que tengo… Debe ser parte de mi castigo. Busqué resignación
en mis reservas optimistas, me senté y me puse a comer.
Cuando terminé (lo que fue casi
al instante), fui a darle las buenas noches a Mine. Todavía estaba fascinada
con sus juguetes nuevos y me quedé en la cabaña hasta las diez. Al regresar a
la casa me encontré con Podo que venía de vuelta con mi bandeja. Cuando le
pregunté por Aurelia me dijo que había salido y que regresaría más tarde.
Tendré que seguir con la
incertidumbre de si todavía estará enfadada conmigo. La idea de que apareciera
en cualquier momento para llevarme a la mazmorra y seguir dándome azotes sobre
la espalda herida, me creaba una tensión dolorosa por todo el cuerpo.
Me quedé dando vueltas por la
habitación sintiéndome enjaulado, porque a pesar de que Aurelia no me prohibió
andar por la casa, no quería arriesgarme a que viniera y no me encontrara en mi
dormitorio. Ya sé que no es bueno hacer enfadar a mi bellísima ama… Sonrío
enamorado y al verme en el espejo el reflejo me frunce el ceño con mirada
reprobatoria… “Históricamente no es bueno que los esclavos se enamoren de sus
amas”, me dice doctoral. Le doy la espalda fingiendo no haberlo escuchado. No
me importan los hechos pasados; el único pasado que quisiera conocer, es el de
Aurelia… quizás allí se encuentre el origen de esa rabia que hoy sentí explotar sin control sobre mí.
La noche transcurrió lenta, las
horas iban arrastrándose en mi inútil espera. De vez en cuando salía al balcón para
sentirme acompañado por el fuerte cantar de los grillos, las ranas y demás
habitantes nocturnos del jardín exótico de allá abajo. Ya eran las tres de la
madrugada cuando decidí por fin acostarme. Al parecer Aurelia no vendría esta
noche.
Me dormí resintiendo su larga
ausencia y soñé con ese beso apasionado de la primera noche en su mazmorra...
[1]
De mazmorra.
[2]
Llama así al paquete de seis músculos abdominales.
[3]
La protagonista acostumbra inventar
nuevas acepciones a las palabras. Aquí quiere decir que él es muy difícil de
desanimar.
[4]
Diminutivo de cariño, para suavizar el término y que no suene ofensivo.
[5]
Prostituto.
[6]
Lugar anatómico entre el final de los genitales y el ano.
Capítulo 10
Aurelia. Nuevo enfoque
Casi pierdo a mi esclavo ayer.
Rott me dijo que Víctor salió
de la casa con su maleta poco después de que me fui a Santiago, pero que luego
de visitar a Mine regresó puntual a las cinco de la tarde.
Sin duda quiso marcharse
después de la paliza que le di, pero al ver lo bien y feliz que estaba su
hermana se arrepintió.
Sé que perdí el control, me
pasa más veces de lo que quisiera, sobre todo cuando sospecho que alguien
intente siquiera dañar a mis gatas… la mente se me nubla, mi razón cierra las
puertas y el maldito monstruo que llevo dentro toma todo el control. Aunque
creo que esta vez no fue para tanto; la falta de costumbre de Víctor le jugó en
contra y exageró al querer irse, porque
yo le advertí muy claramente de qué se trataba el trabajo, incluso me preguntó
antes de firmar el contrato y fui muy sincera con él; no puede quejarse de que
le mentí al respecto.
- ¡Buf! –resoplo fastidiada.
¿Por qué tiene que ser tan
complicada la gente? Pensé que un esclavo no me daría estos problemas, pero me
salió sensible el chico. Aun así no quiero perder a ese escultural cuerpo, que
pretendo convertir en mi privada mina de placer. Quizás se me pasó un poco la
mano; le di bastante duro para ser su primera vez, ¡este maldito monstruo que
se me escapa del abismo! Yo quería ir más despacio con Víctor porque él es algo
distinto, es parte de mi proyecto literario. No es como esos otros tipos de
siempre a quienes les fascina recibir mis fuertes palizas enmoretizantes[1], y
después no protestan cuando los encadeno como bicicletas caras para follármelos
cuánto se me da la gana hasta dejarlos
sin sentido, apaleados y exhaustos. Con ellos doy rienda suelta al monstruo,
pero a Víctor lo contraté para algo distinto; explorar el mundo del
sadomasoquismo y aunque yo sí soy muy sado, él no es en lo absoluto un masoquista.
Por eso preferí no verlo
anoche, para darle tiempo de adaptarse y que se le quite un poco el dolor.
Tengo que enfocarme en mi
objetivo; aprender a tratarlo como una verdadera ama del mundo bondage. Así que
para avanzar en eso anoche busqué en la red y descubrí bastante material que me
puede guiar:
Del
manual del novato de: www.sumisas.org (Lo adapté a
femenino en mi caso)
“Como maestra, la Dominante debe ser recta y por encima de todo,
ecuánime, no puede castigar a su sumiso arbitrariamente, debe tener una razón.
Si se extralimita puede romper la confianza que el sumiso ha depositado en ella”.
- ¡Mierda, perdí la confianza de Víctor por
ese castigo! Por eso quería irse.
“El respeto y la confianza deben ser ganados a pulso por la
dominante siendo justa, recta, repartiendo premios y castigos de la forma
apropiada. La figura de la dominante no aparece para degradar e infringir dolor
al sumiso…”
- ¿Ah, no?
“…pero sí para guiarlo por el camino correcto, que lo lleve a
servirle y amarle”.
- ¿Amarme? ¡No quiero que Víctor me ame!
Para mí esto es únicamente un proyecto de
trabajo, sin el menor sentimiento involucrado. Sólo se trata de una investigación
profesional que terminará justo dentro de un mes.
En otra página web, Mazmorra.net, encontré
esto:
“El cuidado es otro de los factores fundamentales. La
dominante tiene la obligación de asumir la responsabilidad del cuidado y el
bienestar de su sumiso, ya que este se entrega completamente en sus manos. Es
por eso que la confianza es tan necesaria en este tipo de relaciones.”
¡Doble mierda! Casi lo echo todo a perder.
Yo creí que esta clase de relaciones eran menos complicadas, del tipo ¡yo
mando, tú obedeces! Pero me bastó un día para darme cuenta de que aunque le esté
pagando bien a mi esclavo, igual no lo tengo por completo asegurado porque pensó
en huir, ¡por suerte lo detuvo el amor que siente por su hermana!
Me queda claro que ahora debo recuperar su
confianza y lo primero que haré será guiarlo mejor en este proceso. Hasta ahora
el pobre debe estar muy perdido, pensando que soy una sádica millonaria que
utiliza su dinero para satisfacer todos sus caprichos, incluido el de comprarse
un esclavo…
Hum… ¿y acaso no es así precisamente?
Sonrío perversa, ¡claro que sí! Pero también se trata de mi nuevo proyecto
literario, aunque no quiero que Víctor se entere de eso para evitar
filtraciones de información a los medios. Por eso además le prohibí todo
contacto con el mundo exterior.
Lo único que debe saber es cómo
transformarse en el esclavo perfecto, así que le daré una guía que bajé de la
red para que comprenda lo que espero de él y pueda interpretar mejor su papel
en este juego de roles. Aunque en esta atípica relación de Dominación/sumisión,
no hay sentimientos involucrados como he visto que es la base de estas
singulares relaciones, en la mayoría de los foros que hablan del tema…
- ¡Ug…! –me sacude un escalofrío porque la
palabra “sentimientos” me entirriza[2].
Ni hablar del amor, esa estúpida palabra tan corta y todas sus malditas
acepciones desatan al monstruo en mi interior.
Me sacudo para alejar de mí esas malas
sensaciones y vuelvo a enfocarme en lo mío; mi trabajo, mi proyecto.
Intentaré ser más justa y preocupada por su
bienestar. Antes leí que controlar su alimentación era una buena forma de
hacerle patente su sumisión a mi voluntad, pero creo que ya es suficiente. Ayer
le di una escuálida dieta y con todo lo que le exigí a su cuerpo, ¡debe estar
muriéndose de hambre! Pero no protestó ni tampoco aceptó almorzar en la cabaña
de Mine (por lo que me dijo Inés, al preguntarle anoche), así que hoy lo
premiaré con un desayuno contundente.
Capítulo 11
Aurelia no vino a mi habitación anoche y
hoy no me mandó llamar para desayunar, pero supongo que debo presentarme en su
estudio a las nueve como me ordenó hacerlo diariamente.
Mientras camino por el corredor con mi
estómago rugiendo salvajemente, ruego al cielo que me permita comer algo antes
de empezar con lo que sea que quiera hacer hoy conmigo.
¿Todavía estará molesta? Respiro hondo
ante la puerta del estudio y entro sin tocar.
Con los ojos bajos la atisbo, bella como
siempre, su piel dorada por el sol ataviada con un vestido mini de osado escote
color oro, sin mangas, cuyo diseño de alta costura resalta su figura como
si fuese parte de su curvilínea anatomía…
Está reclinada en su cómodo sillón de alto respaldo tras su escritorio y yo, como
el mejor esclavo del mundo, me arrodillo rápidamente ante ella y permanezco en
respetuoso silencio… Espero no haber olvidado algo; ahora que ya probé su mano
para los castigos por nada del mundo quiero provocar su ira de nuevo.
- Hola, Víctor, puedes levantarte –su voz
se oye muy seria e intraspasable, no logro descubrir su estado de ánimo.
¡Alá! Que no siga enfadada por favor. Me
levanto de un brinco y Aurelia continúa de inmediato:
- ¿Qué pasó ayer? Recuerda que tienes
prohibido mentirme u ocultarme nada.
¡Vaya, se lo dijeron! Ya no tiene sentido
ocultarle la verdad.
- Después del castigo con el cinturón –comienzo
mi confesión-, me sentí sobrepasado y quise marcharme, pero al ver la alegría
de Mine y lo bien cuidada que está, decidí volver.
- Te creía más decidido, más maduro, pero
pensabas marcharte corriendo sin darme ni una explicación siquiera. Eso no está
bien, Víctor, te di tiempo de pensarlo bien e incluso antes de firmar el
contrato me preguntaste y yo no te mentí, te dije que habría dolor y castigos y
tú aceptaste eso, pero a la primera ocasión, ¿ya te sientes sobrepasado y huyes?
Mírame y respóndeme.
Alzo la mirada y el intenso reproche que
brota de esos fascinantes ojos dorados me hace sentir culpable, y hasta
cobarde.
- Tienes razón, te pido perdón por mi
actitud. Es que jamás en mi vida había sido golpeado y lo de ayer me tomó por
sorpresa, no supe cómo manejarlo. Admito que sobre reaccioné -la miro fijamente
al afirmar-, no volverá a suceder.
Aurelia sostiene mi mirada en pensativo silencio
evaluando mi nivel de sinceridad, hasta que por fin repone:
- Tu arrepentimiento me parece sincero.
Acepto que sigas siendo mi esclavo pero te advierto que la próxima vez que
salgas de esta casa con tus maletas, daré orden de que no te dejen volver a
entrar. Debes hacerte responsable de tus actos, ¿entendido?
- Sí, muchas gracias por darme una nueva
oportunidad –le agradecí por permitirme seguir con este atípico contrato, que
aseguraba el bienestar de Mine como en ningún otro trabajo que yo hubiese
podido encontrar.
- Bien –sonrió satisfecha Aurelia ante mi
cambio de conducta-, ahora desnúdate.
¡Oh, no… antes del desayuno!, gime mi
organismo que ya está en un crítico estado de debilidad. Pero obedezco en silencio;
me quito la camisa bermellón de manga corta y el jeans, y mientras me descalzo
percibo su fija mirada como un contacto físico sobre mí, el fuego de sus ojos devora
mi cuerpo desnudo centímetro a centímetro… ¡Eso me excita sobremanera! A pesar
de que la espalda y el trasero todavía me duelen a rabiar y de que me estoy
muriendo de hambre, la expectación de su contacto me pone a vibrar por dentro
como una tensa cuerda a punto de cortarse. Deseo que no me obligue a permanecer
quieto, ¡que esta vez si me permita responder libremente a sus enloquecedoras
caricias! Aunque sé que esas expectativas son demasiado altas, será mejor que
me enfoque en no hacerla enfadar.
Aurelia sale de detrás del escritorio,
¡qué bella diosa! El corto vestido luce la exquisita visión de sus largas
piernas bronceadas, tan firmes y atléticas, montadas sobre unas elegantes
sandalias de taco bajo; su espigada figura no necesita encumbrarse en zancos.
Bajo deprisa los ojos porque mi desnudez reacciona vibrando como un diapasón ante
su cercanía paso a paso… temo una traición de mi cuerpo que podría provocarme un
levantamiento no autorizado...
Atisbo su sonrisa que delata su plena
consciencia del efecto que me provoca al aproximarse con ese andar cimbreante
tan sensual, tan lento y confiado.
Ya está tan cerca que su exquisito perfume
me sacude los sentidos, me inunda y envuelve apoderándose de los últimos restos
de raciocino que me quedan y me sumerjo por completo en el embrujo que exuda por
cada poro de su piel. Pasa junto a mí y me vuelvo un manojo de puros sentidos… de
reojo noto que sus pezones se marcan desafiantes bajo la fina tela del vestido,
¡no lleva sujetador! El deseo palpita intenso entre mis piernas y es hasta
doloroso reprimirlo, ¡Aurelia, no imaginas cuánto te deseo! Me engaño a mí
mismo si digo que Mine fue la única razón por la que no me marché ayer.
Aurelia sigue de largo hasta la mesita en
la que desayuné ayer y desde allí me llama:
- Ven aquí.
Me acerco con precaución, suplicando a mi
testosterona que no me traicione...
- Túmbate boca abajo sobre la mesa con las
manos sujetas en las patas –me ordena.
Un cosquilleo doloroso me recorre todo el
cuerpo y se me hiela el alma. Me va a castigar de nuevo. Respiro hondo intentando
calmarme y flexiono las rodillas para apoyar mi abdomen y pecho sobre la
pequeña mesa. La superficie de pulida madera está fría, giro a un lado la
cabeza hacia Aurelia y me sujeto con las manos de las patas delanteras de la
mesa.
¡Alá, que tenga piedad! Que no me azote
sobre las mismas heridas… ruego sin mucha esperanza porque esta postura ofrece
justo mi espalda y mis nalgas, ya lastimadas.
- ¿Crees que mereces un castigo por tu
infantil huida de ayer? –me interroga Aurelia.
Cierro los ojos con resignación:
- Sí, mi dueña –no me queda más opción que
admitirlo para no enfadarla. Ya aprendí de la peor manera la regla más básica
de los esclavos; jamás provocar la ira de mi ama.
- Bien, me gusta que lo admitas –dice
Aurelia y su sensual voz se oye realmente complacida.
Abro los ojos y la veo aproximarse con una
bandeja que deja en la silla, no alcanzo a ver qué contiene.
- Quédate quieto, esto te va arder un poco
–me avisa tras sentarse en la otra silla junto a mí.
En efecto siento sobre mi espalda un
helado líquido que me hace apretar las manos contra las patas de la mesa y de
inmediato comprendo que no se trata de un castigo, ¡está curando mis heridas!
Lo hace con suma dedicación, una a una le
aplica desinfectante y luego una balsámica pomada que me quita todo el dolor en
las contusiones como por arte de magia. En las nalgas, donde los gruesos
verdugones no alcanzaron a abrirse en heridas, sus manos suaves y cuidadosas
esparcen la pomada como en una excitante caricia, recorriendo en redondo una y
otra vez mis glúteos, mi zona lumbar, mi coxis… al insistir en suaves círculos
en ese punto por poco sufro una erección.
Respiro hondo controlándome y en mi
interior le agradezco la amabilidad de este gesto humanitario que me devuelve de
golpe la convicción de que es una buena persona, junto con la esperanza de poder
llegar algún día a su corazón.
De pronto ella declara:
- Yo causo el daño, yo lo reparo. Ya
puedes levantarte.
Lo hago y me tiende un vaso y unas
pastillas.
- Debes tomar estos antibióticos y anti
inflamatorios por unos días.
- Gracias… gracias, mi dueña –me trago rápidamente
las pastillas mientras ella se lleva la bandeja con los implementos de
curación, de regreso al baño privado de su estudio. Vuelve enseguida y llama
por su comunicador:
- Rott, envía el desayuno de Víctor.
¡Desayuno al fin! Pero, ¡aún estoy
desnudo!
- Vístete rápido –sonríe Aurelia al
descubrir mi cara de aflicción.
Minutos más tarde, Codo entra con la
bandeja, la deja sobre la mesa que fue mi camilla de curaciones y se marcha.
Tengo que sujetarme para no lanzarme sobre esa bandeja… Espero la autorización
de Aurelia pero ella pone a prueba mi paciencia, creo que sabe que me estoy
muriendo de hambre.
Tras largos segundos por fin me autoriza:
- Ve a desayunar.
- ¡Gracias! –corro sin disimulos.
Después de todo no tengo permitido ocultar
nada a mi dueña y al pensar en esto descubro que siento una singular sensación
de intimidad en su compañía. Siento que puedo ser yo mismo sin necesidad de
falsas apariencias, que puedo desnudar mi alma ante ella tal como desnudo mi
cuerpo.
Si se preocupa de hacerme curaciones y
darme un tratamiento medico con pastillas, pienso que lo de ayer fue sólo un
arrebato, algo que no volverá a repetirse. Ahora se ve tan dueña de sí misma
que me parece imposible que vuelva a perder el control.
Tengo que darle el beneficio de la duda,
de todas maneras no me queda alternativa. Ahora sé que aunque ella intente
matarme a golpes, mi corazón con tan poco instinto de supervivencia (tal como
ella misma me dijo), sería incapaz de alejarse de Aurelia.
Destapo de golpe la bandeja:
- ¡Alá Bendito! –se me escapa al ver que es
mucho más que un desayuno, ¡es el amo de los desayunos! La miro con incredulidad-.
¿De verdad puedo servirme todo esto? –le pregunto inseguro, me acostumbré
rápido a mi represión alimenticia.
- Sírvete todo lo que quieras menos los
cubiertos, que son de plata y podrían dañar tu perfecta dentadura –me confirma Aurelia
con tono condescendiente. No sonríe pero es obvio que bromea.
- Gracias, ¡muchas gracias! –exclamo con
vehemencia y me lanzo al ataque, antes de que cambie de opinión.
Mientras hago desaparecer lo que me parecen
los más exquisitos manjares, oigo que Aurelia habla por teléfono con su editora
en Santiago acerca de un nuevo proyecto… Debe ser su nueva novela, ¿de qué se
tratará?
Tras un rato, corta la comunicación y me
pregunta:
- ¿Terminaste de desayunar?
- Sí, gracias de verdad estaba todo
exquisito.
Me frunce el ceño, sus ojos me reprochan
el hablar de más pero no lo dice. En cambio se pone de pie y me ordena:
- Ven, sígueme.
Me levanto y la sigo fuera del estudio, ¿a
dónde vamos?
Al ir por el pasillo, por un segundo creo
que me llevará a su habitación y el corazón me galopa a todo dar… Pero antes de
llegar a la doble puerta labrada del fondo, se desvía hacia la puerta de la
escalera. Sube unos peldaños y se vuelve para ordenarme:
- Cierra con el pestillo.
¡Oh, vaya! Yo pensé que me llevaría allá arriba
sólo de noche pero olvidé que soy su esclavo 24/7. Mil ideas de lo que pretenderá
cruzan por mi mente… La imaginación me vuela lejos y reprimo el involuntario estremecimiento
que me sacude entero.
Al llegar arriba, la piscina me deslumbra
con los danzantes reflejos que brotan desde sus aguas, desperdigando por toda
la estancia los rayos de sol de la mañana que entran a raudales por la gran
pared ventanal.
Avanzamos hacia el fondo hasta la puerta
de la mazmorra. Aurelia abre y entra rápidamente. Me apuro en seguirla aunque
ese salón me provoca reticencia, en especial esa jaula colgante.
Un poco más sereno que ayer, observo mejor
el lugar y descubro cosas que anoche no noté, como una gran rueda que parece
forrada en látex, adornada con tachuelas y con correas para atar las manos y
los pies. ¿Dará vueltas o estará fija? Sinceramente espero que esté fija, no me
gustaría verme allí atado dando vueltas y más vueltas.
Cuando mi mirada termina el fugaz
recorrido se encuentra de frente con los relampagueantes ojos de Aurelia; me
mira tan severa que me quita el aliento, ¡Alá, algo hice mal!
- Cada vez que entres a mi mazmorra debes
desnudarte de inmediato, sin esperar que te repita la orden siempre que te
traiga.
- Oh sí, perdón… -reacciono y comienzo a
despojarme rápidamente de la camisa y el pantalón. Me vuelvo un torbellino de
ropa que sale volando, calcetines y zapatos, ¡todo fuera a formar bulto junto a
la puerta!
Ya no me avergüenza desnudarme ante ella,
apenas tras un día me parece como si llevásemos años de intimidad, ¡es que todo
ha sido tan intenso! Aurelia no es de largos preludios, ni lentos romances como
yo acostumbraba serlo en mis conquistas amorosas.
- Así está mejor –sonríe ella satisfecha y
dando un paso extiende su fina mano y atrapa mis genitales.
Contengo la respiración pero no me hace
daño, sólo los acaricia entre sus dedos mientras continúa diciéndome:
- Me gusta a tener a la vista y a la mano
todo lo que me pertenece.
¡Oh, por favor… la excitación me llega al
techo! Sus palabras que se arrastran profundas y sensuales hasta mi rostro, su
cálido aliento de exquisito aroma a frutas, el ardiente contacto de su mano…
Cierro los ojos casi en éxtasis… Hasta que de pronto me suelta, da media vuelta
y se aleja. Caigo de golpe de regreso a la Tierra.
- Ven, bonito, sígueme –otra vez me trata
como a un cachorro. No me ofende, me gustan los perros; son más nobles y
sinceros que algunas personas.
Aurelia se detiene frente a un cepo alto
que ayer tampoco vi y le abre la parte de arriba.
- Ven aquí, inclínate y acomoda la cabeza
y las manos –me ordena. Su voz ahora tiene un matiz distinto, frío, hierático,
como si se hubiese transformado en un ser distinto al adentrarse en el tórrido ambiente
de la mazmorra.
Temo que vuelva a convertirse en el ser
inflexible que me azotó ayer y mi nueva confianza en ella tras las curaciones,
se tambalea. Quizás hice mal en cerrar con el pestillo…
- ¿Te dije que las paredes son anti ruido?
–me dice ella aumentando mi paranoia con ese comentario nada alentador-. Aunque
de todas maneras no te permito gritos, no me agradan así que los tienes
prohibidos, ¿entendido?
- Sí, mi dueña –es sólo parte del juego,
no seas tonto.
Trato de tranquilizarme mientras me
inclino adelante para poner mi cuello y mis muñecas en los orificios del cepo.
Aurelia lo cierra sobre mí y abrocha el grueso candado; la sensación no es nada
agradable, la descarga de adrenalina me acelera la respiración al sentirme atrapado
e indefenso… Mi voz interior me grita que no me deje inmovilizar así, con mi
herida espalda como una mesa plana y mis nalgas y genitales muy expuestos por
allá atrás.
- Este es tu castigo por haber intentado
irte ayer sin avisarme –decreta Aurelia, al parecer esto va para largo.
Mi visión queda limitada sólo hacia el
frente, ni siquiera puedo voltear a mirar qué pretende hacer en mi expuesta
zona posterior.
Su voz me llega desde atrás junto con sus
lentos pasos que aceleran mi corazón con adrenalínica expectación.
- Ahora pon mucha atención porque voy a
adiestrarte en algo muy importante –sus pasos se detienen y oigo el típico
silbido que hace una varilla o una fusta al blandirse en el aire-. Voy a
enseñarte a controlar tus eyaculaciones para que no desperdicies energía y tus
erecciones duren mucho más tiempo para mi placer.
¿Se puede hacer eso? Me pregunto en
silencio muy sorprendido.
- Vamos a empezar con un poco de anatomía
–continúa Aurelia, no puedo verla allá atrás y doy un respingo al sentir que me
toca con la punta de una varilla en mis zonas más íntimas-. Aquí en tu perineo
está tu músculo pubocoxígeo, que desde ahora para abreviar llamaré sólo músculo
PC.
Respiro agitado, más pendiente de esa
varilla y de dónde piensa ponerla, que de lo que me está diciendo.
- Quiero que aprendas a contraer este
músculo con una serie de ejercicios llamados “Kegel” –sigue Aurelia-. El propósito
es que llegues a controlarlo para que cuando sientas que te vas a correr, lo
interrumpas con una gran contracción de ese músculo, acompañada de una profunda
inspiración. Si aprendes a hacerlo bien, no eyacularás y tendrás en cambio un
orgasmo de proporciones estratosféricas, un verdadero orgasmo de intensidad
cósmica como jamás has experimentado en toda tu vida ni has soñado siquiera que
pudiese existir. ¿Sabías que casi el noventa por ciento de los hombres, jamás
ha tenido un verdadero orgasmo?
- ¿En serio? –me sorprende oír eso-. No,
no lo sabía –le respondo muy interesado aunque sin entenderle muy bien.
- Es común que los hombres confundan la
eyaculación con el orgasmo pero en realidad son tan distintos como el día y la
noche, y estoy casi segura de que tú formas parte de esa estadística, de los
hombres que jamás han tenido un verdadero orgasmo…
En realidad yo también creía que el acabar
con la descarga de semen era el clímax máximo, pero parece que no es así… estoy
muy abrumado… ¿Tan poco sé de mi propio cuerpo?
Como si oyera mis pensamientos, Aurelia
sigue diciéndome:
- Por el momento es todo lo que necesitas
saber. Vas a hacer estos ejercicios que te voy a enseñar y luego los pondrás en
práctica bajo mi supervisión. No quiero que practiques solo, porque tendrías
que masturbarte para luego intentar detenerte y ya sabes que sólo yo pongo las
manos aquí… -sentí la fusta rozando mi miembro lentamente de la punta hacia
atrás, una y otra vez-. ¿Entendido?
- Sí, mi dueña… -trago saliva rogando que
no me dé un varillazo justo allí, una extraña mezcla de temor y excitación me
corre por las venas como un embriagador cóctel.
- Bien, quiero que contraigas esta zona
–me toca con la varilla el perineo-, como si quisieras cortar el fluyo de la
orina. Hazlo te estoy mirando.
¡Me está mirando allí, por Alá! Pude
sentir su aliento en aquella zona… Un calor vergonzoso me arde en la cara, pero
intento hacer lo que me pide para que su varilla no entre en violentas
acciones. Contraigo esa zona…
- Eso es muy bien, ahora suelta… -lo hago
sintiéndome como en un examen médico-, vuelve a contraer… muy bien suelta. A
partir de hoy vas a empezar con veinte de estas contracciones diarias,
manteniendo cada una durante dos segundos el primer día, para luego ir
aumentando día a día hasta llegar a diez segundos. La segunda semana subirás a
veinticinco contracciones durante diez segundos, y pobre de ti si olvidas hacer
los ejercicios algún día, porque yo espero muy pronto los resultados. Sólo
tengo un mes así que a la tercera semana ya quiero que seas capaz de durarme
varias horas… El record de alguien que se esmeró en estos ejercicios es de ocho
horas de potente sexo.
- ¡Ocho horas! –se me escapa la abismada
exclamación y la cabeza me gira como trompo de sólo imaginarlo.
- Sí, pero como sólo tendrás un mes para
aprender me conformo con unas cuatro o cinco horas de sexo a mi estilo salvaje
–lo dice con una sonrisa perversa que adivino en su sensual voz y desde ya
empiezo a transpirar imaginando semejante hazaña-. Y después de este mes,
cuando te vayas –continúa Aurelia-, te acordarás de mí y me lo agradecerás por
el resto de tu vida cuando vuelvas locas a todas las demás mujeres que tendrás.
No quiero a ninguna mujer más en mi vida,
Aurelia, sólo a ti… De sólo oírte decir “cuando te vayas”, se me parte de dolor
el alma. No quiero acordarme de ti, ¡quiero pasar contigo el resto de mi vida!
- Bien, ¿te quedó claro lo de la secuencia
de los ejercicios de Kegel? –me pregunta.
- Sí, mi dueña, lo recuerdo todo muy bien;
veinte contracciones diarias, aumentando cada día de dos a diez segundos, la
primera semana. La segunda, veinticinco de diez.
- Muy buena memoria. Excelente. Te daré
algo más para que la ejercites –aparece frente a mi campo visual poniendo un
atril con un papel justo delante de mis ojos, y luego me cuelga un iPod del
cuello-. Lee esto en voz alta para que se grabe en el iPod y luego puedas
escucharlo. Memoriza cada palabra, esta noche te tomaré la lección y pobre de
ti si se te olvida una sola palabra, porque será un gran placer para mí el
castigarte muy severamente –me advierte caminando de regreso hacia atrás,
arrastrándome la punta de la varilla por el costado izquierdo.
Me hace cosquillas entre las costillas y
la cadera y no puedo evitar sacudirme moviendo las piernas.
- Hey, no te muevas así –me dice invisible
desde atrás-, mira que al igual que a las gatas me gusta jugar con las bolitas
colgantes –me da unos ligeros toques con los dedos en los testículos, realmente
como una gata jugando con una bola de luz del árbol de navidad.
Me quedo sin aliento, eso es muchísimo más
excitante que doloroso, ¡cómo sabe medir sus estímulos para lograr justo lo que
desea! Ahora juega a excitarme, no se trata para nada de un castigo.
- ¿Te gusta, eh? –se da cuenta
maliciosamente divertida y soltándome las esferas colgantes, me propina un
fuerte varillazo en el trasero y de un respingo me baja del cielo a la Tierra-.
Ya basta de distracciones –me espeta-, ahora concéntrate en la tarea que te
dejé.
- Sí, mi dueña.
- Te dejaré aquí hasta la hora de almuerzo.
¡Más de tres horas! Se me entumecerá hasta
el alma en esta incómoda posición.
- Empieza a leer en voz alta –me ordena mi
bellísima tirana y se marcha.
Me quedo desolado recordando el contacto
de sus ardientes y osadas manos sobre mi cuerpo… ¡Concéntrate! Respiro hondo y
sacudo la cabeza dentro del cepo que es demasiado ajustado, la madera me raspa
el cuello y alrededor de las manos pero lo ignoro y comienzo a leer en voz alta
esa hoja de papel que Aurelia me impuso aprender de memoria para esta noche: De
la página web de Dama Celta, extracto:
REGLAS
DE ORO PARA UN SUMISO
1. A partir del momento en que tu Ama te acepta
como sumiso pasas a ser de su entera propiedad en cuerpo y mente, y tu única aspiración será adorarle y
complacerle cada día más y mejor.
Ya la adoro desde la
primera vez que la vi… pienso en silencio, para no delatarme en la grabación
del iPod.
2.
Servirás, obedecerás y satisfarás siempre a tu Ama. Tu sumisión será completa.
3. Tú no tienes voluntad ni deseas nada. Tus únicos deseos son las órdenes de tu Ama.
3. Tú no tienes voluntad ni deseas nada. Tus únicos deseos son las órdenes de tu Ama.
Debo recordar eso, “anular mi voluntad”, aunque ésta
sea amarla apasionadamente llenándola de placer entre mis brazos, en vez de
estar inmovilizado sin poder responder a su excitante contacto.
4. Tu Ama podrá usarte en cualquier momento para
obtener placer sexual o mental. Tu obligación es darle el máximo.
Sí… ya he probado algo de
eso.
5. No harás nada que no sea ordenado o autorizado
por tu Ama. Permanece siempre expectante porque las órdenes te serán dadas de
muchas formas: de viva voz o con una simple mirada, chasqueando los dedos o
señalando.
¡Chasqueando los dedos! El sólo recuerdo del chasquido
de los dedos de Aurelia produce un cosquilleo eléctrico en mi sexo… por poco
salta mi erección, ¡qué perfectamente bien me entrenó!
6. Tendrás confianza en tu Ama; debes saber que
ella piensa siempre en tu bienestar emocional y físico.
No estoy muy seguro de que pensara en eso ayer,
cuando me destrozaba la espalda, pero me estoy esforzando en recobrar la
confianza.
7. Aceptarás cualquier recompensa, disciplina o
castigo que tu Ama te imponga, porque eso hará de ti un sumiso mejor.
Entonces mi pensamiento anterior no vale, debo
aceptar lo que venga, ¡uf!
Creo que lo tachó y
retachó con ganas; eso me dolió.
9. Nunca demostrarás desacato hacia tu Ama en
ninguna forma.
10. Comunicarás siempre tus emociones a tu Ama.
11. Darás gracias a tu Ama por todo lo que te da.
12. Tu mayor satisfacción será satisfacer a tu Ama. No puede haber mayor dolor que el sentimiento de saber que tu Ama no está satisfecha de ti.
10. Comunicarás siempre tus emociones a tu Ama.
11. Darás gracias a tu Ama por todo lo que te da.
12. Tu mayor satisfacción será satisfacer a tu Ama. No puede haber mayor dolor que el sentimiento de saber que tu Ama no está satisfecha de ti.
Sí existe mayor dolor; el saber que no me ama y
que sólo me quiere como su juguete, por el tiempo que dure un frío contrato.
13. Aceptaras los castigos como medio para
corregir tu comportamiento.
Al pronunciar la palabra “castigo”, recuerdo los
estragos de la hebilla sobre mi espalda y me estremece un escalofrío doloroso
por todo el cuerpo… ¡Debo acostumbrarme! De seguro vendrán más muy pronto
aunque yo no de motivos, como sucedió con lo de Salomé.
14. Confesarás a tu Ama tus desobediencias, de
modo que ella pueda decidir si tales violaciones requieren disciplina o
castigo.
Hum… creo que todavía no soy un buen kamikaze… me
falla el instinto suicida.
15.
Nunca tocarás o frotarás tu sexo con las manos, juguetes o cualquier objeto y
de cualquier manera que puedas experimentar placer sexual o sensual sin el
permiso de tu Ama.
No pensaba hacerlo de todas maneras. Las
experiencias que me ha impuesto Aurelia hasta
ahora han sido bastante agotadoras.
16. Llevarás tu sexo completamente depilado, a
menos que tu Ama ordene lo contrario.
Creo que mi ama ya opinó al respecto; lo dejó muy
claro con su afilada navaja.
17. Usarás el collar que tu Ama te ha dado, con
orgullo porque es un signo de pertenencia y dedicación a tu Ama.
¿Collar…?
18. Tu posición natural es de rodillas, con la
cabeza agachada y en silencio. Podrás apoyar las nalgas sobre tus talones pero
mantendrás la espalda erguida y los brazos pegados al cuerpo. Apoyarás las
palmas de las manos sobre los muslos y procurarás que los dedos queden bien
estirados y separados.
Aquí hay una diferencia, ella me ordenó poner las
manos a la espalda. Tendré que preguntarle.
19. No te preguntes las razones de las órdenes o
castigos de tu Ama. Simplemente acéptalos y cúmplelos poniendo todo tu empeño
en ello. Tu dolor es el placer de tu Ama y esa es la única razón de tu
servidumbre.
Mi dolor es el placer de Aurelia… de sólo pensar
que eso es cierto se me entristece el alma, quisiera entenderlo un poco mejor
poder vislumbrar siquiera lo que hay en su mente y en su corazón, cuando hace
todo esto.
20. Te comportarás en público con la máxima
discreción, pero si tu Ama desea exhibirte, deberás vestir la indumentaria
apropiada que te ordene.
¿Exhibirme como un objeto? ¿Pero dónde y ante
quién?
21. Te sentirás orgulloso de llevar el collar de
esclavo o cualquier otro atributo de sumiso que tu Ama te imponga (cadenas,
marcas, etc.) pues significan que le perteneces.
¿A qué se referirá con “marcas”?
22. En presencia de tu Ama no tendrás intimidad.
Suplica su autorización para hacer tus necesidades.
No quiero ni pensar en eso, porque tengo para
tres horas más aquí en el cepo y aunque me matara gritando ella no me escucharía,
por los muros a prueba de ruido.
23. Dormirás desnudo y atado. Si tu Ama te
permite hacerlo de forma más confortable considéralo un privilegio.
¡Vaya!, creo que tengo suerte de tener un
dormitorio y pijamas, aunque anoche dormí desnudo y peor que atado dentro de
esa diminuta jaula.
24. Mantén tu boca, tu lengua y tus labios
húmedos y dispuestos para lamer y chupar en cualquier situación, salvo cuando
tu Ama te amordace.
Me remuevo nerviosamente recordando los preciosos
senos desnudos de Aurelia, que se alzan tan altivos como gemelas gacelas
doradas.
25. Tus órganos sexuales no te pertenecen. Como
todo tu cuerpo son propiedad de tu Ama, que dispondrá de ellos a su antojo.
Sí, este punto ya me quedó claro.
26. Tus corridas serán siempre autorizadas y
administradas por tu Ama. No tendrás ninguna sin su permiso, que incluso
suplicarás cuando estés siendo usado por ella. Si incumples esta regla te
expones a un castigo muy severo.
“Siendo usado por ella”, ¡esa corta frase me
electrifica de la cabeza a los pies! ¿Aurelia me usará alguna vez?
Terminé
de leer pero con tantos pensamientos que venían a mi mente, no memoricé nada. Voy
a tener que empezar de nuevo la lectura en voz alta y esta vez más concentrado,
una y otra vez hasta que mi dueña venga a liberarme de esta incómoda posición,
en dolorosa soledad, lejos de ella.
[1]
Se refiere a que sus golpes dejan moretones.
[2]
Quiere decir que le da tirria;
aversión, aborrecimiento.
Capítulo 12
Aurelia. La Mazmorra
Hoy me
esforcé en ser una buena ama.
Le di medicinas
para recuperar su espalda y después de que lo saqué del cepo le permití
almorzar conmigo en el comedor. Todavía le dolían las nalgas de los correazos
de ayer. No me lo dijo pero se removía incómodo de vez en cuando a pesar del
mullido asiento.
Esto de
tener un esclavo 24/7 me gusta cada vez más; al mirarlo allí sentado a mi lado,
sonreía excitada con la idea de hacerlo comer desnudo, lamiendo sus alimentos
de un plato en el suelo… O mejor todavía hacerlo tenderse desnudo sobre la mesa
y usarlo como bandeja para mis frutillas con crema, ¡hum…! Me imagino atrapando
con mi boca unas rojas frutillas puestas justo sobre sus pezones, se los
mordería de paso… pondría otra en su boca y la comería poco a poco, hasta
llegar a sus labios… cubriría su sexo con crema chantilly y allí cabrían varias
frutillas… ¡Diablos, creo que lo haré uno de estos días! Aunque no en el comedor,
hay demasiados ojos intrusos; tendrá que ser en la mesa de mi mazmorra.
Después
de almuerzo tuve que salir así que le organicé el día con un Smartphone (bloqueado
para que no pueda hacer llamadas), que llené de alarmas: A las cinco debía
regresar de ver a Mine y subir a la piscina a hacer ejercicio en las máquinas
hasta las ocho. A esa hora sonaría la nueva alarma que lo llevaría de regreso a
su habitación para cenar. A las nueve iría a darle las buenas noches a Mine y
para la alarma de las diez debería estar listo en su habitación, esperándome
para llevarlo a una sesión completa en mi mazmorra.
Cuando
se lo dije se puso muy nervioso; lo noté en el temblor de sus sensuales labios
que se entreabrieron como para preguntar mil cosas respecto a lo que sucedería
en aquella sesión. Pero al fin no dijo ni una palabra y yo tampoco le hubiese
adelantado nada.
La
expectativa y el suspenso me electrizan, ni siquiera yo estoy muy segura de que
lo voy a hacerle… ¡son tantas las posibilidades! Estoy extrañando tocar a mi
antojo ese exquisito cuerpo, ya le di suficiente tiempo para recuperarse de su
espalda dejándolo en paz durante todo este día. Creo que soy un ama muy
generosa y considerada pero todo tiene su límite y el mío es esta noche a las
diez.
Me
complazco en imaginar el momento, mientras Toro me conduce de regreso a casa
por la Avenida Libertad.
Acabo
de cenar con un ama dominante, con quien hice amistad por un foro de internet.
La invité al restaurant del Hotel Cap Ducal, ese pintoresco edificio con forma
de Barco asomado al Pacífico, en el borde costero de Viña del Mar.
Los
mascarones de proa nos dieron la bienvenida con su porte altivo desde el
barandal de la escala. Reservé una mesa en el segundo piso para estar más en
privado y nos sentamos junto al inmenso ventanal panorámico asomado sobre mar,
que da la sensación de estar navegando realmente en un barco.
Charlotte
es una española radicada en Chile desde hace cinco años, que hace del bondage
su estilo de vida desde hace mucho tiempo. De atractiva madurez, rezuma confianza
en sí misma se sabe adorada por su sumiso y eso la llena de orgullo. No estoy
muy segura de que el amor que se ufana de poseer por parte de su sumiso,
llamado Javo sea correspondido por ella, pero me parece que es muy feliz.
La
conversación fluyó a la tenue luz de las velas, mientras el atardecer teñía de
arreboles el horizonte, sobre la quieta inmensidad azul que se extendía serena ante
nuestros ojos.
El constante
ruido de las olas envolvía las susurrantes confesiones de Charlotte, respecto a
su mundo; según ella, había que vivir ocultándose casi como criminales.
- Por
desgracia, la sociedad no nos entiende –me dijo y sé que es verdad.
Según
mi investigación, hay muy pocos grupos serios aquí en Chile y de hecho, la
mayoría son sólo sitios de cita para sexo fácil y sin compromiso. En otros
países como en España, el enfoque es muy distinto. Hay más respeto por la
diversidad de gustos, lugares especiales donde reunirse, y actividades muy bien
programadas, dentro de un contexto adulto y seguro.
Cuando
la contacté le dije que yo era un ama nueva, que siempre fui de carácter
dominante en mis relaciones pero que era primera vez que tenía un sumiso
viviendo en mi casa y le pedí consejos para ser una mejor ama.
Ella es
muy abierta y solidaria con el género, aparte de sumamente comunicativa, ¡jamás
se calla! Esta mañana estuve hablando más de una hora por teléfono con ella y
cuando se ofreció a ayudarme, de inmediato la invité a esta cena. Para entrar
en confianza le conté mi experiencia del castigo con el cinturón, que se me
salió de control… Me miró comprensiva, terminó de escucharme y luego repuso:
- Tu sumiso
debe haber sufrido mucho más por haberte hecho enfadar así, que por los golpes
que le diste. Pero no debes extralimitarte con él, o perderás su confianza.
Recuerda que nada lo obliga a estar a tu lado, más que el amor que siente por
ti; sin ese profundo sentimiento de por medio difícilmente alguien se
entregaría tan completamente en manos de otra persona, como lo hacen los
sumisos. A menos que se trate de personas que sólo busquen experiencias nuevas
y extremas, pero esas relaciones no duran demasiado. Como te digo, el amor es
la única atadura válida y necesaria en una verdadera relación bedesemera[1].
Me
quedé pensativa mientras la oía, porque sabía que lo mío con Víctor no era una
verdadera relación bedesemera (como ella decía), y que un contrato por bastante
dinero y no el amor, era lo que lo mantenía atado a mí.
Charlotte
interpretó a su modo mi pensativo silencio.
- Pero
no te sientas mal, guapa –me consoló con una humanidad que no he visto en
personas que se alzarían a calificarla de enferma, sádica o perversa-, tu
sumiso de seguro comprenderá que tú también estás aprendiendo en este proceso.
Si no te amara y no confiara en ti, se habría marchado de inmediato luego de
esa feroz paliza que le propinaste sin motivo alguno, porque me dijiste que luego
confirmaste en las cámaras de seguridad que ni siquiera tocó a tu gata.
Charlotte
no sabía que Víctor sólo se quedó por el dinero. Sería más que imposible que
hubiese sido el amor hacia mí lo que lo sujetó, porque no le he dado motivos
para amarme, ¡y sí bastantes para odiarme! Además, sé muy bien que nadie en
este mundo, que esté en su sano juicio sería capaz de amarme, ¡soy demasiado
cruel y egoísta!, lo tengo asumido y la verdad no me importa. No quiero ni oír
hablar del maldito y sobrevalorado amor.
- Venga,
¡anímate, Aurelia! –continuó Charlotte-, todas hemos cometido errores al
principio, es normal… -pensó un instante-. Se me acaba de ocurrir algo para
alegrarte; este fin de mes voy con mi sumiso a una reunión aniversario de un
grupo BDSM muy importante en España, ¡ven conmigo, y lleva a tu sumiso! Es un
grupo muy exclusivo, pero los miembros pueden llevar a un invitado, ¿qué me
dices?
- ¿España…?
–al fin lo que tanto quería, ¡una invitación a esas exclusivas reuniones! Fingí
pensarlo un microsegundo-. Claro que sí, Charlotte, ¡muchas gracias por la
invitación! –era mucho más de lo que esperaba conseguir en este encuentro, ¡un
pasaje directo dentro del verdadero mundo del bondage!
Feliz
por mi aceptación, Charlotte me contó también de algo que llamó mucho mi
atención: “El Reino de Otro Mundo”, o más conocido por su sigla en inglés OWK[2], que según
me dijo es un gran centro turístico, creado en un antiguo Castillo de la
República Checa, en donde las mujeres ejercen absoluto dominio sobre los
sometidos hombres.
¡Eso me
sonó al Paraíso! Quería saber más pero Charlotte ya tenía que irse y yo
también. Así que luego averiguaré más sobre el OWK.
∞∞∞
AlA∞∞∞
Me
preparo en mi habitación esperando que el reloj marque las diez de la noche
para ir a ver a Víctor. El saberme dueña de este exquisito ejemplar me hace
sentir jodidamente poderosa. Todas las mujeres deberían experimentar esta sensación
alguna vez en su vida, pondré esa recomendación en mi nueva novela: “Dominen a
sus hombres, ¡atrévanse, es genial! Si no pueden comprar un esclavo, usen lo
que tengan a mano; novio, pareja, esposo, compañero de trabajo… Les sorprenderá
descubrir lo dispuestos que están los hombres a probar lo que sea, corriendo
detrás de una oferta de buen sexo, si es eso lo que ustedes quieren. Recuerden,
ustedes poseen en sí mismas el poder más grande del mundo, ¡su mente! Allí comienza en verdad la dominación; si así lo desean
pueden lograr todo lo que se propongan, ¡sólo hagan la prueba! Diviértanse,
disfruten y excítense probando todo un nuevo mundo de sensaciones”.
Quizás
también incluya en mi nueva novela, un pequeño manual sobre “los botones
erógenos de los hombres”, tienen muchos, ¡algunos donde ni ellos mismos se los
imaginan!
A las
diez de la noche en punto me encaminé a la habitación de Víctor y entré sin
llamar, con dominante prestancia. Estaba recostado en la cama y al verme entrar
se puso de pie de un salto, dudó un segundo y luego se arrodilló. Cada vez lo
hace más rápido, pero algo le pasó con las manos, primero las puso a la
espalda, después sobre los muslos y luego las volvió a juntar atrás.
Alzo
las cejas intrigada.
- ¿Qué
sucede con tus manos, Víctor?
-
Perdón, mi dueña, es que las reglas que me diste para aprender, dicen que debo
mantenerlas sobre los muslos, pero tú me ordenaste llevarlas a la espalda.
- En la
espalda me gusta más –le contesto y me parece tan sensual, tan
enloquecedoramente sexy ahí postrado y sometido ante mí. ¡Esa camiseta ajustada
resalta cada músculo de su escultural torso!, y esos gastados jeans oscuros me muestran
tentadoramente una parte de sus muslos...
Me dan
ganas de saltarle encima a arrancarle esa estorbosa ropa para disfrutar
libremente de su fabuloso cuerpo… ¡Cálmate, Aurelia! Recuerda los consejos de
Charlotte: Primero la sesión, la dominación y por último el sexo. Sólo si tu
sumiso se lo ha ganado con su obediencia y entrega durante la sesión, o si tú
tienes ganas de usarlo.
- Ponte
de pie y ve adelante, hacia la mazmorra –le ordeno sólo para mirarle esos
ajustados jeans desde atrás.
Víctor
se apresura en ir al espejo, ya sabe abrirlo y otra vez disfruto del sabroso movimiento
de su sexy trasero al subir la escalera… es un llamado por altavoces a mis hormonas,
¡al diablo la entrega durante la sesión, ya tengo ganas de usarlo aquí y ahora
mismo! Tengo que hacer un esfuerzo heroico para contenerme y no tumbarlo en la
escalera.
Al
llegar arriba, mientras avanzamos por el gimnasio me lo imagino desnudo en cada
una de las máquinas, utilizándolas mientras yo me deleito con la visión de sus
exigidos músculos tensados al máximo, su cuerpo empezando a transpirar… ¡Quieta
imaginación no te me desboques! Ya tendremos tiempo de hacer todo eso…
Entramos
a la mazmorra y le suelto un discurso oficial:
- Ya
sabes qué hacer cada vez que entres aquí; desnudarte y arrodillarte junto a la
puerta en actitud de espera. Como esclavo, tu estado natural es la desnudez
frente a tu ama, así que la ropa no existe para ti aquí dentro.
- Sí,
mi dueña.
- ¿Y
entonces por qué te veo vestido aún?
-
¡Perdón…! –se apura Víctor, quitándose la camiseta.
¡Ah,
qué magnífico espectáculo! El show de la más fibrosa musculatura que haya
pasado por las manos de esta feliz ama… Su ropa vuela afuera y al irse el bóxer
deja ver la mejor parte de esa escultura viva que muy pronto haré totalmente
mía…
Víctor
se arrodilla junto a la puerta con las manos atrás y la cabeza inclinada,
¡mierda, que excitación me provoca el verlo así, sometido a mi voluntad! Tengo
que hacer un titánico esfuerzo de concentración, para recordar… para recordar
eso de… ¿qué era? ¡Ah sí, la sesión! La sesión, es cierto, para eso estamos
aquí… Miro la colección de aparatos que compré para armar mi propia Mazmorra, y
me decido por la gran equis de madera. Escogí del catálogo la más exigente en
extensión de brazos y piernas.
- Ven
aquí –lo llamo hacia la “X”. Se acerca rápidamente sin mirarme y puedo percibir
la tensión como una oleada tibia a su alrededor-. Ponte aquí y ajusta las
correas a tus tobillos –le indico y lo hace deprisa.
A un
simple gesto mío me entrega sus manos para que se las ate y me sorprendo ajustándole
las correas mucho más rápido que ayer, ¡me estoy haciendo experta en esto!
Me
observa con curiosa expectación mientras lo ato. En cuanto está inmovilizado de
manos y pies camino hacia su espalda para revisarle las heridas. La equis se la
deja al descubierto, “para alcanzar cómodamente la zona, en una sesión de
azotes”, según el catálogo.
Hum… se
ven bastante recuperadas. Sin embargo, tendré que olvidarme por unos días de
inaugurar mi colección de látigos. Le paso la mano por una mínima zona sana
entre los omóplatos, y lo siento estremecerse bajo mi contacto; la tensión que
emana de él, me electriza excitándome hasta hacerme contraer mis músculos más
íntimos, ¡me fascina provocar eso en los hombres!
-
Tranquilízate, Víctor, no voy a hacerte daño… al menos no aquí en la espalda,
hasta que esté más recuperada –me imagino que estas palabras no lo tranquilizan
mucho-. ¿Tomaste tus remedios a la hora de las alarmas? –le pregunto deslizando
mi mano por sus hombros mientras regreso frente a él.
- Sí, mi
dueña.
-
¿Hiciste ejercicio en las máquinas? –ahora paseo mi mano por su fuerte pecho,
dibujando un zigzag con la uña de mi dedo índice, que le deja una delgada y
linda línea roja de un hombro al otro.
Lo miro
a los ojos, sonriendo mientras se lo hago, pero él cierra los suyos e inspira
hondo controlando las sensaciones que le provoco, para poder responderme:
- Sí, mi
dueña.
- Bien,
mañana te vigilaré mientras ejercitas. Tienes que estar en perfecta forma para
lucirme contigo en una reunión a la que me invitaron, en España, ¡será
estupendo!
-
¿España…? –se sobresalta y abre grandes los ojos mirándome asombrado.
Me
suena a insolencia así que lo agarro de esos sedosos cabellos azabaches, y le
echo la cabeza hacia atrás con fuerza.
- ¿Te
autoricé a hablar o a mirarme, esclavo? –le espeto en mi papel de ama déspota que
no me cuesta representar. La voz dominante corre por mis venas, es parte de mi
esencia vital; el gusto por dominar y someter está impreso en mi ADN.
-
Perdón, mi dueña –se retracta rápidamente.
Se toma
en serio su papel de esclavo, pero no parece disfrutarlo como lo hacían esos
otros tipos, a los que me divertía atando y apaleando en los hoteles… A Víctor
no le gusta estar atado a mi merced, ¡y eso me excita como el infierno! Para mí
es mucho más divertido someter a alguien contra su voluntad, que a un tipo que
esté pensando “dame fuerte, eso me gusta, más fuerte…” ¡Sin duda Víctor no está
pensando en nada por el estilo!
Me complazco
de mi adquisición; mi singular esclavo a la fuerza… ¡Si supiera lo que en
realidad quiero hacer con él, en vez de tenerlo atado a esta rígida equis! ¡Uf!
Ardo como un fénix de sólo imaginármelo. La sesión, recuerda, ¡enfócate!
Carraspeo
y vuelvo a hablarle:
- Muy
bien, esta tarde te di una tarea; ahora recítame completas esas reglas que te
ordené memorizar.
Víctor
comienza a transmitir como una grabadora y me aburro en menos de un minuto… Todos
mis sentidos se deleitan en aquel cuerpo completamente denudo ante mí, que me
atrae como un poderoso imán… Me acerco un poco más y me embriaga el sensual
aroma a hombre que exuda por todos los poros…, huele exquisito, como a madera
recién talada pero no es un perfume, es su piel… Miro abajo su sexo oscuro, su
pelvis aún un poco irritada por mi rapada a navaja de ayer y me paso la lengua
por los labios, imaginando los gemidos que le arrancaría al follarlo con mi
experta boca… mi sexo da un pálpito de placer y empiezo a percibir mi propia
humedad…
Las
manos se me van hacia la parte interna de sus muslos… su piel está caliente,
sus músculos se tensan bajo mis manos… estamos tan cerca que siento su cálido
aliento en mi rostro, sus palabras titubean nerviosamente ante el contacto de
mis dedos.
- Sigue
recitando las reglas, no te detengas –le ordeno con dureza, aunque en realidad
ni siquiera lo estoy escuchando ni menos me sé esas reglas de memoria; podría estar
recitándome la constitución política, ¡y yo ni cuenta me daría!
Mis
manos suben arrastrándose ardientes por sus caderas, saboreando milímetro a
milímetro la masculina tersura de su piel, su fibrosa carne, sus duros
músculos… siento que me enciendo cada vez más, el calor me sube como un termómetro
por dentro y continúo acariciando su desnudez hasta llegar a sus muy marcados
abdominales…, jugueteo allí un rato, dibujando cada línea con los dedos… las
cuento, una, dos… ¡seis exquisitas calugas[3]! De
pronto, algo me suena extraño, la voz de Víctor no está…
-
¡Sigue hablando! –le tomo ambos pezones con los dedos pulgar e índice y se los
aprieto con severa fuerza. Ya descubrí que sus pezones son unos de sus botones
más erógenos y me deleito muy sádica y excitada ante los instantáneos efectos
que le provoco.
Víctor echa
atrás la cabeza, adelanta la pelvis y comienza a moverla lentamente, mientras
yo aumento la presión en sus pezones… su respiración se acelera, jadea hondo
sumergido en la intensa estimulación que le estoy imponiendo, hasta que su erección
salta arriba, y como tiene la piernas atadas tan separadas, la punta de su sexo
queda apuntando como una espada, muy cerca del borde de mi minifalda… Yo no
traigo ropa interior, ni sujetador bajo el ajustado peto de tirantes, y al
sentir su palpitante dureza allá abajo, tan cerca de mi sexo desnudo, mi sangre
se enciende a punto de ebullición...
- Ese
fue tu castigo por interrumpirte –le digo y suelto al fin sus pezones para
acariciar su hermoso rostro de expresión azorada, sus mejillas lucen
enrojecidas por el calor que le hago arder por dentro-, pero ahora tendré que
aplicarte otro escarmiento, por esta erección no autorizada. Así que continúa
recitándome las reglas, mientras pienso cuál será tu próximo castigo –le ordeno
inflexible, y a duras penas él sigue hablando.
- Tu
Ama podrá usarte en cualquier momento para obtener placer sexual... Tu
obligación es darle el máximo –recita Víctor esa frase que me hace sonreír
porque es tan apropiada, justo para este momento; le cuesta concentrarse
estando tan excitado.
-
Mírame –se me antoja mirar sus bellos ojos verdes-, quiero que me mires al
hablar –le ordeno y él alza la mirada.
¡Vaya,
vaya! Sus ojos arden de deseo,
vidriosos, intensos y profundos, penetran los míos que sonríen tórridos, porque
pronto los veré entornarse hasta ponerse en blanco de placer…
Le paso
los brazos alrededor del cuello, le sostengo la cabeza justo frente a la mía
tirándole un poco el cabello y con impetuosa energía presiono mi cuerpo contra
su cálida desnudez… Sus ojos se agrandan, clavados en los míos, sus palabras
titubean… Con un experto movimiento de caderas subo mi minifalda y atrapo su
erección entre mis muslos, sonriendo con mis labios muy cerca de los suyos le
doy un apretón entre mis piernas, ¡y su mirada se vuelve de fuego, sus ojos
crecen como platos! Comienzo a moverme muy despacio adelante y atrás, mientras bajo
una de mis manos hasta sus nalgas para acariciárselas, ¡su piel es tan suave,
su redondez tan firme y dura! Las aprieto, le hundo mis dedos amasándolas…, él
deja escapar un gutural gruñido de placer y le doy una palmada hacia arriba en
el glúteo derecho, que le queda vibrando.
-
¡Sigue hablando, no te interrumpas! –lo reprendo, atrapo su nalga en mi palma y
lo empujo hacia mí para pegar su pelvis contra la mía, se le escapa el aire en
un rápido jadeo pero sigue recitando.
Lo hago
seguir mi ritmo, mientras excito su dura erección entre mis piernas y juego con
su trasero… disfruto cada matiz, cada cambio que veo surgir en su rostro, en su
mirada… el aumento del brillo en sus ojos, la pasión desesperada, casi
angustiosa, sus pupilas se dilatan enormes, hasta que sus ojazos verdes no
tardan en rodarse hacia arriba. ¡Suelto una risita de triunfo!, y dejo de
mirarlo para descender por su pecho, mordisqueándolo, saboreándolo, hasta
llegar a sus tentadores y duros pezones, que coronan aquellos magníficos
pectorales…
Mi boca
los atrapa violentamente como si fuesen a escaparse, Víctor da un brinco, gime
ahogadamente mientras yo los disfrutó como si fuesen ricos bombones… ¡hum!,
saben dulce, provocativo, exquisito, ¡todo Víctor sabe a mis dulces árabes
favoritos! Percibo la aceleración de su respiración.
De
pronto sólo oigo sus roncos jadeos, estoy entretenidísima inspirando el
exquisito aroma que brota de la zona de su esternón, lo inspiro muy hondo, ¡me
enloquece! Le paso la lengua desde allí hasta el cuello, posesiva, salvaje,
subo y bajo, le mordisqueo los pezones con ansias canibalescas… y suelta un ahogado
gemido de placer.
-
¡Sigue recitando las reglas! –le exijo sin detener mi perverso juego de
excitación.
Víctor
hace un esfuerzo sobrehumano por continuar, le cuesta muchísimo encontrar las
palabras, conmigo exacerbando al máximo sus sentidos.
- Nunca
tocarás… -recita entrecortadamente-, o frotarás tu sexo con las manos, o
juguetes… con los que puedas experimentar placer sexual…, sin el permiso de tu
Ama…
- Exacto,
tú no puedes tocar esto… -aprieto su sexo que ya parece de acero entre mis
muslos-, pero yo sí, como ahora… -acelero el movimiento, masturbándolo muy
apretado entre mis piernas, mientras percibo la creciente humedad de mi sexo, sólo
centímetros más arriba.
Todo su cuerpo se estremece ante mi exigente
estimulación, siento su piel en llamas a través de mi peto, su calor me
envuelve, trasmitiéndome el húmedo vaho de su creciente excitación… ¡Me excita
jodidamente el que sea tan receptivo!
- Ahora
tienes mi permiso, Víctor –susurro sobre sus jadeantes labios-, ¡experimenta el placer,
exprésalo, quiero oírte sin inhibiciones! ¡Dime cuán excitado estás!
- ¡Mucho…,
muchísimo… como nunca antes en mi vida! –las palabras dan lo mismo, la
respuesta está implícita en su voz ronca, vibrante, como el bramido de un león
salvaje, a punto de perpetuar de su especie.
- Avísame
cuando venga… -le ordeno, y acelero frenéticamente el ritmo, haciendo que
nuestros cuerpos se muevan veloces adelante y atrás, sin parar, lo aprisiono
con fuerza entre mis muslos y muevo en círculos mis caderas, obligándolo a
seguirme en mi muy personal y ultra hot versión de lambada[4], que
bautizo mentalmente como la “Lambaurelia”-. ¡Sigue hablando!
- Ya
terminé… la lista de… las reglas, mi dueña… -jadea cada vez más rápido mi
bellísimo esclavo, moviendo sus sueltas caderas al ritmo de las mías, atado de pies
y manos a esa equis gigante que lo deja completamente sometido a mis caprichos.
Me
fascina excitarlo hasta la locura, verlo ir en aumento, su rostro crispado, sus
ojos en llamas, su cuerpo entero estremeciéndose y sudando, mientras el aliento
se le escapa en salvajes jadeos a través de sus abiertos labios
- Ya
viene… -me avisa obediente, y en efecto yo siento la dureza y el ardor quemante
de su agigantado miembro oprimido entre mis muslos.
A este
punto quería llevarlo, casi al borde de la eyaculación. Así que salto atrás terminando
de golpe nuestro baile y con mis dedos índice, medio y anular, le presiono el
punto exacto entre sus piernas, para
realizar el bloqueo dactilar del músculo PC.
Víctor
da un respingo y se estremece violentamente haciendo sonar sus ataduras,
mirándome con expresión de hondo desamparo. Su orgullosa erección desaparece,
pero yo sé que con este método, tras unos minutos reaparecerá más potente que
antes.
- De
esto te hablé en la tarde; corté tu fluyo seminal. No te hará daño y te ahorrará
mucha energía, aunque sin duda tu orgasmo se fue a la mierda por la incomodidad
del bloqueo dactilar, ¿o pudiste tenerlo?
Niega
con la cabeza sin mirarme, está muy azorado y yo diría que cándidamente
avergonzado, ¡Víctor es increíble! No parece de esta época…
-
Bueno, cuando aprendas a interrumpirte por ti mismo con el músculo PC y la gran
inspiración, descubrirás lo que es un verdadero orgasmo. Mientras tanto, ¡te
fastidias, con mis dedos metidos allí! –me largo a reír-. Así me durarás más,
si decido usarte más tarde…
Mi
inmovilizado esclavo me mira con ojos ardientes, jadeando de placer y me dan
ganas de soltarlo y disfrutar a mi antojo de ese glorioso cuerpo...
¡No, no
puedo dejarme llevar por mis deseos! Primero los castigos, luego la diversión,
resuena lejano el consejo de Charlotte.
Así
que para evitar la tentación, me alejo
hacia la pared de los látigos. Mientras escojo uno, pienso que todavía no me
acostumbro a esto de las “sesiones” de Dominación/sumisión, lo mío es más el
sadismo sin apellido, sin normas ni contratos. Mis gustos en torturas apuntan
cruda y directamente al control sexual, es una obsesión salvaje e instintiva arraigada
profundamente en mi interior. De tal manera que aunque he tenido miles de
experiencias sexuales desde los dieciséis años, ¡jamás he hecho el amor con
nadie!
El amor
nunca ha estado presente en mis noches de sexo desenfrenado; al contrario, me
fascina dominar de manera violenta a mis eventuales parejas… Igual como me
hubiese gustado poseer violentamente a Víctor, justo ahora. De otra manera, el
sexo me parece vacío y aburrido.
Al fin
escojo el látigo corto de siete colas; decido enfocarme en mi investigación a ver
si logro descubrir por qué el placer en el dolor, como se entiende en el mundo
BDSM, conquista cada vez más adeptos en el mundo.
Tomo
también una gruesa venda de felpa negra, me acerco por detrás de la equis y le
vendo los ojos. Permanece en silencio dejándome acomodarle la venda que se
ajusta atrás con una hebilla. No lo dejo ver el látigo, quiero darle la sorpresa…
Me
ubico frente a él, empuño el látigo y se lo descargo contra el marcado muslo
derecho. Víctor da un fuerte brinco más por la sorpresa que por el dolor,
porque según decía el catálogo este tipo de azote provoca más que nada
sensuales sensaciones al estimular la irrigación sanguínea y volver más
sensible la piel; no está diseñado para causar dolor. Nunca he usado uno de
estos en mis aficionados juegos de antes; siempre utilizaba un largo látigo de equitación.
Antes
de que se apague la sorpresa inicial, hago girar el azote de siete colas como
un remolino, golpeándolo a la pasada como vi que lo hacían las amas en algunos
videos. Mi esclavo lo resiste bien al principio pero la rápida sucesión de
golpes parece enervarlo cada vez más; veo que se le acelera la respiración y entreabre
los labios… creo que va a gritar.
-
¡Guarda silencio, no quiero oír gritos! –lo coarto sin piedad y empiezo a
azotarle la otra pierna.
Eso le
da un respiro pero pronto comienza a remover de nuevo las manos y los pies,
forcejeando contra sus ataduras.
Me
detengo para recobrar el aliento, ¡es duro ser ama!, se me cansó el brazo de
tanto darle vueltas a esta cosa…
- ¿Eso te
dolió? –lo interrogo a favor de mi investigación-. Sé muy explícito en tu
respuesta.
- Más
que dolor… al principio sólo sentí un cosquilleo eléctrico que se irradiaba
bajo mi piel, pero al repetirse una y otra vez, la sensación fue acumulándose
hasta volverse demasiado intensa, casi enervante… como si tuviese todas las
terminales nerviosas de la piel en carne viva…
- ¡Vaya,
me encanta tu descripción! Te haré probar todos los demás látigos –le digo
entusiasmada, pensando en documentar igual de bien sus efectos, para luego usar
esa información en mi novela.
Partí
feliz a buscar ese látigo largo de mango rojo, que hace rato quería probar,
porque me gustó mucho su descripción del catálogo: “Implacable para cuando la
falta sea grave y el azote deba sentirse como verdadero castigo”. En ese catálogo
hacen una genial diferencia entre instrumentos de castigo erótico, para excitar
y provocar placer; e instrumentos de pura disciplina para cuando se deba hacer
pagar alguna falta o adiestrar al sumiso en algo.
El látigo
rojo, mi favorito, era uno de estos últimos. Aunque la única falta de Víctor era
pecar de ingenuidad al confiarse en mis manos sin conocer la oscura profundidad
de mi alma, discapacitada para sentir compasión por los demás, en especial por
los hombres.
Víctor
mueve la cabeza siguiendo el sonido de mis tacones sobre el piso de madera. A
medida que me acerco, jugando con el látigo en mis manos, el sonido que hago produce
que su expectación vaya en aumento, lo noto en la creciente agitación de su
pecho… Hum... ese pecho delicioso… me humedezco los labios con la lengua al
recordar esos bombones que disfruté devorando, y lo rico que sabe mi exclusivo dulce
árabe, del que ahora brota más intenso aquel sensual aroma que embota locamente
mis sentidos… Maldición, esto de mezclar el trabajo con el placer no es muy buena
idea.
Respiro
hondo volviendo a mi investigación, alzo el látigo de un metro cincuenta de
largo, especial para sumisos rebeldes y lo hago restallar en el aire por encima
de la “X”, con todas mis fuerzas.
Víctor contiene
el aliento al oír el feroz chasquido, como si no se convenciera de lo que le
haré… Lo atormento con unos segundos de interminable espera… entreabre los labios,
no está respirando… Sonrío con mi corazón bombeando a mil la excitante
adrenalina del sádico placer, y le descargo el segundo latigazo, esta vez sobre
el pecho… Deja escapar un gemido ronco, gutural, algo perplejo, un poco vejado…
Casi puedo percibir todo lo que él estaba experimentando, gracias a aquellas
malditas experiencias que deseo olvidar… El monstruo gruñe feroz en mi alma, me
desgarra el corazón de un zarpazo y el odio fluye por la antigua herida, inundando
mi torrente sanguíneo... la roja oleada me llega al cerebro, y pierdo
rápidamente mi ligero barniz de raciocinio y civilización. El monstruo ha
tomado el control sobre mí.
- ¡Te
ordené guardar silencio! –lo reprendo con un grito implacable y arremeto con mi
largo látigo rojo.
Se lo
descargo sobre el pecho dos, tres, cuatro veces más, hasta que Víctor comienza
a sacudirse espasmódicamente, respirando por la boca, como si no lograse hacer entrar
ni una gota de aire a sus pulmones. Una chispa de razón campanea dentro de mí y
hace replegarse a mi parte más oscura, ¡recuerda que esto se trata de tu
proyecto literario! No lo maltrates tanto como a los demás, ¡tranquilízate de
una puta vez!
Respiro
hondo una, dos, ¡tantas veces que me hiperventilo y veo luces de colores sobre
las paredes pintadas de burdeo!
Por fin
recobro el poder sobre mí misma, pero sé que es sólo una batalla… al final, la
guerra siempre la gana el monstruo de mi abismo, porque ha crecido tanto que ya
me es imposible matarlo.
Escondo
un suspiro y siento que esta vez no necesito preguntarle qué sintió: Cada azote
es un dolor punzante que no se siente de inmediato, sino que parece venir de
dentro hacia fuera al segundo siguiente después del golpe… y al mezclarse uno
tras otro, el dolor se acumula, escala cada vez más intenso.
Lo de
la venda sí es nuevo para mí.
- Dime
de la venda, ¿cómo te hace sentir? –le pregunto.
- Muy
vulnerable, mi dueña… y me hace percibir todo con mayor intensidad; los aromas,
los sonidos, las sensaciones sobre mi piel, el dolor…
Ese es
precisamente el efecto que se busca al vendarle los ojos a alguien, exacerbar
sus otros sentidos, lograr que perciba todo con mayor intensidad, ¡y vaya que
me excita provocar ese efecto!
Vuelvo
a la pared de los látigos, guardo el rojo y escojo un grueso collar de látex
con pinchos interiores. Al volver junto a Víctor se lo ajusto y los pinchos quedan
mordiendo su cuello como amenazantes colmillos. Le agrego la correa de cadena que
dejo sujeta en mi muñeca mientras le desato de la “X”.
Tras quitarle
la venda le suelto las manos y le ordeno soltarse los pies. Cuando está libre le
ordeno:
- Al
suelo, ponte a cuatro patas.
Duda un
segundo mientras me mira parpadeando rápido; esos intensos ojos me dan la idea
de que se rebelará, pero al fin se deja
caer de rodillas y apoya las manos en el suelo. Le doy un tirón a la cadena y
los pinchos del collar le hacen dar un respingo.
-
Sígueme –comienzo a andar y él a gatear-. ¿En qué piensas ahora?
- En
nada, mi dueña.
- ¡No
me mientas! –le doy otro tirón, ¡me divierte verlo dar respingos!
- No te
miento, mi dueña, jamás lo haría, es que mi mente está en blanco, lo siento…
¿En
blanco?, me indigna su respuesta, ¿acaso lo está pasando tan mal como para
bloquearse de esa manera?
- ¿Qué
demonios pasa contigo? –me detengo para mirarlo hacia abajo y detengo su gateo poniendo mi pie en su hombro-.
Me molesta tu actitud, ¡cualquier otro hombre se sentiría privilegiado de estar
en tu lugar, desnudo gateando a mis pies! –le grito ofendida.
Jamás
ofendas así a una mujer, Víctor, ¡menos si te tiene con una cadena al cuello!
-
Perdón no quise ofenderte, mi dueña… -intenta remediarlo pero ya es tarde.
- ¡Silencio!
–camino deprisa aplastando a taconazos mi rabia, obligándolo a gatear a la
carrera hasta que me detengo frente al caballete con apoya pies y múltiples puntos
de sujeción.
Para
inmovilizar al sumiso de la forma preferida, según el catálogo.
- ¡De
pie! –le doy un rabioso tirón hacia arriba y al tenerlo de pie frente a mí
distingo los múltiples puntos rojos que le hicieron los pinchos en el cuello.
No me importa
porque estoy molesta. Lo acerco al pie del caballete y lo empujo sobre él.
- Tiéndete
ahí, boca abajo y sube las piernas a los apoyos –me obedece abriendo las piernas
hacia los lados del caballete, y se las ato muy firme con las correas, luego voy
adelante y le ato las manos con los brazos muy estirados forzándoselos por los
costados del caballete hacia abajo… ¿Ya dije que estaba molesta? Y en ese
estado suelo ser más cruel de lo habitual.
Retrocedo
y contemplo mi obra; Víctor se ve exquisitamente vulnerable tendido boca abajo
sobre el caballete, ofreciéndome su espalda con su firme trasero y su potente sexo
colgando atrás, muy expuesto hacia mí… ¡Diablos, la excitación corre por mis
venas como una droga enloquecedora! Soy más adicta a esto que antes, cuando
sólo atisbaba los gustos del sado con mis juegos aficionados, atando a los
tipos a las camas.
Mi
esclavo aguarda en tenso silencio. El collar se le entierra al apoyar la cabeza,
así que se esfuerza por mantenerla levantada hacia un lado para evitarlo.
Voy hacia
la pared estante y traigo una fusta. Su trasero todavía tiene las marcas de los
correazos, pero no me importa. Me ofendió y se lo haré pagar.
-
¿Todavía en blanco o ahora sí logras pensar en algo? –le disparo mi protesta.
- Me siento
muy preocupado –musita.
- ¿Sí?
¿Y a qué le temes?
- A lo
que pienses hacerme, mi dueña… en los videos vi que… -titubea nerviosamente.
- ¿Qué
viste? ¡Vamos, con confianza! Estas desnudo y atado ante mí, ¿qué podría darte
vergüenza decirme?
- Vi
que es muy común que las amas sodomicen a sus esclavos –me confiesa de golpe y
me sorprende verlo estremecerse al decirlo.
- ¿Eso
te gustaría?
- ¡No! Al
contrario, por favor no me hagas eso, mi dueña…
-
¡Silencio! Sin límites, ¿recuerdas, esclavo? Puedo hacer lo que se me antoje
contigo y ahora que me lo recuerdas creo que compré un par de esos arneses con
dildo…, el “rojo pasión” y el “negro gigante”. Voy a buscarlos…
- ¡Por
favor, mi dueña, te lo ruego! –se desespera Víctor aunque yo todavía estoy allí,
divirtiéndome con su creciente angustia-. ¡Dijiste que no me harías ningún daño
permanente!
- Y así
será. Al terminar el mes no te quedará ninguna huella física de todo lo que te
haya hecho.
- Pero
si me haces eso –replica Víctor rápidamente-, me quedarán huellas psicológicas
muy profundas que jamás se me borrarán, ¡por el resto de mi vida! –sus palabras
fueron el angustioso clamor de quien se siente al borde de un acantilado sin
salida.
Sonrío
sintiéndome inmensamente poderosa.
- Vaya,
creo que ya encontré tu máximo castigo…
- Por
favor… no… -gime con la respiración acelerada y dificultosa por tener el pecho
aplastado contra el caballete-. Me sentiría violado… ¡jamás me perdonaría a mí
mismo!
Sus
palabras me calaron hondo hasta provocarme un estremecimiento involuntario… Estoy
enojada con él pero no tanto como para provocarle un trauma por el resto de su
vida.
- Yo no
he dicho que quiera sodomizarte –le respondo al fin secamente-, a ti se te
ocurrió eso, pero por el momento a mí no se me antoja penetrarte con mi dildo.
El respiro
de alivio de Víctor resuena por toda la Mazmorra.
- Pero
en cambio, por tu imperdonable falta de querer negarme parte de tu cuerpo te
voy a fustigar tan duro el culo, ¡que no vas a poder sentarte en una semana!
–alzo la fusta y se la descargo de plano sobre las nalgas.
El
silbido corta el aire y cae implacable sobre él. Da un brinco pero no emite ni
un quejido… eso me molesta; su falta de reacción me da la idea de que no lo
siente como un castigo… Así que arrecio en los fustazos, uno tras otro… los
rojos verdugones le van rayando las nalgas de arriba abajo mientras Víctor
resiste estoicamente mi furia.
Hasta
que la sangre brota entre los amoratados cardenales, como la señal en rojo de
un semáforo que me detiene.
- El
brazo me quedó delicado por tu culpa –lo espeto como si él tuviese la culpa-.
¿Qué se dice esclavo?
-
Perdón, mi dueña… -parece una voz de ultratumba.
- ¿Y
qué más se dice? -duda un instante sin encontrar la respuesta así que apuro la
causa, es más de medianoche y Víctor ya lleva dos horas siendo sesionado por mí-.
Se dice “gracias mi dueña”, ¿o acaso no agradeces que me tome la molestia de
corregir tus tontas faltas?
Demasiado
agotado para replicar, él está de acuerdo conmigo:
-
Gracias, mi dueña.
- ¿Qué
sientes ahora? ¿Tu mente todavía está en blanco o ya cambió a rojo sangre?
-
Siento dolor, angustia y tristeza, mi dueña…
¡Diablos!
Eso es todo lo contrario de lo que debería sentirse en una sesión de sadomaso.
O yo soy una pésima ama o Víctor es el peor esclavo que podía haberme
conseguido, ¡o ambas cosas quizás!
-
¿Tristeza… por qué demonios sientes tristeza? –trato de entenderlo-. ¡Sabías
que te quería para esto, te lo dije antes de que firmaras el contrato! ¿Acaso
sientes lástima de ti mismo por estar aquí?
- No…
no es por eso, mi dueña… -me suena misterioso.
-
¿Entonces por qué? ¡No me guardes secretos, no te conviene!
Espero
su respuesta pero Víctor calla rotundamente, ¿qué diablos se trae en secreto?
¿Qué le provoca tristeza, si no es el estar sometido a mis torturas? ¡Este tipo
está loco! Resoplo dándome por vencida y decido sacarlo del caballete.
- Muy
bien –le vuelvo a hablar mientras lo desato-, ya que te niegas a responderme
tendré que castigarte de nuevo. De rodillas en el suelo –le ordeno dándole un
tirón en la cadena, mientras recorro mi mazmorra con la mirada hasta que mis
ojos tropiezan con el cepo de manos y pies en alto.
- Vamos
–tiro de la cadena y cuando va a ponerse de pie para seguirme, le recuerdo-. ¡A
cuatro patas!
Lo
llevo gateando hasta el cepo, lo hago tenderse de espaldas en el suelo y alzar
las manos y pies, que le atrapo en las argollas metálicas del cepo, puestas en
línea horizontal a la altura de sus hombros. Queda inmovilizado con los brazos
y piernas en alto, estas últimas muy abiertas…
Mientras
le ajusto las argollas, Víctor inspira hondo un par de veces pretendiendo que
yo no me diera cuenta, ¡imposible!, con mi oído ultra sensible a causa de la
puta hiperacusia[5]
que me ataca desde que era niña.
- ¿Qué
pasa, Víctor? –le pregunto con una turbia sonrisa-. ¿Esto es demasiado
abrumador para ti? ¿Qué sientes ahora?
- Me
preguntaba si esto terminaría pronto… -pronuncia con una seriedad que me llena
de indignación.
- ¡Terminará
cuando yo lo quiera! –le grito-. Te puedo tener aquí hasta el amanecer si me da la gana, ¡y tú no tienes nada que
opinar! –le impongo mi poder sin preocuparme de lo abrumador que aquello suena
para alguien tirado en el suelo, e inmovilizado de manos y pies.
Me
molesta que quiera irse cuando yo estoy disfrutando de la inauguración de mi Mazmorra.
¿Por qué diablos no sólo se deja llevar y disfruta el juego? Pensando en esto,
voy por una varilla y sin avisarle comienzo a azotarle las plantas de los pies
con rápidos golpecitos suaves, en la parte más carnosa bajo los dedos y en el
arco interior del pie.
Sé que
en esa zona no provoca dolor, sino tan sólo un ardor que incita a una sensual
experiencia erótica… pero Víctor no parece disfrutarlo en lo más mínimo… ¡Diablos,
me siento frustrada! Así que cambio la intensidad para transformar el erótico bastinado
en un verdadero castigo. Acelero los varillazos dirigiéndolos a sus talones y
al centro de la planta, los puntos más dolorosos. Muy pronto la acumulación de
dolor se le hace insoportable y empieza
a removerse desesperado en el suelo, forcejeando contra el cepo que le impide alejar
los pies de mi castigo.
Otra
vez la crueldad se desata en mí cegándome de sádico placer, hasta que la roja
visión de la sangre en sus plantas me detiene como a una bestia ya saciada de
su presa.
Vuelvo
en mí como si hubiese salido de un trance y lo suelto rápidamente del cepo.
- Ponte
de pie –le ordeno.
No por
seguir siendo cruel, sino para que la compresión al caminar ayude a disminuir
la inflamación de sus pies. Creo que ya fue suficiente por hoy, mejor me
detengo mientras todavía me quede una gota de autocontrol.
- Vamos,
ven por aquí -lo guío de la cadena hacia las jaulas.
Camina vacilante,
cada paso es un martirio para él pero lo soporta sin ni una queja. No es masoquista
pero tampoco es ningún cobarde; hasta ahora no he logrado arrancarle atemorizadas
súplicas de piedad y eso me decepciona bastante, hiere mi orgullo de fina
sádica.
Miro
hacia las jaulas y una idea perversa cruza por mi mente…
- Alto
–lo detengo frente a una mesa para tomar una gruesa venda negra de piel con la
que le cubro los ojos-. Ahora sí, sigue caminando.
Voy a
meterlo en la jaula colgante. Quizás si lo someto a su fobia a la altura logre
arrancarle alguna súplica desesperada. Será divertido oírlo gritar mientras lo
subo a diez metros de altura, y si lo dejo toda la noche allá arriba quizás
hasta lo sane de su tonta fobia.
Lo
llevo hasta la estrecha jaula en la que apenas cabe alguien de pie. Víctor pasará allí una incómoda noche de castigo sin
poder sentarse siquiera, a ver si así mañana se muestra más cooperativo en mi
diversión durante la próxima sesión.
Abro la puerta de
la jaula y le quito la correa a Víctor, pero le dejo puesto el collar y la
venda. Una sonrisa perversa asoma a mis labios porque sé que su miedo a la
altura se acrecentará al no poder ver.
- Camina –lo hago
entrar de un empujón y antes de que se dé cuenta ya está dentro y le cierro rápidamente
la puerta con el pasador y el candado.
Él lanza las manos
adelante y tantea los barrotes.
- ¿Qué es esto?
–interroga con una amenaza de pánico en la voz.
- No te importa.
Se aferra a los
barrotes con las manos agarrotadas.
- Mi dueña, por
favor…
- ¡Cállate!
Su mala actitud me
puso de tan mal humor que hasta me quitó las ganas de tener sexo con él esta
noche. Ahora sólo deseo dejarlo aquí castigado e irme a dormir rumiando mi
frustración. Saco unas esposas del estante cercano y le ordeno:
- Pon las manos
atrás.
Víctor duda sin
obedecerme.
- Por favor
–insiste con creciente temor-, si estoy en la jaula colgante te lo ruego, ¡no
me subas!
- Guarda silencio y
pon las manos a la espalda. Si me haces repetirlo te irá peor.
Al fin me obedece y
le cierro rápido las esposas, pasando la cadena por entre los barrotes para
limitar aún más sus ya restringidos movimientos.
- ¡Listo! –me voy deprisa
a la pared donde está el control de la polea y presiono con ganas el rojo botón
de encendido.
La jaula da una
sacudida al tensarse la cadena y arriba los engranajes hacen un lúgubre ruido
de calabozo al comenzar a enrollarse. En cuanto se eleva del suelo empieza a
balancearse.
- ¡No, no, detenla
por favor! –exclama Víctor con creciente desesperación.
- Puedo hacer lo
que quiera contigo, no tienes derecho a negarte a nada –le recuerdo y ya no
estoy jugando-. ¡Te olvidas muy fácilmente del contrato que firmaste, así que
esto te lo recordará muy bien!
- ¡Por favor, te lo
ruego…! –insiste a gritos mientras la jaula se balancea cada vez más fuerte al
ir ganando altura-. ¡Sácame de aquí, Aurelia, por favor! –brama a todo dar forcejando
tan fuerte contra las esposas que la jaula comienza a sacudirse violentamente.
Sus gritos me
hieren los oídos.
- ¡Cállate de una puta
vez! Deja el escándalo son sólo diez metros de altura –le digo totalmente
indiferente a su pánico. Hace mucho tiempo que mi corazón es incapaz de sentir
compasión por ningún hombre.
Lo miro fría como
un témpano mientras la sensación de vació, al estar a ciegas, lo hace entrar de
lleno en una fuerte crisis de pánico y sus gritos se vuelven irracionales:
- ¡Auxilio, alguien
ayúdeme por favor…!
- ¡Maldita sea ya
cállate, el salón es anti ruidos! –le grito hacia arriba olvidándome por
completo de todas las precauciones sugeridas en la práctica del BDSM, respecto
a jamás forzar a nadie más allá de sus límites y tener siempre una palabra de
seguridad.
Víctor grita
desesperado mucho más que una sola palabra, rogándome que pare, pero yo no
quiero hacerle caso y sigo adelante.
Falta poco para que
la jaula llegue a los diez metros de alto, pero él la sacude tanto que de
pronto los engranajes crujen de forma anormal, la cadena se desenrolla de golpe
y la jaula baja de un tirón hasta los cinco metros.
El pánico de Víctor
estalla feroz:
- ¡Bájenme de aquí
por favor, por favor…! ¡Alá, Alá, ayúdame…! –su voz es un bramido de terror,
mientras su cuerpo embiste contra los barrotes de la estrecha jaula y forcejea
para soltarse las manos.
Al mismo tiempo veo
que la cadena da un brinco y queda a punto de salirse de la polea… ¡un poco más
y la jaula se vendrá abajo!
- ¡Mierda, Víctor,
quédate quieto! -bramo golpeando el botón verde que debería bajar la jaula,
pero el mecanismo está atorado.
- ¡Mierda, mierda,
maldita sea…! –muelo a golpes el botón del control, mientras mis ojos se clavan
en la cadena a punto de zafarse-. ¡Voy a bajarte pero quédate quieto! ¡Deja de
sacudir la puta jaula!
Ya es inútil, el
pánico lo consume y no oye razones; sigue tironeando violentamente las manos
esposadas a los barrotes, haciendo que la jaula de brincos en el aire hasta que
la cadena azota hacia arriba y salta fuera de la polea…
- ¡Mierda…!
Con los ojos
desencajados veo caer la jaula desde cinco metros de altura… se precipita como en
cámara lenta hasta que choca contra el suelo con un ruido mortalmente aterrador.
- ¡Lo maté! –aúllo
corriendo hacia la jaula-. ¡Víctor, Víctor…! -meto una mano por entre los
barrotes temblando entera compruebo su pulso, ¡está vivo! Pero su cabeza sangra
mucho y temo que su cuerpo esté atrapado y mal herido entre los barrotes
retorcidos.
Por suerte la
puerta se reventó y está abierta, podré sacarlo de allí… Corro fuera de la
mazmorra hasta el intercomunicador del gimnasio:
- ¡Rott, Rott…!
–vocifero presionando el botón como loca. Tarda en contestar, es obvio en plena
madrugada-. ¡Maldita sea, Rott, contesta!
- ¿Sí, señora…? –la
voz suena adormilada.
- ¡Llama a una
ambulancia urgente y sube a la piscina, Víctor tuvo un accidente!
- ¡Sí, señora!
Oigo a lo lejos la
alarmada respuesta de Rott, porque ya voy corriendo hacia los vestidores, tomo
al vuelo una larga bata de baño y regreso al salón. A toda carrera le quito las
esposas, luego con adrenalínica fuerza sobrenatural lo arrastro fuera de la
jaula y le saco deprisa la venda de los ojos y el collar. ¡Mierda, su cuello
sangra mucho! Lo cubro con la bata y lo arrastro sobre ella hasta afuera. Justo
cuando cierro la puerta de la mazmorra tras de mí llega corriendo Rott.
- ¡Santo, Dios,
señora! –exclama al verlo-. ¿Qué le pasó?
Ignoro su pregunta,
no puedo dar esa respuesta.
- ¡Ayúdame a
llevarlo abajo!
- Quizás no
deberíamos moverlo, señora…
- ¡No te estoy preguntando!
- Disculpe, señora,
permítame, yo lo llevaré –deja su reticencia Rott y lo alza sobre su hombro.
- Llévalo hasta el
recibidor –le digo buscando la forma de explicar su caída cuando llegue la
ambulancia.
Sin más preguntas,
Rott baja veloz ambas escaleras y al llegar al recibidor le ordeno dejar el
desmayado cuerpo de Víctor a un costado de la escalera.
Justo cuando lo
recuesta sobre el suelo se oye afuera el escalofriante aullido de una sirena.
Rott vuela a la puerta y segundos más tarde los paramédicos entran corriendo.
Desde la zona de
servicio aparecen los demás empleados con somnolienta expresión de confusión.
- ¿Qué le pasó? –me
interroga uno de los paramédicos mientras ambos trabajan en chequear los signos
vitales de Víctor.
- Fue un accidente,
cayó desde el segundo piso –señalo el barandal hacia arriba y Rott me mira sorprendido,
pero guarda silencio.
A los pocos minutos
la ambulancia sale a toda velocidad hacia la clínica, seguida por mí conduciendo
el Cobre, mi veloz auto deportivo. No quise esperar a que Toro se vistiera, salí
disparada tras la ambulancia temiendo haberme salido tanto de control esta vez,
que quizás me convertí en una asesina.
[1]
Otra forma de decir BDSM.
[2]
Other World Kingdom
[3]
Así llama a los paquetes de músculos
abdominales.
[4]
Baile brasileño con influencias de
cumbia y merengue.
[5]
Condición médica en la que los
sonidos habituales se convierten en dolorosos y hasta intolerables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.